Capitulo XI: ¡A las armas!
Aela miró al cielo esperando una señal de ayuda por parte del Olimpo. Necesitaba saber que no las habían abandonado a su suerte en Salmideso.
Su pobre estado de salud minaba la poca voluntad que le quedaba para llevar a cabo la misión que le propuso Zeus meses atrás.
La persecución y final rendimiento de Celena no había conseguido evitar que el nido se partiera en dos. La arpía de ojos rojos estaba irreconocible y había tomado el mando con el beneplácito de todo el nido, sin que hubiera tenido el valor suficiente de enfrentarse de nuevo a Aela y por tanto, convertida en una falsa líder.
Solo quedaban cuatro insurrectas de aquella vorágine de locura y pestilencia. Podarge, dos hermanas guerreras y Aela se encargaban de alimentar a Fineo a hurtadillas, mientras que las otras arpías lo torturaban robándole la comida. Cualquier encuentro con las opositoras, ahora mucho más grandes y musculadas que ellas, daba lugar a interminables peleas cuerpo a cuerpo. En consecuencia, el pequeño reducto que formaba la resistencia, tenía la moral por los suelos y lucía en su piel lesiones de diferente gravedad.
A lo lejos, Aela distinguió el vuelo elegante de Podarge, que se acercaba en dirección hacia ella describiendo una perfecta línea curva. La arpía había estado vigilando la costa y regresaba demasiado pronto, por lo que debía traer noticias interesantes.
— Hermes nos ha enviado un barco — Anunció Podarge, nada más aterrizar en la apertura de la cueva.
La cueva donde se refugiaban, a los pies de uno de los acantilados de la isla, dotó sus palabras de un eco vibrante, haciendo que no solo su líder, sino también las demás arpías rebeldes, pusieran toda su atención en ella.
Podarge seguía teniendo una porte caballeresca al caminar, pero el color dorado de sus alas y ojos se había vuelto pálido. Su figura era escuálida. Resultaba dificil reconocer a la brava arquera bajo ese amasijo de piel fina y huesos protuberantes.
— ¿Qué tiene de diferente ese barco de tantos otros que han atracado en la isla, y terminan huyendo despavoridos? — Preguntó Aela a su segunda, antes de que el grupo empezara a albergar falsas esperanzas — Fineo ha profetizado que lo liberarían otros seres alados, no un barco.
— Alas de tortura... — Una de las dos arpías presentes, comenzó a imitar al rey de Tracia.
— Alas de libertad — Terminó la otra — No para de repetirlo.
El adivino, que por aquel entonces parecía un esqueleto andante, todavía tenía fuerzas para caminar por la isla y canturreaba esa frase sin ton ni son.
En respuesta, la arquera se limitó a sonreir.
— Este es un barco muy veloz — Declaró al fin, de forma intrigante.
Aela enderezó su postura y se apartó de la entrada a la cueva, para acercarse hasta donde se encontraba Podarge.
— ¿Qué lo hace tan veloz? — Preguntó la líder, impaciente.
— Dos seres con alas y cabellos negros se encargan de manejar sus velas — Hizo una pausa, percibiendo como las otras tres arpías contenían momentáneamente el aliento, antes de continuar hablando — Los boreades.
Al culminar su mensaje, Podarge recibió un cacareo de aprobación por parte de sus compañeras, a la vez que Aela la tomaba por los hombros.
— ¿Es eso cierto? — Dijo Aela, sin poder controlar la emoción — ¿Zetes y Calais? Si no me equivoco, son además los hermanos de la primera esposa de Fineo, Cleopatra — Añadió — ¡Suena a un plan trazado por el Olimpo!
— Suena a Zeus usando a los humanos y semidioses una vez más a su favor, para encubrir sus errores — Opinó Podarge, bajando la voz para que su comentario llegase solo a oídos de Aela.
La líder sonrió con orgullo.
— ¿Qué debemos hacer? ¿Les entregamos al rey ciego para que lo pongan a salvo? — Preguntó de fondo una de las otras arpías, interrumpiendo la conversación privada que mantenían Aela y Podarge.
— No — Negó Aela, separándose de Podarge, girándose de nuevo hacia la arpía que había realizado la pregunta y desplegando parcialmente sus enormes alas verdeazules.
La forma de sus plumas, antes ovaladas y finas, ahora recordaban a las hojas secas arrugadas del otoño, pero esto no le restaba majestuosidad.
— Debemos proteger al prisionero de Celena y sus secuaces, pero tampoco evitaremos que los nuevos invitados se lo lleven — Explicó Aela — Debe ser una transacción encubierta. Entregarlo sería traicionar deliberadamente a Zeus, pero que lo capturen sin darnos cuenta es otra cosa — Puntualizó — Y creedme si os digo que esta es la primera y última oportunidad que nos dará el Olimpo para culminar la misión y salir de esta isla.
Las arpías permanecieron en silencio, asimilando la propuesta de Aela.
Luego, sin añadir nada más, la líder les dio la espalda, corrió hacia la boca de la cueva y saltó para emprender el vuelo, blandiendo en alto su xyfos con una de sus manos.
— ¡Seguidme! — Gritó con fuerza la líder de las arpías, ansiosa por recuperar su libertad y el mando del nido, mientras desaparecía en el aire con la rapidez del viento.
— Si a una arpía te encuentras... — Cantó Podarge, ajustándose el carcaj mientras abría sus deslucidas alas y se dirigía también a la salida de la cueva.
— y te deslumbra su belleza.... — Continuó la otra de las arpías, abriendo también sus alas, de un color violeta intenso, siguiendo los pasos de Podarge.
— Vigila sus garras, ¡Porque te cortarán la cabeza! — Cantó la última de las arpías, convertida ya en un haz grisáceo y ondulatorio que cruzaba el cielo detrás de las demás arpías.
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