Capitulo VIII: Miedos
— Fineo lleva semanas sin moverse de ese lado de la isla — Informó Podarge, cumpliendo su papel de segunda en la jerarquía del nido — La rutina diaria del preso es sencilla. Se levanta temprano, da un paseo, se asea, come, descansa, medita, canta, cena y se acuesta. No ha intentado huir.
Aela asintió, pues ella misma había estado observando el comportamiento del adivino y sabía que tenía por costumbre realizar ordenadamente todas aquellas actividades.
— Su ceguera no le ha impedido adaptarse al entorno — Continuó informando la arpía de alas doradas — ¿Crees que debemos obligarle a cambiar la ubicación de su asentamiento, para que no llegue nunca a conocer el territorio bien del todo?
— Salmideso es una isla demasiado pequeña — Opinó la líder de las arpías — Tendríamos que obligarle a mudarse cada dos o tres dias, y finalmente el resultado de la estrategia sería contrario a lo que se pretendía en un primer momento. Solo conseguiremos que el rey ciego se conozca la isla como la palma de su mano.
— Excelente — Convino Podarge, abriendo una de sus alas para estirarla y volverla a recoger en su espalda — Luego está el tema de la comida...el nido no está contento.
Tras la conversación que mantuvieron días atrás Hermes y Aela a los pies del Olimpo, Zeus no solo les había concedido permiso para entrenar, sino que hizo que del suelo de la isla germinara de forma espontánea todo tipo de comida, para que no tuvieran la necesidad de practicar la caza. De este modo, las mujeres aladas seguirían teniendo un nivel idóneo en lo que respecta al uso de armas y de velocidad de vuelo, mientras sus estómagos se mantenían llenos.
— Ya habrás apreciado que la dieta no solo es inadecuada, sino que es excesiva — Podarge resopló — Si no hacemos algo, Salmideso se convertirá pronto en un basurero y se llenará de alimañas.
La arpía de ojos dorados tenía razón. El olor nauseabundo de la comida que no era consumida y se iba acumulando por la isla, se estaba volviendo verdaderamente insoportable.
Además, Aela había notado que tan solo dos días después de empezar a ingerir los alimentos que les había proporcionado Zeus, las plumas que cubrían las alas y parte del cuerpo de las arpías, así como su hermoso cabello, habían dejado de irradiar el brillo que las caracterizaba. Coincidiendo con esto, mudaban más cantidad de plumas que en mitad de un cambio de estación, lo cual no era solo incómodo en el sentido en que las obligaba a emplear más tiempo en tareas de acicalamiento, sino que indicaba algún tipo de carencia nutricional que podría repercutir en su salud largo plazo.
Por otra parte, y de forma progresiva, el aspecto estilizado que normalmente había definido a las mujeres arpías, estaba dando paso a dos vertientes bien diferenciadas de fisonomía. Aquellas que se negaban a consumir o seleccionaban parte del alimento que les ofrecía Zeus, mostraban una delgadez extrema. En cambio, aquellas que comían todo lo que estaba al alcance de sus manos, habían adquirido una corpulencia exagerada a nivel de glúteos, pecho, piernas y brazos, que ni mucho menos encajaba con su perfil guerrero.
— Me temo que a parte de vigilar a Fineo, vamos a tener que mantener limpia la isla — Declaró Aela, descontenta por el devenir general del nido — O esto nos pasará factura.
Podarge se ajustó su carcaj.
— ¿Y si hablamos de nuevo con Hermes? — Propuso la arquera — Se trata solo de variar la dieta y reducir el volumen de las raciones. No suena complicado para una divinidad.
Aela dirigió una mirada intensa hacia los ojos de Podarge, haciendo que ésta mantuviera el contacto por unos segundos y luego dejara rodar sus pupilas en dirección al suelo.
— No deseo intercambiar mas favores con el Olimpo — Comunicó la líder de forma contundente, bajando la voz para que únicamente Podarge pudiera escuchar lo siguiente que iba a decir — Estoy comenzando a sentirme decepcionada con esta misión. Cualquiera se atrevería a decir que Fineo es solo una excusa para arrebatarnos nuestra isla y envenenarnos. Debemos actuar con cautela e inteligencia para salir airosas de esta trampa.
Las plumas del cuello de Podarge se erizaron, a la vez que la arpía de ojos dorados se llevaba una mano hacia la barbilla, pensativa.
— ¿Crees que el nido aceptará de buen grado ponerse a recoger los desperdicios que se acumulan en la isla? — Habló Podarge.
— No — Contestó Aela — Sé que eso no va a ser fácil.
— Las arpías somos guerreras, cazadoras. No somos carroñeras, ni mucho menos limpiadoras — Observó Podarge, haciendo a su líder partícipe de las dudas que la carcomían — En lo que respecta a tus preocupaciones, debo decir que no eres la única que las ha tenido — Afirmó, para sorpresa de Aela — Celena, incluso, se ha tomado la libertad de esparcir sus propias hipótesis en el nido.
— Vaya — Respondió Aela, volviendo a elevar la voz — Veo que tener una mano inutilizada y no poder practicar el lanzamiento de jabalina, ha hecho que Celena encuentre otra manera de ocupar su tiempo de ocio — Sugirió — No te preocupes, tendré unas palabras con ella. Sembrar miedos en el nido no es lo más conveniente en este momento.
Podarge esbozó una sonrisa.
— Toda tuya — Dijo la arpía de alas doradas, llevándose la mano al lugar donde escondía su daga — Solo espero que la devuelvas entera.
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