Capitulo VI: Disciplina

— Hueles a humano — Declaró Podarge, dando pasos lentos alrededor de Aela, para olfatearla con más ahínco — ¿Te has encontrado con el prisionero?

Aela dirigió la mirada a diferentes puntos del interior de la cueva donde habían decidido reconstruir su nido, percatándose de que varias de sus hermanas tenían la atención puesta en ellas. La guarida era alargada, estrecha y de paredes altas, por lo que ella misma era capaz de distinguir el olor de Fineo en el interior de aquel lugar carente de ventilación.

En aquellas circunstancias, mentir solo generaría desconfianza.

— No te equivocas — Afirmó la líder de las arpías, elevando la barbilla con orgullo.

El silencio de la cueva le devolvió su voz transformada en un eco débil, a la vez que Podarge abría sus ojos dorados de par en par, ciertamente decepcionada por la confesión de su superiora.

La arquera detuvo sus pasos y se colocó delante de Aela, haciendo vibrar un poco las alas que tenía recogidas a su espalda. Su pelo azabache se encontraba recogido en una cola alta y varios mechones rebeldes se escapaban del agarre del lazo que lo sujetaba, dándole un aspecto ligeramente más descuidado de lo que acostumbraba.

— No deberías haber ido sola. Podría haber resultado ... — Comenzó a reprocharle Podarge.

— ¿Peligroso? — La interrumpió Aela, dilatando sus pupilas hasta el punto de ocultar el hermoso color verdeazulado de sus ojos.

Su rostro adquirió una apariencia grotesca.

— Es un pobre anciano ciego — Prosiguió — Un rey sin reino. Un adivino sin futuro. Ni siquiera sé por qué tenemos la misión de vigilarlo. Nunca podrá escapar de la isla por sus propios medios.

La frustración que desprendía Aela, invitó a las demás arpías a acercarse. Cuando se congregaron a su alrededor, la líder fue consciente del poder que tenía su palabra, y de que, si seguía por ese camino, depositaría en los corazones de sus hermanas la semilla del odio hacia Zeus. Se convertirían en las parias del Olimpo.

— ¿Has dicho ciego? — Quiso aclarar Podarge, sin dar crédito a lo que acababa de escuchar.

— Completamente ciego — Subrayó Aela, cerrando los puños de sus manos para liberar el estrés y transmitir serenidad al resto del nido — Sus pupilas son blancas como la nieve, y utiliza un bastón para moverse allá donde vaya.

Podarge se limitó a asentir, relajándose un poco al ver que los ojos verdeazules de Aela volvían progresivamente a la normalidad, pero intrigada por lo que hubiera podido averiguar respecto a la misión para la que habían sido convocadas en Salmideso.

— ¿Y si es un humano tan endeble, por qué crees que nos ha enviado Zeus a custodiarlo? — Preguntó, esperando una respuesta satisfactoria por parte su líder — Somos muchas y la isla no es grande, habría bastado con colocar un centinela en tierra y otro en el agua.

Aela sonrió.

— Es poco probable que huya, pero no imposible. Parece un rey astuto. Alguien puede venir en su búsqueda ¿Un ejército, tal vez? — Declaró la líder del nido — Nuestro cometido es impedir que el prisionero se marche de aquí, ya sea por sus propios medios o por ayuda externa.

— ¿Y tenemos permiso para enfrentarnos a cualquiera que ose acudir a su rescate? — Continuó preguntando Podarge — ¿De qué modo? ¿Estamos autorizadas a arrebatar la vida de los invasores, o solo a amedrentarlos? ¿O debemos capturarlos y esperar directrices de allí arriba? ¿O nos centramos en atrapar al prisionero para ponerlo a salvo?

Mientras Aela procesaba las dudas que exponía Podarge, otra de las arpías intervino.

Celena caminó hacia ellas moviéndose de una manera discordante con la conversación que estaba teniendo lugar. El sutil balanceo de sus hombros y caderas no pasó desapercibido para nadie, despertando irritación en las dos arpías que se encontraban debatiendo sobre la protección de Fineo.

Los ojos color sangre de Celene se posaron primero en los de Aela y luego en los de Podarge, como pidiendo permiso para hablar sin realmente hacerlo, tan provocativa como siempre.

— El hombrecillo volador ha dejado unas notas que probablemente sean de vuestro interés — Declaró, extendiendo sus largas garras para mostrar un papiro enrollado en la palma de su mano.

Aela le sostuvo la mirada, sin permitir que la sorpresa se expresara en su rostro y tratando de discernir las intenciones de su hermana. En ausencia de la líder del nido, la responsabilidad de velar por el grupo recaía en Podarge. Por tanto, si Hermes había hecho acto de presencia, la obligación de Celene era informar a la arquera y que fuera ella quien custodiara el material que les había entregado.

¿Qué pretendía, saltándose las normas? Es más ¿Había leido el papiro sin que le correspondiera a ella esa función?

— ¡Hedionda! — Gritó Podarge.

La furia de la arpía de alas doradas se hizo evidente cuando alzó el vuelo y un instante después se apropió del papiro de Celene. Luego, clavó una daga en la palma de la mano de la arpía desobediente y la observó verter sangre en el suelo.

Los graznidos de dolor de Celene se volvieron insoportables, mientras el arma atravesaba huesos, músculos y tendones, hasta que la empuñadura no permitió alcanzar más profundidad.

Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top