Capitulo V: Fineo
— ¡Liberadme! — Gritó el rey de Tracia, cayendo una vez más al suelo sobre sus rodillas desolladas.
Aela inhaló profundamente el aire desde lo alto de una roca de los acantilados de Salmideso, mientras observaba con sus ojos verdeazules a Fineo. Sus orificios nasales se contraían y dilataban para abarcar el máximo volumen de partículas aromáticas que arrastraba el viento.
El adivino ciego se desplazaba por la isla con dificultad, golpeando su cuerpo contra diferentes relieves y sufriendo todo tipo de calamidades. En aquel ambiente, cualquier otra criatura carente de visión sería reclamada por la muerte con prontitud, pero en su caso su condición de inmortal se lo impedía.
Fineo tendría que acostumbrarse a que en aquella isla todos los huesos que se rompiera, las heridas que se hiciera, el hambre y la sed que pasara, se convertirían en una rutina.
— El sadismo de Zeus nunca dejará de sorprenderme — Murmuró la arpía.
Era difícil calcular la edad del rey, pero estaba claro que era un hombre mayor. Tenía canas en el pelo y un tupida barba de color blanca que le llegaba hasta la mitad del pecho. Su indumentaria consistía en una túnica anudada a la cintura que le cubría las rodillas, y un bastón de madera que utilizaba para orientarse y espantar animales.
El olor del prisionero era una mezcla de sudor y miedo.
Aela sonrió, antes de extender sus alas y posar con cuidado las afiladas garras de sus piernas a pocos metros de donde se hallaba en esos momentos Fineo. No hizo ruido al aterrizar, pero la arena fina de Salmideso se levantó a su alrededor como si su delgado cuerpo se hubiera zambullido en agua e hizo que por un momento perdiera de vista al adivino.
Quería aprovechar la oportunidad de tener un cruce de palabras con él, mientras sus compañeras organizaban el nido. De este modo, tal vez, conseguiría dilucidar si el castigo impuesto por Zeus había sido proporcionado, o si por el contrario solo obedecía a su carácter caprichoso.
— ¿Quién eres?
Cuando dio el primer paso hacia su objetivo, Fineo se levantó cojeando del suelo, y puso delante de su pecho el bastón a modo de protección. Las plumas del cuerpo de la arpía se encresparon.
— ¿Acaso te ha enviado Zeus para darme una lección de las suyas? — La voz rasposa del rey denotaba que su garganta estaba seca — ¡Habla!
Aela arrugó el entrecejo, sorprendida a partes iguales por haber sido descubierta y por las palabras pronunciadas por el anciano que tenía delante.
A pesar de encontrarse malherido, aquel hombre era capaz de plantarle cara con bravura a una amenaza invisible. A su juicio, los seres humanos conformaban la especie más inútil de la faz de la Tierra, pero éste parecía tener unas capacidades superiores. Incluso, la robustez de sus piernas y su cuerpo tonificado revelaban que se entrenaba para mantenerse en forma.
— Mi nombre es Aela — Respondió la líder de las arpías, recogiendo sus enormes alas en la espalda.
Desde la distancia, vislumbró el extraño color blanco que se apoderaba de las pupilas de Fineo. Un color de ojos que había visto en personas enfermas de cataratas y en videntes agasajados por los dioses.
— ¿Qué eres? — No tardó en preguntar el rey tracio, apartando lentamente el bastón de su pecho.
Aela volvió a sonreir.
— ¿Qué te dice la intuición que puedo ser...? — Contestó la arpía, probando la habilidad de adivinación que se le atribuía su interlocutor.
— No eres humana — Afirmó Fineo, vehemente.
Aela permaneció estática.
— ¿Por qué no?
El adivino aguardó un segundo.
— Te mueves con el sigilo de un astuto depredador.
— ¿Ah si? — Aela no pudo evitar disfrutar de la respuesta, dando un paso hacia delante sin bajar la guardia — ¿Y qué piensas que he venido a hacer aqui?
— Aún estoy considerando varias hipótesis — Replicó Fineo, sin amedrentarse.
Aela se detuvo.
— Eres una híbrida capaz de caminar — Convino inteligentemente el anciano — Por tanto, debes de ser una esfinge, una sirena o una arpía.
— Mmmh, qué interesante — Opinó Aela, sin la menor intención de ayudarlo a resolver la incógnita — ¿Y tú quién eres? ¿Qué haces aquí?
— ¿Por qué debo contestar a una pregunta de la que ya conoces la respuesta? — Dijo Fineo.
Aela movió sus pies sobre la arena, impaciente, haciendo con sus garras un ruido siseante.
— Me gustaría conocer tu versión de los hechos — Murmuró, bajando la voz.
— Soy un desterrado — Declaró Fineo, sin vacilar — He ofendido a Zeus.
Aela apretó su boca y dejó escapar una especie de graznido de su garganta, molesta por la actitud del adivino, que evitaba a toda costa desvelar sus secretos a una desconocida.
— ¡Arpía!
En ese instante, el graznido de la mujer alada se fusionó con el grito acusatorio que lanzó Fineo, rebotando como un eco en cada esquina de Salmideso.
El adivino la señalaba con el dedo enérgicamente, a la vez que las ganas de Aela de continuar con el interrogatorio se esfumaban debido al estruendo generado.
La arpía sacudió sus garras contra el suelo y abrió las alas, dándose por vencida, antes de emprender un vuelo veloz para reunirse con el resto del nido sin despedirse del anciano.
Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top