Capitulo IV: Poder

— Ya lo ha atrapado — Anunció Hermes — Mi padre solicita vuestra pronta presencia en Salmideso.

Ese diosillo con sus ridículas alas en los pies, había osado interrumpir el ritual de baño de las arpías las orillas del lago Prespas. A consecuencia de ello, Podarge y otras guardianas habían destrozado sus vestiduras en un amago de ataque defensivo. Hubiera muerto por las heridas que le habían causado de no ser un inmortal.

— ¿Fineo ya es prisionero? — Quiso saber Aela, saliendo del agua desnuda sin importarle la presencia del recién llegado.

El momento del baño era el más delicado para las arpías. Por eso, sucedía una vez en semana, e iban haciendo turnos para que el nido no quedara expuesto. No podían volar con sus alas mojadas, por lo que durante ese tiempo se convertían en un blanco fácil.

— Así es — Contestó Hermes, disfrutando de la vista.

— ¿Eso que llevas en los pies son alas? — Preguntó una de las mujeres que se lavaba en el lago — ¡Son diminutas!

— El tamaño no es importante - Respondió Hermes, sin apartar los ojos del cuerpo de Aela.

La mujer de ojos verdeazules lo tomó por el cuello de la túnica y lo alzó en el aire. El dios quedó colgando como si fuera un muñeco de trapo.

— Hermes, no mires así a una hembra, cuando ni siquiera se te ha insinuado — Le susurró en el oido la líder de las arpías, provocando que el rostro del dios mensajero adquiriera una tonalidad rojiza — Dile a tu padre que mañana partiremos a la isla. Ya puedes marcharte.

Hermes parpadeó dos veces como si saliera de un trance. Después, esbozó una sonrisa, inclinó la cabeza en señal de respeto hacia Aela, se separó de Podarge y emprendió el vuelo de regreso al Olimpo sin añadir nada más.

— ¿Creeis que se quejará por el trato recibido? — Una de las arpías guardianas se preocupó por lo que Hermes podría contar a Zeus.

— Calma, no van a reclamarnos nada — La tranquilizó Podarge, siguiendo con la mirada la trayectoria descrita por Hermes en el cielo — Ahora mismo les conviene hacer la vista gorda. Nos necesitan.

— Despediros de este lugar y preparad vuestros enseres — Habló en alto Aela, haciendo caso omiso a las consideraciones que tenían respecto a Hermes y atrayendo la atención de sus semejantes  — Mañana cuando el primer rayo de sol alcance la tierra, estaremos conociendo a Fineo.

Dicho esto, Aela volvió a sumergirse en el agua y desapareció nadando en las profundidades del algo.

Las arpías eran grandes nadadoras y, a pesar de haber perdido la cola, compartían un origen común con las sirenas, por lo que sus grandes manos y piernas les permitían moverse en el agua a gran velocidad, como si tuvieran aletas.

— Ya habéis oido — Declaró Podarge, ajustándose el carcaj al hombro — Mañana nos marchamos a Salmideso. Será mejor que nos preparemos.

La misma guardiana que se había mostrado cautelosa con las consecuencias que tendría haber atacado a Hermes como harían con cualquier intruso, se acercó hasta Podarge antes de que ésta saltara para iniciar el vuelo.

— ¿Nos llevamos las armas? — Preguntó, bajando la voz.

Celena tenía los ojos rojos y el pelo tan negro como el azabache. Sus alas rojas recordaban al fuego, y lo cierto es que combinaban a la perfección con su fuerte carácter.

La arpía de ojos dorados se volvió hacia su interlocutora y arrugó el entrecejo, contrariada.

— Esa pregunta debes formularsela a tu lider, no a mi — Contestó Podarge, dirigiéndole una mirada tan fria como el hielo.

Celena sonrió, como si hubiera esperado esa respuesta. Después, asintió y fue a reunirse con el resto del grupo, con la intención de abandonar el lago y regresar a su puesto de vigilancia.

Podarge se interpuso en su camino y empujó a Celena con la parte delantera de sus alas, tirándola al suelo. La arpía de ojos rojos bufó disconforme, pero evitó ponerse en pié para no generar un problema mayor.

— Tengo la sensación de que te ríes de algo que me importa — La amenazó Podarge, tajante — No siembres discordia donde nunca la ha habido ¿Entendido?

— Entendido — Convino Celena, apretando los dientes.

— Aela es la responsable del nido y le debemos lealtad. Ella es quien toma las decisiones. Jamás lo olvides — Subrayó Podarge, antes de recoger finalmente sus alas y dar por zanjada la discusión con Celena.




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