Capitulo III: Garras

— No somos la marioneta de nadie, Aela — Afirmó contundente Podarge — Tenemos que hacer algo para detener esto.

Aela era consciente que su papel como líder radicaba en la defensa y protección del nido, de manera que no le sorprendió escuchar lo que su segunda había dicho. Por lo menos, en aquella ocasión, estaban conversando en la intimidad de la copa de un árbol y no en mitad de una asamblea.

Ver morir a sus hermanas por expresar sus pensamientos en voz alta era el peor castigo que podían infringirle, y Podarge parecía haber olvidado que ningún dios había intervenido nunca para salvar sus vidas. Ni siquiera el mediocre de Céfiro se interpondría si ella misma fuera ajusticiada.

— Hagamos lo que hagamos, es posible que nos perjudique — Contestó Aela, mientras limpiaba distraídamente las plumas de sus alas verdeazules con los dedos de sus afiladas manos — Me temo que nuestra única salida es aceptar la propuesta del Olimpo.

Los ojos dorados de Podarge la escudriñaron con intensidad.

— Me cuesta trabajo reconocerte — Opinó — ¿Por qué te has vuelto tan condescendiente?

Aela dejó de prestar atención a las plumas de sus alas y se centró en la arpía que tenía enfrente. Podarge era esbelta, alta y dominaba el tiro con arco. Sus facciones eran muy finas, lo que la hacía moverse fácilmente en el aire. Como a todas las arqueras, le faltaba un pecho, pues ella misma se lo había extirpado para evitar obstaculizar la cuerda del arco en el momento de la suelta de la flecha.

— ¿Tan condescendiente como Iris? — Declaró Aela, con agudeza.

Su segunda desvió la mirada al horizonte. La traición de Iris era un tema tabú, pero al igual que todas evitaban juzgar a la diosa de forma precipitada, Aela esperaba el mismo trato hacia su persona y que se respetaran las decisiones que había tomado.

— Iremos a Salmideso — Repitió, a pesar de tener sus propias reticencias — Solo cuando estemos allí conoceremos las verdaderas intenciones de Zeus.

Durante un tiempo, ninguna dijo nada. Ambas permanecieron en la copa del árbol, estáticas. Guardando en su memoria la imagen detallada que se observaba desde lo alto de su amado territorio.

— ¿Qué sabes sobre el adivino que vamos a custodiar? — Podarge cambió de tema, volviendo a posar sus ojos en Aela — ¿Es verdaderamente culpable?

— Se llama Fineo, es el rey de Tracia — La informó Aela, desvelando parte de la conversación que tuvo con Zeus.

— ¿Y qué ha hecho ese desdichado para despertar la furia de los dioses?

— Tiene el don de la profecía. Ha estado desvelando los secretos de los dioses e interfiriendo en sus designios.

Podarge emitió una risa estridente, como un cacareo, y luego inclinó el cuello hacia un lado. Comenzó a recoger su largo pelo negro en una trenza, preparándose para saltar y volar.

— Una piedra en el zapato — Murmuró la arpía de ojos dorados.

Aela la observó desplegar sus alas y girarse hacia ella, con una sonrisa irónica en la cara. La había visto poner esa expresión cuando acertaba con la flecha justo en el corazón o en la garganta de sus presas.

— Son como niños ¿No es así? — Añadió, estirando sus apéndices.

La líder del nido abrió también sus alas y se dispuso al lado de su segunda. Se limitó a encogerse de hombros, mientras notaba como los rayos de sol calentaban su piel y abría en abanico las plumas primarias de sus brazos alados.

— No me interesa comprender su forma de actuar. Creo que es una absoluta pérdida de tiempo — Declaró Aela, con convencimiento — Prefiero dedicar toda mi energía en estudiar la mejor forma de salir de este atolladero.

— Cuenta conmigo — Dijo Podarge, posicionando sus alas y pies para saltar al vacío.

— Si a una arpía te encuentras — Aela comenzó a entonar un antiguo canto de guerra — y te deslumbra su belleza....

Podarge cerró sus manos en puños, antes de unir su voz al cántico. 

— Vigila sus garras, ¡Porque te cortarán la cabeza!

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