Capitulo II: Mediocre
— ¿Cuál es el plazo para dar una respuesta?
Aela notaba que la delicada superficie de las plumas de sus alas comenzaba a impregnarse de agua, debido a la humedad que se acumulaba en el interior la cueva. Las sacudió un instante, molesta, y luego las encogió todo lo que pudo a su espalda.
— ¿Tienes pensada alguna estrategia para asegurar vuestro regreso?
La arpía caminó por el interior de la cueva, disfrutando de la oscuridad y del suave aliento que emitía Céfiro al hablar, allá donde estuviese. Las garras de sus dedos produjeron un ruido metálico al chocar contra la piedra que conformaba el suelo.
— ¿Vas a negarte?
La voz de su amante golpeaba las paredes liberando un eco hermoso. Aela sonrió, esperando vislumbrar con prontitud la silueta de Céfiro.
— ¿Te ha comido la lengua el gato?
Entonces, una brisa aterciopelada pasó rozando uno de los brazos de Aela. La arpía contuvo el aliento, antes de reaccionar, disfrutando de la agradable sensación que le provocaba ser acariciada de aquella manera. Instantes después, atrapó con sus fuertes alas a Céfiro y lo colocó frente a ella.
— Respóndeme — Reclamó Céfiro, sin mostrar sorpresa por la forma en que Aela le había dado caza.
— Cada vez te escondes peor en tu propia morada — Bromeó Aela, sonriendo de medio lado — ¿Y si no quiero responder a tus preguntas?
Céfiro elevó una ceja.
— ¿Vas a dejarme con la intriga?
— Tú no mereces saber más que mis hermanas.
— ¿Te quiere para sí?
Los ojos verdeazules de Aela recorrieron el cuerpo perfecto del dios y analizaron su rostro.
— ¿Tienes celos de Zeus? — Preguntó, levantando una de sus manos para tocar los labios de Céfiro — ¿Vas a matarme como hiciste con aquel niño?
— Se llamaba Jacinto — La corrigió Céfiro, inclinando su cabeza para rozarse contra las uñas y los dedos largos de Aela, que lo miraba con atención — Y no me hables de ese tema.
Aela sabía que Céfiro y Apolo habían estado disputándose el amor de un joven príncipe espartano, que meses más tarde había terminado muerto en extrañas circunstancias. Un golpe fortuito de viento había arrastrado un disco que finalmente alcanzó su cabeza, clavándose en lo más profundo de su cráneo y robándole la vida.
— Otro juguete roto — Opinó la arpía, bajando su mano sensualmente por el torso de Céfiro — El amor de un dios no es bueno para la salud.
Céfiro sujetó su mano y la detuvo.
— ¿A qué has venido, si no quieres hablar? — Quiso averiguar Céfiro, dando un paso hacia delante para quedar pegado al cuerpo atlético de Aela.
Aela agitó sus alas levemente, generando una sutil vibración similar al ronroneo de un gato, y las volvió a recoger a su espalda. Estaban tan mojadas que tardarían en secarse varias horas.
— Quiero que al menos tú sepas que no es mi deseo vigilar al adivino — La arpía utilizó deliberadamente el verbo desear a modo de crítica hacia la los gustos volubles de Zeus — Preferiría pasar mil años encerrada en esta cueva mugrosa, en compañía de un dios mediocre.
Entonces, Aela notó que el agua que cubría su piel se tornaba fría y dejó escapar un quejido. Movió sus hombros con cuidado y de ellos cayeron algunos fragmentos de hielo, aue fueron a parar al pecho de Céfiro, que la miraba con diversión.
— Para. No me estropees las plumas — Declaró Aela, contrariada.
— Si has venido a despedirte de este dios mediocre, significa que no es tan mediocre — Respondió Céfiro, refiriéndose a si mismo — y que ya tienes tomada la decisión de marcharte.
La mano de Aela, que hasta entonces había sido retenida por la de Céfiro, rodeó el cuello del dios y lo atrajo hacia sí. Los labios rojos del inmortal se hincharon con anticipación, mientras ella se limitaba a mirarlo.
— Dalo por seguro — Contestó la arpía de alas verdeazules, antes de sucumbir a los placeres mundanos.
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