09
Era hermoso.
Y amargamente dulce.
–Sigue sorprendiéndome que te gusten actividades como esta.
–¿Como esta?
–Mh, no todos los días ves a un adolescente asistir a una galería de arte.
Era cierto.
La mayoría de las personas de mi edad preferían gastar su tiempo libre asistiendo a fiestas para quemar las pocas neuronas de sus cerebros con bebidas alcohólicas, o drogas, en el peor de los casos. Irónico era ver cómo la mención de una visita al museo para recolectar información era capaz de ponerlos de tan mal humor que terminaban rechazando cualquier conexión con el arte por lo ‘’aburrido’’ de contemplarlo.
Y yo amaba, amo las obras de arte, pero ninguna se comparaba con este señor.
Un Kim Taehyung parado frente a un auditorio con cientos de estudiantes hablando tan emocionadamente de lo que era su trabajo se había convertido en mi imagen favorita del hombre, oh, pero la vista de un Kim Taehyung conduciendo su auto de último modelo con una mano en el volante y la otra en la palanca de cambios era deífico, digno de fotografiar y adorar por una eternidad.
Ante Badzim tenía talento para exaltar lo pequeño que nos vemos ante la grandeza del mundo, y yo apostaba mi vida a que una foto de este hombre capturada por la cámara de mi fotógrafo favorito sería capaz de opacar cualquier paisaje natural, incluso si se encontraba en un campo de violetas en primavera mientras usaba simples pantalones de chal y una camiseta blanca.
Kim Taehyung mismo era una obra de arte que me cegaba, me drogaba y me incitaba a querer saber más de lo que se me mostraba, una estatua del más pulcro mármol cuyo artista no podía dejar de venerarlo así como los griegos veneraban a los doce dioses del olimpo. Una figura construida a base de unos ideales que no tenía la intención de desmoronarse incluso si lo que tenía delante era la más clara prueba de que este hombre renegaba todo lo que yo pensaba de él.
Una ilusión que no estaba dispuesto a destruir.
–¿Le gusta la lluvia, señor Kim?
Este hombre que frunció el ceño con la vista fija en el espejo retrovisor, encendiendo el parabrisas cuando las lágrimas que el cielo lloraba impactaron contra el cristal del auto, no hacía más que debilitarme y ponerme a su merced incluso si sólo pestañeaba con esa divina cascada de hilos cafés que cubría sus párpados morenos.
–No tanto. Puedo disfrutar de un día lluvioso pero no es algo que esté en mi lista de cosas favoritas.
–¿Puedo saber qué hay en esa lista?
Él sonrió, tan amplio y cuadrado como lo había visto hacer pocas veces, tan sincero y brillante que juré haber visto un arcoíris, sólo un pequeño resplandor de siete colores mezclado con la lluvia que impactaba contra las ventanas polarizadas y el sol de seguro envidió su capacidad de brindar la luz que él no podía en los días lluviosos, iluminando sus ojos achicados debido al gesto, con miles de estrellas en ellos.
–¿Cómo podría empezar? Amo mucho las actividades fuera de casa. Cualquier cosa que sea al aire libre podría ser de mi agrado.
Era imposible que este hombre siendo impredecible a todo lo que yo imaginaba de él cavara más profundo dentro de mi piel. Era como una enfermedad, la más hermosa enfermedad que yo podría haber padecido.
–¿Como montar a caballo?
–No es algo que haya intentado pero digamos que no rechazaría una invitación, si se da la oportunidad.
¿Cómo se suponía que yo me resignara a que jamás en la vida alguien me iba a sorprender tanto como este hombre que me observaba y era el mundo para mi cuerpo adolescente que apenas podía sobrellevar las emociones que sentía cada vez que escuchaba su nombre?
–Quizás algún día lo invite entonces, señor Kim. Yo amo la equitación.
Ciertamente una mentira, una pequeña y que no dañaba a nadie porque, ¿cómo podría dañar a alguien cuando el señor Kim tenía esa sonrisa radiante y ancha en su rostro?
Lo que comenzó como una pequeña salida circunstancial se convirtió en salidas regulares cada fin de semana a galerías de arte, museos, paseos en bicicleta, conciertos en cualquier teatro de la ciudad y cenas en terrazas con vistas a la ciudad cuando es abrazada por los brazos del sol que se va a dormir.
Difícil sería describir todo lo que esos momentos me hicieron sentir, ¿hay necesidad de explicarlo siquiera?
Kim Taehyung era la luz más brillante en la oscuridad que vivía dentro de mí y me obligaba a actuar de ciertas maneras para satisfacer una fantasía que a día de hoy me causa un poco de gracia, un poco de vergüenza.
Quizás él no lo ve así, yo pensaba, quizás soy el reemplazo de su hijo ausente, un muñeco que llenaba ese hueco que Jungseok dejó luego de cavar muy profundo dentro de su corazón durante años.
¿Me importaba? No mucho, para ser sinceros. Pasar tiempo de calidad con el señor Kim era como un lujo, un pequeño escape de mi vida universitaria, o quién sabe, un sorbo de realidad que me hacía escapar de la fantasía estudiantil del campus universitario.
Un sorbo que me dejaba un tanto insatisfecho, ansioso y sediento de más.
‘’Por favor, sólo llámame Taehyung.’’
Quizás fue este el más peligroso de los tragos. El absente que me hizo delirar, vagar en el laberinto del dueño del Octavus Vitium, tan adictivo y prohibido, tan ilusoriamente alcanzable, tan deliciosamente místico como si Kim Taehyung se hubiera transformado él mismo en el octavo pecado capital.
Y yo quería pecar, tanto, tanto.
¿Acaso no dice esa canción un tanto antigua ‘’do the fuck you want’’?
Pues yo estaba dispuesto a hacerlo.
Joder si lo haría.
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