05
El pasado del señor Kim era borroso.
Una nebulosa flotando sobre la multitud que lo veneraba como un dios que había tomado forma mortal para apoderarse del mercado en Seúl.
Gracias a mi deseo por adentrarme en el laberinto que Kim Taehyung era, surgió el afán por investigar, conocer, descubrirlo todo acerca de este hombre que me volvió loco con sólo un encuentro y varias frases superficiales.
Para mi sorpresa, Kim Jungseok era el primogénito del señor Kim. Su único hijo, su única descendencia, un adolescente problemático que intentaba expiar sus pecados sirviendo whisky y limpiando mesas. El hijo del cual me habló en su primer encuentro, el bartender que me recibió la primera noche que visité el bar, el líder de la pandilla que lideraba mi colegio, un bully que pensaba que el poder significaba estar bañado en billetes y tener un papi todopoderoso al que acudir cuando necesitaras un salvavidas.
Un ser humano patético y falto de atención.
En mi mente no cabía que un hombre tan bien hablado, tan bien comportado y tan exótico como lo era Taehyung compartiera sangre con un matón como Jungseok, era increíble.
Mucho más cuando una tarde en el colegio, cuando ya no quedaba ni la sombra de los estudiantes, comprobé de lo que este chico era capaz.
Era despreciable, el modo en que sus manos apresaban a uno de los chicos de mi curso, hablándole quién sabe qué groserías al oído con sus ojos inyectados en un odio injustificado, sus nudillos blancos por la presión y el pobre desconocido, temblando con lágrimas en los ojos bajo él, rogando, suplicando bajito por un perdón que no necesitaba. Y luego la sonrisa grotesca y triunfadora de Jungseok estirándose al haber llenado su ego con las súplicas de su "víctima", sintiéndose superior mientras se apartaba y escupía a un lado en el pasto del patio trasero.
Una sonrisa que deseé borrar, mientras la mía crecía pequeñita detrás de la escalera, observando en mi móvil el video claro de cómo la violencia estudiantil era ignorada, estallando la burbuja donde habían construido una utopía que clamaba al colegio Hiran como uno de los mejores del país, ¡que formaba a los futuros líderes del país!
Y yo no iba a permitir que Kim Jungseok estuviera entre esos "líderes".
ㅡ¿Qué mierda es esto?
Fue satisfactorio ver como su ceño se fruncía, el mismo gesto que despreciaba en mi madrastra en este hombre me resultaba gratificante de ver, mientras se reproducía el video delatando las atrocidades que la escuela tapaba.
ㅡNo creo que seas ciego.
Incluso si mi voz salió fuerte y segura, por dentro mi cuerpo entero se estremecía. Yo siempre había sido un blanco fácil para las pequeñas burlas y golpes insignificantes, nunca fui alguien sociable así que reunir todo mi valor para enfrentar a Jungseok fue tarea difícil. No por nada tuvo que pasar una semana para poder mostrarle el video.
ㅡ¿Te crees muy listo, pequeña mierda?ㅡmasculló con una sonrisa socarrona.
Por supuesto, el cerebro del hijo del señor Kim no se parecía en nada al suyo, casi quise reírme cuando no pudo encontrar los motivos que lo llevaban a encontrar mi rostro conocido.
ㅡBorra eso ahora si no quieres que te borre la cara.
ㅡHazlo, para cuando termines este video será publicado en Internet, o peor, enviado a tu querido papi.
Una carcajada brotó de mis labios cuando mi teléfono fue estrellado contra el suelo de concreto, el material quebrándose y con él la prueba de que Jungseok no podía seguir conviviendo con nosotros.
ㅡ¿Te estás riendo? Vaya maniático.
ㅡ¿En serio crees que esa era la única copia?
ㅡTú, imbécil-
ㅡGolpéameㅡsonreí, el puño enredado con la camisa de mi uniforme cerrándose con fuerza, arrugando el materialㅡ, y mañana te aseguro que te estarán enviando a un reformatorio militar.
Dicho y hecho.
Kim Jungseok pasó a ser un fantasma en los pasillos, un rumor, una leyenda que se esparcía en el océano estudiantil que vivía intimidado bajo su sombra. La pirámide de esa jerarquía estúpida que habían dictaminado cayó bloque por bloque, desde los perros falderos que se creían superiores por asustar y golpear, hasta el director de la escuela, quien a pesar de no ser despedido, recibió una multa de una gran suma de dinero. Se respiró paz en los pasillos, al menos durante los otros dos años que me tocó estudiar ahí, mientras en las noticias del periódico estudiantil se avisaba que Kim Jungseok, efectivamente, había sido trasladado a una academia militar a las afueras de Seúl luego de golpear al estudiante que expuso sus crímenes.
Una deshonra para el señor Kim, una piedra que ya no le estorbaba, una mancha que ya no ensuciaba su nombre.
Todo parecía estar tranquilo, continué visitando el Octavus Vitium sin que mi padre se enterara, mi rendimiento académico mejoró si acaso era posible y el hechizo que el señor Kim me había lanzado parecía no querer desvanecerse.
Claro que después de la calma se desató una tormenta que marcó un antes y un después, quizás esa advertencia que la vida me enviaba para avisarme de que bajara un poco la velocidad de mis pensamientos, gritando ¡abre los ojos de una vez!
ㅡHoy cenaremos con mi nuevo socio, procura portarte bien.
Las nueve palabras malditas.
"El mundo es un pañuelo", pensé cuando al bajar el último peldaño de las escaleras de caracol de aquella mansión que carecía de la calidez familiar, mi mundo, mi pequeño mundo de fantasías se desmoronaba al mismo tiempo que la sonrisa de Kim Taehyung al reconocerme aún sin la capucha que siempre me acompañaba, desconcierto en sus facciones, sus cejas fruncidas y la incógnita de qué estaba pasando flotando sobre nuestras cabezas.
ㅡEste es mi hijo, Jungkook. Va a primer año en la preparatoria Hiran.
ㅡOh.
Una catapulta estalló en mi interior, el nerviosismo mezclado con el pánico creando un remolino que hizo flaquear a mis rodillas, todo mi cuerpo sudando y el nudo en mi garganta grueso e imposible de tragar. ¿Qué iba a pasar ahora? ¿Me delataría? ¿Fingiría no conocerme?
Era el fin del mundo desde mi visión de adolescente inexperto, esa vida nocturna que me había esforzado por construir quebrándose como una loza antigua y maltratada, dejándome sin palabras y con unas intensas ganas de llorar detrás de los párpados.
Mucho más cuando la boca del señor Kim, esa boca que había comenzado a imaginar de formas obscenas y prohibidas, pronunció otras nueve palabras que significaron la ruptura de la paz de la que tanto me jacté.
ㅡYa nos conocíamos. Realmente el mundo es un pañuelo, ¿eh?
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