capítulo diecisiete.

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—Qué... ¿qué dices?

El rostro de Lily se había tornado tan rojo, que elevó sus manos y con ellas cubrió sus mejillas. —S-sí.— apenas pudo responder a causa de los nervios. 

Abril nunca había tomado la iniciativa de pedirle una cita, siempre era Evans quién lo hacía. Y, esta vez, Abril había sacado valentía y pedirle una salida a hogsmeade.

—Ah... ¿de verdad?— murmuró incrédula. 

—¿Por qué te sorprende?

¿Acaso alguien tan linda podría aceptar una cita mía? Claro, pero que tonta. Ya hemos salido anteriormente. Solo... me sorprende.

Aquellos eran los pensamientos de Monroe. —No.., por nada. ¡Nos vemos en el almuerzo!

Abril salió corriendo en dirección al gran comedor, en donde Yelena McGonagall comía, mientras miraba a la nada. Se sentó a su lado y hablaron de temas variados. 

—No manches...— murmuró —¿qué fue eso?— Lucius Malfoy y Severus Snape pasaron enfrente de ambas chicas. Por un lado, el de hebras negras le hizo una mala cara a Abril, pero por el otro, el platinado le sonrió ligeramente a la morena y, notó cariño en sus ojos. 

—¿Qué? ¿de qué hablas?

—Cómo te miró...

—¿Qué mirada? Alucinas.— fingió no saber.

—Alucinar será. Acaso... ¿el de las cartas es Malfoy?

Yelena cerró los ojos, luego de un suspiró respondió:— Por favor no le digas a nadie.— aquello respondió su pregunta. —Abril, prometelo. Promete que no se lo dirás a nadie. 

La desesperación en la voz de la chica era más que evidente. La de orbes azules asintió sin dudar. —Lo prometo. Además, ¿a quién se lo voy a contar? ¿a mi papá?— rió aligerando el ambiente. 

Una lechuza se posó ante las féminas, dejándole una carta a McGonagall. Casi de inmediato algunos cotillas le miraron. 

—Yo... yo...

—Esta gente... ¿no tienen nada bueno qué hacer? cotillas.— espantó a los mirones de la mesa. —Leela, Yelenita.  

No pasó mucho cuando la mujer terminó de leerla, Abril notó la felicidad en los castaños ojos de su amiga. Fue cuestión de segundos para que James Potter, junto a Remus Lupin llegasen. Provocando una pequeña discusión entre Potter y Yelena. 

—Son como perros y gatos.— rió Abril, devorando de su sándwich. 

—Eses es un mal prejuicio. No todos se llevan mal.— habló Remus, mientras ella frunció los labios. —Y tengo razón.

—Como siempre...— canturrearon Sirius y Peter, que recién habían llegado. 

—Aish. Como me caen de mal.

—Ya. Ya no me molesten a abichu.

—Gracias, Sirius. 

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