13. Sin miedo
Giselle
Correr es todo lo que hemos hecho por varios minutos sin saber exactamente hacia dónde dirigirnos para despistar a los demonios que Zaek intentaba retener con su campo de fuerza.
Jehiel, Ariadne y yo parecíamos locos en fuga corriendo por todo el cementerio. Me pregunto si las personas que se encontraban en mi entierro pudieran ver la escena que estaba pasando a su alrededor, ¿cómo reaccionarían?
Brincamos sobre tumbas, fuimos hacia el gran muro del cementerio y como si fuéramos una especie de ninjas quedamos del otro lado hasta comenzar a correr sin dirección alguna.
—¿A dónde se supone que debemos ir?
—Hay que correr, quizás a las montañas, lo más probable es que los perdamos ahí, luego bajamos y regresamos al cementerio para cruzar el portal —me responde Jehiel y se gira para ver si nos vienen siguiendo.
—Es un plan muy estúpido —escupe Ariadne con fastidio y yo alzo la mirada al cielo intentando relajarme.
Para este punto tengo más que claro que estos dos no se llevan ni un poco.
—Oh disculpa, Ariadna, ¿tienes algún plan mejor? Entonces, adelante, quiero oírlo —ella se queda en silencio—. Sí, eso fue lo que creí —dice y la ojiazul frunce el ceño eligiendo no decir nada, así que retomamos el camino para seguir corriendo.
Las montañas no están muy lejos del cementerio ya que este está a varios kilómetros de la ciudad y en esta parte no vive mucha gente, así que se podría decir que en su mayoría es área verde.
Nos adentramos entre los árboles y comenzamos a subir montaña arriba lo más rápido posible.
—¿Cómo sabremos a qué hora debemos regresar para irnos al portal? —pregunto al recostarme de un árbol.
—Lo sabremos, ya verás —responde Jehiel y en rápidos movimientos comienza a subirse entre las ramas del gran árbol dónde estoy para trepar hasta la cima y sentarse.
Ariadne rueda los ojos y se sienta en el suelo recostando su cabeza en un tronco mientras nos ve de frente.
Yo sigo todavía perpleja por el hecho de no transpirar o sentirme cansada luego de esa carrera. La Giselle del pasado probablemente se hubiera quedado a mitad del camino por falta de condiciones. Practicar gimnasia no me hacía la atleta más versátil.
Jamás me acostumbraré a esto.
—Psst, Giselle —Jehiel me tira lo que parece ser una fruta salvaje perteneciente al árbol y esta me atraviesa hasta quedar a mis pies—. ¡Giselle! —Alzo mi cabeza frunciendo el ceño y lo veo sentado en una rama muy alta, me sonríe de lado—. ¿Cuál fue el sentido que tomaste?
—Pues-
—No —Ariadne me interrumpe y yo la miro—. No le digas, no tiene que saberlo.
—¿Por qué? No tengo problema en decir-
—¿No lo entiendes? El hecho de que nos esté ayudando ahora no cambia el que sea un demonio —me vuelve a interrumpir y Jehiel suelta un bufido lo suficientemente alto como para que ambas subamos la vista hacia él.
—Debes superar esa mierda, Ariadna —le dice Jehiel con aire aburrido y yo me pierdo en la conversación porque sé que ya no están hablando del mismo tema.
—¡Maldita sea! ¡Deja de decirme Ariadna! ¿Acaso tienes retraso y no puedes llamarme por mi nombre? —Ariadne estalla y se pone de pies gritándole a Jehiel mientras este suelta una sonora carcajada y la ve con diversión desde su altura—. Eres un estúpido. ¡Te sabes mi nombre perfectamente bien! ¿Pero quieres que te lo deletree para que tus pocas neuronas no se confundan?
—Me preguntaba cuando ibas a enojarte, cariño, me encanta cuando te pones así.
—Eres un-
—Ariadne, cálmate, solo haces que se divierta más —digo tomándola de los hombros y alejándola del árbol ya que estoy segura de que ella estaba a punto de trepar y despedazar a Jehiel, si es que eso es posible.
—Giselle, no confíes en él —me dice entre dientes y yo asiento solo para que se relaje—. Hablo en serio.
—Está bien —digo y ella se quita de mi agarre para volver a sentarse dónde estaba.
—¡Por un demonio! —grita Jehiel con aire indignado—. Si hubiera querido entregarle a Giselle a Lucifer lo habría hecho hace rato, me hubiera evitado salvarles el trasero aquel día en el castillo y también el llevarlas a mi isla y resguardarlas ahí.
—Perdóname por dudar de un demonio entonces —responde Ariadne sarcásticamente.
Aquí hay algo detrás de todo este odio por parte de Ariadne, no la conozco mucho, pero sé que no es de comportarse a la defensiva todo el tiempo, y así es como se ha puesto desde que Jehiel nos sacó del castillo. Un carácter así no me sorprendería de Zaek, pero ahora ya no sé qué pensar.
—No hay que darle tantas vueltas al asunto, Ariadna está loca —me dice Jehiel como si pudiera leerme la mente y lo miro sin decir nada—. Por algún lado leí que la neurociencia confirma que el amor y el odio están mucho más cerca de lo que te puedes imaginar, así que tomaré todo su rencor como formas de afecto.
—Idiota, ¿acaso leerá algo que no sean revistas llenas de imágenes? —susurra Ariadne cruzándose de brazos y yo me echo a reír.
—¡Escuché eso!
Guardamos silencio y pasan quizás 30 minutos. Lo único que se puede oír son los sonidos que provocan los animales que habitan esta montaña. No hay señales de Zaek, pero eso no me preocupa ya que si él estuviera en peligro Ariadne ya habría dicho algo o su comportamiento no sería tan calmado como lo está justo ahora.
Las copas de los árboles empiezan a moverse al compás de un fuerte viento y así mismo una parvada de aves negras comienza a chillar volando en dirección al norte, Jehiel se tira de la rama y cae al suelo de pies de forma elegante y alerta, mirando todo con sigilo, me pongo de pie e imito su acción buscando algún peligro.
—Creo que es nuestra señal para irnos —dice Jehiel y Ariadne se pone de pie.
—¿Estás seguro? —pregunta ella y el demonio frunce los labios, a leguas se nota que no está seguro y eso me causa una especie de desesperación.
—Rueguen que sea así, porque estamos a punto de averiguarlo —responde y entonces corre montaña abajo y nosotras detrás de él.
Cruzamos la carretera y retomamos el camino por el cementerio, ahora son pocas las personas que se encuentran en mi tumba, tal parece que todo acabó y solo mis seres más cercanos siguen viendo con nostalgia el lugar dónde se encuentra mi cuerpo enterrado.
—¡Sí, no hay nadie en la entrada! —grita Ariadne y yo giro la cabeza para concentrarme y ver que lo que dice es verdad.
Cruzamos las rejas del cementerio para entrar al portal y aparecemos en un lugar repleto de nieve.
—¿Dónde rayos estamos? Creí que iríamos a la isla —digo mientras me giro buscando alguna señal de vida.
—¡Jehiel!—exclama Ariadne—. ¡¿Qué hiciste?!
—Yo no hice nada —sube las manos—. También creí que iríamos a la isla, Zaek debió cambiar el curso del portal.
—¿Por qué Zaek haría eso? ¿Por qué a este lugar? —Estoy confundida y el enojo se hace paso en mí.
—No lo sé... —responde Ariadne y pone sus manos en su cintura mientras mira hacia todos lados.
El frío viento empieza a hacer de las suyas y el cabello se me pega al rostro, desesperadamente comienzo a quitármelo y entonces escucho la risa de Zaek. Me acomodo el cabello y veo como está abrazando a Ariadne por la cintura y me mira con aire burlón.
—¿Dónde rayos estamos? —pregunto de mala gana y él rueda los ojos.
—Estoy bien, Giselle, los demonios no me arrastraron hasta el infierno o me hirieron. Gracias por preguntar y de nada por salvarte el trasero.
—Dudo mucho que hagas esto por mí.
—Cierto, no lo hago por ti —sube los hombros despreocupado.
—¿Qué hacemos aquí, Zaek? —Ariadne lo mira dudosa y entonces su mirada de burla pasa a una fría y cautelosa.
—Descubrieron la isla de Jehiel, ya no podemos regresar.
—¡¿Qué?! Tardé siglos en adecuar esa isla a todas mis exigencias, la van a hacer pedazos esos hijos de puta —el demonio suelta palabrotas al vacío y comienza a patear la nieve como si de pelotas de soccer se trataran. Está furioso.
—Deja el berrinche, ni tan bonita estaba —le dice Ariadne cuando Jehiel se calma y se tira a la nieve boca arriba.
—Lo siento, hermano, adecuaremos este nuevo portal para vivir.
—Este lugar está feo —Jehiel se cruza de brazos y yo niego, parece un niño malcriado.
—¿Es seguro? —pregunta Ariadne separándose de su hermano y él asiente—. Entonces supongo que un poco de frío no hará daño.
Dudo mucho que haya un lugar seguro justo ahora.
—Descubrí nuevas cosas que podrán ayudarnos para que este lío acabe pronto.
—O para empezar una guerra —agrego sarcásticamente.
—Empezar, acabar, no es mucha la diferencia —me dice.
—Bien, no me importaría patear traseros de demonios, porque desde ya lo digo —señalo mi cuerpo y él arquea una ceja—. Nadie va a tocarme para sacarme una mierda.
—Vaya... tal parece que alguien enterró el miedo tres metros bajo tierra —dice Zaek sonriendo de lado y Ariadne me mira con sorpresa.
Jehiel se levanta de donde estaba acostado y me mira de arriba abajo para decir en voz alta y sorprendida—: ¡Wow! ¿Te quitaste el miedo?
—Así es —respondo con seguridad.
—¿Cómo se siente? —cuestiona a Ariadne.
—No lo sé, estoy muy ligera. Es como si ahora todo fuese menos trágico.
—No tener miedo hace que otros sentidos incrementen, como la arrogancia —comenta Zaek—, yo solo digo que pensar antes de actuar debería ser una prioridad en esta situación porque no tener miedo no te hace invencible.
—¿Me hablas de arrogancia?
—¿Qué mierda significa esa pregunta? —replica.
Me echo a reír. Zaek de verdad parece indignado por la sujeción.
—No creo que sea el momento para empezar una discusión —opina Ariadne—. Estamos tratando de huir de algo, ¿lo olvidan?
—No, no. Dejálos, encuentro sus peleas algo entretenidas —Jehiel le hace un gesto para que se calle.
—Bien, no estoy diciendo que la mayoría del tiempo seas un arrogante, pero lo eres y no es mi culpa si nadie es capaz de decírtelo en la cara —le digo a Zaek y él frunce el ceño.
—Wow —susurra Jehiel, encantado por mi honestidad—. De verdad se quitó el miedo. Discute con el hijo de la Muerte como si fuera algo normal. Ya sabía yo que esta chica me agradaba por una razón.
—Santa Muerte —Ariadne me toma del brazo—. Ya basta.
—¿Vas a dejar que se quede con la última palabra? —Jehiel codea a Zaek y él lo empuja.
¿Sería posible que me estaba dejando ganar la discusión porque yo tenía razón y no quería admitirlo? Supongo que nunca lo sabré porque decidió tomar una postura más seria.
—Ojos y oídos atentos, debemos avanzar.
—¿A dónde vamos? —pregunto.
—Nos quedaremos con mi amiga Tess unos días, ella nos ayudará con todo esto —explica Zaek mientras comenzamos a caminar detrás de él.
—Hermano, ¿metiste a Tess en esto? ¡¿Qué rayos?! —Jehiel abre los ojos con sorpresa y Ariadne, quién va a mi lado sin decir nada, solo se limita a amargar el rostro, luce demasiado furiosa, a decir verdad.
—Tocaba hacerlo, es mejor tenerla de nuestro lado que en contra y lo sabes —responde Zaek y yo hago mi mayor esfuerzo para no comentar nada al respecto de esta tal Tess.
Caminamos montaña abajo, porque sí, al parecer estábamos en la cima de una montaña nevada. Mientras más bajamos menos frío se siente y más rocoso y grisáceo se vuelve el lugar, la nieve del suelo ya es poca, pero hay pequeños copos cayendo por todo el lugar.
Lo más curioso es que a pesar de lo tétrico del ambiente, había muchas rosas blancas por los costados del sendero, así como flores silvestres de distintos tamaños y llamativos colores. La nieve sobre ellas le daban un aspecto incluso surrealista. ¿Dónde carajos estamos?
—A este punto no me molestaría regresar a la isla de Jehiel nuevamente —digo al parar en seco y comienzo a recorrer el lugar con la mirada.
—A este punto no estás en posición de pedir una mierda —me responde Zaek sin mirarme, Jehiel suelta una risita por lo bajo y yo frunzo el ceño.
—No gastes tus energías en pelear con Zaek —Ariadne me dice en voz baja y con aire aburrido.
—Bueno, en primera sabes que mis energías no se gastan y en segunda... —Hago una pausa al sentir como una gran sombra nos comienza a cubrir la poca iluminación que tenemos desde dónde estamos a mitad de la montaña rocosa—. ¿Qué es esa cosa? —señalo a la gran bestia de ojos negros y feroces colmillos que viene en nuestra dirección.
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