10. Visitas
Giselle
Un nuevo día se levanta y completé mi asignación número cuatro. Logré lanzarme del edificio luego de toda una mañana dando vueltas en la cima de este hasta que finalmente tuve el valor y lo hice.
Al pisar suelo solo sostuve el balance unos segundos y caí de trasero contra la acera, seguido comencé a reír y los mellizos, quienes se lanzaron segundos después cayendo cada uno a un costado de mí, me aplaudieron por al fin lograrlo.
No fue tan malo después de todo y la adrenalina que sentí mientras caía fue tan asombrosa que me hizo cuestionarme el por qué estando viva jamás se me ocurrió hacer paracaidismo. El miedo en definitiva limita las aventuras.
Zaek quiso seguir con las asignaciones y luego de pelear con él por casi media hora finalmente se rindió ante la idea de que yo iría a nadar con tiburones hoy.
—¿Qué tal la producción el día de hoy?
Es lo primero que escucho al entrar al castillo. El señor Muerte, no sé si en realidad el hombre frente a mi tiene otro nombre, está parado de forma erguida y con los brazos detrás de su espalda mirándonos sin ninguna expresión en particular.
—Giselle completó la cuarta asignación de la lista, padre —le informa su hija de forma seria.
—Hubiera realizado la quinta de no ser una cobarde aun estando muerta —agrega Zaek y su padre asiente en comprensión.
—Cuatro asignaciones en cuatro días no está nada mal —comenta despreocupado, seguido hace un ademán con la cabeza a su hijo en dirección a las escaleras y este asiente con seriedad—. Con su permiso, jovencitas, Zaek y yo tenemos una charla —dice tan glacial que incluso me hace sentir culpable por algo sin razón alguna.
Suben las escaleras hasta que desaparecen de mi vista por los oscuros corredores del tercer piso.
—Algo no anda bien —susurra Ariadne sin dejar de mirar por dónde se fueron su padre y su hermano—. No te ofendas, pero a mi padre le vale un rábano el cómo avanza un Inconcluso en sus asignaciones.
—¿Entonces por qué estaba aquí abajo? Parecía estar esperándonos —digo y ella me mira a la vez que sube los hombros—. ¿Por qué solo quiere hablar con Zaek y no con los dos? —vuelvo a preguntar.
—Si lo supiera no estaría sintiendo este mal presentimiento.
—¿Mal presentimiento?
—Zaek y yo no somos mellizos comunes y corrientes —dice cruzándose de brazos—. Yo sí puedo sentir cuando algo está mal con él, justo ahora siento una presión en el pecho como si estuviera ahogándome y estoy segura de que no soy yo —susurra y mira a las escaleras—. Es él.
—¿Qué puede estar yendo mal? —digo porque de verdad no entiendo.
—Supongo que lo sabré cuando deba saberlo —responde tranquila y empieza a subir las escaleras—. Vamos, tengo un libro que continuar leyendo.
Camino detrás de ella por las escaleras hasta llegar al segundo piso y entramos a su habitación, ella toma otro libro de los que estaban esparcidos en el piso y yo retomo las sagradas escrituras porque a pesar de que ya no vale la pena leerla a esta altura del juego, quiero seguir haciéndolo.
Así pasan las horas hasta que un fuerte viento que entra por la ventana me hace quitar el cabello de mi rostro y al parecer Ariadne también lo ha notado, cerramos los libros a la misma vez y nos ponemos de pie para asomarnos por la ventana. El frío del lugar ha aumentado considerablemente, no me afecta en absoluto, pero puedo sentirlo, rayos eléctricos adornan el grisáceo cielo oscuro del Inframundo y los truenos me sacan de balance, no imaginaba que aquí también se formaran tormentas.
—¿Qué está pasando? —digo elevando la voz ya que ha empezado a llover de manera antinatural, jamás había visto que cayera tanta agua del cielo.
—¿Acaso no puedes olerlo? —responde Ariadne, preocupada.
—¿Oler qué? ¿El alquitrán revuelto del río?
Lo cierto es que la fuerte lluvia ha comenzado a remover el río y el olor es insoportable.
—Claramente no puedes olerlo —se aleja de la ventana para cerrarla—. No podemos salir de aquí.
Ahora si estoy confundida, deben ser más allá de las dos de la mañana según el tiempo que llevamos leyendo, la habitación de Ariadne se sumerge en frío y oscuridad, solo la lámpara junto al sofá cama nos hace tener algo de visión. Ariadne corre hasta cerrar con seguro la puerta y yo sigo sin saber qué está ocurriendo.
—¿Debo asustarme? —pregunto mientras camino hasta el sofá cama para sentarme en una esquina.
—No lo sé —responde y alza su mirada al techo justo en el momento en el que se escucha un rayo eléctrico demasiado fuerte que hace que me cubra los oídos.
—¡¿Qué mierda está pasando, Ariadne?! —grito al seguir oyendo los rayos—. ¡Parece que el maldito cielo del Inframundo se viene abajo!
Ariadne camina hasta mí y pone su dedo índice en mi boca para hacerme callar, rápidamente aparto su mano y la miro confundida.
¿Qué está pasando allá arriba?
Silencio, eso es lo que viene a continuación, no más rayos, no más lluvia torrencial, nada, eso es lo que se escucha ahora y solo hace que mis pocas emociones conservadas después de muerta quieran salir corriendo. Un extraño olor a vainilla llega hasta mis fosas nasales y se siente de cierta forma raro ya que este lugar jamás ha olido a algo que no fuera alquitrán y lodo.
—¿Qué es ese olor a vainilla? —pregunto en un susurro.
—¿Solo hueles la vainilla? —responde Ariadne haciendo una cara de asco y yo asiento—. Que afortunada eres entonces, porque también huele a azufre y putrefacción.
—Ariadne, ¿qué ocurre?
—Tenemos visitas.
—¿Quienes? —el miedo y la confusión hacen presencia en mí para este instante.
Ariadne no dice nada y eso solo aumenta más la incertidumbre que tengo, la puerta de su habitación empieza a ser golpeada repetidas veces como si trataran de derribarla, me pongo de pie y ambas retrocedemos hasta quedar junto a la ventana, un minuto pasa cuando la puerta es abierta de una patada revelando al intruso.
—¡Jehiel! —grita Ariadne al verlo frente a la puerta con una antorcha en la mano—. ¿Qué demonios pasa contigo? ¿Qué haces aquí?
—Cállate, Ariadne, debemos irnos de aquí —dice caminando hasta nosotras y no me pasa desapercibido el hecho de que dijo su nombre de manera correcta y está demasiado serio—. Toma a Giselle contigo y vayámonos que esto se pondrá feo.
—¿Jehiel, qué pasa? —pregunto yo y él niega la cabeza repetidamente.
—Ahora no, Giselle, debemos irnos. ¡Ariadne, hablo en serio! —le grita a la ojiazul y esta toma mi mano rápidamente y corremos hasta el demonio junto a la puerta.
Lo seguimos escaleras abajo y corremos a toda velocidad para salir del castillo, todo está mojado provocando más lodo del que ya había. Jehiel nos guía con la antorcha que tiene en su mano y seguimos corriendo hasta que reconozco la ruta, vamos a la puerta en medio de la nada, al portal.
—Las muertas primero —dice el demonio abriendo la puerta burlonamente y sin pensarlo dos veces Ariadne tira de mí junto a ella y caemos de bruces contra arena de playa, Jehiel cierra la puerta tras de sí y nos mira en el piso—. Levántense de una vez que no es hora de una siesta.
—Tan caballeroso como siempre —responde Ariadne, sarcástica, poniéndose de pie y ayudándome a mí.
—Les he salvado el trasero a ambas así que yo no hablaría mucho, Ariadna.
Observo el panorama a mi alrededor y veo que nos encontramos a la orilla de una playa. El mar hace su cántico mientras choca con las rocas a lo lejos y la luna brilla sobre nosotros tan grande que parece casi irreal. Al costado izquierdo un bosque tropical hace su aparición en mi campo de visión, el lugar está desierto solo es el mar, la arena y el bosque.
—Gracias —responde Ariadne entre dientes—. ¿Qué ha pasado? ¿Qué mierda hizo que los ángeles llegaran al castillo? Sin mencionar a los demonios, claro está.
—Al parecer las respuestas aquí claramente las tiene Giselle —Jehiel me señala y yo lo miro confundida.
—¿De qué hablas? —digo acercándome a él.
—Ya he dicho mucho, debemos ir a la casa hasta que Zaek venga para acá.
—¡No has dicho una mierda! —pateo una piedra lejos, porque sin duda él me desespera igual o peor que Zaek.
—Lo siento, pero yo no te diré nada hasta que mi amigo regrese, fin de la discusión. Síganme —responde serio y avanza hasta el bosque con nosotras detrás de él.
Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top