08. Grano de mostaza
Giselle
—¿Cómo puede ser esto posible? —miro hacia el vacío a la vez que me aferro al barandal.
—Asignación número cuatro —dice Ariadne quitándole la lista a Zaek de la mano y lee—. Tírate del edificio más alto de la ciudad y siente lo que es verdadera adrenalina por primera vez.
—No lo voy a hacer, es una locura.
—¿Debo recordarte que estás muerta y eres solo un espíritu? —dice Zaek—. ¿Qué demonios va a pasarte? —Sé que no es una pregunta, suena más bien como un hecho obvio.
—Cálmate, puede que sea un fantasma o lo que sea, pero sigo teniendo vértigo —respondo abrazándome a mí misma y el viento comienza a acariciarme en la cara.
—Si te soy honesto, tu lista de asignaciones es la más estúpida y fácil que he visto en siglos y aún así parece que quieres hacer todo un drama innecesario. Muévete de una vez, ¡carajo!
—¡Cállate maldita sea! ¿Siempre debes ser así?
—Zaek, estamos para ayudarle no para que la atormentes a cada segundo —Ariadne lo riñe, pero el solo rueda los ojos—. Se lindo ¿quieres?
—No quiero —bufa.
—Son ciento cinco pisos —retomo el hilo de la conversación.
—¡Tenemos tres horas aquí dando vueltas y todavía no te avientas, Giselle! —vuelve a hablar Zaek molesto para este punto.
—Entonces tírate tú y me esperas allá abajo sentado —respondo de mala gana cruzándome de brazos. Ya no tengo ganas de discutir con él.
—Lo haré —sube los hombros—. Me tiraré y me iré al parque a molestar a la gente, cuando termines de hacer tu drama —me señala—. Ya saben dónde encontrarme.
Su hermana asiente y entonces camina hacia el barandal del edificio.
Lo va a hacer, se va a tirar.
Zaek cruza sus pies por el barandal y se da la vuelta para mirarme a los ojos cuando estira sus brazos en el aire y se deja caer de espalda hacia el precipicio, Ariadne y yo corremos para verlo, pero ya va a una larga distancia y luego de unos segundos se acomoda en el aire y cae de pie en el asfalto de forma elegante para seguidamente comenzar a caminar lejos.
—¿Cuál es su problema? —le digo a Ariadne al perder la silueta negra de su hermano al entrar al parque y los árboles no dejan ver más allá.
—Carece de paciencia y esperar lo irrita mucho.
—¿Cómo es que para alguien que ha vivido tanto tiempo la paciencia no es una virtud?
—Para nosotros el tiempo es relativo. Estas tres horas para él pueden sentirse como cien años.
—¿En serio?
—Si, aunque también un minuto puede ser solo un minuto. Ya lo dije: es relativo. A veces depende de su humor.
Volteo a ver hacia abajo nuevamente.
—Sé que nada me pasará, pero no quiero hacerlo.
—Es normal, pero debes entender que solo son temores terrenales. Ya no eres una humana y debes olvidarte de esos miedos.
—¿Cuál era la asignación número cinco? —aprieto mis labios y Ariadne abre la lista para leerla.
—Nadar con tiburones... —hace una pausa y luego me mira—. En el océano —dice. Yo finjo estar sudando y empiezo a tirarme aire con mi mano.
—¿Cómo mierda esto me ayudará a llegar al cielo?
—¿Sabes nadar? —pregunta ignorando lo que he dicho.
—No.
—Bueno, ahí está el motivo de la asignación número cinco.
—Pero ¿por qué con tiburones? —cuestiono haciendo un puchero.
—Gabriel solo se quiere divertir un poco y te puso un temor junto a la asignación, es un desgraciado —rueda los ojos y me sorprende en gran manera el cómo se expresa del arcángel.
—Creí que no podía mojarme con agua.
—No puedes —se aleja del barandal y comienza a caminar hasta el elevador por el que subimos, ella sabe que no voy a tirarme del edificio hoy.
Camino detrás de ella y atravesamos el metal.
—Entonces cómo voy a "nadar con tiburones" —hago comillas con los dedos y ella me mira.
—Iremos al océano, pero dentro de un portal. En el mundo mortal estas limitada a muchas cosas, pero dentro de un portal eres normal, no sé si me explico —ladea la cabeza en mi dirección y yo niego.
—¿Podemos hacerlo mañana?
—Claro, al menos hoy ya realizaste una asignación —dice refiriéndose a lo de Chloë y yo asiento.
El elevador en el que estamos se abre en diferentes pisos, a medida que las personas suben yo me hago a un lado cuando se aproximan en mi dirección. Sé que no pueden verme, pero de igual manera no me gusta que me atraviesen como el aire. Unos minutos después llegamos a la recepción y bajamos para irnos al parque de enfrente en busca de Zaek.
Al ser hoy domingo por la tarde las personas de esta zona de la ciudad pasean a sus mascotas o salen a caminar con sus hijos. Yo avanzo entre la multitud tratando de localizar al chico de ojos azules que me irrita la paciencia, pero no logro dar con él.
Un perro rottweiler negro ladra en dirección a Ariadne, su dueño empieza a regañarlo y a decirle que se calle, pero el perro parece querer matar a la chica junto a mi tirando fuerte de la cadena de su amo.
—Perro loco ¿a quién le ladras? Cálmate, Zeus —dice el señor y veo como Ariadne se empieza a reír y camina hasta el perro.
—¿Puede verte? —digo siguiéndola, sorprendida.
—Claro que puede —responde y se acerca al perro con intención de tocarlo, pero no lo hace—. Y a ti también, pero yo supongo una amenaza más real para él que tú.
—Zeus, ¿qué pasa contigo? —grita el dueño jalando al enorme perro lejos de Ariadne, pero este pone mucha resistencia.
—¿Sabe quién eres?
—Los perros pueden oler las presencias demoníacas, angelicales y de muerte.
—En pocas palabras, Zeus quiere mantenerte lejos de su amo —digo más allá de lo asombrada—. Eso es tan genial, y su amo que solo lo llama loco.
—¿Jamás te contaron que cuando un perro negro empieza a llorar muy fuerte es porque alguien cercano está muriendo? —se voltea a verme y me hace una señal para que nos vayamos—. Adiós, Zeus —dice Ariadne hablándole al perro, este gruñe en respuesta y nos alejamos para seguir buscando a Zaek.
—Sí, creo que lo había oído —digo tratando de recordar aquel mito que me decía mi abuela.
—Pues a veces a muy altas horas de la madrugada los perros pueden sentir a los espíritus malignos en las calles de sus vecindarios y empiezan un alboroto horrible. ¿Alguna vez los escuchaste en el acto? —asiento—. Bueno, ahora sabes por qué.
Alzo mi vista y recorro el lugar con la mirada nuevamente hasta toparme con Zaek molestando a un pequeño perro chihuahua encadenado a una banca del parque donde su dueña está sentada dándole el biberón a un bebé en un cochecito verde.
—Veo a tu hermano —lo señalo y caminamos hasta él.
—¿Te has divertido? —pregunta Ariadne con gesto burlón y su hermano sube la mirada, el pobre perrito empieza a temblar más de lo que ya estaba cuando ve a Ariadne y Zaek juntos.
Aw.
—Hace poco le pasé en frente a una paseadora de perros y se alborotaron tanto, así que comencé a correr. Arrastraron a la pobre por todo el parque hasta que la hicieron tropezar, se cayó de panza y finalmente los perros se escaparon —dice entre risas y su hermana lo acompaña riéndose en el acto.
Tal parece que a pesar de ser la más tranquila de los dos Ariadne disfruta mucho el hacer travesuras con su hermano. Yo por mi parte me acuclillo hasta quedar junto al perrito y lo acaricio en la cabeza. Me sorprendo al sentir el contacto de su pelaje en mi mano y me levanto de una vez.
—Pude tocarlo... —observo mi mano y luego a los mellizos, Ariadne sonríe al verme toda confundida.
—Claro que puedes, eres un espíritu y él un animal, ¿crees que te va a delatar? —dice Zaek como si fuera lo más obvio del mundo.
—Esto es cada vez más raro para mí.
—Sí, ajá, ¿ya te aventaste del edificio?
—No lo hizo, lo intentará mañana —Ariadne responde por mí.
—Ay, miedosa tenía que ser —Se burla y yo ruedo los ojos.
Hace unas horas había visto un destello de belleza en él. Obviamente estaba emocionada por lo de Chloë y Joshua y por eso me olvidé por unos segundos quien era el que estaba frente a mí.
—¡Cállate! —me cruzo de brazos y él niega con la cabeza.
—Supongo que ya podemos regresar al castillo —murmura Ariadne y yo asiento.
—Al fin —dice Zaek con alivio—. Este lugar es tan colorido y estar entre tanta gente me estresa, quiero volver a casa.
—Milagro no te estresa tu propia voz arrogante —murmuro al darme la vuelta y avanzar para ir al portal.
—¡Te escuché! No eres graciosa.
Una sonrisa se me escapó.
❁❁❁
Al llegar al castillo cada uno hizo su propio camino en diferentes direcciones. Estuve un rato mirando el río por la ventana de mi habitación hasta que decidí tener mejor vista y salir para sentarme sobre la piedra enorme que hay en una de las orillas.
El río de alquitrán a simple vista era antinatural y de cierta manera cautivante. Las aguas espesas y negras brillaban al ondear con lentitud y el olor, oh, era terrible y un tanto adictivo, no importaba cuantas veces estuviera cerca, siempre haría énfasis en el olor.
Me quedé sentada lanzando diminutas piedras que había recolectado para verlas hundirse. No sé si hay muchas cosas por hacer dentro del castillo, pero por lo menos había encontrado una para distraerme.
Al cabo de un rato escuché pasos acercarse, haciendo eco sobre las hojas secas del camino, pero no tuve que voltear a ver quien era porque al oír un gruñido supe que se trataba de Zaek.
—Mierda —tosió al estar a mi lado a un costado de la piedra—, había olvidado lo fuerte que era el vapor del alquitrán de cerca.
Lancé otra piedrita
—¿Hace mucho no venías al río?
—Obvio, ¿por qué estaría aquí? Huele espantoso.
Me fue imposible no reír ante el tono ofendido de la respuesta.
—Yo solo digo... —continuó hablando—. Que de tantos lugares que podrías estar husmeando dentro del castillo elegir precisamente el río de alquitrán es un tanto extraño.
Voltee a verlo y él a mí.
—¿Husmear dentro del castillo de la Muerte? Suena trágico.
Zaek negó con una media sonrisa y señaló detrás de él.
—Ven conmigo, quiero mostrarte algo.
Arrojé el resto de las piedritas al río y bajé de un brinco de la piedra para seguirlo. No dije nada al notar lo lejos que nos fuimos del castillo solo porque miraba cada árbol seco a mi alrededor entre más caminábamos. Si, el Inframundo parecía sacado de una historia de Tim Burton, pero de cierta manera no podrías imaginarte este lugar siendo de otra forma.
Frené en seco cuando llegamos al destino y mi boca se abrió ligeramente con sorpresa.
—Bienvenida al Cementerio de los Caídos —Zaek elevó sus brazos en dirección a las cientos de lápidas enterradas sobre un espacio ancho de terreno. Todas iguales, pero con diferentes inscripciones sobre ellas.
—Creí... —Di un par de pasos hacia adelante viendo con más atención la escena—. Creí que este lugar se llamaba el Bosque de los Caídos...
—No. A Ariadne le gusta llamarlo así para no hacerlo sonar tan deprimente, pero es un cementerio: el Cementerio de los Caídos.
—¿Hay cadáveres ahí?
—¿Cómo diablos voy a enterrar almas? —preguntó con cierta ironía—. Es un cementerio simbólico, no hay nada debajo de las lápidas. Aquí yacen los nombres de cada Inconcluso que no pudo completar la lista.
Eché otra mirada a las lápidas y juro que la respiración que no poseo volvió a pausarse.
—Son demasiados —susurré.
—Cada vez que un Inconcluso baja al infierno vengo aquí y hago su nombre parte del cementerio. Lo vengo haciendo desde 1404.
Zaek comenzó a caminar con lentitud entre las lápidas y le seguí solo porque estaba interesada en conocer más.
—Aun recuerdo el primer nombre que planteé: Badulf Earl. Un chico alemán que tenía 16 años al momento de su muerte. Badulf era muchas cosas, pero no una persona de fe. Cuando su lapso de 30 días se cumplió y no había hecho ni la mitad de su lista, me sentí tan culpable. En ese entonces Ariadne y yo solo llevábamos tres años en el puesto y no dejar que ningún Inconcluso ''fallara'' era nuestra misión, nos habíamos determinado a que ninguno pisara el Averno y lo habíamos estado logrando... hasta que Badulf rompió nuestra racha.
»Me enojé muchísimo ese día, no con Badulf. Sino conmigo porque había fallado en la misión, un Inconcluso iría al infierno y no había nada que yo pudiese hacer al respecto. Supongo que mi enfado hizo que Dios me volteara a ver porque al día siguiente vino a visitarme. ¿Te imaginas que tan enojado estaba como para que Dios tuviera que venir a conversar conmigo?
—Puedo imaginarlo, tienes un carácter cuestionable —me burlé y él sonrió de lado.
—¿Quieres saber que me dijo? —se detuvo sobre una lápida y apoyó el codo sobre la misma viéndome con atención.
—Por supuesto.
—''Zaek, quiero que recuerdes tu posición. Eres un guía, pero tu deber no es cumplir la lista de nadie. No voy a despojarte del sentimiento de derrota que estás experimentando ahora, pero si te diré algo que por tu enojo estás olvidando...'' —Zaek metió una mano dentro de su chaqueta y sacó un pequeño frasco transparente. Al abrirlo tomó mi mano y dejó caer una pequeña, casi diminuta semilla sobre mi palma—. ''La fe es como un grano de mostaza y quien no la posea dentro de su corazón no podrá llegar a mí y sobre eso no tienes control.''
Quise ponerme a llorar en ese mismo momento. La semilla era casi invisible en mi mano. Tan diminuta que si la pierdo jamás la podría recuperar. ¿Eso era todo lo que necesitaba para llegar al cielo? ¿Un poquito de fe?
—Me siento muy estúpida.
—Perfecto. Esa era mi misión al enseñarte el cementerio, que te sintieras estúpida.
Golpee su hombro con mi mano libre.
—Gracias —cerré mi puño sobre la semilla de mostaza—, ya sabes, por darme un buen consejo. Lo aprecio demasiado.
—Ojalá no tenga que poner tu nombre en una de estas —Zaek señaló las lápidas—. No me gusta hacerlo, odio este lugar.
—Si, es bastante tenebroso a pesar de que no hay nada bajo la tierra, ¿volvemos al castillo?
—Claro, después de ti —señaló el bosque a la distancia.
En mi vida no había estado segura de muchas cosas, pero mientras cruzaba el bosque estuve segura de que mi nombre no sería parte de ese lugar. Zaek no iba a escribirlo nunca y me aseguraría de ello.
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