04. Prohibido

Giselle

Según Ariadne la primera asignación suele ser una fácil ya que todos la logran completar en un par de minutos, pero al ir avanzando las cosas no suelen ser de la misma manera y por eso muchos inconclusos ni siquiera terminan la lista. Una vez en el castillo Zaek volvió a subir por las escaleras y desaparecer a como dijo su melliza "las celdas de su habitación". Luego, por mi expresión, me dejó muy en claro que no era una prisión, pero que ella lo veía de esa manera porque su hermano no suele salir mucho de ahí.

Ella conversó conmigo un par de horas mientras caminábamos por el castillo y me explicaba todo a su paso, como las pinturas renacentistas que adornaban los pasillos y las esculturas históricas de algunos escritores de la edad media que ella admira. Sentía que el castillo nunca llegaba a un final, caminábamos sin parar y me aterraba la idea de que quizás por mi propia cuenta llegue a perderme en este lugar si quiero aventurarme por los pasillos.

—Tengo una duda —hablo luego de lo que parece una eternidad.

—No, Zaek no tiene novia —responde automáticamente.

Si la sangre recorriera mi sistema estaría sonrojada, en cambio niego moviendo mis manos en el proceso dándole a entender que esa no era la duda.

—No me interesa la vida amorosa de tu hermano, es lo último en lo que pensaba. Quería saber si aquí viven más personas —expongo—. Ariadne, este lugar es demasiado enorme cómo para que solo vivan ustedes tres.

—Bueno, solo somos nosotros —sube los hombros luego de responder y me toma de la mano—. Quiero mostrarte algo.

No me deja protestar ya que prácticamente me hace subir a fuerzas las escaleras cerca del pasillo dónde nos encontrábamos hasta que dimos con lo que me dijo es el punto más alto del castillo y sirve como un mirador.

—Puedes quedarte aquí si quieres, debo ir a mi habitación para terminar un libro —dice acercándose a mí luego de estar unos segundos viendo por el balcón. No sé qué veo, ya es de noche—. ¿Crees poder regresar a tu habitación y no perderte en el camino? o ¿Quieres que me quede a hacerte compañía?

Aunque me aterra la idea de perderme en los enormes pasillos del castillo declino su oferta y le digo que estaré bien. Después de todo, no es como si pudiera pasarme algo más malo de lo que ya me ha ocurrido. Me siento en la incómoda silla que hay cerca solo para poder mirar en lo alto del cielo una luna llena, brillante y redonda.

No sé cuánto tiempo ha pasado, puede que sea más allá de las tres de la mañana. Es tan extraño no sentir cansancio y estar despierta sin poder hacer nada por evitar estar así. Hace horas que había dejado de vivir y aunque costara asimilarlo era mi realidad.

—Se supone que debes estar en tu habitación orándole a Dios o llorando.

—No puedo llorar, imbécil —digo sin voltearme y abracé mis piernas contra mi pecho.

Zaek aparece en mi campo de visión junto a una guitarra acústica color negro y se sienta en el barandal del balcón dándome la espalda.

—Obstruyes mi visión del horrible paisaje que tienes como jardín.

—Entonces dame las gracias —responde en automático y comienza a tocar suaves melodías con la guitarra.

—¿Qué haces aquí? Yo llegué primero, vuelve a tu celda y déjame en paz.

—Esta es mi casa, Giselle —se gira a verme y yo frunzo mis labios—. Así que técnicamente yo llegué primero, puedo estar en cualquier maldito rincón que se me plazca, además tú eres la que está fastidiando.

—Maleït siguis (maldito seas) —susurro, irritada.

Zaek esboza una sonrisa sin mostrar sus dientes y niega.

—No seguiste con tus clases de catalán, pero si lograste aprender groserías. Meu cor (mi corazón), con maldecirme no ganas nada.

Claro, el chico también habla catalán, excelente.

—Dudo mucho que tengas un corazón —respondo y él sube los hombros no dándole importancia a lo que digo.

—¿Sabes? Peleas tanto que me recuerdas a la madre de todas las batallas —no entiendo su referencia y parece captar mi confusión por lo que procede a seguir hablando—. Operación tormenta del desierto —dice, pero sigo sin entender—. Oh, vamos ¿no diste historia? —subo mis hombros con pereza—. Solo te diré que el inicio de la guerra comenzó con una invasión y que el final de la guerra fue el 30 de noviembre, irónicamente es el mismo día que debes abandonar el castillo.

—Si no te agrado solo dilo. Es evidente que no me quieres ayudar a salir de este problema.

—No pongas palabras en mi boca, Giselle.

—¿Entonces?

Ni siquiera me está viendo, solo sigue tocando la guitarra con la vista fija en la luna.

—¿Qué quieres que te diga? Eres una completa extraña y cuando este mes acabe serás un nombre más en la larga lista de Inconclusos que he conocido. ¿Piensas que mereces un trato especial?

—No es lo que estoy pidiendo.

—Pues lo parece —dejó de tocar y cruzó las piernas para bajar del barandal y caminar hacia mi—. Y lamento decepcionarte, porque no soy más de lo que ves. Mi personalidad no cambia cuando una chica linda aparece en el plano. Así no es como funcionan las cosas.

Me pongo de pie y salgo de allí para volver a mi habitación, no quiero seguir cerca de él.

No di muchos pasos lejos porque oí como la guitarra comenzó a liberar sonidos de nuevo. Me quedé en mitad de la escalera, estática al oír que su voz le hacía compañía. Podía ser un idiota y comportarse como tal en ocasiones, pero debía admitir que tenia una voz preciosa. No sabía si la canción era un cover o original, porque nunca la había oído antes, pero me quedé allí oyendo un poquito antes de decidir seguir bajando porque no quería que me atrapara oyéndolo cantar.

Gracias al cielo el camino no fue tan difícil de encontrar. Una vez adentro me acuesto sobre el colchón y me quedo mirando el techo por horas hasta que siento como el ambiente se va aligerando cada minuto hasta que por la ventana puedo ver reflejada la tenue luz del día. Ya sé porqué son tan pálidos: ¡Ni siquiera reciben luz solar! Eso y que son la Muerte, pero también porque todo aquí es opaco y sin vida. ¿Acaso podía ser esa luz un sol? La luna sí la vi, pero del sol no veo rastros.

¡Qué horrible es estar muerta! El próximo mes será como esta noche, dar vueltas sin saber que hacer hasta que se haga la luz nuevamente. ¡Extraño dormir!

—¡Buenos días! —Ariadne aparece en la habitación abriendo la puerta de un golpe—. ¿Cómo te fue en tu primera noche de inmortal?

—Ser adoptada por la Muerte es la experiencia más bizarra de mi completa existencia.

Eso la hizo reír.

—¿Qué tan mal estuvo?

—Veamos, me quedé en el balcón sentada en esa incómoda silla, tuve una confrontación con Zaek, me enojé, volví aquí y me he quedado viendo el techo hasta que llegaste.

—Noche de mucha acción y drama por lo que veo.

—¿Cómo soportan esto? No duermen, no salen, este lugar es muy aburrido y silencioso.

—No soy humana, jamás he dormido y eso que tengo mil novecientos años de existencia, así que imagínate. —mueve su mano en un gesto desdeñoso y sonríe.

—Ya veo porque Zaek es tan amargado. ¿Tienen mil novecientos años?

—Cada cien años sería como un año humano, así que técnicamente para ti, yo tengo...

—Diecinueve.

—Así es —asiente.

—Tantos siglos sin comer, dormir, recibir luz del sol —dije con aburrimiento.

—No soy humana —repite otra vez como si yo fuera bastante estúpida y no entendiera que la chica no es humana.

—Listo ya entendí, pero debes darme algo para entretenerme porque puedo morir nuevamente, pero esta vez del aburrimiento.

—No seas tontita, solo se muere una vez —toca mi nariz y sale de la habitación—. Ven conmigo.

—¡Era sarcasmo! Tu mano está helada.

Cuando ya estaba lejos de mí corrí para seguirla. La alcancé a mitad de las escaleras y llegamos al segundo piso.

—Esta es mi habitación —abre la puerta y casi me voy de trasero.

Literal las cuatro enormes y altas paredes están cubiertas por estanterías con miles, pero miles de libros. Hay una pequeña cama sofá color negra en medio del lugar y junto a ella una lámpara alta, por el piso había más libros y revistas tirados.

—¿Qué pasaría si un terremoto hace que todos tus libros se vengan abajo? —cuestiono mientras me adentro totalmente al lugar.

—Nadaría en libros, porque morir no creo —dice caminando hasta la cama sofá—. Hoy comienzo a leer esto —me extiende un libro.

—¿Romeo y Julieta?

—La he leído una quinientas veces —dice, orgullosa.

—La odio —le regreso el libro y me voy a curiosear que otros ejemplares tiene.

—Bueno, eso explica porque eres amargada y no tuviste novio estando viva —hace una cara graciosa y yo sólo niego, porque su comentario no me afecta, un novio no fue una prioridad para mí.

—Dije que cuando el chico adecuado apareciera podría empezar una relación, pero al parecer iba a tardar mucho así que mejor fallecí —comento con sarcasmo y tomo un libro del suelo para ojearlo.

—¿Leíste Romeo y Julieta?

—Ajá, para mi clase de literatura el año pasado.

—¿Y por qué no te gusta? Es tan...

—Irreal —la interrumpo—. Narra la tragedia de dos pubertos que creen saber del amor solo por sus hormonas alborotadas y al no poder estar juntos se matan de la forma más estúpida.

—Para enamorarse no hay edad.

—¿Has tenido novio? —pregunto porque en serio quiero saberlo.

—No —la seriedad surca su rostro por unos segundos y frunzo el ceño.

—Eso lo explica.

—¿Qué cosa?

—Nada. ¿Puedo llevarme este libro? —digo enseñándole uno a lo que ella asiente sin darle mucha importancia—. Gracias, al menos no moriré de aburrimiento.

—Ya estás muerta —dice y mata mi chiste de inmediato.

—Al igual que mi chiste —chasqueo la lengua y segundos después empieza a reír.

—Fue gracioso —arqueo una ceja y me siento en la cama sofá encendiendo la lámpara—. Iré a cambiarme de ropa, ¿no quieres otra muda?

—¿Tiene sentido para ti cambiarte de ropa? Digo, no transpiramos y no nos ensuciamos.

—Lo sé, pero tengo un armario enorme y miles de zapatos de todo tipo así que si me cambiaré porque de cierta manera me hace sentir limpia. ¿Vienes o no?

Me levanto dejando el libro sobre el sofá.

—Solo porque tengo curiosidad.

Ariadne sonríe y se acerca al estante de la izquierda, saca un libro y este abre una puerta secreta. Me recordó a esas viejas películas de casas embrujadas con puertas y pasadizos ocultos.

Mi sorpresa crece. La chica no mentía cuando dijo que tenía una boutique en su armario, es como del tamaño de una casa promedio con miles de tubos metálicos y en ellos ropa colgadas perfectamente. No hay nada de color, todo es negro: camisas, jeans, suéteres, vestidos, shorts, chaquetas, muchos estilos diferentes. El paraíso de una mujer solo que sin color.

—Diablos, Ariadne, ¿qué problema tienes con los colores?

—Dan asco —dice sacando la lengua—. Además, el negro hace verme delgada.

Al final del armario, si es que se le puede llamar así, hay un estante que cubre toda una pared que tiene millones de zapatos bajos, tacones, botas, zapatillas y sandalias ordenadas por sección todo igual de negro. Ariadne se aparta de mí y va a elegir su atuendo para hoy. Sin duda este armario es una exageración, pero si yo tuviera cada cien años en faces de edad sería entendible.

—Listo —llega a los minutos con otra ropa y conservando las botas que ya tenía—. ¿Te quedarás así vestida?

Lo dudo por unos instantes, pero luego camino a la parte de los vestidos y tomo uno corto estilo veraniego que me ajusta muy bien, me quito las botas y las reemplazo por unos botines negros.

—Vámonos, tienes una lista por cumplir —me señala y salimos del armario, vuelve a sacar el libro y el estante regresa a su lugar—. Toma el libro que querías y espérame abajo con la lista, iré por Zaek.

—Bien —hago lo que me dice y salgo a buscar la lista en mi habitación.

Espero en la puerta principal del castillo mientras leo la asignación número dos.

—Oh, siempre compartiendo tu ropa con las muertas —dice Zaek a su melliza cuando me ve—. Tú y tu bondadosa alma, hermanita, pero espera un segundo... ¡Tú no tienes alma porque eres la hija de la Muerte!

—Ya cállate, Zaek —responde Ariadne parándose junto a mí—. Solo ignóralo, Giselle, él siempre anda muy amargado por las mañanas.

—Deja de encariñarte con ella, sabes que eso está prohibido. —Eso lo dijo sin un solo destello de burla.

—Zaek, ¡basta! Debemos irnos para que Giselle continúe con su lista —su tono de voz es cauteloso y dulce. ¿Cómo puede ser la hermana de ese chico?

¿Y cómo va eso de que no tiene alma y tiene prohibido encariñarse?

—Tú, ¿qué sigue en la lista? —pregunta ahora mirándome a mí.

Desdoblo el papel y leo en voz alta para que ambos escuchen.

—Dos: Lograr que tu padre se acerque a tu hermana Rosie y no cometa los mismos errores que contigo.

—¿Tienes una hermana? —pregunta Ariadne con curiosidad.

—Media hermana —corrijo.

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