03. Consuelo
Giselle
Unos minutos después de cambiarme Ariadne llegó como lo dijo y me dio un breve recorrido por el castillo, seguidamente a las afueras y por último quedamos sentadas una junto a la otra sobre una enorme piedra frente al horrible río de alquitrán. Huele tan asqueroso de cerca que no quiero describirlo, pero no puede hacerme daño así que adapté mi olfato y me acostumbré, a Ariadne no parece molestarle ya que supongo que ha vivido con este olor toda su vida.
Al observarla veo a una chica hermosa. Ella es de baja estatura, delgada, ojos azules, cabello ondulado muy negro como la misma noche y con un rostro de muñeca de porcelana. Cada que realiza diferentes gestos luce igual a su hermano, pero al parecer ella heredó lo simpática y amable mientras que Zaek se quedó con el mal genio y un carácter bastante cuestionable.
—¿Crees poder lograrlo? —Inquiere y yo niego.
—Sinceramente no.
—¿O sea que quieres irte al infierno? Créeme cuando te digo que no es el lugar más agradable de todos, Giselle. Muchos humanos profesan que el averno no existe porque creen que Dios jamás enviaría a sus criaturas a una condena como esa, pero lo que no saben es que la sentencia se la buscan ellos mismos gracias a su libre albedrío y decisiones erróneas. Como existe la oscuridad, existe la luz. Como existe un bien, existe un mal. Como existe un cielo, existe un infierno.
—Es que...
—Giselle, juro que el fuego que arde en ese lugar es más potente que tres soles juntos y eres una de las pocas privilegiadas en este mundo que posee la oportunidad de liberarse de una eternidad allí.
La miro y luego me pierdo observando el río de alquitrán frente a nosotras.
—¿Crees que deba intentarlo? —volteo a verla.
—La verdad es que me cuesta creer que seas una Inconclusa. ¿Tu vida era tan aburrida?
—Creo que lo más emocionante que me pasó fue morir y descubrir que la Muerte tiene hijos mellizos.
La ojiazul comienza a reír y yo vuelvo mi vista al río.
—Claro que debes intentarlo, posees una gran ventaja porque a varios Inconclusos les dejan lista de hasta cuarenta cosas por hacer, a ti solo te dieron quince.
—Pero no quiero volver a casa, será muy difícil. ¿Cómo lograré que Sebastián siga su vida sin mí? No podrá verme o escucharme seré un maldito fantasma.
—¿Jamás deseaste ser invisible? —pregunta con una sonrisa, yo asiento sin darle mucha importancia a ese hecho—. Bueno ahora podrás serlo por todo un mes cumpliendo la lista.
—Lo haré solo si me ayudas, es mi única condición.
—Claro que te ayudaré, es mi trabajo al igual que el de Zaek. Puede que te dé la impresión de que a él no le agrade la idea o se mantenga desinteresado, pero debe hacerlo por obligación porque para eso fuimos creados.
—¿Para qué?
—Para ayudar a que los Inconclusos lleguen a donde deben ir, sea el cielo o el infierno. Nosotros nos encargamos de ustedes y mi padre de las muertes comunes.
—¿No es escalofriante que tu padre esté en todas partes a la misma vez?
—Ja, bueno es el Ángel de la Muerte —responde bastante obvia—. Necesita ser omnipresente.
—¿Puedes hacerlo tú también?
—No, mi labor no requiere que posea esa habilidad, pero él sí. Las muertes humanas son algo de cada microsegundo, hay aproximadamente ciento diez muertes por minuto si quieres una estadística para darte una idea.
—Tu padre me dijo que solo llegan de cuatro a cinco Inconclusos al año.
—Así es, entre cada uno de ellos hay un lapso de tres meses o tres meses y medio, he ahí la razón por la cual no es necesaria la omnipresencia, nos tomamos nuestro tiempo con cada uno sin la necesidad de estar en varios lados a la misma vez.
—Entiendo.
—Zaek y yo tenemos otras habilidades bastante sorprendentes y poderosas —agrega sonriendo—, aunque no miento cuando digo que sería genial ser omnipresente.
—Ariadne, ¿algún Inconcluso logró llegar al cielo?
—Pues sí, pero la mayoría va al infierno por la falta de fe y compromiso. ¿Tú cuando quieres comenzar la lista? Si es posible debería ser ya mismo. Que las pocas asignaciones no te den un sentido de victoria, se ha dado el caso de que una sola asignación puede durar días.
—Morí hace un par de horas... ¿Crees que ya debería?
—Pues tu hermanito debe necesitar consuelo —hace una mueca de pesar y asiento poniéndome de pie para bajar de la piedra.
—Entonces vamos.
Ariadne se pone de pie y bajamos para ir al castillo. Mientras ella busca a Zaek yo busco la lista en la habitación.
Suelto mi cabello de la coleta alta que tenía y lo desordeno haciendo que caiga sobre mis hombros. Salgo de la habitación y espero a que los mellizos bajen.
—Vaya, al parecer alguien quiere comenzar de una vez. Que falta de respeto por la difunta, ni siquiera le das un día de pésame —dice Zaek al ya estar junto a mí.
—Zaek... —susurro—. Igual de cortés que siempre.
—Para servirte —hace una reverencia y su hermana rueda los ojos.
—Ya vámonos, déjate de estupideces, hermano, para que Giselle pueda ir al cielo.
—Al cielo... —repite Zaek algo irónico—. Sí, claro.
—O intentarlo —digo ahora yo y él me da una rápida mirada para asentir y salir del castillo.
Avanzamos por el sendero del bosque el mismo trayecto que había caminado horas atrás descalza y llegamos a la puerta que está ubicada en medio de la nada. Ariadne la abre y entramos quedando en la acera que conecta a mi casa.
Muchos autos estacionados a las afueras de la entrada me sacaron de balance, personas ya conocidas como: vecinos, profesores, compañeros de clases y las chicas de gimnasia entran y salen de la casa con caras tristes.
—Al parecer miss inconclusa era popular —se burla Zaek mirando a las personas. Lo ignoro y comienzo a caminar entre medio de la gente para entrar a la casa.
Es muy triste el ver a personas llorando cuando dudo mucho que alguno conociera algo de mí. Puedo atravesarlas con la mano y no hacen ningún movimiento, no pueden verme ni sentir mi presencia. Comienzo a buscar a mi mamá hasta que la encuentro en el patio trasero junto a mis tías y mi padre, sentada en una silla abrazando un osito de peluche blanco que he tenido desde los tres años. Me acuclillo frente a ella y noto la tristeza en sus facciones, así como sus ojos perdidos mirando al peluche.
Demonios, quisiera poder llorar.
Pero no puedo, ya no soy humana, solo soy una nadie. La nostalgia me invade y caigo de trasero en el césped mirando a mi mamá.
—Yo no merecía morir —susurro.
—Mi bebé no merecía morir —dice mi madre mirando el peluche—. Tenía demasiado por vivir —lágrimas caen por sus mejillas y me siento mal por no poder limpiarlas, me cubro el rostro entre las piernas para calmarme.
—¡Giselle, encontré a Sebastián! —Ariadne me llama desde la puerta del patio trasero y me levanto mirando a mi mamá siendo consolada por mi padre.
Cuando estoy cerca de ella la sigo hasta el segundo piso y entramos a mi habitación, la puerta estaba cerrada, pero eso no importó porque la atravesamos sin problema.
Zaek está con los brazos cruzados leyendo el poster de ''Aquellos que están libres del resentimiento encontrarán la paz'' pegado en la pared frente a él. Que se encontrara husmeando en mi habitación me resulta un poco incómodo, pero mi hermanito hecho un ovillo sobre el colchón, llorando y abrazando una de mis almohadas hace que mi atención se redireccionara a lo importante, así que me acuesto junto a él. Ariadne se sienta en el piso recostándose junto a la pared y su hermano la acompaña mientras ponen atención a cada uno de mis movimientos.
—Sebas...Te quiero tanto —murmuro tratando de acariciar su cabeza, pero es inútil, mi mano solo lo atraviesa como si estuviera hecha de aire—. Sebas, por favor debes ser valiente, no llores —mojo mis labios y miro a Ariadne—. Esto es estúpido, jamás podrá oírme: soy un fantasma.
—La fe es la certeza de lo que se espera, la convicción de lo que no se ve. Sebastián no puede oírte, pero si te esfuerzas puede que él sienta tu esencia. Sigue hablándole, ¿tienes fe? —responde ella y mi hermano se gira sobre su eje mirando el techo, sus ojos están hinchados y todo en él irradia tristeza y dolor.
—¿Y ahora a quién le dispararé con mis juguetes? ¿Quién me acompañará al parque? Eras mi única amiga, Gisy —dice en voz alta y yo me lo quedo viendo, boquiabierta. Lágrimas caen sobre su rostro más y más.
De un segundo a otro recuerdos vivìdos y rápidos de mi madre diciéndome que seré hermana mayor llegan a mi memoria. Luego estoy besando su hinchada panza a punto de explotar, para luego estar sosteniendo a Sebastián entre mis pequeños y delgados brazos de once años. Las imágenes corriendo por la sala cuando ya él podía caminar oyendo los gritos de nuestra madre diciendo que íbamos a romper algo. Veo aquella pistola de agua por la que tuve que ahorrar para regalarle en su quinto cumpleaños y luego se convertiría en lo que más le gustaba usar para jugar. Cantarle por las noches frías acurrucado bajo colchas en su cama de carrito cuando había tormentas y solo estamos él y yo en casa ya que nuestra madre trabajaba.
—¿Estrellita dónde estás? —comienzo a cantar en un débil susurro—. Me pregunto quién serás. Cuando el sol se ha ido ya, cuando nada brilla más, tu nos muestras tu brillar. Brillas, brillas sin parar —siento la mirada de los mellizos sobre mí, pero mi atención sólo está puesta en mi hermano—. En el cielo o en el mar, un diamante de verdad. ¿Estrellita dónde estás? Me pregunto quién serás...
—Te extraño mucho, Gisy.
—Oye —susurro acercándome—, por favor, no estés triste por mí, yo estoy bien. Estaré bien. Necesito al Sebas feliz, ¿si tú estás triste quién consolará a mami? Uno de los dos debe ser la fortaleza.
—Te fuiste hace poquito, pero te extraño mucho, hermana —vuelve a decir en voz alta mirando el techo y yo sonrío de lado—. Te prometo ser fuerte por ti.
—Te quiero, Sebas —susurro poniéndome de pie y viéndolo secarse las lágrimas sonriéndole al techo.
—Debo ir con mami, pero quiero que sepas que te quiero mucho, Gisy, mucho. —Finaliza parándose de la cama, da una ojeada a la habitación y sale cerrando la puerta.
—Quiero llorar, pero no puedo. Es injusto porque muchas veces lloré en esa cama y deseaba no hacerlo —señalo la cama y me siento en el suelo apoyando mi cabeza en el colchón.
Los mellizos se mantienen callados hasta que me pongo de pie y ellos igual, saco la lista y veo como un gancho color rojo aparece junto a la asignación número uno, doblo la lista y la meto en mi bolsillo trasero otra vez.
—¿Quieres que continuemos mañana? —pregunta Zaek de forma seria y yo asiento—. Bueno, regresemos al castillo.
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