02. Inconclusa

Giselle

Cuando aún podía decirse que... estaba viva. ¿Dónde me quedé? Ah sí, estoy muerta.

Mi cabeza cayó fuera del colchón de protección que no protege una mierda y morí, con tan solo dieciocho años. Incluso es la muerte más estúpida que he conocido, la mía debería salir en 1,000 Maneras de Morir.

Luego de cruzar el portal acabamos en un bosque compuesto de árboles secos, parecía sacado de una película de horror. Todo el panorama estaba sin vida, solo veía árboles y mucho espacio de tierra cubierto por hojas secas, ¿lo curioso? no había sonidos extraños. Era como si estuviera en un espacio de silencio absoluto, además de que poseía un extraño olor a alquitrán y no empecemos por el frío viento que soplaba. Me ponía más nerviosa mientras caminaba detrás del chico que no se dignaba a hablarme.

—¿Cuánto falta? ¿A dónde vamos? —pregunto.

—Sigue caminando.

—¿A dónde mierda vamos? ¿Qué es este lugar?

— ¿Podrías solo callarte y caminar?

—Escucha, genio, estoy en ropa de gimnasia con las piernas y brazos descubiertos, además descalza. ¿A dónde vamos?

—Eres muy molesta. ¿Tu cabeza no capta que ya estás muerta? El dolor terrenal no te afecta en nada, solo te quejas como una bebé.

—Eres demasiado insufrible —detengo el paso, pero él no lo hace.

—Gracias, no escucho cumplidos tan seguido.

Ruedo los ojos y prosigo a caminar nuevamente. Él tiene razón, sé que estoy descalza, pero la verdad es que las ramas secas y piedras del camino no me están lastimando. Tampoco siento frío extremo, pero aun así necesito saber qué demonios hago aquí.

Creí que al morir sería ya estando viejita y arrugada como una pasa con mi esposo a mi lado, mis tres hijos y unos hermosos nietos, teniendo una casa enorme como siempre soñé y haber logrado metas y propósitos. Esto es muy injusto.

—¿A dónde diablos vamos? —vuelvo a preguntar deseando tener éxito esta vez.

—Tres minutos, solo te callaste la boca por tres minutos.

—No se supone que tal vez deba estar en un descanso eterno o no sé, ¿en el cielo o infierno?

El hijo de la Muerte se gira y baja la capucha de su cabeza dejándome ver más a detalle su rostro. Tiene unos profundos ojos color azul, antes no había reparado en ello.

—¿Eres cristiana? —pregunta y niego—. Bueno, eso explica tu lenguaje de camionero.

—¿Mi qué? —frunzo el ceño confundida, él sonríe, burlón—. Oye ¿de qué estás hablan...? —Iba a protestar, pero él subió un dedo índice en el aire y cerró los ojos suspirando con fuerza.

—¿No puedes ser una Inconclusa normal que ora y le pide a Dios que la lleve con él? Me tienes un poco irritado, cuando lleguemos al castillo podrás hacerle todas tus preguntas a mi padre, ahora solo cállate y camina. ¿Crees poder hacerlo y no morir en el intento? —dice con diversión lo último y puedo sentir mis ganas de golpearlo aumentar.

Reanuda su camino conmigo detrás de él.

Bueno al menos sacarlo de quicio hizo que me dijera a dónde vamos.

¡¿El castillo de la Muerte?!

Luego de unos instantes en los que me dedicaba a examinar todo a mi alrededor lo vi.

—Oh, santa mierda —susurro sin poder evitarlo.

En mi campo de visión se alza un impresionante castillo, de hecho, la palabra impresionante le queda muy corta a lo que estoy viendo. Abarca millares de terreno y eso me hace cuestionar cuántas personas están dentro del mismo. Posee descomunales torres oscuras y afuera está rodeado de más árboles secos dándole un aspecto más misterioso y triste al lugar. A un costado del castillo se puede observar un río de color negro con aguas espesas y pude captar de inmediato que el olor a alquitrán que posee el Inframundo proviene de allí.

El chico comienza a caminar más rápido tal vez para así ya no tener que lidiar conmigo por lo que casi trotando tengo que seguirlo. Él toca la enorme puerta de metal y unos segundos después se abre con un chillido fuerte. Me tomó de un brazo y como la última vez me empujó dentro del castillo sin soltarme.

—¡Zaek! ¿Cómo te fue?

Así que el insufrible responde al nombre de Zaek. Suena muy peculiar.

—De todos los Inconclusos del mundo siempre me tocan los más molestos —me suelta y me señala—. Esta es la más quejosa, insufrible y parlanchina que he tenido en los últimos seis años. Te juro que no ha parado de hablar desde que entramos al portal.

—Ay, gracias —pongo una mano en mi pecho—, no recibo cumplidos tan seguidos.

—Es toda tuya —dice Zaek a la chica y comienza a subir las escaleras a toda prisa.

—¡Vaya! Has logrado con éxito algo que llevo haciendo desde hace siglos: molestar a mi hermano con eficacia —me extiende la mano derecha con una amable sonrisa—. Soy Ariadne, la hermana melliza de Zaek —me acerco dudosa y le estrecho la mano para luego alejarme un poco.

—¿Por qué puedo tocarte? Se supone que estoy muerta. ¿Dónde estoy? ¿Qué hago aquí?

—Uh, sí que haces preguntas. Estás en el Inframundo y en efecto te encuentras muerta, pero yo soy hija de la Muerte —sonríe de lado—, por esa razón puedo tocarte y estás aquí porque eres una Inconclusa.

—¿Dónde está tu padre?

—En la oficina, esperándote.

—La Muerte me espera en su oficina —susurro, irónica—. Jamás pensé que diría eso.

Ariadne me escanea por unos segundos de forma curiosa y al ver que lo noto dice—: Disculpa, ¿cómo te llamas?

—Giselle.

—Giselle, lamento mucho que hayas muerto, eras demasiado joven, pero debes hablar con mi padre sobre esto, luego tú y yo nos ponemos al tanto, ¿de acuerdo? —asiento de forma rendida y ella lleva una de sus manos a mi espalda para comenzar a guiarme por las escaleras.

Pasamos por un segundo piso y luego nos detenemos en el tercero. Un largo pasillo tenebroso aparece con muchas puertas a cada lado hasta detenernos en el final donde hay una puerta de madera oscura más grande que las anteriores y dos antorchas con fuego a cada lado calientan mis mejillas al estar cerca.

Ariadne toca tres veces la madera y a los segundos recibimos un fuerte y alto—: Adelante.

Ella me regala una sonrisa tranquilizadora antes de abrir la puerta.

Una oficina oscura y algo antigua me recibe junto a un hombre de tez muy pálida, cabello negro carbón y ojos azules, sin duda alguna sus hijos heredaron la buena genética. En edad no parece pasar de los sesenta años, se conserva bastante bien, pero emana energía oscura y bastante pesada. Viste un traje de saco y corbata todo negro, lo que hace que sus ojos resalten aún más y provoque que la piel se me erice con tan solo mirarme de arriba a abajo escaneando mi ropa de gimnasia.

El señor Muerte se encuentra sentado detrás de un escritorio que tiene muchos fólderes y libros sobre este y al parecer se encontraba escribiendo a mano un documento antes de que llegáramos.

—Padre, esta es Giselle, la Inconclusa que acaba de traer Zaek.

—Está bien, puedes retirarte y dile a tu hermano que debe llenar el registro de entrada de Giselle. Por amor al cielo que no se haga el de rogar como la última vez y atrase mi entrega de reportes a Gabriel.

—Claro, yo le digo. —Responde y sale de la oficina cerrando la puerta tras de sí.

—Siéntate, niña —señala una de las sillas frente a su escritorio—. ¿Acaso tienes miedo? ¿Qué sería lo peor que pudiese pasarte? Ya estás muerta.

Cierto.

Tomo asiento en una de las sillas con rapidez.

—Señor Muerte. ¿Qué estoy haciendo aquí?

—Chica sin rodeos, me agrada —abre un folder negro y me mira.

—Eres una Inconclusa. ¿Sabes lo que significa esa palabra?

—Claro que lo sé, no soy estúpida —me contengo de rodar los ojos—. Significa que algo no terminó, quedó a medias.

—Exacto, pues tú moriste siendo una Inconclusa —baja la mirada a las páginas en el folder y comienza a leer en voz alta—: Giselle Lucía Mattwes Sandoval. Hija mayor de madre panameña y padre americano. Vida absoluta e indiscutible monótona de inicio a fin. No conoció el amor verdadero del Padre Celestial o cayó presa del Príncipe de las Tinieblas. Se reitera, era una chica en estado adormecido moviéndose sobre la tierra por inercia. No tuvo novio, no dio su primer beso, murió siendo virgen, no logró seguir en las clases de catalán, no logró graduarse del bachiller, no logró ni una sola meta a pequeña o grande escala, además no-

—Bien, ya entendí —lo interrumpo—. Lo sé, era una perdedora estando viva. ¿Qué tiene que ver eso con esto? —me señalo y luego a él haciendo énfasis en mi presencia en este lugar.

—Tiene que ver que lo único que hiciste en tu vida terrenal fue... Ser una buena amiga para una tal Chloë Abrams y una excelente hermana para Sebastián Mattwes —dice leyendo lo último para luego mirarme—. Los Inconclusos son personas que estando vivas no hicieron nada digno de castigo infernal o recompensa celestial y por eso están estancados. ¿Qué significa? Aún no puedes ir al cielo o infierno hasta que termines una lista que fue mandada por el Arcángel Gabriel.

—Explíqueme mejor, por favor.

El hombre frente a mí me extiende un papel blanco doblado a la mitad que tomo rápidamente.

—Esa es una lista de lo que debes hacer, tienes exactamente un mes para realizar cada cosa que está escrita allí. Hoy es 30 de octubre, con la ayuda de mis hijos volverás al lugar de dónde vienes para hacer lo escrito en la lista hasta el 30 de noviembre, si todo está hecho para esa fecha te aseguro que un coro de ángeles te recibirá en el cielo hasta el día del Juicio Final, pero si no terminas la lista —señala el suelo y frunce el ceño—, derechito al infierno, Giselle Mattwes. Cómo tú solo llegan de cuatro a cinco personas al año, eres la quinta que recibo en este año, el anterior Inconcluso se fue al infierno hace dos semanas.

—¿Odia a Dios?

—Soy el Ángel de la Ley. Yo no odio a nadie, mis mellizos y yo no adoramos ni al infierno ni al cielo, todo el mundo sabe eso.

—Si a cada segundo mueren personas en todas partes del mundo, ¿Cómo está aquí?

—Omnipresencia —responde y cierra el folder—. Ya puedes retirarte, estarás viviendo en mi castillo por todo lo que resta del mes, abajo mi hija te asignará tu habitación y te dará un recorrido por el lugar —asiento torpemente y me levanto de la silla saliendo de la oficina.

Bajo las escaleras a la primera planta del castillo. Ariadne se encuentra a los pies de la escalera con unas prendas de vestir y unas botas en sus manos, todas negras debo mencionar.

—La boutique de Ariadne Muerte localizada en mi closet abrió sus puertas para brindarte algo más decente que vestir —sonríe una vez que llego a ella y tomo su ropa con gusto murmurando unas apenas audibles gracias—. Te llevaré a la habitación dónde te quedarás mientras estés aquí, aunque es algo estúpido porque estás muerta y no puedes dormir, comer o sentir mucho dolor terrenal, pero será tu espacio.

La sigo mientras camina detrás de las escaleras por un pasillo oscuro alumbrado por antorchas con fuego en cada puerta hasta llegar a la última del lado izquierdo la cual abre y me deja entrar primero.

—Te daré privacidad, supongo que la ropa te quedará bien porque tienes mi contextura, vuelvo en un rato para darte un recorrido por el castillo —dicho eso se marcha cerrando la puerta.

El espacio es grande y sin gracia, posee los muebles necesarios para llamarle habitación, pero no se siente como una. Tiene casi nada de iluminación y la ventana solo me da una fea vista del río de alquitrán con sus espesas aguas negras ondeando lentamente. Camino hasta la cama con un colchón vestido en fundas blancas perfectamente acomodadas y me siento en la esquina desdoblando el papel que traía en mis manos para leer:

''Porque por gracia sois salvos por medio de la fe; y esto no de vosotros, pues es don de Dios.'' Efesios 2:8

Debajo hay quince cosas por hacer enumeradas, según el que la escribió, en orden de prioridad, la primera asignación dice:

Uno: Lograr que Sebastián continúe su vida a pesar de tener dolor por tu pérdida.

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