Capítulo 44
Capítulo 44:
Codi.
El aroma a salsa invade la cocina. Un tuco bien ripioso ebulliciona dentro de la olla, de tanto en tanto, mi abuela lo mezcla con una cuchara de madera. Abro la encimera, desato la bolsa del pan y tomo una tarja. Alcanzo un plato, por las dudas. Cuando mi abuela se gira, meto de lleno el trozo de pan dentro de la olla hasta el culo con tuco. Coloco el plato debajo para evitar manchar el piso.
─ ¡Codi! ¡Llenaste la salsa con migajas de pan! –grita mi abuela.
Me le escapo y me encierro en mi cuarto.
A pesar de mi buen apetito, tengo una melancolía eterna.
Hoy se lo diré, le romperé el corazón.
Soy un hipócrita, la quiero, pero me veo obligado a destrozarla. Lo peor de todo es que ella es la única que no lo sabe. Eso va a destrozarla peor que el hecho de mi partida. Ada odia que le oculten cosas, o en su defecto, aborrece que los demás sepan algo que ella no por una cuestión inútil e infantil.
A mis amigos se los dije hace tres días. No reaccionaron muy bien. Peter fue el único maduro que comprendió al toque mis decisiones. Pero los demás... con decirles que Emma y Will no me hablaron hasta ayer por la noche. Aunque al final, todos lograron comprender que mi elección de irme a Madrid solo es para el beneficio de la salud de mi madre, y ella está primero que todo en la lista.
Volviendo al tema. Eh invitado a cenar a mi novia, una desastrosa manera de hundirla. Me siento peor de lo que aparento.
Se escucha el timbre, salgo rajando como tiro para ir a abrir la puerta, pero mi madre se adelanta. Desde el marco de la puerta le observo nervioso a las dos mujeres que se abrazan y se sonríen. Me percato de la enorme bolsa que cuelga del brazo frágil de Ada, la tira de soga se le introduce en el buzo que trae puesto, haciendo qué los pliegues de la tela se marquen con mayor énfasis y den la impresión de que ella es más delgada de lo que realmente es. Su buzo en inmenso, con tranquilidad me podría quedar y eso que yo soy mucho más corpulento que mi princesa, una estampa blanca desvela la leyenda; "soy un asco agradable". Los nervios me invaden, mordisqueo la punta de mi dedo mientras respiro encima.
─Le tengo un regalo para usted, suegrita. –pronuncia Ada. Ambas se sientan en el sillón de la pequeña sala y yo sigo parado e invisible.
─ ¿De verdad?
─Sí. No es demasiado y espero que no se ofenda con lo que le traje. Mis intenciones son las mejores. Usted sabe que soy una porquería regalando cosas, pero bueno.
Mi madre, con una sonrisa en el rostro, toma la bolsa y saca de ella una caja azul marino similar a las cajas de zapatos. Al levantar la tapa, los ojos avellana se le iluminan, deja escapar un suspiro de asombro y permite empañar sus iris con una capa cristalina de agua salada.
─ ¿Le gustó? –pregunta, pero no obtiene respuesta. ─Ay no, metí la pata, ¿verdad? Le ofendí, yo no quería insultarla... ─Mi mamá la interrumpe con un abrazo.
─ ¡Me encanta, Ada! Hoy me has hecho muy feliz.
La mano pálida de mi madre se adentra en la caja y saca una mata de cabello azabache que se une conformando una peluca que calculo le llegará a la altura de los hombros.
Me quedo impactado.
─No puedes decírselo. –Claro que no. –Le regaló una peluca de cabello natural a tu madre... su cabello. –Lo sé. No quiero lastimarla.
Por primera vez en mucho tiempo, el turbante de la cabeza de mi mamá es retirado a la luz pública, demasiado tiempo pasó desde que la vi sin cabello y sin telas que la escondan. Entusiasmada, acaricia con sus dedos el cabello sedoso de la peluca, y como niña pequeña se levanta de golpe encaminándose hacia el baño.
Mi novia desvía su mirada y la clava en mi persona, con su dedo delgadito me indica que me acerque, pero yo me encuentro en shock y no puedo interrumpir mi estado de estatua viviente. Sus ojos negros me sobran, le miro ponerse de pie para luego acercarse a mí. Rodea mi cuerpo con sus brazos y pronuncia;
─ Está todo serio el señor viejito.
─ ¿Eh?
─ ¿Estás bien? Te encuentro más tarado que de costumbre.
─ Sí, todo bien... em... fue un bonito gesto de tu parte haberle regalado eso a mi mamá.
─Viste, eh mejorado mis habilidades como regaladora. Es que me gusta hacer regalos, pero nunca sé que le gusta a la gente.
─ Yo aún tengo el dinosaurio rosa, ese que me diste en nuestra cita. Haces regalos raros, pero chulos.
─No fue una cita, imbécil. Y sí, hago regalos chulos.
─Yo creo que sí. Pero una cita fallida porque no me besaste.
─Qué no. Deja de ser terco y sonso. Estábamos hablando de mi fabuloso regalo, no de esa vez que fuimos a ver una peli bien sangrienta.
─ Ok, va. ¿Qué te gusta que te regalen a ti? –digo, y por fin salgo de mi trance devolviéndole el abrazo.
─Qué se yo. No me regalaron muchas cosas en mi vida, pero me gustó tu libro.
─ Si te regalo otro libro, ¿cómo me agradecerías?
─No empieces con tus especulaciones sexuales, estamos en casa de tu madre y tu abuela está en la cocina. Sin embargo, acepto el libro. Trata de que el prota sea bien cursi como vos, ahora me van los melosos.
─ ¿Soy meloso?
─Sí, re meloso, pero me gustas.
─ ¡Chicos! ¡Vengan a poner la mesa, ya está el tuco! –grita mi abuela desde la cocina.
Medio la ignoro y continúo picando a mi novia. ─Hoy tomaste tu medicación, por eso estás tierna. Ya me parecía.
─Sí, pero no tiene nada que ver con que esté de buenas, pedazo de bruto.
─Yo nunca te vi amorosa sin estar bajo los efectos del clonocepan. –Me encojo de hombros mientras comenzamos a marchar rumbo a la cocina.
Ada bufa molesta y chirlea mi hombro.
Ambos ponemos la mesa, de vez en cuando ella me saca la lengua y yo le devuelvo el gesto infantil desde el otro lado mientras deposito los tenedores en su lugar.
Sin dudas la voy a extrañar.
Mi madre alardea con sus mechas oscuras a lo largo de toda la cena. Las tres mujeres charlan mientras me dedico a comer toneladas de fideos con salsa. Hoy es de esos días en que la ansiedad me lleva a comer como un puto puerco. Dobby se acerca y apoya su pesada pata sobre mi regazo, unto un trozo de pan en mi comida para entregárselo a mi amigo canino.
─ ¡Codi, no le des comida al perro cuando estemos en la mesa! –chilla mi madre.
─Pobrecito, no le digas perro, te va a escuchar.
─ Saca el perro afuera.
─No le gusta estar afuera. Tiene hambre.
─Le va a hacer mal la salsa, Codi, y tiene su casita afuera.
─ ¡Qué no, mamá! –Ahora le hablo al perro. ─El bebé de papá no quiere irse afuera, hace frío. ¿Quién quiere comer fideítos? Tú quieres.
─ ¡Codi!
[...]
─Ada, tengo que contarte algo.
El viento nos acaricia el rostro y las calles sombrías nos abrazan. Mi estómago se convierte en un nudo cada vez más prieto que amenaza con dejarme echar a correr. Un trueno se refleja en el cielo, lo ilumina por un instante y desaparece.
─Ahora qué tienes.
─No sé por dónde empezar. –digo divagando mientras observo las puntas de mis zapatillas desgastadas y sin lavar.
─Diría que, por el comienzo, ¿no?
─Yo... yo... ─gesticulo evitando mirarla.
─Tú... ¿tú qué? ¡No me digas que estás embarazado! Mira que nosotros nos cuidamos.
─Espera ¿qué?
Ada y su humor negro.
Ella revolea los ojos.
Tomo aire, lo suelto y vuelvo a inhalar.
─Me voy a ir a España.
─No es gracioso, Codi.
─Lo sé.
─ ¿No me estás cargando?
─Mi mamá está enferma...
─Lo sé. –me interrumpe.
─En Madrid le ofrecen un mejor tratamiento. Me costó muchísimo conseguir una cita en ese lugar, la lista de espera es de mínimo dos años, y ella logró ingresar.
─ ¿Cuándo te vas? –pregunta mirando al frente, sin fijar la vista en nada particular.
─Eso no importa, podemos hacernos video-llamadas, enviarnos mensajes, solo será poco tiempo, como mucho un año. Te prometo que...
─ Te pregunté; ¿Cuándo te vas? –reitera dejándome a mitad de monólogo.
─ Qué yo me vaya no significa que no estaremos juntos...
─ ¡¿Eres bruto o un simio?! ¡¿Cuándo mierda te vas de aquí?!
─Dentro de dos días.
─Oh, ya veo. –dice. Comienza a caminar sin rumbo por la calle, apartándose de la entrada de mi casa materna.
Obvio que le sigo el paso y grito; ─ ¡Ada! ¡No te marches, así como así, dime algo!
Me ignora y continua su camino, lleva las manos puestas en los bolsillos de su parca negra y su cabeza en alto ignorando el hecho de es casi media noche. Doy unos pasos al frente, estiro mi brazo para tomarle el suyo.
─No te vayas, por favor.
─Suéltame, Codi.
─Ni en pedo te suelto. No puedes irte.
─ ¿Ah, y tú sí? –Sus ojos están inyectados con sangre por la retención de sus lágrimas.
─Es diferente, no tengo opción, no la puedo dejar morir, tengo que intentarlo todo.
─ ¡Basta! ¡Entiende que no te voy a hacer elegir entre tu madre y yo! ¡Por Dios, es una mujer asombrosa y se merece ese tratamiento! ¡Pero yo no puedo estar con alguien que se encuentra al otro lado del mundo! ¡A penas puedo estar contigo estando a cuadras de distancia!
─ ¡Pero quiero estar contigo, Ada, no me rompas el corazón!
─ ¿Tú pensaste en mí? Me curaste el corazón solo para hacerlo trizas. Te estas destrozando a ti mismo en todo caso, yo no estoy haciendo nada.
─Te estás marchando lejos de mí.
─Al igual que tú.
─ ¡Para! ¡Para! –le digo cuando comienza a caminar. ─Lo resolveremos ¿sí? Cómo resolvemos todo.
─Te quiero, pero no puedo con esto... y sí también me quieres, podrás comprenderlo.
─No, Ada. Yo no te quiero. –digo─ Yo te amo, y cada pedazo de mi corazón te pertenece.
Le tomo las mejillas con las palmas de mis manos, acaricio sus pómulos con la yema de mi dedo pulgar, me inclino y la beso. Le mimo los labios con mi boca, nuestro beso es demandante, como si fuera el último que nos daremos y ruego a Dios porque no sea así.
─Déjame llevarte a casa, por favor. –susurro pegado a su boca.
Ella asiente con la cabeza y deja escapar una lágrima traviesa.
El ambiente dentro del auto es algo tenso. Ada no me mira, pero yo le contemplo todo el rato. Trato de posar mi mano en su rodilla, aunque la mezquina alejándola un poco, igualmente me estiro y atrapo su extremidad, rezongona ella me toma por la muñeca y me aparta.
─No me hagas esto, Ada.
─Yo no te hago nada. –responde con frialdad.
─Claro que sí. Comprende que no quiero irme.
─Ya me encuentro fatal, no lo agraves haciéndome sentir culpable de que no nos veamos.
─Lo siento, pero me duele que trates de evitarme.
─No te estoy evitando.
─Oh, claro que sí. Eso haces cuando no te gusta algo, lo ignoras y te marchas, pero a mí no me vas a hacer eso.
Con eso dicho, apago el motor del auto, trabo las puertas y me giro de lado para encararla. ─Ahora me enfrentarás. –le digo─ O no nos iremos de aquí.
─ ¡Codi! ¡Abre la puta puerta! –chilla mi novia forcejeando la manija.
─Primero dime algo, lo que sea, y vuelvo a poner en marcha el auto.
─ ¡¿Qué te ocurre?! ¡Estás demente!
─Puede que sí. Pero decidimos hablar las cosas, ¿no es así?
Ella suelta aire de manera brusca y comienza a hablar. ─Me gustaría que no te fueras. Soy egoísta desde siempre, p-pero tú me haces sentir algo que nadie más puede provocar, y no hablo de bichos en las tripas... t-tú me haces querer vivir, desear un futuro. Y por ti trato de mejorar, para que no tengas una novia demente que se la pasa dopada todo el día... me haces querer dejar de ser tan mierda.
─Ada...
─Déjame terminar. ─dice ─Haces mis días tan lindos que a veces creo que estoy en coma por alguna estupidez que hice, y que tú solo eres producto de mi necesidad por sentirme querida.
─Soy real.
─Lo sé. Eso hace más difícil aceptar que te vas. ─Sonríe triste y contempla la tela de sus jeans.
Decido arrancar el auto para llevarla a casa de su madre.
Holis, mis Engendros bellos. Les hablo para avisarles que ya estamos llegando al "final", sin embargo, realmente no será el fin, pues tengo en mente unos one shorts, ¿qué opinan?
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