Capítulo 41
Capítulo 41:
Ada.
Este invierno será más frío.
La primavera no volverá a ver jamás su sonrisa, las flores marchitarán de tristes al encontrarse con su ausencia. El sol no se verá reflejado en sus ojos trigueños, ni bañará sus mechones dorados que intentaban imitarle los reflejos con naturalidad. Al otoño no le quedará más de otra que desojarse hasta desfallecer conmigo. Cubrir un cuerpo cubierto por hormigas hambrientas es lo mismo que cubrirlo con hojas secas, solo que no podré verle nunca más. Sus pecas se unirán con las constelaciones del cielo y desde allí me observarán sus ojos redondos, llenos de vida, como los recuerdo.
El rosado de su vestido favorito será cubierto por la madera, tierra húmeda por el rocío y una gruesa capa de "te extraño" grabado en oro de fantasía que solo se costea con el recuerdo de una foto desgastada tomada por una cabina de fotos.
Te hablo con mi mente, porque mis cuerdas bocales se agrietaron de tanto gritar que vuelvas. Sé que me escuchas, me niego a creer que nuestra conexión se perdió con tu último latido. Así que debes oírme.
¿Recuerdas esa promesa que me hiciste hace dos años atrás? Ojalá hubiera sido cierta; "Estaremos juntas hasta hacernos viejitas, pero ancianitas en serio, con cabellos blancos, yo tejiendo y tú leyendo". Pero me mentiste, te mataste y no te despediste de mí.
A las diez de la mañana te dieron por muerta, aunque nos enteramos a las once y media.
Tu cuerpo aun descansa sobre una camilla de hospital, una sábana rígida te cubre por completo, y el frío del ambiente es mayor al de tu cuerpo. No me molesta el olor a desinfectante que trae el lugar, es lo menos importante. El hambre se esfumó por completo, en su lugar nos invade una angustia que solo se solucionaría con un doctor vegete saliendo de un consultorio equis diciéndonos en voz alta que estas despierta, que te estabilizaron y que tu alta será en unos días. Pero eso no va a ocurrir porque estás muerta.
Muerta.
Estás muerta.
Pero nos mataste a todos, no solo a ti.
Si tan solo nos hubiéramos dado cuenta de que tu felicidad ocultaba tu tristeza. Si tan solo me hubiese tomado más en serio tus brazos tajeados y tus noches de insomnio. Porque pensándolo así, yo también te maté. Al igual que Will. Él, en igual medida que yo, te mató. Curó tus heridas a escondidas y ahora grita por los pasillos del hospital queriendo ingresar a la morgue.
─ ¡Sofí, te amo! ¡Vuelve, por favor! –se escuchaba retumbar por las paredes blancas.
Pero tranquila, la crisis de nervios de tu novio es estabilizada por una enfermera, un guardia de seguridad y un tranquilizante inyectable.
Todos lloramos en silencio. Lentamente nos deshidratamos por extrañarte, y seguiríamos desperdiciando agua si con eso nos dijeran que solo es una broma.
Mi cuerpo tiembla, Sofí, siento que me muero sin morirme. Es horrible.
Me aferro al brazo de Codi que me rodea con fuerzas, de vez en cuando sus lágrimas se mezclan con las mías, nos miramos y mi corazón se flagela un poquito más. Tenías razón, amiga, siempre la tienes. Gracias por haberme hecho topar con este tonto, que a pesar de todo me limpia las mejillas intentando hacerse el fuerte, pero ambas sabemos que está triste. Su mejor amigo se encuentra sedado, su novia parece un zombi y su amiga se mató. A decir verdad, todos estamos tristes, todos te queríamos, todos aún te queremos.
Tu madre, vieja escoria. Lo siento, amiga, pero ella es enfermera, no comprendo por qué no te asistió cuando te encontró.
Tu madre ha permitido que nos expliquen la causa de tu muerte. A medio hospital le ha parecido buena idea contarnos, puesto que piensan que así nos detendrán, y están en lo correcto. Solo queremos saber que intentaron hacerte vivir. La doctora se para en frente de nosotros, los cinco llorones del pasillo (sacando a Will de lado, porque está en una habitación dormido), su mirada refleja pena y mordiendo la cara interna de su mejilla comienza a narrar tu muerte.
Sí, nos cuenta cómo te mataste. Menuda mierda.
Cierro los ojos con fuerza a medida que las palabras de esa doctora ingresan en mi mente y se hacen uno con mi dolor.
─ Lo siento mucho, chicos. –dice la mujer con bata blanca. –Su amiga lamentablemente se quitó la vida. Llegó inconsciente a las nueve y media al hospital, en compañía de su madre. Hicimos todo lo que pudimos, pero presentaba una cantidad grabe de laceraciones en sus extremidades. Además, ingirió desinfectante y cloro. Es una pena que la hayan encontrado tan tarde. Perdió demasiada sangre y su estómago se disolvía por los químicos que ingirió. Lo siento mucho, niños. Con permiso. Espero que con eso puedan calmarse.
Nos dijo poco y nada y me rompió lo que me quedaba de alma.
¿Por qué lo hiciste Sofí?
[...]
─ Ada, cariño, debes beber algo.
Le ignoro. Ni sé porque vino hasta aquí.
─ Mi amor, tu madre tiene razón. Deberías beber agua y dormir un rato. –dice Codi con voz ronca mientras va sobando mi espalda.
Mi mentón se encuentra apoyado en la dura madera del ataúd, con mis dedos acaricio los cabellos rubios de mi amiga muerta. No se impacten, ya no vale la pena estipular idioteces cuando sé que ella no me mirará nunca más. Su cuerpo será comido por los insectos, la tierra le cubrirá y nunca le veré el rostro, ni sus ojos dulces.
A veces la depresión se disfraza de una sonrisa risueña, unos ojos vidriosos, un carisma tímido, una clase de yoga, un helado de frambuesa, unos cabellos dorados, una película sosa de amor, un pulóver de unicornios, una mirada de esperanza, un sueño de una gran boda, una casa bonita y un novio encantador. A veces se esconde detrás del color rosa pastel, y cuando se va, se lleva consigo todas las sonoras carcajadas de una tarde marzo recién empezado, las cuales jamás nadie escuchará.
─ No quiero. –respondo en seco. Quiero pasar cada segundo que me queda al lado de ella, ¿por qué no lo entienden?
Todos van de negro fúnebre, pero yo me he puesto la remera rosada con la estampa de un conejito que le robé hace un par de meses a mi chica fresa. Huele a Sofía.
─ Por favor, Ada. A todos nos duele, pero debes tranquilizarte.
─ Estoy tranquila.
Codi no me contradice, en su lugar, apoya sus manos en mis hombros y me brinda un pequeño masaje.
La sala de velatorio se encuentra llena. Han venido muchos familiares que no conocía de Sofía. Un puñado de tías amargadas, que no han derramado ni una lágrima por ella, abanican sus rostros grasosos con unos papeles de la funeraria. Ellas cuchichean estupideces sobre mi amiga, qué viejas brujas. Un pequeño niño morocho se aferra al cajón de manera curiosa, alega la pregunta a su madre; "¿Ma, por qué se murió la princesa?". Sí, niño tonto. Se murió la reina de un castillo en construcción, por ingesta de cloro.
El grupete de la fraternidad obvio está presente, desde que nos fuimos al hospital básicamente. Emma llorisquea sentada en una silla de plástico, mientras se aferra a Peter con todas sus fuerzas. Así mismo, Peter se tomó unos días en su trabajo para despedir a Sofía, se le agradece con el corazón. Adrián no ha comido desde que nos enteramos, le afectó más de lo que supuse, y sentado en un rincón corta pedacitos de papel ensuciando todo el suelo. Jake se encarga de cuidar a Will, a quién debieron sedar por segunda vez, pues se descontroló cuando vio a su novia dentro de un cajón. Un par de amigas de mi rubia también se encuentran llorando en una esquina. Hasta Ahítan se tomó un avión para asistir a la despedida de ella.
Mi pastelito era muy querida. ¿Por qué hablo en pasado? Es muy querida, y lo seguirá siendo.
Un murmullo me hace desviar la mirada del rostro empalidecido de Sofía.
─Es el padre de la chica. –se escucha a mis espaldas. ─No creí que viniera después de lo que le hizo. – ¿Viste que el tipo fue ante noche a verla?
Giro mi cabeza.
Ese hijo de puta. ¡Ese maldito hijo de puta vino!
La sangre se me va a la cabeza, me pongo de pie, con el dorso de mi brazo limpio mi nariz y salgo a paso largo. Codi me mira extrañado y no logra darse cuenta a tiempo de mis intenciones.
─ ¡Tú la mataste! –grito acercándome al tipo. El policía que le custodia se pone en medio de ambos para evitar mi ataque.
─ ¿De qué hablas, niña? Vine a ver a mi hija por última vez. –responde hundiendo los ojos.
─ ¡La mataste! ¡Tú la mataste! ¡Mataste a Sofía!
Ahítan y Codi me sujetan por los brazos. Me sacudo con nervios queriéndome liberar.
─ ¡Yo no lo hice! ¡Se mató sola! –se defiende el violín.
─ ¡La mataste hace años! ¡Ella me contó a detalle lo que le hiciste, hijo de puta! –Escupo en dirección del hombre, pero mi baba cae en el brazo del oficial. ─ ¡¿Por qué no le creyeron?! ¡La extraño! ¡La quiero de vuelta! ¡Esta mugre la mató! ¡¿Por qué dejan que la vea?!
Caigo rendida sobre mis talones.
[...]
Cuarenta y ocho horas de su muerte.
El viento corre susurrando su voz. Las copas de los árboles se mecen, y un par de aves sobrevuelan por el cielo. No se podía elegir un día más bonito para su entierro.
El cajón cerrado se posiciona arriba del hueco en el suelo.
Miro pálida el escenario. Ya no puedo llorar, me quedé sin lágrimas.
Cuando el cura termina de decir unas palabras, la madre de mi amiga se abalanza contra el cajón, suelta un alarido doliente e impide que procedan a depositar el ataúd en su orificio.
─ ¡No! –chilla─ ¡Es mi hija! ¡No la entierren, por favor!
Un par de mujeres la sujetan tratando de apartarla.
De pronto, mis pies comienzan a moverse con ímpetu glorioso y acompaño en su dolor a la mujer. Aferro mis manos a una de las correas del cajón oscuro.
─ ¡Por favor, unos minutos más! –grito.
No hacen caso ni omiso, me sujetan por la cintura tratando de apartarme, lo mismo hacen con la madre de Sofía.
Ambas chillamos dolidas.
Los ojos me arden y es posible que se encuentren de un color sangre.
─ ¡No! ¡Sofí! ¡No la entierren! ¡Por favor! –articulo angustiada, mientras pataleo en el aire. ─ ¡La necesito, por favor! ¡Sofía!
La tierra le cubrió y los meses comenzaron a pasar sin notar su ausencia.
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