Capítulo 3
Capítulo 3:
Ada.
"Rin Rin Rin"─ un despertador.
Es Domingo y suena un despertador. La hora, siete y media. Ni mierda, yo sigo durmiendo. Agarro el despertador y lo lanzo lejos, choca contra el suelo, pero sigue sonando. Obligada por el sonido tan espantoso, me levanto a apagarlo. Lo tomo en mis manos y lo apago, pero noto algo inusual, el despertador seguro lo puso Sofía, pero ella no está. Tal vez salió más temprano pero su cama está hecha, mi amiga siempre hace la cama luego del desayuno y eso es dentro de media hora. Me dirijo al baño, al abrir la puerta veo manchas de sangre, son pequeñas, pero es sangre. Las pequeñas manchas se dirigen hacia la ducha. Despacio corro la cortina descolorida. Es Sofí. Ella está sentada en la ducha con una hoja de afeitar en su mano derecha, tiene cortes en todo su brazo izquierdo y algunos trazos en sus piernas, el color rojo de su propia sangre decora todo su cuerpo y la bañera. No tengo idea hace cuánto tiempo está aquí, por lo menos está despierta y llorando. Lentamente me acuclillo, la miro a los ojos sin juzgarla para luego quitarle la hoja afilada de sus manos. No protesta ni mezquina, afloja al primer intento. Me levanto con el elemento cortante y lo tiro en el inodoro, tiro la cadena para asegurarme de que no la vuelva a agarrar, tampoco sé de donde carajo la sacó. Tomo la toalla de mano, la que cuelga de un gancho junto al lavado, me acerco y presiono la toalla en las heridas más profundas. Seguimos sin hablar. Al inspeccionar, y con mi poca experiencia en cortadas, logro divisar heridas no profundas. Luego de un rato dejan de sangrar.
Me levanto y busco un toallon lo suficientemente grande para tapar el cuerpo de Sofí. Vuelvo al baño, dejo el toallon en el lavamanos y me acerco a la ducha. La desvisto con delicadeza, pero ella hace gesto de dolor cuando toco sus heridas. Dejo en el piso el vestido manchado de rojo. Abro con cuidado el grifo de abajo y con agua tibia le quito la escena del crimen de encima. Llorisquea por rato, a lo que le hago callar. No la juzgo, nunca lo haría, solo que me duele tanto como a ella, aún sin saber el motivo. Le tomo por las manos para que pueda ponerse de pie, luego la envuelvo con el toallon. Nos dirigimos a la pieza, la siento en su cama y sin decirle nada, ella comienza a secar su desnudo cuerpo. Le paso unas bragas y una remera que seguro es parte de un pijama. Se viste y me siento junto a ella para lograr comprender que mierda paso.
─ ¿Por qué Sofí?
─No quería...
─Pero─ le digo insistente.
─Willy...─Comienza a llorar despacio.
─ ¿Qué te hizo el infeliz? ─Lo voy a matar.
─Nada.
─ ¿Cómo que nada? ¿Qué hizo? ─Me enojé.
─Quiso que nos acostemos, pero no pude.
─ ¿Qué? ¿Te hizo daño? ─le pregunto.
─No, pero me hizo acordar a, ya sabes...─ se quiebra.
─Sofí, ese mal nacido no puede hacerte daño, y supongo que Willy no tenía esa intención...Sé que pasaste algo muy malo, nadie tiene derecho a hacer lo que te hicieron, pero me dijiste que lo superaste. Y si no es así, te ayudo en lo que pueda. Sabes que te quiero, eres como mi hermana, una de verdad─ me sincero mientras la abrazo.
─Ya sé Ada... Perdón.
─Nada de perdón. Está bien. Sécate esas lágrimas y vamos con Teresa para que te cure. Tranquila que lo vamos a hacer de contrabando, nadie se va a enterar lo que sucedió.
Nos levantamos, ella se terminó de vestir, le recomendé que se pusiera una campera para ocultar las marcas en sus brazos. Lentamente bajamos las escaleras y cambiamos de edificio. Ahora estamos golpeando la puerta de la enfermería, solo espero que Teresa no tenga el día libre. Se abre la puerta.
─Hola, chicas ¿en qué puedo ayudarles? ─Siempre con una sonrisa de oreja a oreja.
─Necesitamos curación con urgencia─ ni siquiera terminé la frase cuando entré dentro de la habitación y coloqué a Sofía en la camilla.
─ ¿Qué sucedió?
─Te voy a pedir un favor. No le cuentes a nadie que estuvimos aquí─ Hago puchero y junto mis palmas para suplicar.
─Está bien─ suspira con sus manos en la cadera.
Sigo sin creer lo que hizo mi amiga. Este es el preciso momento en el que te das cuenta que tan quebrado estas, y ella está quebrada en mil pedazos, ni todo el pegamento del mundo logra pegar sus trozos, ese mal nacido cuando la destrozó se guardó un trozo para evitar que sane, es una herida que siempre sangra a pesar de coserla constantemente y disimular su tamaño... Hace muchos años Sofía sufrió algo imperdonable, un desgraciado desgarro su inocencia y la lastimó de todas las maneras posibles... Su papá la violó.
Un mes luego de conocernos, ella decidió contarme su verdad. En realidad, se auto obligó a contármelo. Ese día también la encontré cortándose los brazos, recuerdo que me asusté mucho, pensé que iba a morir, pero no, solamente necesitaba desahogarse. Traté de curarla o al menos que la sangre cesara, no sé lo que hice para que Sofí se abalanzara sobre mí y empezara a llorar. En medio de todo su llanto me contó que su padre era un alcohólico, su madre siempre trabajaba pues su padre no lo hacía, según ella, tenían dinero suficiente pero su mugroso padre lo tiraba en bebidas alcohólicas y prostitutas. Él bebía hasta perder la conciencia. También se ponía agresivo cuando lo molestaban, golpeaba a su madre y también a ella. Me contó que desde sus ocho años se vio obligada a cuidar de él, pues siempre fueron así los roles. El día de su cumpleaños número once, ella esperaba un gran pastel de cumpleaños y una hermosa pero fingida familia, todos los demás cumpleaños habían sido de ese modo, un gran pastel de chocolate, bonetes coloridos, algunos de sus familiares (pues amigos no tenía) y lo más importante de todo; su padre sobrio y amoroso. Pero no, aquel día fue diferente. Su madre tenía un turno de doce horas seguidas en el hospital, se fue antes de que la pequeña Sofí despertará. Se levantó contenta, llena de vida, al llegar a la cocina solo encontró un solitario cup cake con glaseado de chocolate y chispas de colores, sobre él una pequeña vela rosada con su llama flameante. Se acercó y tomo el pastelillo, arrugó la nariz y pidió un deseo. Si quieren saber cuál fue, pues lo único que quería a sus padres juntos, felices y un pastel de cumpleaños. Pero su padre tenía otros planes para ese momento. Al caer la media tarde, Sofía no dejaba a su soledad, sino que la abrazaba y se acurrucaba junto a ella, lentamente sintió unas grandes y caídas manos, esas mugrosas manos la tomaron por los hombros y jalaron de ella. Sus gritos de desesperación desgarraron cada estrella en penumbra que empezaba a despertar del sueño de día, sin embargo, él no tenía oídos ni conciencia, tampoco poseía humanidad, ni un poco. Jaló de su dorado cabello, ella solo trataba de defenderse inútilmente con sus manos, rascuñó, pero él era más fuerte, siguió tirando del cabello dorado hasta llevarla a una cama con olor a alcohol y cigarrillo. El animal desgarró el vestidito a flores, dejando caer todas las praderas del planeta al abismo. Sus gritos empeoraron, pero no había oídos en ese momento para escuchar, o tal vez se los taparon para no hacerse responsable de la bestia que rondaba a una niña indefensa de tan solo once años. Al parecer la bestia se cansó de los gritos de la pequeña Sofí, con su gran mano tapo su boca, pero ella en modo de defensa lo mordió. En ese momento, el sujeto híbrido y desagradable completo su cruel tarea. La sangre empezó a correr entre medio de las piernas de la inocente criatura, parecía y era una verdadera escena del crimen.
Pasadas las horas, la pequeña se levantó débilmente, caminó a gatas por el pasillo arrastrándose como animal golpeado por su dueño, hasta que llegó a un espejo roto en el suelo. Se auto daba lastima, tenía la cara embarrada en sus propios fluidos, el cabello enredado, su cuerpo desnudo, rasguños decoraban su antigua piel de porcelana, y la sangre... O eso era lo peor, su sangre había dejado un rastro desde el hecho del crimen hasta unirse con su cuerpecito. Miró hacia todos lados, pero no encontró al pervertido. Arrastrándose, volvió a la cama del delito y se durmió profundo. Al despertar, habían pasado tres días y estaba en un hospital sola. Al otro día vio a su madre, pero ella estaba tranquila, como si no hubiese pasado nada en absoluto, ella fue su enfermera y solo le dijo que más tarde un policía iría a verla y que debía de contar toda la verdad, porque su papá ya había contado la suya.
Teresa curó las heridas de mi amiga, aunque también se dio cuenta de los arañazos que yo tenía. Luego de una mini discusión, me desinfectó las heridas, bromeé un pocaso sobre ponerme la antirrábica, uno nunca sabe si la perra con la que pelea tiene rabia. Luego nos fuimos a una heladería que está a dos cuadras del internado.
─No deberíamos hablar de lo que pasó.
─ ¿Por qué no Sofía? ─le pregunto mientras recibo mi cucurucho de helado.
─Porque no hubo razón, mi mente provocó una razón inexistente─ Nos sentamos en un banco fuera de la heladería.
─Está bien.
El helado lo sana casi todo. Mi abuela sabía decir que al crearlo le ponen polvo de hadas obvio que lo creí, pero solo hasta los diez años, que es cuando me di cuenta que las hadas no existen, pero el helado de seguro tiene alguna porquería para hacerte sentir mejor. Posiblemente contenga éxtasis o algo por el estilo, solo es una suposición, heladeros del mundo no me odien, más bien les suplico que me dejen ojear la receta secreta, para saber que corno le ponen. Espero que ayude a que mi amiga se sienta mejor.
Al terminar nuestro aperitivo refrescante, comenzamos a caminar por la plaza hasta llegar a los juegos para niños. A pesar de estar grande me encantan las hamacas, tienen pinta de nostalgia. Mientras nos columpiamos suave en los pequeños columpios Sofía divaga, no dice ni una sola palabra. Le toco el hombro y con mi pulgar trazo círculos. Lo único que susurré fue " Te quiero mi niña fragmentada, a ti y a tus pedacitos".
En respuesta a mi comentario, una lágrima solitaria cae lento por su mejilla y susurra "yo también te quiero, loca desquiciada". Ambas sonreímos pasando por alto que posiblemente estemos locas. Estamos paradas en la fina cuerda llamada locura y se nos tienta a dejarnos caer en el abismo, pero estoy segura que no saltaremos tan fácil.
[...]
─Despierte señorita Cooper.
Abro los ojos y todo el mundo me mira. Los pupitres de escuela no son cómodos para dormir, bueno no están diseñados para cumplir esa función. Sin embargo, los profesores de ésta escuela tampoco están diseñados para enseñar.
Me enderezo, limpio el mar de baba de mi cara, no siento vergüenza, ni un poco. Me acomodo un poco los pelos y le hago una seña a la profesora palo de escoba, indicándole que realice la pregunta que quiera pues estoy dispuesta a contestar. Le digo profesora palo de escoba porque es muy pero muy delgada, tiene como dos metros y su pelo largo y lacio no ayuda a evitar que me mofe de ella.
─ ¿Puede explicar a qué se refiere el autor al decir que su protagonista vomita conejitos? ─pregunta con un libro gigante entre sus brazos.
─Sí puedo─ La desafío echándome en la silla.
─Bueno, adelante señorita Cooper.
─Si hablamos de Cortázar, podemos decir que es una figura retórica o metafórica. Los conejitos no son más que un padecimiento mental que posee el protagonista. Debido a que da a conocer muy pocos síntomas, no sabría decirle con exactitud si se trata de ansiedad, depresión o algún trastorno.
Todos me miran. Los cagué. A la vieja también la mofe.
Luego de esa pregunta no volví a hablar en el resto de las clases... Con el pasar de los días me voy acostumbrando a usar nuevamente el uniforme escolar, sé que me queda como el orto la pollera entablillada estilo escocesa y la camisa con volados grises. Pero si quiero que no me bajen de año es de suma importancia que me ponga esta cagada.
Si preguntan por mi semana, bueno... Fue del asco. El lunes y el martes asistí a clases, sin embargo, llegué tarde, sin uniforme y el lunes se me olvidó llevar la carpeta. Luego de ese comportamiento es claro que acabé en la oficina del director. Me regañó. El miércoles llegue primero que todos y con el puto trajecito de circo. Nadie me dio pelota. Esos tres días almorcé con Sofía; un día fueron fideos con albóndigas, otro sopa y el último no comí. El miércoles justo a la hora del almuerzo, Sofía sufrió un ataque de pánico. Se calmó al cabo de veinte minutos y subimos al cuarto. Le he estado presentando más atención a ella que a los demás. No quiero que vuelva a lastimarse. Ese fue el último día que la vi... Alrededor de las 21 horas su madre la vino a buscar, decidió internarla un par de días en una clínica psiquiátrica, bueno en realidad un centro de ayuda suicida, una estupidez si me preguntan, esa vieja debería hacerse cargo de Sofí como lo merece, no botándola en ese lugar para loquitos. Luego de eso me agarro depresión, pero no se lo dije a nadie. Hoy sábado tengo una fiesta y pienso sacarme la mierda que cargo.
Un par de pantalones negros de tela de jean y sin roturas, zapatillas cualquieras sin lavar, busco una remera, pero no encuentro la que busco. Me fijo por debajo de la cama y encuentro algo, lo saco y es de Sofía, es rosada con la estampa de un conejito pequeño en color gris, la abrazo con fuerzas. Huele a ella. Sin dudar me la pongo. Me queda un poco más larga que a ella, y no me favorece en nada, pero es de ella.
Agarro el móvil y vuelvo a marcar por décima vez en el día.
─ ¿Hola? ─Me atienden por fin.
─Hola, Señora, quería saber cómo se encuentra Sofí─ No llores Ada, no llores
─Ella se encuentra estable, en tratamiento.
─ ¿Cuándo volverá? ¿Puedo verla?
─Mira... en unos días te pasare la dirección. Por el momento no llames seguido hazme el favor.
─Está bien.
Me cortó.
Reprimo mil lágrimas. Tomo de un trago toda mi cerveza y me marcho de nuestro cuarto de escuela.
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