Capítulo 24


Capítulo 24:

Ada.

Odio está cama, el colchón es duro, tal parece que nadie ha dormido aquí en un largo tiempo. Me desperezo con la mente llena de recuerdos y me hace sonreír como niña pequeña. Aun siento la mirada de Codi puesta en mí, como si yo fuese algo digno de admirar. Sus ojos azules mostraban deseo por mi persona, jamás creí que la mirada de un chico me iba a hacer sentir especial.

Una vez cambiada, bajo las escaleras. En la cocina está mi madre junto a... Alex, su marido. A la mierda los recuerdos bonitos, se esfumaron al igual que mi sonrisa. Él unta mermelada en una tostada y le da de comer en la boca a la mujer que me parió.

─ Hola, señorita- dice mi madre con ironía.

─ Ajá, hola- respondo. Abro la canilla del fregadero y lleno un vaso con agua.

─ Hace años que no te veía- Alex abre la boca.

─ Pues no me verás por mucho tiempo- Me siento con ellos en la mesa- Gracias por dejarme estar aquí... en dos meses no volveré a ser tu problema.

─ Podrías quedarte más tiempo. Eres mi hija, quiero acercarme a ti. –ella toma mi mano, pero la retiro.

─ Debo irme.

─ Ada, ¿no vas a desayunar? –pregunta Alex.

─ ¿A ti qué te importa?

─ Ada- dice mi madre con tono de advertencia- ¿A dónde vas? –suaviza un poco el tono.

─ Tengo turno con el psicólogo. Igual no tendría que importarte un culo.

Salgo por la puerta un poco molesta. El consultorio del Dr. Webster me queda lejos por lo que espero en la parada de colectivo, ubicada a siete cuadras de la casa de Barbie Vieja. Con las manos dentro de mis bolsillos, comienzo a caminar a paso constante.

Seguro estáis pensando, ¿Ada, por qué eres cruel con quienes te acogieron en su casa? Para empezar, no comprendo bien el motivo por el cual mi madre muestra interés en mí. Esa señora no quiso hacerse cargo de mi existencia cuando se divorció de mi padre, y tuve que vivir un infierno. En ocasiones la visitaba, aunque nunca se creyó mi cuento de la madrasta malvada, aun así, le tenía cierto afecto. Me daba poca bola cuando era niña, no me dejaba abrazarla ni estar cerca de ella, se excusaba diciendo que necesitaba espacio, que no podía estresarse conmigo, etc. Durante mucho tiempo creí que el problema era yo, pero mientras crecía mi perspectiva cambió. ¿Cómo una niña de nueve años es un estorbo?

Dios, no llego más a la parada. Solo espero que el colectivo urbano no valla lleno, sino me comeré diez minutos parada. Uf, al fin apoyo el culo en la banca de la casilla de metal, el viento sopla muy suave, en verano el clima suele ser insoportable, sin embargo, hoy amaneció fresco, lo suficiente como para llevar pantalones largos y una chamarra fina. ¡Ah! Como les contaba...

La cosa es que en un momento dado comencé a notarla más feliz. El hecho de verla animada y afectuosa me influyó de manera positiva, sabía que alguien la hacía feliz y estaba de acuerdo en que se enamorara otra vez. La cosa fue de quién se enamoró y como lo descubrí. Te cuento rápido. Una mañana de abril, llegué hasta su casa, pero no había nadie, igualmente entré gracias a la copia de la llave que poseía. Me eché en el sillón devorando las páginas de un libro triste, no sé en qué momento que quedé dormida. Unos ruidos me despertaron, lo primero que pensé fue que habían entrado a robar, me asusté mucho, agarré una escoba como objeto de defensa, mi corazón palpitaba en mi garganta cuando subí las escaleras en busca del sonido. Unas risas provenían desde la habitación de mi madre, suspiré aliviada al notar que su voz era una de las que escandalizaban en el cuarto. Dejé la escoba apoyada en la pared, luego escuché una voz conocida.

─ Eres preciosa, Mami.

Era la voz de él. 

Me tapé la boca con una mano, tomé postura a gatas y observé por la pequeña rendija de la puerta entre abierta. En efecto, era él. El chico de cabellos alborotados dos años mayor que yo, que había sido mi vecino desde siempre, con quién tuve tantas aventuras de pequeña, quién venía a podar el césped del patio por cien pesos y yo me limitaba a contemplarlo desde la ventana, el mismo que jalaba de mi cabello aludiendo a que ya era grande para usar dos colitas, ese hermoso chico que se ponía contento cada vez que venía a visitar a mi madre porque podíamos pasar tiempo juntos, ese chico de quién me había enamorado a los trece años estaba teniendo un revolcón con mi madre. Alex se estaba cogiendo a mi madre en mis narices.

Escuché como mi corazón se quebraba en pedazos, tal parece que los trozos azotaron con tanta violencia el suelo que ellos, desde la cama, se dieron cuenta. Recuerdo que me puse de pie, con los ojos empapados salí corriendo con intenciones de irme. Esa fue la gota que rebalsó el vaso. Había soportado la indiferencia de mi madre por cuatro años, y de alguna forma sentí que ambos me habían traicionado. Cuando llegué al patio delantero, grité con fuerza, jalé mi cabello mientras las lágrimas empapaban mis mejillas. Embroncada, tomé una piedra que decoraba una planta y la lancé contra la ventana más cercana. El cristal se hizo añicos al igual que mi corazón, una lluvia de vidrios calló en el pasto, tomé otra piedra e imité nuevamente la acción. Alex salió por la puerta y trató de sujetarme, no sé cómo, pero me libré de estar apresada en sus sucios brazos.

─ Una puta- le dije a mi madre- Eso es lo que eres.

Una trompada aterrizó en mi cara. Ella me miraba con desprecio, tal vez con algo de odio. A diferencia de mi padre, fue la primera vez qué mi madre me golpeaba.

─ ¡No le hables así a tu mamá! –grito Alex.

─ ¡Vete a la mierda, Alex! ¡¿Te parece bonito cogerte a mi madre?! –Alex calló ante mis palabras- ¡Es una jodida fantasía la que tienes! ¡Tener sexo con una señora que podría ser tu mamá! ¡Claro, por eso le decías "Mami"! ¡Ustedes me dan asco!

Escupí al suelo y me marché del lugar.

En el consultorio del psicólogo, tomo una revista del montón acumulado arriba de una mesa ratona. Tal parece que cuando hay revistas para matar el tiempo, siempre son las mismas. El ambiente huele a viejo, algo así como a alfombra percudida a pesar de la limpieza profunda qué siempre posee el consultorio. Me percato de un cuadro colgado frente a mí, este tiene pintado una mujer con piel oscura, curvilínea, con ropa similar a harapos y una vasija de agua sobre sus hombros. Estoy segura de haber visto esa pintura en otro lado. Escucho mi nombre e ingreso a la habitación conjunta.

Camino curvando la espalda con las manos en los bolsillos delanteros de mi pantalón, me abalanzo contra el sillón amplio recubierto con una capa de cuero falso.

─ Hola, Ada- dice el doctor Webster- ¿Qué te ocurre?

─ ¿Por qué supone que algo me pasa? –contesto con la cara contra la tela de cuerina.

─ Porque llegaste quince minutos antes de tu cita, y tú siempre llegas tarde.

─ Hace unos días terminé un libro- comienzo a parlotear desviando el tema- Caí en conciencia de que ser una protagonista mujer es una mierda. Me explico –digo incorporándome- En los libros, cuando una protagonista mujer está loca la llevan al psicólogo, pero cuando un protagonista hombre está loco y traumado, lo cura el amor, no el psicólogo ni el clonocepan.

─ Estas desviando el tema, Ada- dice anotando en su libreta.

─ ¡Si no el puto amor! –continuo sin prestarle atención al doctor- ¿Se imagina si realmente todo se pudiera curar con amor?

─ Ada.

─ ¡Si yo estuviera dentro de un libro y fuera un hombre millonario, no iría al psicólogo y el amor me arreglaría! ¿No lo cree?

─ ¡Ada!

─ ¡Eso bastaría! ¡Nadie me haría daño!

─ ¡Ada! –grita el doctor Webster sosteniéndome por los hombros- ¡Tranquilízate! Podemos hablarlo, para eso estoy.

─ Usted tiene razón- le digo- No quería hablar porque soy una llorona- Un líquido salado resbala por mis mejillas- Me rompieron otra vez.

Y sí, le cuento todo al doctor Webster, sin omitir detalles. Sueno mi nariz de cuando en cuando con los pañuelos que hurté de la cajita de la mesa ratonera, el doctor mando a traer un vaso con agua y entre pausas, bebo un trago. El doctor Webster me sugiere que denuncie a Jimmy, pero ¿para qué? Si nadie va hacer nada, además no llegó a violarme, en la comisaría no me van a dar bola. ¿Se imaginan qué llegue a la comisaría diciendo que un chico menor que yo me manoseo? En este país es un asco la justicia, es mejor olvidarlo.

Antes de salir, el doctor me dio un par de pastillas, según él, para tranquilizar mis nervios. Me pidió que valla directo a casa y trate de descansar, puesto que las pastillas me darían sueño. Mi próxima cita está programada para dentro de diez días. Una vez leí que los psicólogos deciden cada cuanto verte en función de que tan loco te encuentras, yo nunca supere los quince días entre cita y cita, muy bien del coco no estoy. Recorro el mismo camino hasta llegar a casa de mi madre, odio estar aquí, pero no me queda de otra.

Camino rumbo a las escaleras, ¿no podía tener solo una planta esta casa? Los pies me pesan, el cerebro me duele –seguro sea porque no comiste nada y es mediodía- cierra la maldita boca, conciencia del orto- ¿no hueles este delicioso olor? La tripa nos ruge –voy a cabecear la pared si sigues- talvez sea por mariconear tanto- ¡qué te calles! –deberíamos llamar a Codi. En una de esa sus dedos y su lengua nos levantan el ánimo- ¿Se puede cambiar de conciencia? A esta no la aguanto.

─ En un rato está la comida, pero puedes hacerte un sándwich o te lo preparo yo- Lo que faltaba, mi madre rompiendo los huevos que no tengo.

─ ¿Puedes no molestarme?

─ Necesitas comer, estás muy delgada.

─ ¿Ahora te preocupa si me alimento? Qué hipócrita. Me voy.

Ella sigue hablándome, la ignoro y me encierro en el cuarto de invitados.

Tengo todas mis cosas empacadas. Sería más sofisticado tener maletas hechas, pero yo poseo seis cajas y tres bolsas de residuos repletas de mis pertenencias. No quiero desempacar nada, me niego a acomodarme es este sitio. ¡Esta casa nunca será mi hogar!

Rompo la bolsa qué contiene los almohadones, a estos los desparramo por la cama doble de invitados. Recuesto mi inútil ser sobre las mantas amarillas y abrazo lo almohadones. No sé por qué el estar rodeada de almohadones me ayuda, me hace sentir protegida y segura. El doctor tenía razón, los ojos me pesan una banda y poco a poco se me van cerrando.

Odio vivir, pero tampoco quiero morir. Esa es la dicotomía de estar roto.


¡Hola mis pequeños engendros! Cómo bien dije, esta semana estoy de ánimos y tendrán dos capítulos al precio de uno, jeje. Los quiero, besitos con aroma a café.

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