Capítulo 4
Nadie sospechó nada, Severo, mi familia y todos lo demás se tragaron que necesitaba ir cada viernes a visitar al psicólogo en Cádiz; debido a mi depresión fingida por no tener hijos. Mamá se ofreció para acompañarme, pude convencerla alegando que prefería ir sola. Desde 1980 iba el segundo viernes de cada mes; el psicólogo no era otro que Fernando, aquí no miento. Poseía el título universitario.
¡Qué paradoja! Detestaba a mi marido por ser tan rígido, soso e impotente y disfrutaba haberle conocido para encontrar lo que yo creía el amor de mi vida.
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Desde el viernes después de nuestra boda, duermo en otra habitación, como recomendación de mi psicólogo. Severo no se opuso.
Miércoles 9 de noviembre de 1983, mañana de mi veintiocho cumpleaños. Me quedé dormida sin escuchar el despertador.
- ¿Qué pasa? ¿Debo hacerme el desayuno?
Me asustó y enfadó. ¿Es esa forma de empezar un cumpleaños?
-Lo siento, cariño.
-Y deja de llamarme así, sabemos que no me quieres.
-Lo que me pidas, Severo.
Preparé el desayuno para los dos y lo llevé al comedor.
-Perdóname, María José, antes no recordé que es tu cumpleaños. Muchas felicidades.
Me dio un paquetito y un beso en la mejilla. Respondí con sonrisa sincera:
-Gracias, Severo.
-De nada, espero que te guste.
Lo abrí y me ilusioné: una casete de grandes éxitos de Cecilia.
Tras el desayuno, alguien llamó a la puerta, salí a abrir. Vi a un joven con un ramito de violetas. Disimulé mi alegría mientras el joven preguntaba:
- ¿Doña María José Gamero?
-Soy yo, ¿debo pagar algo?
-Nada, esto es para usted. Adiós.
-Adiós y gracias.
Entré con el ramo y Severo me preguntó por él. Yo imaginaba quien me lo había enviado, tenía claro no decir nada.
-No sé quien lo ha enviado, no tiene tarjeta.
Fui feliz ese día, Severo no volvió a reprenderme ni a comentar el detalle del ramo.
Viernes 11 de Noviembre de 1983.
-Pepita, puedes pedir el divorcio. Alegando que no puedes tener hijos con él.
-No puedo, Nando, soy creyente.
-La iglesia es un timo. Jesús predicó pobreza y los curas son ricos.
-Es por mi conciencia. Lo juré a Dios.
-Sé lo que juraste porque estuve presente. Has pecado conmigo, ¿no va siendo hora de que abras los ojos?
El diálogo se convirtió en dos monólogos. Éramos incapaces de convencernos, sin embargo, él me hizo meditar.
Me dio su regalo, mi cumpleaños fue dos días antes, un anillo.
-Felicidades. Póntelo cuando te decidas, ya lo he dicho todo y esperaré tu respuesta.
-Te amo, gracias, Nando.
-Te acompaño a la estación.
-Prefiero ir sola, si no te importa.
-Me importa, pero te lo permito.
Nos despedimos con el acostumbrado hasta siempre.
El viernes 18 llegó una carta a mi nombre, sin remitente y sin matasellos. Yo estaba sola y la leí.
Querida Pepita:
Sin ti no puedo dormir
Eres mi agua bendita
Para lavar mi gemir.
Perdona que no me presente
Me conformo con saber,
Aunque yo esté ausente,
Que feliz puedes ser.
Estaba escrita a máquina. Me sorprendió porque él opinaba que los poemas son una cursilería. ¡Cuánto debía amarme para expresar lo que más me gusta!
Recibí una carta cada viernes, alternaba los poemas con prosa poética, ambas románticas.
Llegó el 9 de diciembre. Fui a Cádiz con ilusión y la intención de formalizar nuestra unión definitiva. Fui con las cartas y el anillo guardado.
-Nando, gracias por el ramito y las cartas.
- ¿De qué me hablas?
-No bromees. Míralas. -Lo hizo y contestó:
-Yo no escribí esto, sabes lo que pienso.
- ¿En serio? ¿Entonces, quién?
-Eso deberías saberlo tú, pero tranquila, te quiero tanto que no me importa que tengas un admirador secreto.
No volvimos a hablar del tema ese día, gozamos como nunca de nuestro amor. Decidí no contarle mi intención porque él no es mi admirador secreto.
En mi camino de vuelta, medité:
«En la canción el admirador secreto es el marido. No puede ser Severo, porque no nos sobra el dinero. Además, él sólo ha tenido detalles en nuestros aniversarios y mi cumpleaños. Tal vez algún vecino que no quiera darse a conocer, debe ser esto, porque aquí nos conocemos todos y no quiere montar un escándalo. Lo mejor será dejar las cosas como están. ¿Y si Severo encuentra las cartas? Jamás, las guardaré en mi cuarto y lo cerraré cuando yo no esté.»
Poco a poco, mi esposo iba mejorando su trato, aunque seguía sin demostrar su cariño. Se suponía que él era el único enamorado de nosotros. La diferencia radicaba en que no volvía a regañarme.
1984 transcurría sin novedades. Yo era feliz por tener tres admiradores, incluso Severo, por lo explicado en el párrafo anterior. Nando no insistía en el tema, no me puse su anillo en ningún momento.
Sabía que debía dar el paso al divorcio, pero lo iba postergando por no herir a mi marido, más ahora por tratarme mejor que nunca.
El día de mi cumpleaños caía en viernes, me costó decidir entre permanecer en casa con mi familia como invitados o ir a la "consulta del psicólogo".
Severo decidió por mí antes de ese día.
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