Adiós, Paul.

Es triste ver como la vida se nos va demasiado rápido, sentir que la juventud se escapa de entre nuestras manos, se desliza lentamente desde nuestros párpados hasta las puntas de los pies. Es un espectáculo hermoso, un llamado a la decadencia y a la sublime existencia del ser...

Mi alma se está apagando y no puedo hacer nada para reavivarla... mi cuerpo ha dejado de funcionar y mi mente vaga a lugares oscuros, insondables y aterradores.

Nunca me imaginé que pasar tanto tiempo conmigo misma me haría enloquecer de esta manera. Mis pensamientos vuelven a herirme en bucle cada vez que cierro los ojos.

Por eso mantengo los ojos muy abiertos, trato de enfocarme en todo lo externo.  Con tanto tiempo libre por fin soy capaz de mirar con detenimiento hasta los más mínimos detalles.

Descubrí que no me gusta el  polvo que se acumula en la superficie de los muebles, me encantaría poder limpiarlo con el plumero.

Noté que el tic-tac del viejo reloj que me regaló la abuela me tranquiliza. Y me ayudó a contar los minutos que tarda la enfermera en venir a revisarme: exactamente 50.

Más allá de eso, solo puedo perderme en el techo y en el cuadro de imitación de la noche estrellada.

Pronto, lo externo se vuelve invisible y la duda recurrente resuena en las paredes, la escena se materializa y empiezo a vivirla de nuevo: estás aquí pero mano  permanece distante, la ausencia de tu roce me duele en el alma, el aroma de tu perfume llena la habitación, evitas mirarme y no has pronunciado palabra. Pero aún tengo esperanzas, porque pones nuestra canción en los altavoces y te quedas aquí hasta que se termina. Te escucho levantarte del sofá, caminas hasta la puerta, no giras la perilla. 

— ¿Por qué no me lo dijiste antes, Ann? — te escucho decir.

«Por cobarde» respondo en vano. Los músculos de mi boca dejaron de funcionar. Tú lo sabes.

— ¿Por qué no confiaste en mi? — preguntas con una voz tan rota que hace que mi corazón se parta en pedazos.

«Si yo pudiera contarte mis razones, Paul. Si me quedara un hilo de voz....  ojalá sujetaras mi mano, ojalá... ojalá... ojalá». Solo eso me queda.

Ay, Paul.

Fui una tonta por ocultar la verdad. Debiste hacerme caso  y huir antes de que te partiera el corazón...  un segundo habría hecho la diferencia, pudiste alejartede mi y de mi alma tan rota y sensible.

Pero no. Te quedaste, es más luchaste por ello. Y yo me resistía cada vez más a decir en voz alta lo obvio: te amo. Mi amor por ti es abrumador, inefable, incomprensible. Pero es... existe y no importan los adjetivos con que se describa. Me habría gustado ser valiente y decirle al mundo que te amo; o mejor aún, decírtelo a ti. Daría mi último respiro con tal de pronunciar esas dos palabras que nunca fui capaz de decir. Con tal de irme en paz conmigo misma. Con tal de ver tu sonrisa torcida haciéndote lucir tan atractivo y suspicaz.

Aún en este lecho, con la posibilidad de verte y de escuchar tu voz, no puedo dejar de pensar en retrospectiva, en busca de los momentos felices que compartimos juntos.

Sé que fui cruel y que a veces llegué a lastimarte.

Yo alcanzo a mirar tu rostro sin enfocarte a la perfección. Observo tus labios rosados (rayando a rojos). Vendería mi alma por volver a besarte.

Aún recuerdo la textura exquisita de tus labios.  Mi boca recuerda a la perfección tus laberintos. Mi mano quiere despeinar tu cabello mientras tú recorres lentamente las colinas de mi pecho, y se me antoja tanto probar tus besos y tu cuerpo que estoy a punto de pedírtelo, pero no puedo. Aunque grito, mi voz no se oye.

Es ahora que me doy cuenta: malgasté mi tiempo, debí haberlo intentado todo contigo. Apostarlo mi corazón a este amor tan imposible y tan sincero.

— No quiero que esto se acabe — susurraste a mi oído aquella noche de primavera, aquella en la que exploraste mi cuerpo desnudo y llegaste a los confines de mi alma.

Me entregué a ti aquella noche. No solo sucumbí a mis instintos carnales, sino que te mostré mi alma a través de las ventanas de mi rostro. Pero en ese entonces no lo sabía. Enamorarme de ti no estaba en mis planes. Por eso cerré las puertas de mi corazón para que no entraras, tú insististe, avanzaste a grandes zancadas con rumbo a la infranqueable fortaleza que protegía mi corazón, y con una vehemencia insospechable e inconcebible comenzaste a recitar mi poema preferido de Benedetti.

«Sin embargo todavía
Dudo de esta buena suerte
Porque el cielo de tenerte
Me parece fantasía

Pero venís y es seguro
Y venís con tu mirada
Y por eso tu llegada
Hace mágico el futuro

Y aunque no siempre he entendido
Mis culpas y mis fracasos
En cambio sé que en tus brazos
El mundo tiene sentido

Y si beso la osadía
Y el misterio de tus labios
No habrá dudas ni resabios
Te querré más
Todavía»

¿Cómo puede resistirse a eso una chica como yo?... ya no pude apagar el incendio, el bosque de nuestro amor ardió a rojo vivo.

Cuando descubrí que moriría en un par de meses, la relación entre nosotros había cambiado exponencialmente: tú te habías instalado en mi corazón y yo ya empezaba a empacar mis maletas para mudarme al tuyo. Empecé a amarte en secreto, era feliz contigo y por ti; renunciar a ti tan prematuramente causó un dolor en mi pecho, justo en la zona del corazón, siguió su rumbo hasta endormecer parte de mi brazo izquierdo.

Escuché el suave tintineo de una campana celestial y me imaginé caminando entre el espesor de las nubes. Y de golpe pude discernir que mis pulmones se quedaban sin aire.

Duele. Duele muchísimo.

De pronto toda la atmósfera se quedó sin oxígeno, ¿verdad?

No... Solo era yo quien se quedaba sin la capacidad de inhalar oxígeno. Esto solo... solo... ¡no quiero morir!

Aquel día me encomendé al Señor. «Dios: si existes, ¡no me quiero morir, aún no!»  ¿tenía los ojos abiertos o no? no sentí caer el peso de mis párpados, yo no cerré los ojos—, el aire se me antojaba oscuro, mi alma se tornaba negra como mis esperanzas.

Pensé que estaba muerta.

Muerta.

«Ya se murió». Imaginé diciendo a algún estúpido.

Se murió.

Como si yo hubiera decidido morirme.

¿Por qué ya no respira? Porque se murió.

¿Se murió?

Vaya bazofia de lenguaje.

«Ha fallecido»

Da igual: si no puedo respirar y mi corazón ya no late: estoy muerta.

Además de la inconformidad, sentí mucha angustia. Solo podía escuchar un zumbido. Tenía los ojos abiertos pero todo estaba borroso, parpadeé algunas veces hasta que todo se tornó oscuro y silencioso. No había zumbido ni luz. Me sentí en paz... y por un momento me permití creer que ese sería mi final.

Pasé tanto tiempo viendo la oscuridad, escuchándola, oliéndola, tocándola que cuando un atisbo de luz entró en mi campo de visión sentí que todo mi globo ocular se incendiaba, adría y quemaba como las estrellas.

— Hola, señorita. ¿Me escucha? — oí una voz desconocida a la distancia.

«Te escucho».

— Señorita, responda. Si me escucha:responda — dijo el mismo ¿hombre?

«¿Estoy muerta? No quiero estar muerta. Dígame que no aunque me mienta». Pasé en un segundo de la completa paz y serenidad a un estado de angustia.

— Hola, hola. Respóndame señorita, ¡por favor! — sí, ahora estaba segura de que es un hombre.

— Nick, inicia compresiones — oí decir a una chica.

Y mi pecho empezó a dolerme, sentí un billón de agujas clavándose en mi pecho.

— 1,2,3,4,5,6,7,8,9,10,11,12,13,14,15, 16,... — contaba Nick en voz alta. «¿Cúantas compresiones faltan?» pensé.

Y luego blanco...

Paredes blancas, sábanas, almohadas, gente vestida de blanco.

El blanco que tan ansiosa me pone.

¿Dónde estaba? Me dolía el pecho. Me dolía mucho. Intenté moverme unos milímetros, pero no soportaba el dolor.

— Tranquila señorita, no intente moverse. Se le rompieron algunas costillas cuando la reanimaron...

Re-a-ni-mar

Como si yo fuera una caricatura animada mal hecha y me hicieran un re-make...

Re-a-ni-mar...

Qué palabra tan peculiar.

No me trajeron de vuelta a la vida... me alejaron de la muerte...

Lo entendí, estaba en un hospital... Tuve un paro cardiaco mientras conducía rumbo a verte, Paul.  Duró lo suficiente para causar daño cerebral.

No supe nada de ti en días. O no sé, la noción del tiempo se ha ido. No existe dentro de estas cuatro paredes. ¿Estoy en presente o en pasado?

Esperé a que me visitaras... esperé, esperé...

Durante la noche dejaba mi mente volar, pensé en innumerables maneras en las que me habría gustado verte entrar  por esa puerta, blanca también. Cada vez que se abría, mi corazón se aceleraba al pensar que eras tú... pero con el pasar de los días, mi fe se iba perdiendo, porque esa puerta seguía siendo abierta por otras manos, decenas de manos... ningunas te pertenecían...

¿Dónde estuviste? Ya no importa, solo importa el aquí y el ahora. No me queda de otra.

Entonces hoy por fin llegas, pero es tan fugaz tu visita que me parece que estoy soñando.

Escucho unos pasos acercándose, la perilla gira, escucho el crujir del sillón. Sé que es ella. La muerte viene por las tardes a tomar el té, se sienta a mi costado y me platica de lo bien que se siente no tener que vivir, de la paz, la quietud... Me ofrece un paquete de turista por el más allá, dice que si me porto bien y sigo las leyes, puedo convertirme en residente...

Pensé varias veces en aceptar su propuesta, pero antes quería verte por última vez.

Esperaba poder hablar contigo, pero mis músculos no responden. Es una lástima, porque por fin estaba decidida a confesrtelo, decirte que me gustas,que me enamoré perdidamente, que las llamas del bosque de nuestro amor estarán vivas por  siempre, al menos para mi  «por siempre».

Es más, TE AMO. Ya no tengo miedo de decirlo. Te amo tanto.

¿Lo sientes?, acaricias mi mano y una sonrisa se extiende por tu rostro. ¿Sientes mi amor por ti?

— Yo también te amo, Jenny.. Yo también te amo — susurras. ¿Estás aquí?, ¿de verdad eres tú?

Mi pecho deja de doler, un calor me reconforta. Me siento ligera, como si flotara. Las llamas arrasan con todo el busque hasta dejarlo sin árboles.

La muerte me toma de la mano.

— Seguiste todas las reglas, Ann. Fuiste egoísta, tuviste una epifanía, pudiste perdonar a los demás y perdonar-te. Solo cierra los ojos y serás residente del más allá...

Le pregunto si seguiremos tomando el té por las tardes. Ella solo me sonríe. Se recuesta junto a mi cama y me besa la mejilla. «Por toda la eternidad», me susurra.

«Por toda la eternidad» repite por lo bajo mientras me acaricia la cabeza. Sonrío y cierro los ojos lentamente. A lo lejos se escucha «Moonlight».

FIN.

Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top