XXXV
Danielle despertó mirando el techo de aquella desconocida habitación. Observó sus alrededores y descubrió el lujo resplandeciente de aquellas paredes. Una mujer con una bata blanca estaba con ella, caminó despacio hasta acercarse para cerciorarse de que estuviera bien.
—¿Dónde estoy? —le preguntó con una expresión desorientada y temerosa.
La dama colocó las manos arriba, como si quisiera demostrarle a la chica que no representaba una amenaza.
—Tranquila, en un momento la persona indicada vendrá para explicarle.
Danielle imaginaba que no era más que otra de las trampas de Gastón. Intentó levantarse para huir de ahí pero su cuerpo aún estaba débil y la herida de su vientre dolía con intensidad.
—Por favor, tranquilícese. Aún no está en condiciones de hacer tanto esfuerzo.
Danielle descubrió que aquella mujer no era más que una enfermera. Había intentado ayudarle a volver a la cama, pero estaba tan a la defensiva que estuvo a punto de derribarla tomándola por el cuello de su filipina, hasta que escuchó la puerta de la habitación abrirse, era Umberto Navarro. Al verlo solo pudo pensar en alguien.
—Emilia...
—Lamento desilusionarte, pero mi hermana no está aquí —contestó, caminando tranquilo hasta ella, con un elegante traje color azul marino y una camisa blanca sin corbata. Tenía el tono de piel de Emilia y su cabello rubio, pero su expresión era distinta, mucho más sombría y poco amigable.
—¿Qué es lo que quieres? —preguntó Danielle, mientras ganaba tiempo para pensar en cómo escapar de ese lugar. Sabía que Navarro no era un sujeto de confianza. Conocía sus negocios turbios y la fama mortífera que se había ganado entre los maleantes. La oveja más descarriada del rebaño.
—Bueno, para empezar un gracias estaría bien. Fui yo quien te salvó de morir congelada después de todo.
—¿Tú? ¿Cómo me encontraste?
Danielle no recordaba nada después de aquella pareja que la llevaba en su auto. Pero comenzó a pensar que quizá Navarro no tenía mala intención. Después de todo si la hubiera querido matar lo habría hecho con facilidad mientras dormía. Aun así, conocía a los sujetos como él. Siempre había un interés de por medio.
—Te he estado siguiendo.
—¿Por qué?
Umberto esbozó una sonrisa que marcaba unos hoyuelos sobre sus mejillas, muy parecidos a los de Emilia. Se sentó junto a ella acercando una silla.
—Casualmente me enteré de que habías tenido diferencias con Espinoza. Y verás, querida Danielle, cualquier enemigo de Gastón Espinoza es mi amigo. Lamento no haber llegado un poco antes.
Era de imaginarse que Gastón no fuera muy popular entre los criminales más importantes de aquella ciudad. Todo lo contrario, sus enemigos habían crecido desde el inicio de su campaña y que Navarro buscara eliminarlo no era sorpresa.
—¿Por qué no vas al grano? No estás ayudándome solo porque nos cae mal el mismo payaso.
—No, tienes razón. También supe que estás saliendo con mi pequeña hermana. Y no puedo permitir que algo le pase a la bella flor de mi padre.
—Emilia no tiene nada que ver con esto. El problema es entre Gastón y yo.
—¿De verdad lo crees? —Umberto se había inclinado hacia ella. Con esos inexpresivos ojos azules que le daban ese semblante soez y recatado—. Espinoza no tiene honor, mira cómo te dejó. No tiene respeto por nada ni por nadie ¿Crees que no intentará llegar a Emilia de alguna forma?
—No voy a permitirlo, ni tú tampoco.
—Así es. Pero me temo, Danielle, que todo tiene un precio.
—¿Qué es lo que quieres?
El hombre se puso de pie, caminó hacía ella con esa expresión altiva; estaba a escasos centímetros de Danielle cuando hizo presión en la herida que llevaba sobre la frente.
—Ya hablaremos de eso cuando estés mejor. Por lo pronto descansa, necesitas recuperarte.
Danielle intentó alejar la mano del hombre de su rostro, pero sus movimientos eran lentos y lastimeros. Si hubiera querido, Navarro habría acabado con ella con solo arrojarla fuera de la cama. En verdad estaba débil.
—Oh, y te dejaré esto, tiene tu número. Tal vez quieras llamarla, estuviste dormida demasiado tiempo.
Dejó un teléfono sobre el buró y salió de la habitación sin decir nada más.
Danielle miró el artefacto, lo tomó haciendo un gran esfuerzo para enderezarse; lo encendió y llamó al único contacto que tenía registrado.
Cuando escuchó aquella voz sintió que el aire le volvía al cuerpo. Después de aquel infierno no había imaginado salir con vida para volverla a escuchar.
—¿Danielle?
—Hola, Diciembre, ¿me extrañaste?
Emilia tomó el teléfono y corrió hacia la sala de aquella habitación de hotel. Se había colocado su blusa de nuevo y la sensación de adrenalina la hacía sentir irreal.
—No puedo creer que me hayas hecho esto. ¡Desapareciste! ¿tienes idea de lo preocupada que estaba?
—Lo siento, he tenido algunos contratiempos, para variar extravié el móvil y acabo de recuperar mi número... no sabes como me alegra escucharte, ¿cuánto ha pasado, un año, dos?
Sonrió, le alegraba escuchar su voz de nuevo, pero eso no significaba que no estuviera molesta por su ausencia. Observó cómo Lucía permanecía taciturna y sumamente interesada en el hilo de aquella conversación.
—Solo fueron tres días.
—Me pareció una eternidad...
Emilia percibió un tono extraño en su voz, intentó preguntarle el motivo cuando de pronto Danielle continuó.
—En fin, te llamo solo para decirte que estoy bien. Tuve que salir de viaje por un imprevisto con un negocio que al parecer tardará más de lo esperado. Me temo que nuestro fin de semana del amor tendrá que posponerse.
Aquello no era extraño. Sabía que sus viajes nunca tenían una fecha de retorno fijo. Solo esperaba que no le tomara mucho tiempo. Con lo que acababa de pasar realmente necesitaba verla.
—No te preocupes, estaré esperándote en casa.
—Voy a compensarte por cada día de ausencia, lo prometo.
Era imposible no sentirse ruin después de lo que había hecho. No sabía con qué cara podría volver a ver a Danielle después de eso.
—Emilia... no es el mejor medio decir esto pero, de verdad necesito hacerlo...
—¿Qué sucede?
—...Te amo... y no puedo esperar para estar contigo de nuevo.
Emilia cerró los ojos. Se dejó caer sobre el sofá sintiendo una gran pesadez sobre el cuerpo que le impidió seguir de pie. Había cometido tantos errores en su vida, era como si no pudiera vivir sin lamentar su existencia. Sin embargo, aquellas palabras eran calor para su pecho. Llevaba más tiempo añorándolas de lo que había imaginado.
—También te amo... regresa pronto, ¿de acuerdo?
Emilia colgó. Lanzó un largo suspiro mientras se llevaba el teléfono al corazón. No podía seguir con esa mierda. Caminó hacia la habitación en donde Lucía la esperaba recostada sobre la cama. Tomó su almohada con rapidez, antes de que pudiera decirle algo.
—No te molestes, dormiré en el sofá esta vez. Descansa.
Emilia dio la media vuelta, pero los brazos de Lucía la estrecharon por la cintura.
—Te amo, Emilia...
Las palabras entraban dulcemente por sus tímpanos. Pero no quería seguir escuchándola más. La misma frase en boca de Danielle aún estaba provocando estragos en ella. Además, a esas alturas no estaba segura de sentir lo mismo por Lucía.
—...quédate conmigo —continuó esta, besando el apenas visible hematoma que llevaba en el cuello— Te lo suplico, mi amor, quédate conmigo.
Emilia tragó saliva, se aferró con fuerza a la almohada. El dolor en su pecho comenzaba a ser insoportable.
—Buenas noches —le dijo finalmente, caminando hacia el sofá, dejando a Lucía de pie junto a la cama.
***
Lucía despertó luego de escuchar el sonido de la puerta principal cerrándose, caminó hacia la sala en donde esperaba encontrar a su compañera pero no estaba más. Emilia había empacado temprano y le había dejado una nota en la mesa de centro que decía que regresaría a casa antes y no asistiría a la ceremonia de clausura. Lucía suspiró, tomando entre sus manos las llaves del auto rentado. Caminó hacia la habitación dejándose caer sobre la cama; no iría a la maldita clausura, había tenido suficiente de eso.
Repasó sus labios con ternura, aquel beso seguía en su boca, alimentando el anhelo de que aún existía una posibilidad entre ellas. Algo en verdad poderoso las unía, algo tan fuerte que ni Danielle Lombardi ni años de heridas habían podido destruir.
Pasaron dos semanas desde su regreso a la ciudad, el contacto entre ella y Lucía había disminuido. Habían vuelto a los encuentros de corte laboral. En ocasiones era Emilia quien evitaba fervientemente cualquier tipo de contacto. Realmente no tenía el valor de verla después de lo que había sucedido, una mezcla de rencor y misericordia la envolvía y no quería volver a traicionar el amor que sentía por Danielle.
Pensaba en ella día y noche, al menos ahora las llamadas y mensajes eran diarios, así podía estar más tranquila y segura de que continuaba inmersa en cuestiones laborales.
—Este maldito problema parece no tener solución, lo lamento tanto, Emilia.
La rubia estaba en su oficina, bebía una taza de café mientras se recostaba sobre su asiento.
—Está bien, no tienes por qué. Así son los negocios. Ahora solo concéntrate en lo que sea que tengas que hacer, ¿de acuerdo? Yo estaré justo aquí, esperándote.
—Está bien. Solo... quiero que sepas que pienso en ti día y noche. Y lo único que deseo es regresar y poder hacer todas esas cosas perversas que te gustan y...
Emilia se atragantó ligeramente con el café mientras que Danielle reía del otro lado de la bocina.
—...La verdad es que solo quiero poder besarte de nuevo y abrazar ese pequeño y suave cuerpo tuyo.
Aquellas palabras fuera de reconfortarla no hacían más que hacerle sentir miserable. Tenía que hablarlo con ella. Estaba segura de que Danielle entendería.
—¿Qué pasó con tu condición de cero cursilerías?
Escuchó su risa una vez más. Había roto su regla fundamental después de todo.
—Lo sé, lo siento.
—También quiero abrazarte, me haces mucha falta.
Había dicho aquello con un tono más melancólico del que hubiera querido. Sabía lo perspicaz que era.
—¿Está todo bien?
—Sí, solo un par de inconvenientes, pero hablaremos cuando regreses.
—De acuerdo, intentaré volver antes de tu cumpleaños.
Emilia miró su calendario, faltaban solamente tres semanas para que ese día llegara. Suspiró, un año más vieja y estaba justo en el mismo lugar de los últimos años.
—Más vale que tengas un gran regalo.
—Será el mejor. Te veré pronto, Diciembre.
Emilia colgó su teléfono, se quedó inmersa en el montón de documentos que tenía que revisar desde su PC. El trabajo era realmente ajetreado para todos en ese mes. Los edificios, las casas, las calles, todo ahora estaba adornado con el espíritu de la época. Luces, árboles de navidad, pistas de hielo y el frío de la segunda nevada del año.
—Presidenta, la directora quiere verla.
La voz de Julieta había salido del intercomunicador. Emilia suspiró, sabía que no podía negarse a esa petición cuando se trataba de algo laboral. Intentaría hablar con ella como si nada hubiera pasado para restarle importancia, justo como ella solía hacerlo cuando volvía a su cama después de una ruptura a sabiendas que su contacto era inevitable.
—Dile que pase.
—De verdad estamos preocupados, Grecia. Y no solo por nuestras inversiones si no por ti. Después del incidente de hace unos días, las cosas van cada vez peor.
—Mauro tiene razón, muchos de los socios se cuestionan cómo es que puedes seguir a su lado.
Aquellos hombres hablaban sin parar mientras Grecia los observaba tranquilamente. Era normal que estuvieran preocupados, mucho dinero estaba de por medio en la campaña de Gastón. Muchos de los socios habían visto una inversión bastante remunerable si llegaba a la victoria. Pero con tantos enemigos como los que había ganado, realmente nadie esperaba darle el triunfo final. Un político problemático desde primera instancia no era nada prometedor.
—Tranquilícense, por favor —intervino Grecia, con ese elegante porte que la caracterizaba—. Lo del incidente fue solo eso, Gastón es un ser humano como cualquier otro, ha estado bajo mucha presión estos últimos meses.
—No lo sé —intervino uno de los sujetos que le acompañaban en aquel lujoso restaurante—. Sinceramente hemos pensado las cosas y creo que seguiremos el ejemplo de tu hermana. No queremos que la desgracia nos arrastre con él.
Grecia esbozó una sonrisa mientras sus ojos vacilaban en las expresiones de aquellos hombres. No podía culparlos, pero tampoco permitirles que dejaran la campaña. No ahora que estaba muy cerca de lograr su cometido.
—Ustedes no tienen que preocuparse por eso. Desde la muerte de mi padre, siempre han estado cuidando de mis intereses y los de mi hermana. Esta vez yo me encargaré de todo.
—¿Y cómo es eso?
Limpió delicadamente sus labios carmín con la servilleta sobre sus piernas. Para volver su mirada seductora directo al hombre que ahora comenzaba a sudar frío.
—Digamos que Gastón tiene un seguro que solo cubre daños a terceros.
Los socios se miraron entre sí. Si lo que Grecia trataba de decir es que ellos tenían las de ganar fuera cual fuera el resultado de la elección entonces estaban conformes. Confiaban en ella. Durante años jamás les había fallado, aun en las peores situaciones. Era brillante, tanto o más que su padre. Sin duda tenía un don para los negocios por eso es que había sobrevivido a la vida entre magnates.
Los hombres sonrieron, hasta que uno de ellos propuso un brindis.
—Brindemos por nuestra aseguradora estrella.
Lo hicieron entre risas y música Grecia se había convertido en la musa de aquella multitud. Se disculpó después de un rato, para ir al sanitario y hacer un par de llamadas importantes. Salió de pronto cuando se encontró con Emilia en el pasillo.
—¿Emilia? ¡Qué sorpresa encontrarte aquí!
Los ojos de Grecia la observaron fijamente. A decir por su expresión no tenía un buen día. Parecía cansada y ligeramente más delgada que la última vez que la había visto, pero igualmente hermosa.
—Grecia, ¿cómo estás?
—Bien, gracias por preguntar. ¿Y tú? ¿de cena romántica?
Emilia se dio cuenta de que decía aquello con mucha intención. Por un instante le pareció que miraba a sus espaldas como si buscara a la persona que le acompañaba a esa cena, ¿qué trataba de insinuar con aquella actitud? Estaba totalmente fuera de lugar.
—No, es solo una reunión de negocios.
—Es deprimente no poder disfrutar de lugares como este sin tener que estar hablando de trabajo, ¿no crees?
Grecia la observó asentir. Emilia lucía sumamente fatigada, como si su mente estuviera en otro lado. No hizo alarde, en el fondo no le importaba por lo que estuviera pasando. Solo deseaba que esa cara larga fuera porque Danielle había terminado con ella. Algo así sería digno de celebrar.
—Me dio gusto verte —continuó Emilia, dándole un beso en la mejilla para volver a su reunión de negocios.
—Saluda a mi hermana de mi parte, no la veo hace tiempo.
Emilia asintió fingiendo una sonrisa cordial.
—Claro, se lo diré cuando me llame.
Grecia se detuvo de golpe. Tomó el antebrazo de Emilia con delicadeza, para hacerla volver antes de que se alejara, sintiendo sus melancólicos y sorpresivos ojos azules en ella.
—¿Danielle está de viaje?
—Sí, tuvo que salir por algo de un negocio, pero al parecer se complicó y no le ha sido posible regresar.
—¿Cuánto tiempo dices que tiene fuera?
—Dos semanas...
Aquella reacción por parte de Grecia había llamado la atención de Emilia. Ahora se veía un poco intranquila. Al parecer Danielle no le había dicho nada, quizá desde la discusión que habían tenido hacía meses la comunicación entre ellas se había perdido totalmente.
—Ya veo...
Un silencio prolongado se hizo entre ambas, mientras Grecia trataba de procesar aquella inquietante noticia. Se percató de que Emilia la observaba fijamente, intentando descifrar lo que pasaba por su mente así que le sonrió.
—¡Tranquila!...es solo que, desde su rabieta no me entero mucho de lo que hace. Como sea, que tengas una linda velada, señorita Navarro.
Le dio un beso a la rubia en ambas mejillas, dejándola seguir su camino mientras que ella se quedaba ensimismada. Comenzaba a preocuparse, estaba segura de que Danielle no había salido de viaje. Aunque su hermana se había independizado aún tenía un estricto control sobre todos sus movimientos. No había registro de nada, ni pasajes de avión, ni hoteles, autos, absolutamente ningún movimiento en las cuentas bancarias. Sabía que Danielle no estaba de viaje y si no era así y no estaba con Emilia, ¿dónde demonios estaba?
Salió del baño deprisa. Muchas teorías llegaban a su cabeza, esperaba que la mitad de ellas no fueran ciertas. Intentó llamarle, pero hacía meses que su hermanita no le contestaba por ese estúpido desplante de adolescente enojada. Marcó de nuevo pero esta vez para hablar con alguien más.
—¿Dónde diablos está mi hermana?
—Comenzaba a preguntarme cuándo ibas a llamar.
—¡Eres tú quien debía llamarme! ¡se supone que ibas a cuidar de ella!
—Y eso hice, ella está bien ahora. Si no te llamé antes fue porque me pareció demasiado peligroso para todos.
—¡Teníamos un trato, Umberto!
—Y estoy cumpliendo con él. Ya te lo dije, Danielle está bien.
—Más vale que así sea.
Colgó la llamada y llegó hasta la mesa donde sus socios esperaban únicamente para despedirse. Sabía perfectamente dónde podría encontrarla.
Llegó a aquellos condominios a las afueras de la ciudad, se dirigió al departamento y para su sorpresa el Bentley no estaba en el garaje, solamente se encontraba un hombre que debía estar custodiando la entrada. Grecia le ordenó a su chofer que se detuviera, bajó con mucha confianza hasta quedar frente al corpulento sujeto que de inmediato le reconoció.
—Lo siento, señorita, no puedo...
—¿No puedes dejarme entrar a mi propia casa? —preguntó, percatándose de que ese custodio trabajaba para Navarro.
—Tengo órdenes estrictas.
Grecia suspiró, mostrándole la llave que había utilizando para pasar la seguridad de la entrada. El sujeto tragó saliva, sabía que no tenía más opción, se hizo a un lado bajando la cabeza mientras Grecia abría la puerta con rapidez.
Entró observando todo a su alrededor, había señales de que alguien estaba habitando el departamento, había un poco de música de fondo y en ese instante escuchó su voz.
—¿Diana? ¿olvidaste algo?
Danielle había aparecido de pronto en aquella sala, llevaba unos holgados pants color gris y un top negro. Grecia la miró con ojos trémulos, las heridas en su cuerpo eran evidentes y terribles. Tenía hematomas por todos lados, un ojo hinchado, el labio abierto y una herida severa en su pómulo izquierdo. Se percató de la gasa empapada que estaba sujeta a su vientre y fue a ella con las manos temblorosas sin poder comprender qué era lo que había pasado.
—¿Qué demonios estás haciendo aquí? ¿Cómo me encontraste?
La voz de Danielle resonó por toda la habitación. Grecia continuaba impactada, unas gruesas lágrimas habían comenzado a caer de sus ojos sin dar crédito a la terrible condición de su hermana. Solo imaginaba a alguien capaz de hacerle algo como eso y su rostro se endureció de un momento a otro.
—Voy a matarlo, voy a matarlo con mis propias manos. —Se dejó caer frente a los pies de Danielle, llorando desconsolada mientras repetía sin parar un perdón que se fue apagando en su garganta conforme el dolor la dominaba—. Todo esto es mi culpa... nada de lo que hice valió la pena... de todos modos fue por ti... Perdóname, por favor.
En un inicio aquella escena había sido algo complaciente para Danielle, pero después de aquella frase fue como si su dolor genuino la desarmara, ¿a qué se refería con que nada de lo que había hecho había valido la pena? Su corazón y ese amor que quizá jamás podría apagarse la obligaban a consolarla. La sujetó de los hombros mientras le ayudaba a ponerse de pie, estaba conmovida. Sintió el abrazo de Grecia y le correspondió, aspiró su aroma, había olvidado cuanto bien le hacía ese calor. Sin lugar a duda no había mejor medicina que el amor que sentía la una por la otra. Tardó un momento en poder consolarla y lograr que se calmara por toda la rabia que anidaba su corazón. Finalmente se sentaron en la sala mientras Danielle acariciaba su espalda con ternura.
—¿Por qué no me llamaste? —preguntó finalmente, mientras todo el huracán que llevaba en el pecho se tranquilizaba.
—Era peligroso —contestó Danielle—. Supuse que estarías con él. No quería arriesgarte.
—¿Creíste que estaba enamorada de él y aun así seguías preocupándote por mí?
Danielle sonrió, sujetando su nariz con dos dedos.
—Eso nunca va a cambiar, eres mi hermana. No importa lo estúpida que puedas llegar a ser.
Compartieron una sonrisa después de tanto. Había un poco de calma entre ellas finalmente. Grecia miró los verdes ojos de Danielle, era sencillo perderse en ella. Miró su labio y después la herida en su vientre que no tenía buena pinta.
—¿Sabes por qué me quedé con él ese día después de la pelea?
—La verdad ya no sé que creer.
—Precisamente para evitar que algo así sucediera. Gastón es un imbécil arrogante, no sabe perder. Sabía que iría por nosotras, por ti. Por eso tuve que quedarme a su lado...
—Para controlarlo...
Ahora Danielle lo sabía, desde un inicio su propósito había sido protegerla. Era imposible no sentirse terrible por haberla juzgado. Grecia había intentado mover bien sus piezas, pero su arrogancia había arruinado todo su plan. Era una imbécil.
—Jamás te daría la espalda, Dany. Eres lo único verdadero que tengo en esta vida. No estoy dispuesta a perderte. Gastón Espinoza va a pagar muy caro el haberse metido con lo más preciado que tengo.
Se puso de pie, elevada por una iracunda sensación. Danielle fue hasta ella en un movimiento lento para sujetar su rostro y obligarla a mirar sus preocupados ojos.
—Aléjate de él, Grecia. Por favor. Ese sujeto es un monstruo.
—Lo sé, y eso voy a hacer. —Colocó también sus manos sobre el rostro de Danielle—. Pero aún tengo cuentas que ajustar con él. Lo voy a hundir, voy a darle donde más le duele.
—No quiero que hagas nada, es peligroso.
—No puedo simplemente alejarme de él. Sería demasiado sospechoso. Tengo que esperar al menos a que termine la campaña.
Danielle refunfuñó. Ese imbécil las tenía atadas de pies y manos. No había nada que pudieran hacer más que esperar.
—Entonces lo haremos juntas, ¿de acuerdo?
Grecia asintió, colocando sus dedos suavemente sobre la gasa que cubría el vientre de su hermana.
—Esa herida no se ve bien. Deberíamos ir a un hospital.
—Estoy bien, solo tiene que sanar. Es una herida bastante peculiar.
Sus ojos grises la abordaron sin comprender muy bien a qué se refería. Danielle suspiró, quizá no estaba lista para lo que vería, pero era mejor que se diera cuenta de lo peligroso y enfermo que podía llegar a ser un Gastón Espinoza lleno de rencor y sed de venganza.
Se descubrió la herida poco a poco mostrándole aquella frase que ahora era una con ella. El infeliz de Gastón había intentado humillarla, de alguna forma lo había logrado pero no por eso iba a dejar que se saliera con la suya.
Grecia cerró los ojos, llevándose las manos a la boca. Las lágrimas habían vuelto a salir de su rostro desconsolado, sintiendo los brazos de su hermana sostenerla con firmeza.
—Nada de esto dolió más que imaginar que no volvería a verte.
La abrazó con fuerza, mientras sentía como se aferraba a ella intentando acallar el sonido de sus sollozos sobre su pecho.
Danielle la condujo hasta la cama, le preparó un té y luego se recostaron para descansar. No supo en qué momento Grecia se había quedado dormida, como una chiquilla, como la niña pequeña e indefensa que había sido siempre. Tenía esa expresión angelical que la vida le había robado desde hacía años.
***
Danielle despertó en medio de la noche, azotada por una pesadilla en la que Gastón era el protagonista. Estaba frustrada, no podía dejar que aquel imbécil afectara así su vida. Miró sus manos temblorosas y descubrió el sudor sobre su frente. Grecia despertó segundos después, buscando su mirada y acariciando su espesa melena mientras la recostaba sobre su pecho. Estar ahí era un idilio. Escuchar la respiración y el golpeteo de su corazón le brindaba tanta calma que de un momento a otro el sueño había vuelto a ella. Se aferró a ese sentimiento, sabía que si las pesadillas volvían Grecia estaría ahí para consolarla y aferrar su mano.
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