XXXIV

Permaneció inconsciente hasta que un penetrante olor a humedad entró por su nariz. Despertó sobresaltada por la inmensa oscuridad y descubrió que un pedazo de tela cubría su rostro. El sabor a hierro en su boca era el recordatorio definitivo de lo que había sucedido. Esos sujetos la habían atacado sin motivo o razón aparente. Por un instante imaginó que sólo querían algo de dinero, pero ahora estaba segura de que iban exclusivamente por ella. Y solo sabía de alguien con la intención de hacerlo.

Estaba sentada sobre una silla, con un par de cuerdas amarradas a sus tobillos y sus muñecas, totalmente inmóvil. Podía escuchar el sonido de la madera crocante, algunas ranas y animales rastreros. Debía estar cerca del lago. Escuchó unos pasos ir hasta ella e instintivamente levantó el rostro.

—Pero miren nada más quién está aquí, ¡mi cuñada favorita!

«Esa voz», pensó. Sentía que la sangre le hervía. Gastón quitó la tela de su rostro y una luz muy brillante entró directo a sus ojos dificultando su visión.

—Mis chicos fueron muy duros contigo porque eres fuerte, Dany, ¿te sientes bien?

No hizo o dijo expresión alguna. Lo miraba fijamente e intentaba inspeccionar todo a su alrededor. Estaban sobre el muelle, muy cerca del lago en donde había comprado la cabaña en la que había pasado el fin de semana con Emilia.

—Lindo lugar, ¿no es así? Me costó trabajo que mi amigo lo apostara, pero más aún que lo perdiera. No quería, pero me las ingenié para convencerlo. ¿La pasaste bien ahí, eh? Ya lo creo. En compañía de Emilia Navarro aquello debió ser el paraíso.

Un repentino fuego en los ojos de Danielle comenzó a expandirse. No podía creerlo, estaba en su trampa desde el inicio. Había sido bastante tonta e ingenua en subestimarlo.

—¿Qué es lo que quieres? ¿Vas a matarme? —preguntó con esa tranquilidad que la caracterizaba.

Gastón carcajeó de forma delirante. Colocando su pie sobre la silla, moviéndola ligeramente hacia atrás.

—No soy un asesino —contestó, con una sonrisa satisfecha—, pero creo que necesitas una buena lección, cuñada. No me gustó como me humillaste durante nuestra pelea y tampoco como me hablaste en la subasta. Así no se trata a la familia...

El sujeto empujó con fuerza la silla hacía atrás. Danielle cayó directo al agua. Su cuerpo se hundió rápidamente y por más que luchaba para deshacerse de las cuerdas que la ataban le era imposible. Intentó utilizar todas las técnicas, pero era en vano, la desesperación comenzó a dominarla. Tenía poco tiempo para pensar en algo y salir viva de aquella situación.

Gastón miraba desde arriba la escena. No veía a Danielle, pero el solo imaginarla sufrir y agonizar lentamente mientras sus pulmones se llenaban de agua, le producía una delirante satisfacción. Miró a dos de sus hombres y les ordenó que la sacaran de inmediato. Los sujetos desataron las cuerdas que estaban amarradas al muelle y comenzaron a jalar la silla de regreso a la superficie. Tenían solo algunos segundos si es que querían sacarla con vida.

Al emerger, Danielle dio un desesperado respiro, sintió como si sus pulmones fueran a estallar al recuperar todo el aire de golpe. Los sujetos la llevaron atada hasta la orilla del lago. Ahí la esperaba Gastón con otros de sus hombres. La arrojaron de bruces sobre la tierra y las piedras una vez cortadas las sogas que la sujetaban. Intentaba recuperarse pero el terrible sujeto llegó hasta ella para tomarla del cabello y levantar su rostro, esperando encontrar ese horror en sus ojos que tanto añoraba.

—Te dije que conmigo no se juega, Danielle.

Gastón bajó la guardia y eso reafirmaba lo mal peleador que era. Logró atraparlo por la solapa del saco, subirse sobre su pecho y propinarle un cabezazo que por poco le hizo perder el sentido. Los hombres de Espinoza la abordaron, la sujetaron como si se tratara de un criminal peligroso y la doblegaron frente a Gastón que tenía la ceja ligeramente abierta y su ridículo saco empapado.

Comenzó a reír. Sorprendido de las agallas con las que aquella chica había nacido. Iba a arrepentirse de todas sus provocaciones, no pasaría por alto ninguna insolencia. La sujetó de las quijadas, levantando su rostro y en lugar de ver el terror en su mirada encontró ese semblante satisfecho y cínico que solía mostrarle solo a él.

—¿Necesitas a todos estos simios para someter a una mujer?

Gastón hizo un gesto de desprecio. Soltando un fuerte golpe que impactó directo en la mejilla de Danielle.

—¡Levántenla! —ordenó, mientras sus hombres la colocaban de pie—. Tú no eres una mujer, eres una maldita aberración.

Gastón le habló tan cerca que pudo sentir su repulsivo aliento. No iba a dejarse vencer tan rápido. Si lo que el idiota de Gastón pretendía era matarla más le valía hacerlo rápido o no dejaría pasar ninguna oportunidad.

Logró zafarse del agarre de los sujetos arremetiendo contra ellos pero la desventaja era demasiada. Lo que Danielle buscaba en ese momento era una muerte rápida, conocía por distintas fuentes el gusto de Gastón por los eventos sádicos, así que lo mejor era terminar con eso de una vez por todas.

Finalmente terminó boca abajo, con una rodilla en su espalda y su boca ensangrentada sobre la tierra. Tiritaba sin control por la humedad de su cuerpo y la frustración que subía rápidamente hasta su cabeza. Gastón era un maldito cobarde, en una pelea solo él y ella le había demostrado que podía hacerlo pedazos. No tenía las agallas como para vencerla por su cuenta.

—¿Lo ves? —continuó el sujeto, observándola con el rostro sobre la tierra—. Eres una máquina de matar. El viejo Lombardi sabía lo que hacía al dejarte a cargo. Aun así, no eres mejor que yo.

Lo último que vio Danielle fue la suela de la bota del sujeto ir directamente a su rostro. Después de aquel impacto todo se volvió oscuro. Había sido un fuerte golpe en la cabeza que la dejó súbitamente inconsciente.

Despertó de golpe, sintiendo el impacto del agua fría sobre su cuerpo. Ahora era de día, pero el invierno azotaba la ciudad. Tiritaba sin control mientras sentía que continuaba atada a esa maldita silla; sus manos y pies estaban hinchados debido a las cuerdas que la presionaban con fuerza.

—Lamento eso —expresó Gastón acercándose a ella con una copa de coñac—, pensamos que estabas muerta y nos cerciorábamos de que no fuera así, ¡vaya que tienes el sueño pesado! ¿no, chicos?

Los sujetos rieron como títeres de aquella asquerosa feria. Danielle tenía poca visión, debido a la golpiza tenía los ojos hinchados y estaba segura de que también tenía fiebre. La habían dejado indefensa.

—¿De verdad eres tan imbécil que no has podido matarme?

Gastón le regaló una media sonrisa mientras caminaba hacia la mesa y se servía una copa de coñac. Danielle le tomó atención al lugar por primera vez. Era una especie de taller mecánico, había autos desarmados y motores colgando, el lugar estaba deteriorado y había un olor a aceite rancio bastante penetrante.

—¿Quién dijo que quiero matarte, Dany? —continuó el hombre, volviendo hacia ella y extendiéndole la copa de coñac—. Solo quiero que pasemos tiempo de calidad, ya sabes, somos familia ahora. Debemos conocernos, ser unidos y toda esa mierda.

—Es una pena, espero que no te arrepientas de no haberlo hecho cuando tuviste la oportunidad.

Gastón bajó poco a poco la copa de coñac que llevaba en la mano para llevársela a los labios.

—Pero qué agallas. Qué pensaría la encantadora Emilia Navarro al ver a su querida Danielle con todo ese odio en su corazón. Dime algo, ¿ella es un caso perdido como tú o tengo una oportunidad?

Danielle empezó a reírse de forma socarrona.

—Emilia es muy inteligente, dudo mucho que un pobre diablo como tú sea de su agrado.

Gastón le regresó el gesto de forma cínica.

—Ya veremos, quizá pueda hacerle una visita después de que acabemos aquí.

Danielle intentaba mantenerse serena. Por un momento Gastón pensó que aquellas palabras la quebrarían, pero no fue así.

—De verdad siento tanta pena por ti. Necesitas de toda una banda de rufianes para poder detenerme, luego intentas provocarme con esa rubia como si me importara realmente y estoy segura de que ni siquiera tienes idea de qué vas a hacer conmigo. Por eso pierdes el tiempo con palabrerías absurdas.

El semblante de Gastón se endureció. Dejó caer la copa de coñac sobre la cabeza de Danielle, sonriendo con satisfacción.

—Ya decía yo que ese circo de las parejitas era solo una pantalla. Debo decir que es admirable. Esta vez conseguiste una puta de alta gama. Increíble, ¿no lo creen chicos?

Los hombres murmuraron. Gastón tenía esa horrible sonrisa dibujada en el rostro como el peor de los perdedores, festejando su propio chiste.

—Yo siempre consigo lo que quiero, no lo olvides —continuó Danielle, con una sonrisa en sus labios.

—Ya veremos... quizá tu puta en turno no es de importancia, pero ¿qué hay de Grecia? ¿No me digas que tu hermana también te es indiferente?

La sonrisa en los labios de Danielle se borró ligeramente. «Bingo», pensó Gastón. Había descubierto el mayor de sus puntos débiles. Siempre estuvo justo ahí y él jamás se dio cuenta. Tenía sentido entonces que vengara el honor de su hermanita por medio de aquella pelea que casi le costaba la vida.

—Me lo imaginé —continuó, con toda la satisfacción en su rostro—. Son muy unidas, ¿no? No te preocupes, tendré compasión con ella. Ha sido muy útil todo este tiempo. Así que solo voy a seguir follándomela mientras le quito hasta el último centavo.

Danielle lo miró socarrona. De nuevo esa expresión en su rostro. Gastón la encontraba despreciable.

—¿Te parece gracioso?

—La verdad sí. Tu idiotez no deja de sorprenderme. ¿Por qué no acabas con lo que sea que pretendes hacer? Empiezo a aburrirme en este lugar y tengo mucho trabajo esperándome.

Gastón sonrió de lado a lado. Tenía muchas ideas divertidas en mente a decir verdad. Le hizo una señal a uno de los hombres que caminó hacia el otro extremo del enorme taller.

—No te preocupes, la diversión está por empezar y adivina qué. Tú eres la estrella de este show.

Por primera vez, Danielle sintió un poco de temor. Al final de cuentas Gastón era un maldito loco, capaz de cualquier cosa. Escuchó un fuerte sonido, como si una cascada comenzara a caer. De pronto, sus ojos divisaron al sujeto que llevaba un soplete entre las manos, sostenía una barra de hierro candente que comenzaba a tener un tono anaranjado.

—Siempre me has parecido despreciable. Odio a las mujeres desviadas como tú. Son un desperdicio y no sirven para un carajo. Sin embargo, tú pareces bastante orgullosa de lo que eres, ¿no es así?

Danielle no dijo una palabra, continuó mirándolo con desprecio y de forma altiva.

—¡El jefe te hizo una pregunta! —gritó un sujeto delgado que caminó hasta ella solamente para soltarle una brutal bofetada.

—Tranquilo, Rey. Pronto le quedará claro que conmigo no se cometen errores —intervino caminando hacia ella—. ¡Levántenla!

Los sujetos comenzaron a deshacerse de las cuerdas. Apenas sintió que la liberaron empezó a forcejear. Pero de nuevo los hombres de Gastón la superaban en número y apenas había logrado mantenerse despierta.

La hincaron frente a él, que sin pensarlo dos veces comenzó a arremeter contra ella. El primer golpe fue directo en el rostro, y una vez en el suelo comenzó a patearla sin control.

—¡Quítenle la ropa!

Danielle tuvo temor. Prefería morir antes de que algo como eso pasara. No iba a permitirlo. Gastón miró el torso desnudo de Danielle.

—Nada mal. Es una lástima que seas una come coños, ¿te gusta tu nuevo título? Eso espero, porque cargarás con él el resto de tu vida.

Danielle estaba recostada sobre el piso de tierra y Gastón se había colocado justo sobre ella. Sentado en su pecho, dejando caer todo su peso en sus pulmones. Danielle peleaba, intentaba zafarse pero todo estaba perdido.

El hombre que llevaba la barra de metal fundido llegó hasta ella. Un sonido de horror salió de su boca al ver la yerra humeante. Aquello era como música para los oídos de Gastón. Ahora veía desde primera fila, todo ese temor en su rostro era una dicha para él

—¿Asustada? Serías una imbécil si no lo estuvieras.

Danielle sintió como el hierro se pegaba directo a su piel y el olor de su carne quemada lo llenaba todo. Lanzó un grito desgarrador que hizo eco en todo el lugar. Estaba segura de que nadie podría escucharla. El dolor fue tan insoportable que perdió el conocimiento por completo.

—¿Sigue viva? —preguntó uno de los hombres de Gastón a Rey, quien conducía la van.

—Pues revisa si respira, idiota.

—Más vale que siga inconsciente, porque si no tendremos problemas.

Rey miró de reojo hacia la parte de atrás, donde se encontraba Danielle. Con el rostro bañado de sangre y tierra, tiritando sin control quizá por la elevada fiebre.

—No creo que sobreviva. El jefe fue realmente duro.

Uno de los sujetos rio, mirando fijamente a Danielle que llevaba la camisa abierta. Comenzó a bajarse los pantalones sin pensarlo demasiado. Se dejó caer junto a ella dispuesto a todo cuando de pronto Rey frenó de golpe.

Bajó de la van, abriendo la parte trasera de la camioneta para arrojar sobre el asfalto a su compañero.

—¡Gastón ordenó que nadie la tocara, pedazo de mierda!

El hombre cayó de bruces contra el pavimento. Levantándose rápidamente mientras intentaba subir sus pantalones.

—¡No recuerdo que haya ordenado algo así!

—¡Lo que pasa es que eres un idiota que no escucha! ¡Marcus, cambia de lugar con este pedazo de mierda!

Los dos hombres se miraron fijamente pero nadie iba a contradecirlo más, Rey era autoridad entre ellos. Gastón lo consideraba como uno de sus hombres más leales así que su palabra era ley. Algunos incluso llegaron a nombrarlo el "pequeño jefe" ya que su lealtad hacia Gastón era incuestionable.

El sujeto subió a regañadientes a la cabina. Rey miró el cuerpo de Danielle. La herida de su vientre supuraba un líquido amarillento, que seguro ya comenzaba a infectarse. Cerró la puerta una vez que su compañero había subido y arrancó a toda velocidad rumbo a la ciudad.

Nueve kilómetros antes de llegar se detuvieron. Rey abrió de nuevo la parte trasera de la Van tomando a Danielle con ayuda de su colega para bajarla en la carretera.

—¿La dejaremos aquí?

—Así es. Soltarla en la ciudad puede ser peligroso. Nadie la encontrará, ya estará muerta para cuando den con ella.

La dejaron junto a la carretera como si se tratara de un animal muerto. Los hombres vigilaban mientras que Rey la observaba. Su bello rostro era ahora algo irreconocible, era una lástima. Se inclinó para pasar un trapo sobre su frente ensangrentada.

—Te encontrarán —le susurró.

Danielle comenzaba a recuperar el sentido, sintió un ligero ardor en su brazo. Era como si Rey le hubiera inyectado algo. Quizá un poco de veneno para acabar con ella de una vez por todas.

Los hombres subieron a la van y aceleraron hasta perderse en la finitud de aquella carretera. Danielle estaba de lado, respiraba con dificultad y sentía como la fiebre la consumía poco a poco. Apenas pudo moverse para colocarse boca arriba. Observó el grisáceo cielo, anunciando la primera nevada del año. Se llevó una mano a la herida que tenía sobre su vientre, supuraba sangre y un líquido extraño que comenzaba a oler mal, apenas podía moverse. Era todo, imaginó que moriría en aquel lugar como un perro. Cerró los ojos y el rostro de Emilia apareció. La rubia sonreía, llevaba un vestido corto con flores y corría tomándola de la mano por el sendero que daba a la cabaña. Era seguro que estaba alucinando.

Una pareja pasaba por aquel camino cuando de pronto la joven se percató de que alguien estaba a un lado del mismo. Aparentaba ser un enorme bulto de basura pero por el cabello debía tratarse de una mujer.

—¡Detente!

Su novio se detuvo repentinamente al escuchar su grito, observándola con preocupación.

—¿Qué demonios pasa, Amanda?

La chica tenía cara de horror.

—Hay alguien tirado junto a la carretera.

—¿Qué? ¿cómo sabes?

—Lo vi, ¡carajo! ¡Es una mujer!

El chico se orilló, caminaron hacia donde su novia había creído ver aquello y para su sorpresa era cierto. El cuerpo de Danielle estaba justo ahí.

Amanda se aferró al pecho de su novio después de soltar un grito.

—¡¿Está muerta?!

El joven solo pudo encogerse de hombres y acobardarse para ser quien mirara aquel bulto que ahora evidentemente podía tratarse de un cadáver.

—¡Ve a ver, Luis! ¡Por el amor de Dios!

El sujeto suspiró, fue a regañadientes. Miró el deplorable estado de aquella desconocida y se lamentó, ¿quién sería tan cruel para hacer algo como eso? Se acercó a ella lentamente, cuando de pronto Danielle levantó una mano intentando emitir algunas palabras.

—... E...mi...lia....

Luis, le hizo una señal a Amanda para que se acercara

—¡Está viva!

Entre los dos se encargaron de llevarla hasta el automóvil. Danielle había recobrado ligeramente el sentido. Los chicos la recostaron sobre el asiento trasero mientras conducían a gran velocidad.

—No te muevas, llegaremos al hospital cuanto antes. Estarás bien.

Amanda colocó su chaqueta y así mismo la de su Luis sobre el cuerpo de Danielle. Cambiándose al asiento trasero para darle un poco de calor mientras el hombre subía la calefacción. Danielle estaba casi hipotérmica, tenía los dedos morados y los labios también. Además había evidentes marcas de tortura por todo su cuerpo que podría agravarse.

Finalmente llegaron a la ciudad, había un tráfico inmenso por el fin de semana y las próximas fechas decembrinas, así que los chicos estaban atrapados. Danielle comenzaba a sentirse más consciente y sabía que ir al hospital generaría problemas a largo plazo. Comenzarían a hacer demasiadas preguntas y no quería a la policía inmersa en su venganza contra Gastón. Lo haría pagar cada una de esas heridas al doble.

Abrió la puerta trasera del coche observando a las personas que iban con ella.

—Se los agradezco en verdad.

Salió sin más del vehículo colocándose el abrigo que la mujer le había prestado, mientras esta misma intentaba detenerla. Pero Danielle había comenzado a perderse entre la multitud. Su aspecto comenzaba a llamar la atención, así que decidió meterse por un callejón. Encontraría la forma de comunicarse con alguien para que pudiera auxiliarla. Su celular, su cartera, todas sus pertenencias habían quedado en el fondo de aquel lago. Mientras trotaba sentía que el aire se le iba. Quizá los golpes de Gastón habían terminado por perforar uno de sus pulmones.

Se detuvo en el callejón, aferrándose al concreto de la pared para permanecer de pie. Pero poco a poco fue dejándose caer entre unas bolsas de basura, sus ojos se cerraron finalmente mientras caía de bruces contra el suelo.

Aquella tarde los primeros copos de nieve cubrieron toda la ciudad.

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