XLVI

Después de un par de días de su pequeño viaje era tiempo de regresar a Santillana del Mar. La relación de Emilia y las dos mujeres que le acompañaban era cada día mejor. Decirle mamá a Dalia con el paso de los días le resultó más y más sencillo, la palabra le producía una sensación extraña pero su corazón se ensanchaba al pronunciarla y ver lo que eso provocaba en la misma Dalia.

A su regreso, Novak, Adriano y Rue salieron a recibirlas. Novak ayudaba a bajar el equipaje de las chicas cuando se percató de que Emilia estaba en medio de una llamada.

—¿Qué es lo que quieres?... Estoy bien... ¿Tú qué crees? Ella confiaba en ti y le mentiste en la cara sin ningún escrúpulo...no lo sé... ¿Qué sucede?... ¿En serio?... Me hubiera encantado estar ahí para verlo... Por favor, no les tengo miedo... Que lo intenten, ya no soy la misma niña a la que encerraban en el sótano, estaré esperándolos... De acuerdo, si algo pasa te llamaré.

Colgó, descubrió a sus espaldas al hombre que llevaba su maleta y la de Dalia en ambas manos, sonriéndole con simpatía.

—Puedo hacerlo yo —le dijo, intentando recuperar la maleta. Pero este negó.

—No te preocupes, te ayudaré.

Entraron juntos a la casa, Novak no podía dejar de pensar en lo que había escuchado. Aquella última frase era inquietante. Le daba la sensación de que alguien quería llegar hasta ella y podía imaginar que se trataba de su terrible familia. Después de lo que le habían hecho a su mujer y a la misma Emilia sabía que serían capaces de todo. Y aunque sentía que su deber era decírselo a Dalia en el fondo no quería preocuparla más.

Finalmente estaba frente a la puerta de los Ivanović, lo había pensado demasiado durante el viaje a Santander, la inquietud y las ganas de volver a Emilia la habían dominado por completo. Tomó aire y se armó de valor para tocar la puerta. Esperó durante un instante cuando un hombre castaño, fornido y unos centímetros más alto que ella abrió la puerta con un gesto extrañado.

—Buenas tardes, estoy buscando a Emilia Navarro.

Novak la miró de pies a cabeza. Danielle llevaba una camisa negra y un pantalón del mismo color. Su aspecto físico le daba toda la pinta de ser un matón de serie de televisión. Se percató de la cicatriz en su ojo y los innumerables tatuajes que sobresalían de sus antebrazos, su pecho y su cuello. La presencia de aquella mujer le hizo pensar de inmediato en la conversación que Emilia había tenido por teléfono. Por un momento imaginó lo peor.

—Disculpe —contestó, con una seriedad solemne— pero no conozco a nadie con ese nombre. Lamento no poder ayudarle.

Sintió el viento de la puerta cerrarse acariciando su rostro, se quedó unos minutos de pie frente a la cabeza sin comprender lo que había pasado.

—¿Quién era?

Le preguntó su mujer mientras veía a toda la familia reunida en la sala. Fue hasta ella para dirigirla a la cocina. Dalia lo miraba extrañada. Su actitud misteriosa comenzaba a inquietarla de sobra manera.

—Buscaban a Emilia —dijo finalmente, inclinándose hacia ella—. Era una chica con una apariencia muy sospechosa.

Dalia abrió sus grandes y expresivos ojos azules.

—¿Qué significa eso?

—No quería decírtelo para no preocuparte. Pero le he escuchado hablar por teléfono, el otro día que llegaban de Santander. No entendí muy bien de quien hablaba, pero Emilia aseguraba no tenerles miedo y le dijo que estaría esperando por ellos. Me parece que alguien está siguiéndola.

Dalia comenzó a aterrarse. No tenía muy claro el motivo, pero los únicos a quienes podía señalar como posible amenaza para ella y su hija eran los Navarro, los hermanos de Umberto para ser precisa. Seguramente querían continuar con la tiranía de su madre y obstaculizar su felicidad y la de Emilia.

—¿Qué debemos hacer? ¿Hay que llamar a la policía?

Novak suspiró, tomando en un abrazo a su mujer.

—Cálmate, de momento no hay que alarmarnos, si esa chica vuelve por aquí entonces llamaremos a la policía. Por lo pronto no hay que dejar que Emilia ande sola por ahí.

Dalia asintió. Pero su preocupación ahora iba en aumento.

Pasaron algunos días Emilia comenzaba a acostumbrarse al ritmo de aquella ciudad y su familia. Su relación con Alisa era cada día mejor y así mismo con Novak. Sin embargo, aunque las cosas estaban bien encontró en su madre un semblante distinto a los demás, se percató de que ahora parecía nerviosa, incluso distraída. No era normal verla comportarse de esa forma.

Una noche mientras estaban pasando el rato en el jardín, jugando cartas y disfrutando de una parrillada Emilia tomó su móvil para revisar un correo urgente del periódico. Después de responder se quedó unos minutos navegando por IG, llevada por la curiosidad tecleó el nombre de Danielle en el buscador, había dejado de seguirla hacía un par de meses pero la llamada que había recibido de ella unas noches atrás había removido sus emociones.

Lo primero que descubrió fue aquella fotografía donde una pequeña niña aparecía posando sus manos sobre su rostro. Era una tierna escena donde ambas tomaban la siesta. Emilia estaba impresionada, ¿quién era esa pequeña niña? no podía entenderlo, ¿qué hacía ella con un bebé? Intentó buscar una etiqueta, algún comentario que revelara la identidad de la pequeña y nada. Al parecer todos tenían las mismas incógnitas que ella. Estaba inmersa en la imagen cuando Dalia se acercó.

—Emilia, ¿puedes traerme un par de platos de la cocina, por favor?

La chica asintió. Se puso de pie y caminó hacia la cocina, sacó la pila de trastos cuando escuchó el sonido del timbre de la casa. Novak era quien se aproximaba para abrir la puerta. Fue entonces que escuchó su voz, parecía una locura pero podía reconocer esa enronquecida tonada aun en la distancia.

—Buenas noches...

—¿Otra vez usted? Ya le dije que la persona que busca no vive aquí.

El hombre intentó cerrar la puerta en su cara una vez más, pero la sorprendente fuerza de Danielle pudo impedirlo.

—Lo siento. Estoy segura de que está aquí, por favor, solo quiero hablar con ella un momento.

Novak la miró fijamente, caminado un par de pasos como si intentara confrontarla.

—Ya le dije que no hay nadie con ese nombre en mi casa. Ahora le voy a pedir que se marche y no vuelva o llamaré a la policía.

Emilia había dejado los platos sobre la mesa, caminó deprisa hasta la entrada y fue entonces que sus ojos pudieron coincidir con los de la chica.

—Danielle...

Novak volvió su mirada hacia Emilia, que ahora estaba a solo un par de metros de la escena. Se había hecho a un lado y parecía confundido.

—Hola, Diciembre.

—¿Qué haces aquí?

El hombre intervino dirigiéndose a Emilia.

—¿La conoces?

—Sí, es...—contestó sin dejar de ver a Danielle—. Una amiga.

—Lo lamento, no tenía idea. Pensé que... de verdad le ofrezco una disculpa.

Novak se dirigió hasta Danielle, pero sus ojos ahora estaban sólo inmersos en la chica rubia que tenía enfrente. Se veía tan relajada, llevaba unos jeans, una camiseta holgada y tenis. A pesar de su sencillo aspecto estaba tan radiante que jamás había visto ese brillo en sus ojos, sin duda debía estar disfrutando de esa nueva etapa.

Dalia se acercó hasta ellos después de unos segundos, apenas miró a Danielle imaginó que se trataba de la mujer de la que su marido le había hablado. Pero a decir por la expresión de todos las cosas estaban en orden.

—No se preocupe. —Danielle había vuelto en sí—. En realidad me alegra saber que están cuidando tan bien de ella.

Novak esbozó una sonrisa, después de escucharla hablar con ese tono de voz refinado le estrechó la mano con gran simpatía.

—¿Qué sucede? —preguntó Dalia al ver aquella repentina cortesía.

—Dalia, mujer, ella es Danielle. Es amiga de Emilia.

Emilia pudo sentir los ojos de su madre fijos en ella, no tenía el valor para mirarla. Comenzaba a ponerse nerviosa pero aun así, se dirigió a ella y a Novak.

—¿Podrían darnos un momento?

No había duda que después de esa visita inesperada le debía una gran explicación. Estaba preparada, pero primero necesitaba hablar con la chica que tenía enfrente y solucionar las cosas de una vez por todas. Imaginaba que si Danielle estaba ahí sería por una buena razón. Su corazón comenzaba a latir con locura.

Después de pedirle a Dalia y Novak que les dejaran solas se dirigieron hacia el camino de adoquines hasta llegar a un enorme roble del cual pendía un rústico columpio de caucho. Habían pasado unos minutos sin que ninguna de las dos dijera nada hasta que fue Emilia quien rompió el hielo.

—¿Por qué estás aquí?

No podía quitar sus ojos de ella, durante un tiempo había soñado con ese momento. Haber escuchado su voz pronunciar su nombre le había provocado más de una emoción. Solo podía pensar en abrazarla y hacerle saber que sus sentimientos hacia ella seguían intactos.

—Unos días después de que viniste, Umberto fue a buscarme para pedirme que viniera a cuidar de ti.

—¿Solo por eso? No necesito una niñera.

Danielle dibujó una sonrisa nerviosa. Aquella pregunta de Emilia dejaba entrever una posibilidad que había imaginado perdida.

—Estaba preocupado —continuó, inmersa en esos pensamientos— porque tus hermanos perdieron la razón al enterarse de lo que habías hecho las empresas que recuperaste. Esa fue su excusa. Cuando finalmente accedí a venir, el hijo de puta me dijo que todo era una mentira. Resulta que solo intentaba hacer de cupido entre nosotras.

Emilia observó fijamente a Danielle, la vida también estaba brillando para ella. Tenía una expresión más tranquila y su aspecto había mejorado.

—¿Umberto? No es su estilo. No le importa nadie más que él y sus negocios.

—Bueno, al parecer tú si le importas.

Emilia finalmente comprendía las razones que tenía su hermano para ser el menos cruel de todos. Incluso sabía el motivo por el cual intentaba intervenir en su felicidad. Sin embargo, si la chica ya sabía que todo lo que le había dicho Umberto era una mentira ¿por qué continuaba en esa lejana ciudad? Sintió un nudo en la garganta, se sentó en el columpio aferrando las manos a las gruesas sogas de las que pendía.

—¿Por qué no te marchaste cuando te dijo la verdad? —La miró encogerse de hombros, sacando las manos de los bolsillos de su pantalón para finalmente acercarse un poco más a ella y mirarla fijamente.

—No lo sé... supongo que quería verte. —Se inclinó un poco para quedar a centímetros del rostro de Emilia. Esperando que esas sonrojadas mejillas aparecieran, pero lo único que descubrió fueron sus penetrantes ojos azules abordándola con deseo. Se reincorporó de pronto, aclarando su garganta para continuar—. Tenía la esperanza de que pudiéramos hablar...cuando menos darle un cierre más amable a nuestra relación. Todo fue tan caótico.

Emilia se puso de pie después de sentir su tibio aliento que comenzaba a enloquecerla. Lo único que deseaba en ese momento era que esos labios finalmente la tocaran, que sus dedos se deslizaran suavemente sobre sus mejillas y la tomara con fuerza como antes de todo ese infierno que vivieron.

Danielle dio un par de pasos hacia atrás, pero Emilia había vuelto a acortar la distancia entre ellas, acercándose lentamente para entrelazar su mano.

—Vayamos a otro lugar.

Dejó que los dedos de aquella hermosa rubia se enredaran entre los suyos, Emilia la llevó en silencio hasta el pórtico de la casa y le pidió que la esperara.

Entró de nuevo a la casa, tomó su bolso y lo colocó sobre su hombro descubriendo un silencio ensordecedor. Se asomó a la sala y encontró a la familia que la observaba con curiosidad. Dalia fue la primera en ponerse de pie e ir hasta ella.

—¿Está todo bien? —preguntó, acariciando su brazo con ternura.

A esas alturas su madre debía imaginar la verdad. Era consciente de que tenía que hablar con ella y explicarle la situación, pero primero quería darle una solución a su vida. Descubrió la compasión y ternura que solo una madre podría sentir por sus hijos. La aferró en un abrazo besando su mejilla.

—Estoy bien. Voy a salir un momento, tengo unas cosas que arreglar con Danielle. Regresaré más tarde.

Dalia solo asintió. Sabía en el fondo de su corazón que en algún momento su hija se sinceraría. Sin embargo, aunque Danielle fuera una chica no podía evitar sentirse preocupada por lo que le había contado durante su viaje.

—Si necesitas algo no dudes en llamar por favor —intervino Novak, poniéndose de pie para ir hasta ellas.

Emilia agradeció, se despidió de su hermano y su mujer, del pequeño Noah y de Alisa. Volvería pronto y si todo salía bien, quizá podría regresar con esa parte de su corazón que aún le faltaba.

Llegaron a un tranquilo café no muy lejos de la casa de los Ivanović. Tomaron una remota mesa como era costumbre. El precioso rostro de Emilia brillaba con aquellas luces tenues de una forma espectacular, no llevaba ni una gota de maquillaje y sus mejillas carmín hacían juego con sus preciosos labios rojizos. Danielle la contemplaba cuando de pronto la chica intervino.

—¿Puedo preguntar quién es esa pequeña?

Danielle sonrió, mirándola con un gesto tranquilo.

—¿Recuerdas a la chica del instituto? Bianca.

Emilia asintió. Jamás olvidaría la desgarradora escena de esa joven mujer que por un instante le recordó la vida que supuestamente su madre había tenido. Ahora estaba feliz de que la realidad fuera distinta.

—Sufrió depresión postparto, realmente no quería a la bebé. Escapó del instituto unos meses después de dar a luz... desafortunadamente fue muy tarde. Murió a causa de una sobredosis.

Emilia no podía creerlo. Miró aquella expresión preocupada y erróneamente culpable que atormentaba su tranquilidad.

—Debí cuidarla mejor. Era mi responsabilidad.

Emilia colocó una mano sobre la de ella, mirándola con fijeza.

—Hiciste lo que pudiste. No pudo haber dejado a su hija en mejores manos.

Danielle asintió. Esbozando una ligera sonrisa al acordarse de su pequeña Nadine. Sin duda había cambiado su mundo y hecho de ese infierno algo más llevadero. Pero, sentía que aún le faltaba una pieza más a su vida para estar completa.

—Es una niña lista, siempre sonríe, es muy tranquila. Mi amor por ella es tan distinto a cualquier cosa que haya sentido.

Emilia sonrió. No podía creer que fuera la misma Danielle Lombardi quien decía eso.

Ella siendo madre, era una verdadera controversia.

—Tiene una sonrisa encantadora, y sus ojos son tan grandes y luminosos, me recuerda un poco a Grecia.

Emilia sintió un hueco en el pecho, los ojos de Danielle se iluminaron y se apagaron después de pronunciar aquel nombre. Era natural, esa herida aún estaba tan reciente que seguro era la causa de su evidente melancolía.

—¿Qué fue lo que sucedió, Danielle?

Suspiró, presionando sus quijadas y colocando sus manos sobre la mesa sin mirar a Emilia a los ojos. Había jurado no mentirle más, pero decirle lo que había pasado la tarde en la que Gastón asesinó a Grecia la aterraba. Era lógico que Emilia no quisiera volver a verla, ¿quién querría compartir su vida con una criminal y asesina a sangre fría como ella?

Comenzó a narrarle lo que sucedió de principio a fin, desde su secuestro, su fingido viaje para recuperarse después de la tunda que le había dado Gastón, su vínculo con Umberto y la fatídica tarde de la emboscada en la que Grecia había muerto. Se detuvo ligeramente antes de narrarle los hechos. Había matado a Gastón con sus propias manos y no sentía el más mínimo remordimiento, había sido la única forma de vengar la memoria y la vida de su hermana.

Emilia observó su semblante duro, inexpresivo y así mismo como un par de lágrimas comenzaban a nacer en sus ojos. No imaginaba el dolor y la frustración de Danielle al ver morir de esa forma a Grecia. De solo pensarlo, quizá ella también habría asesinado a Gastón de esa misma manera.

—Tenía una sencilla misión en la vida, protegerla. Solo eso y no pude hacerlo.

Danielle carraspeó, llevando una mano a su rostro para despejar su cabello. Quizá la culpa era quien se estaba encargando de acabar con ella, quizá era parte del karma que la vida le tenía preparado.

Emilia la miraba, conocía ese sentimiento y era quizá el más cruel de todos. Aferró su mano a la de Danielle, observando como su súbita mirada la entornaba.

—No digas eso, quizá no sea la más indicada para decírtelo pero no puedes vivir con esa culpa eternamente. Hiciste todo lo que estaba en tus manos para cuidarla y ella lo sabía.

Acarició el dorso de aquella mano, sintiendo sus penetrantes ojos verdes fijos en ella. Aunque el dolor parecía haber desaparecido ahora un gesto inusual de pudor y vergüenza se dibuja en su rostro.

—Debo parecerte la persona más repugnante del mundo, ¿no es así?

Emilia negó, estaba apunto de quebrarse porque ver a Danielle así también la hería. Ahora solo podía pensar en curar ese dolor a toda costa, aun y cuando intentara alejarla lucharía por permanecer a su lado. Incluso si no era la mujer de la que estaba enamorada.

—Realmente la amabas, ¿cierto?

Danielle se quedó sería un instante pero luego aceptó. Esa era otra verdad que no pensaba ocultar más.

—La amé hasta el último momento... sé que suena muy mal, pero debes entender que nunca fuimos realmente hermanas. Nuestra relación jamás pudo forjarse como algo fraternal, y sí, la amé, pero cuando apareciste en mi vida... todo cambió, Emilia.

—¿Alguna vez me amaste?

Danielle observó atenta la expresión de Emilia. Parecía que realmente necesitaba escucharlo y ella no iba a sofocar más esa palabra que se clavaba en su pecho.

—Te amo —dijo, tomando sus dos manos con fuerza—, no como a mi primer amor, pero sí como el primer amor que me hizo sentir libre, protegida y nuevamente feliz.

Emilia sonrió, aferrándose también a aquel contacto. Entendía por completo todo lo que le decía. Danielle también había sido como una resplandeciente luz al final del túnel. Y aunque las dos habían cometido un terrible error ahora la vida les estaba dando otra oportunidad, una en la que finalmente podrían estar juntas y ser felices.

—Las dos tomamos decisiones equivocadas, cometimos errores pero no podemos vivir de acuerdo a eso —aseguró, llevándose el dorso de la mano de Danielle cerca de los labios—. Fuiste tú quien me enseñó que debía seguir adelante sin importar el pasado. Las cosas son distintas ahora... quiero estar contigo.

Danielle sonrió, acariciando la mejilla de Emilia cuando de pronto el mesero llegó con la cuenta interrumpiendo su increíble atmósfera. Pagaron, salieron del lugar y caminaron por las calles de aquella mágica ciudad atrapada en el tiempo. Danielle la miraba de reojo, sonreía cada vez que sus miradas coincidían y después de un instante se animó a tomarla de la mano. Jamás había sentido tanta paz como en ese momento.

—Debería llevarte a casa, tu madre debe estar preocupada.

Los ojos azules de Emilia la abordaron. Hizo un puchero infantil torciendo los labios e inflando un poco sus mejillas.

—No te atrevas a dejarme, Lombardi.

Danielle comenzó a reír, detuvo su paso para poder llevarla hasta un oculto callejón. Tomó su barbilla, mirando fijamente esos ojos extasiados por su repentino desplante. Era obvio que Emilia estaba teniendo un hermoso déjá vu. No era un sentimiento ajeno para ella, después de meses de no ver aquellos hermosos ojos su corazón también estaba impaciente.

—Ni un adiós más, Diciembre.

Emilia sonrió de oreja a oreja, sintiendo como los labios de Danielle iban hasta los suyos con una suavidad deliciosa. Cerró los ojos, fundiéndose en ese beso que esperaba fuera interminable como sus ganas de seguir amándola. Sintió sus manos recorrerla sin desmesura y se descubrió sin ánimos de detenerla. Ese lugar era lo suficientemente oscuro como para dejarse llevar un poco por su desmedida pasión.

Estaban en ello cuando escucharon la voz enronquecida de un hombre, Danielle tomó a Emilia haciéndola a un lado para cubrirla con su cuerpo.

—¡Búsquense un cuarto, joder!

Observaron al sujeto emerger de una pila de periódicos y papeles entre maldiciones. Emilia comenzó a reír tomando la mano de Danielle para sacarla de aquel callejón.

—Perdone las molestias, señor— se disculpó haciendo una reverencia.

Continuaron su camino hasta llegar al hotel en donde Danielle se estaba hospedando ahora. Tenía el aspecto de un rústico hostal y una vista preciosa de la ciudad. Se acercó al minibar y sacó dos pequeñas botellas de licor mientras que Emilia se quitaba el abrigo.

—¿No quieres un ...? —Observó como la rubia no se detenía, la totalidad de su ropa ahora estaba en el piso mientras se aproximaba a ella—. ¿Trago?

Negó con una expresión divertida, tomándola por la camisa para tirar de ella con fuerza, sus labios comenzaron a recorrerla desde su cuello hasta el vientre con suavidad. Cerró los ojos, sintiendo la succión de aquella boca carmín por todo su torso.

Emilia se detuvo en la cicatriz, repasó con la mirada ese terrible mensaje que ahora era apenas visible. Comenzó a besarlo despacio, como si quisiera borrarlo para siempre. Danielle la tomó por la barbilla, obligándola a subir su mirada. Desde ahí arriba se veía increíble, sentía el estupor de su pasión fija en su mirada. Solo quería tomarla y hacerle el amor hasta que no pudieran más.

La tomó por la cintura, cargándola en peso para colocarla sobre la cama. La recorrió de pies a cabeza, saboreando cada una de las partes que su boca tocaba. Tomó una de las botellas de licor y le dio un profundo trago guardando un poco del líquido para esparcirlo por el vientre de Emilia.

—Eso hace cosquillas —dijo la rubia, despejando el cabello del rostro de Danielle.

—Eso no es nada...

Le dio un trago más a la botella, dejando caer aquellas gotas de licor de su boca hasta su entrepierna. Emilia soltó un gemido mientras Danielle llegaba hasta su vulva saboreando el agridulce sabor de la ginebra.

Lo hicieron despacio, ninguna de las dos tenía prisa porque ese momento terminara. Danielle estaba sobre Emilia, acariciándola con su propio vértice aferrando su boca a la suya. El movimiento aumentó, la presión de sus pechos y el ritmo de sus corazones parecía uno mismo.

Hicieron el amor durante gran parte de la noche, el deseo era tan grande que aun después de ese momento se quedaron mirando fijamente durante un largo rato, como si quisieran memorizarse. Cerraron los ojos y cayeron en un sueño profundo, deseando que al despertar la felicidad de tenerse continuara ahí.

Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top