XL
A CONTINUACIÓN EL CAPÍTULO MÁS ESPERADO POR TODA LATINOAMERICA UNIDA.
ACÁ LES DEJO LOS KLEENEX Y LA ROLITA DE FONDO PARA QUE LLOREN TODAVÍA MÁS. ENJOY THE RIDE.
(P.D. NO OLVIDEN DEJAR SUS ESTRELLITAS, ME ALIMENTO DE ELLAS)
Emilia se encontraba en una llamada importante con un cliente a punto de iniciar un negocio. Colgó y de inmediato Julieta se comunicó con ella para avisarle que Lucía estaba esperándola para tratar un asunto urgente. Imaginó que nada bueno podía salir de eso, todavía no tenía la voluntad de volver a mirarla, así que se negó. Sin embargo, la directora entró decida.
—Presidenta, buenos días.
Emilia soltó un sonoro suspiro y volvió sus ojos para mirarla con furia.
—Dije que no quería verte, ¿qué quieres?
Era sencillo percibir esa hostilidad en su voz, pero sabía que nunca más iba a tener que preocuparse de ella y sus intromisiones.
Emilia reparó en ella, llevaba una chaqueta, un maletín café y había tomado asiento sin su autorización dejándole un documento sobre su escritorio.
—Vine a despedirme y a dejarte oficialmente mi renuncia.
—¿Cuántas veces he escuchado esto?
La observó sonreír y fue entonces que descubrió que en esa ocasión no mentía. Analizó el documento con las firmas del encargado de recursos humanos, la de la propia Lucía y el espacio en blanco donde debía ir la suya. Finalmente iba a hacerlo.
—Lo sé, pero descuida, esta vez es oficial. Mi vuelo sale en cuatro horas.
Emilia sintió un hueco en el pecho. No podía creer que Lucía estuviera renunciado realmente a su puesto de presidenta.
—¿De verdad te vas? —La observó asentir con tranquilidad—. ¿A dónde?
—Voy a viajar por el mundo, empezaré en Tokio y después... ya veremos. Pero antes quería dejarte esto. —Colocó un maletín sobre sus piernas, sacó una gruesa carpeta con información y una memoria que dejó sobre la misma. Emilia la miró, sin comprender de qué podía tratarse—. Es toda la información que reuní sobre la investigación de Gastón, quizá en un futuro pueda servir de algo.
Emilia dio un vistazo. Había mucha información que sin duda serviría para mandar al sujeto a prisión por un largo tiempo. Reparó luego en la expresión melancólica pero sutilmente aliviada de Lucía.
—¿Estás segura?
—Necesito salir de aquí. Pero me preguntaba si tú también querrías hacerlo.
—¿De qué hablas?
Lucía sacó un par de boletos del bolsillo de su abrigo y los colocó sobre el escritorio.
—Tengo dos boletos. Si quieres venir conmigo solo tienes que decirlo.
Emilia la miró fijamente. En un pasado aquello habría sido su felicidad. Un pase directo para recuperar la vida que tanto añoraba. Pero solamente podía ver cenizas de aquel fuego que antes abrazaba su corazón.
—Te amo, Emilia, y si me das una oportunidad podemos empezar de cero.
—No.
Lucía hizo un gesto de dolor. Su respuesta había sido contundente, sin reparos, ni siquiera había vacilado un poco. Dibujó una sonrisa taciturna con la que dejaba en claro que aceptaría ese veredicto final.
—Quizá fui muy injusta al acostarme contigo y crearte alguna especie de esperanza. Pero, lo nuestro se acabó, Lucía. Por años pensé que mi amor por ti seguía intacto. Que si alguna vez lo decidías podríamos retomar nuestra relación y seguir adelante. Pero todo cambió, me enamoré de Danielle, y desgraciadamente tuve que llegar muy lejos para darme cuenta de cuán profundo era mi amor por ella... y aunque quizá jamás vaya a perdonarme voy intentarlo. Esta vez sanaré por completo y no me conformaré con sus migajas. Voy a recuperarla.
Lucía aceptó aquellas palabras, demasiados años de odio y venganza habían terminado por destrozar su relación, justo como ella lo quiso desde el momento en el que descubrió a Emilia con ese hombre en su cama. En ese momento juró no volver a amarla, y ahí estaba, con dos boletos sin retorno a Tokio y con el corazón lleno de ella.
—¿Te arrepientes de lo que pasó?
Emilia suspiró. Intentaba mostrarse tan tranquila como Lucía porque ya no quería seguir cavando en su herida.
—No, en realidad no me arrepiento. Fue un error sí, pero gracias a eso pude darme cuenta de mis sentimientos. Lo único que amo de ti es la historia que alguna vez tuvimos, que fue hermosa y voy a atesorar por siempre en mi memoria, pero solo es eso. Parte del pasado. Mi amor presente es por alguien más.
Lucía comenzaba a aceptarlo. Jamás había imaginado que escucharía esas palabras en boca de Emilia. Aquello era una tormenta de sentimientos encontrados. Estaba feliz, finalmente se había liberado de sus fantasmas, pero con esa liberación se había ido una parte de ella también.
—Lo entiendo, es doloroso, pero lo entiendo. Y no deseo nada más que tu felicidad.
—Espero que también puedas encontrarla —continuó, Emilia. Con los ojos llorosos intentando evitar quebrarse frente a su mirada.
—Supongo que es la despedida.
Emilia asintió. Sentía que algo muy dentro de ella se hacía trizas. Era difícil soltarla de esa forma. Pero sabía que era lo mejor y que con el tiempo finalmente sanaría.
—Emilia —intervino Lucía, colocando sus manos sobre el escritorio—, antes creo que hay algo que debes saber. Es sobre Danielle, todo ese mes de ausencia ella no estuvo de viaje de trabajo.
Las palabras de Lucía habían sido tan repentinas que estaba consternada.
—Estaba en la ciudad.
—Por favor, no comencemos...
Por un instante imaginó que solamente era un recurso para continuar con un drama absurdo, pero continuó.
—No, escúchame. Fue obra de Gastón. —Comenzó a contarle todo lo relacionado con el secuestro de Danielle, desde su captura hasta las torturas y la forma en la que Espinoza había intentado deshacerse de ella—. El imbécil la dejó moribunda junto a la carretera. Solo Dios sabe como salió de esa y finalmente pudieron dar con ella.
Emilia no podía creerlo. Sus ojos estaban llenos de terror e impotencia. No podía imaginar cómo es que Danielle se había guardado todo eso. Ahora tenían sentido las heridas que había visto en su rostro la noche de navidad. Sin embargo, había algo que no cuadraba, Lucía parecía saber a detalle cada uno de los pasos de Espinoza. Ni siquiera un periodista tan ejemplar como ella podría ir a tanto sin estar involucrada directamente.
—¿Cómo es que sabes todo eso?
La aún directora se aclaró la garganta, señalándole a Emilia el maletín.
—El sujeto que me estuvo filtrando información sobre Gastón me lo dijo. Apenas hace unos días cuando le di su último pago. Por eso no te lo había dicho.
Había comprado información. No había cosa más peligrosa dentro del mundo del periodismo que comprar información que incriminan a los políticos. Ahora entendía la insistencia de la chica en capturar a ese hombre cuanto antes.
—Gracias por contármelo —le dijo finalmente, aún un poco desconcertada, pero determinante a hacer una sola cosa.
—No tienes que agradecérmelo. —Se puso de pie—. Entonces es todo, me voy, presidenta.
Emilia la acompañó a la puerta. Se miraron una vez más, como si intentaran memorizarse y jamás olvidarse. Esa historia finalmente se cerraba ahí, en esas paredes, en esa oficina que tantos años había sido su protección, su sueño, el futuro que imaginaban juntas. Ahora todo eran recuerdos, cristales rotos que no volverían a unirse jamás.
Le deseó un buen viaje, la observó caminar hacia la puerta alzando su mano, mostrándole el collar que había llevado por tantos años atado a su cuello. Emilia sonrió, mientras observaba la espalda lejana de aquella compañera de vida. El fantasma de su recuerdo caminaba detrás de ella, que por un instante volvía a ser la joven con el uniforme tableado, jugando voleibol mientras la observaba desde la biblioteca: esa chica de quien se había enamorado hacía diez años atrás.
Después de un instante miró el maletín, aun estaba a tiempo de arreglar las cosas. Sacó la carpeta con la información y sobre ella había una nota de Lucía: "Esta es la dirección del lugar donde me quedaré. Por si cambias de parecer".
Suspiró, tomando aquel pedazo de papel entre sus manos para hacerlo trizas.
Después de su separación Emilia había insistido por semanas en hablar con ella, pero Danielle estaba determinada. Lo mejor era evitarse y que cada quien retomara el curso de su vida. No le gustaba pensarlo demasiado, pero estaba segura de que a esas alturas la rubia ya estaría regocijándose entre los brazos de Lucía. Estaba feliz por ella o al menos eso creía.
Volvieron a la mansión Lombardi, había sido difícil regresar con Gastón intentando rastrearla como un sabueso. Pero al no tener pista alguna de su paradero había detenido la búsqueda. Aun así sabía que debían ser cuidadosas y estar alerta a todos sus movimientos. Espinoza era sigiloso y muy astuto, en el fondo Danielle dudaba de su repentino sosiego.
Se encontraba aquella tarde en el despacho, atendiendo algunas cosas de los clubs cuando de pronto Amelia apareció en su puerta.
—Señorita, uno de los guardias dice que hay alguien buscándola.
Danielle la miró fijamente. Habían sido claras en ordenarles a todos que dijeran que no sabían nada, absolutamente nada de sus jefas. Fue hasta la mujer, elevando la voz y diciéndole que volviera a sus labores. Pero Amelia intervino.
—Lo siento, la señorita Navarro insistió.
Danielle cerró los ojos, tallando su rostro con ambas manos. Sus sentimientos eran contradictorios y sabía que nada bueno podía salir de aquella indeseable visita. Sin embargo, no podía negarse. Conocía ahora lo suficiente a Emilia como para saber que no era una persona que se diera por vencida con facilidad. Se llevó una mano al cabello lanzándole una mirada reprobatoria a su temerosa ama de llaves.
—Que la dejen pasar, y dirígela a la sala —ordenó a la anciana, que asintió caminando de regreso hacia la salida.
Danielle bajó hasta la elegante sala, observando por el ventanal el aspecto melancólico de ese gélido febrero. Escuchó los pasos de Amelia. Sus ojos se mantenían fijos en las llamas de la chimenea mientras acomodaba algunos leños para alimentar aquel calor.
—¿Necesitan algo, señorita?
—Gracias, Amelia. Puedes retirarte.
El arrastre de los pasos de la anciana desaparecieron, dando cavidad a unos pasos suaves que entraron directo a sus oídos. Continuó sin voltear mientras observaba cómo las llamas incrementaban y así mismo el candor. El sonido de los pasos se detuvo y ella volvió su rostro para contemplar a aquella hermosa rubia que enloquecía sus sentidos.
—¿A qué debo su inesperada visita, señorita Navarro?
Emilia titubeó ligeramente. Para ella también era difícil estar en esa habitación. Le había tomado semanas reunir el valor para ir hasta ahí y enfrentar la zozobra de un nuevo encuentro. Se aclaró la garganta, caminando hasta ella poco a poco.
—Necesito hablar contigo, Danielle. Por favor.
—Te escucho.
Sus palabras cortantes, pero educadas, provocaron una hiriente sensación. Ni siquiera la había mirado a los ojos. Danielle solamente iba de un lado a otro, con la tenacilla en la mano observando a la nada.
—Te debo una explicación... Lo que sucedió con Lucía fue un terrible error. Me dejé llevar por mi estúpida nostalgia, creí que aun sentía algo por ella pero, cuando me di cuenta de que no era así ya era muy tarde.
Los ojos de Danielle ahora estaban sobre ella. Emilia tenía la nariz y las mejillas escarlatas, esperaba que por la sal de sus lágrimas. Imaginarla llorando sin poder descansar era un sentimiento desagradablemente grato. Se lo merecía, merecía todo ese dolor que ella también llevaba a cuestas. Estaba feliz de que su rechazo al menos estuviera haciendo estragos en ella, porque eso solo significaba una cosa... Analizó su aspecto físico, su cabello era más largo de lo que recordaba, de nuevo había bajado de peso, pero la belleza de su porte y su buen gusto estaban intactas.
Danielle se acercó a ella, las heridas se habían borrado de su rostro, pero aún se sobrecogía para dar el paso.
—¿Sabes algo, Emilia? No somos muy distintas...Y entiendo perfectamente lo que sucedió con Lucía. Sé cuán difícil es soltar al primer amor.
—Lo fue —afirmó con un hilo de voz, cerrando sus ojos—. Pero, cuando te conocí todo cambió. Fuiste tú quien me salvó de esa terrible espiral en la que estaba atrapada. Tú me sanaste. Gracias a ti pude sentir que podía amar de nuevo y que era digna de ser amada. Es por eso que yo...
—Me alegro. De verdad —intervino—. Ahora podrás seguir adelante y encontrar a alguien.
—¡No quiero a nadie más! ¡Te amo! ¡Te amo y no quiero perderte!
Emilia no podía soportarlo, intentó tomarla en un abrazo, pero las fuertes manos de Danielle detuvieron su movimiento.
Hizo aquellas muñecas rojizas a un lado, tener la respiración de Emilia cerca era algo que podía hacerle perder la voluntad. Ver ese rostro triste y marchito la destrozaba. Más allá de lo que había pasado con Lucía, sabía que no podrían retomar su relación, no era correcto arriesgarla de esa forma. Emilia merecía la felicidad del mundo y en ese momento ella no era la indicada para dársela. No con un enemigo tan letal como Espinoza buscando su pista, no con la sombra de Grecia sobre ella, no con toda la mierda de las drogas en sus clubs. Ahora sabía que todos se equivocaban, ella no era la persona perfecta para Emilia.
—No podrías amar a alguien como yo, Diciembre. Nadie podría amar a alguien que solo sabe mentir —aseguró, llevada por un sombrío pensamiento.
Las lágrimas de Emilia eran nacientes, dio un par de pasos hacia atrás como si comenzara a desconocer a la mujer que tenía enfrente.
—¿Qué dices? —preguntó, un tanto confundida.
Danielle no pensaba seguirle mintiendo. Por primera vez le diría toda la verdad y esperaba que fuera suficiente para sacarla finalmente de su vida.
—Todo este tiempo no he hecho más que mentirte en la cara. Es gracioso, Lucía siempre desconfió de mí. Debiste escucharla.
—No entiendo, ¿de qué estás hablando?
—Ella siempre tuvo razón. No soy más que una criminal como Gastón.
La voz de Danielle parecía indiferente, sus ojos se oscurecieron y esa expresión fría había vuelto a ella. Aquello parecía tan irreal.
—Eso no es cierto, el único delincuente es él, ¿por qué no me dijiste lo que te hizo?
Estaba sorprendida, ¿cómo es que Emilia se había enterado de aquello? Se alejó de ella una vez más, tomando su copa de vino para darle un largo trago.
—¿Lo ves? —continuó, lanzando una risa socarrona—. ¿Qué fue lo que hice? Mentirte, inventar que estaba de viaje porque no podía decirte que Gastón me había secuestrado para torturarme porque no soportó que le haya partido la cara.
—Eso no importa, lo único que importa es que estás bien. Tengo pruebas, las llevaré con la policía y entonces...
—¡No estás escuchando! —Comenzaba a cansarse de aquel discurso sin sentido. Emilia era demasiado ingenua y en ese momento no tenía ánimos de soportarlo. La miró con furia y comenzó a alzar la voz—. Si voy con la policía, ¿qué crees que va a suceder? ¿Que van a hacer justicia y él terminará en la cárcel? Eso jamás va a pasar. Además, sería muy estúpido de mi parte, también tengo cosas que esconder.
—¿Qué cosas? ¡Solo dilo entonces!
—¡No quiero a la policía husmeando por mis bares! ¡Eso mandaría al carajo mi negocio! ¿Cuántos años crees que me darían por venta de drogas y nexos con el crimen organizado? ¿Cuántos años crees que sean por asesinato?
Emilia se quedó callada. No podía imaginar los motivos que la habían llevado a tomar ese camino. Odiaba pensar que su sed de poder o su avaricia hubieran podido arrastrarla a ese infierno. Titubeó, bajando la mirada por primera vez en su encuentro.
—No, eso no es cierto.
—¿Por qué te niegas a creerlo? ¿Tan difícil es verme como en realidad soy?
Danielle fue hasta ella, sintió sus manos enredarse en sus brazos mirándola fijamente como si quisiera hacerla entrar en razón. Lo entendía, había mantenido aquella doble vida todo ese tiempo. Sabía de lo que era capaz, se lo había confesado de alguna forma cuando le contó sobre Elizabeth, pero ella había conocido a la verdadera Danielle. La que pasaba la noche en su departamento y se quedaba a prepararle el desayuno con música de The Clash, la misma que le había enseñado que la belleza de la vida estaba en cada detalle, que un buen vino no lo definía su conserva sino una buena compañía, que hacer el amor y tener sexo eran cosas distintas, que la vida no eran solo las desgracias de la misma. Esa era la Danielle Lombardi de quien se había enamorado. Para ella todas las personas tenían una doble cara. «Máscaras», pensó. Esa máscara de criminal no era todo lo que había en ella, era solo una parte y estaba dispuesta a amarla con todo lo que eso implicaba.
—No me importa —sentenció, observando la sorprendida expresión de Danielle, como si no pudiera creer lo que le decía—...yo he visto quién eres, la persona que estuvo conmigo todos estos meses es la verdadera Danielle y es justo por la mujer que estoy aquí.
Podía sentir el aliento de Emilia sobre su rostro, sus palabras comenzaban a desmoronarla. Para ser sincera jamás imaginó que la chica tuviera las agallas de ir hasta la mansión para buscarla y menos decirle todo aquel discurso visceral. En lo único en lo que podía pensar era en besarla y cerrar esa estúpida brecha, volver a ser solo las dos y esta vez para siempre.
Desde la planta de arriba, Grecia había escuchado toda la conversación. Como un ave carroñera esperaba el momento perfecto para devorar a su presa. Aquella rubia comenzaba a irritarla de sobre manera. Su hermana estaba siendo muy clara, su relación era imposible y ella tenía que irse. Sabía que Danielle no iba a tener la fortaleza para deshacerse de Emilia a pesar de que esa era su intención. Se acercó sigilosamente sin que pudiera darse cuenta, mientras sus ojos se clavaban en el dulce rostro de su hermana que ahora se percataba de su inminente presencia.
—¿Qué te hace pensar que conoces a Danielle? —Sintió los ojos turquesas de Emilia sobre ella. Caminó despacio hasta colocarse a un lado de su hermana—. ¿En realidad crees que conoces cada parte de ella solamente por toda esa mierda que te mostró?
Sus ojos grises expresaban una intensa aversión por su presencia. Danielle intentó intervenir pero Grecia le hizo una señal con la mano.
—Ella jamás podrá amarte... a diferencia de ti Dany no ha olvidado a su primer amor. —Deslizó su mano por el cuello de Danielle, acariciando con sus largas uñas el tatuaje con su nombre. Beso su cuello, quería dejarle en claro a esa mujer que nadie podía eclipsar su lugar en el corazón de su hermana.
Emilia reparó en Danielle, sus ojos estaban inmersos en Grecia, y era como si de pronto estuviera atrapada por su hechizo. Ni siquiera hizo un intento por alejarla, la aferró por la cintura dejando en claro que entre las hermanas Lombardi había algo más que el amor fraterno.
—Lárgate, hazte un favor y deja de dar lastima. —Grecia se había acercado hasta ella—. Sigue follando con tu exnovia y deja en paz a mi chica.
Intentó tomarla de la barbilla pero Emilia reaccionó con rapidez azotando su mano con fuerza.
—¡No te atrevas a tocarme!
Grecia sintió como un fuego intenso la consumía. Estaba dispuesta a contestarle aquel mal educado desplante cuando Danielle intervino.
—Ya basta. —Se interpuso entre ambas, dirigiendo su mirada hacia Emilia—. Vete. No vuelvas a buscarme.
A pesar de lo complejo que podía ser, no le resultaba extraño. Grecia siempre estuvo ahí, como una sombra inseparable de Danielle. Había un claro dejo de amor en sus caricias, en su protección, incluso en el gesto que presenció durante la subasta. Era probable que continuaran con sus encuentros aún después de formalizar su relación. Ahora todo estaba claro, estaban enamoradas y a decir por su expresión nada de eso iba a cambiar. Se sentía herida y expuesta, no podía dejar de pensar en todas las veces que ella fue motivo de sus burlas. Ver la realidad desde ahí era sumamente doloroso.
—Siempre fui sincera contigo, Danielle. Te abrí mi corazón, mi vida. Y no me digas que mentiste para protegerme, esas mentiras solo te protegieron a ti. No eres muy diferente a todas las personas que me hicieron daño.
Emilia sabía que no había forma de romper ese hechizo, las hermanas Lombardi se habían amado desde siempre. Ni siquiera su historia de amor con Danielle podría destruir el lazo inquebrantable que las unía. No tenía motivos para continuar ahí, dio la media vuelta y salió de la habitación deprisa.
Danielle tuvo el impulso de detenerla, pero las manos de Grecia aferraron su antebrazo. Se quedó de pie, observando a Emilia desaparecer entre la oscuridad y la espesura de la nieve.
Grecia suspiró aliviada, sus dotes de actriz habían librado a Danielle de aquel incómodo encuentro con esa exasperante mujer. Descubrió a su hermana inmersa en el fuego de aquella chimenea que comenzaba a consumirse lentamente. La vio caer de rodillas, abrazando su cuerpo como una pequeña niña aferrada a su peor temor.
Era la primera vez que veía llorar a Danielle, sus sollozos y el sonido de las brasas calcinando los troncos era todo lo que podía escuchar. Se aferró a ella, abrazando ese dolor que ahora también se convertía en el suyo.
—Está bien, todo estará bien —le dijo, con un tono maternal levantando su rostro, despejando la maraña de cabello de sus ojos—. Mírame, cuando todo esto acabe, cuando terminemos con ese bastardo, podrás buscarla y explicarle todo. Ella lo entenderá.
Sintió como se aferraba a su pecho, no supo el tiempo exacto que duró consolando su llanto. Solo podía pensar en una cosa: la felicidad de Danielle. Eso siempre había sido lo más importante. Si el amor que sentía por esa mujer era algo tan atesorable para ella entonces no intervendría más. Se conformaría con ser espectadora de la maravillosa vida que el destino seguramente le tenía preparada.
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