XIV
Despertó con un intenso dolor en el cuerpo, podía sentir la rigidez en su espalda y las ingles entumecidas. La noche anterior había sido por demás intensa. Al intentar estirarse descubrió a Danielle durmiendo plácidamente a su lado, su respiración era tranquila y por primera vez se vio seducida por unas inmensas ganas de mirarla a detalle. Evidentemente era una mujer hermosa, reparó en sus largas pestañas, su nariz afilada, tenía los pómulos marcados, el mentón definido, su piel era tan blanca como las sábanas de su cama y su precioso cabello negro y rizado caía sobre su rostro. Era curioso cómo esa expresión firme continuaba en ella aún estando dormida, y esa cicatriz... Repasó esa herida vieja con la yema de su dedo, no pudo evitar preguntarse cómo es que había terminado con una marca tan peculiar. Se sintió tonta, estaba demasiado cerca de ella, ¿qué pensaría si de pronto despertaba? Seguramente creería cosas extrañas, además de que era totalmente escalofriante. Se puso de pie para dirigirse al baño cuando la mano de Danielle la sujetó del antebrazo.
—¿A dónde vas? —preguntó aquella voz enronquecida.
Emilia se sorprendió de verla despierta
—Al baño. —Se soltó con suavidad del contacto de su compañera y entró al cuarto de baño. Lavó su rostro, cepilló sus dientes, se puso ropa interior y una camiseta de Nirvana que había comprado hacía dos semanas en su primera visita a un bazar. Recogió su cabello con una coleta y regresó a la habitación en donde Danielle la esperaba aún recostada en la cama mirándola fijamente.
Emilia se veía realmente encantadora con ese atuendo matutino, de no haber sido por el maldito dolor de su costilla le habría hecho el amor durante todo ese día.
—¿Pasa algo? —le preguntó mientras se sentaba junto a ella.
—Me encantaría tener una impresionante historia, pero, solo es una anécdota aburrida.
No sabía a qué se refería, hasta que Danielle señaló la cicatriz de su ojo.
—Tendríamos como ocho y diez años, papá tenía una enorme colección de katanas y Grecia, como siempre, fue la mente maestra del asalto a la habitación donde estaban resguardadas. Todo era diversión hasta que, accidentalmente, acercó demasiado el sable a mi cara y me dejó un adorable recuerdo de aquella tarde. Estuve a punto de perder el ojo, pero afortunadamente papá conocía al mejor cirujano del país.
Por un instante Emilia sintió pena, al final de cuentas la había descubierto observándola. Pero se alegraba al menos de saber que esa cicatriz había sido cosa de niños.
—Vaya, imaginé que se trataba de una marca de guerra. Supongo que ya no lo encuentro tan excitante.
Danielle sonrió tan genuina que por un instante Emilia se encontró absorta por esa expresión que, podría jurar, jamás había visto en su certero rostro.
—Vístete, hay algo que quiero mostrarte.
Esta vez no se atrevió a cuestionarla. Danielle comenzaba a abrir un camino para llegar hasta ella y por alguna razón no quería dejarlo pasar. Se dio un baño rápido y al salir encontró a su compañera sacando de una pequeña maleta un cambio de ropa.
—¿Venías preparada?
—Yo siempre.
Emilia caminó hasta el buró y descubrió un frasco de medicamento sobre él, al analizarlo se dio cuenta de que eran analgésicos muy fuertes. Fue entonces que se percató de que Danielle estaba un poco sobrecogida.
—¿Es en serio, Lombardi?
—Descuida, Diciembre. Estaré bien una vez que tome esto —le dijo, quitándole el frasco de pastillas de las manos.
—No debiste...es decir, hicimos todas esas cosas ¡Debiste decírmelo!
Danielle negó. En realidad, el dolor sí se había intensificado por lo sucedido la noche anterior pero no era nada que pudiera detener su día.
—Estaré bien, deja de preocuparte. —Se acercó, depositando un sutil beso sobre sus labios—. En cuanto salga nos vamos. Prepárate.
Emilia no dijo nada más. Estaba molesta por esa actitud inconsciente, pero se dio cuenta de que no podía hacer nada al respecto. Ahora sabía que Danielle era demasiado testaruda.
Espero a que saliera, tenía ya sus cosas listas, una bolsa ligera; llevaba ropa casual, unos jeans, su camiseta de Nirvana y unos tenis. El atuendo de Danielle también era bastante cómodo, era la segunda vez que la veía usar skinny jeans y vans. Era como un atractivo chico alto con cabello largo.
Danielle condujo su auto hasta las afueras de la ciudad con un poco de música de LP sonando de fondo.
—¿A dónde vamos?
—No te lo diré hasta que lleguemos.
Continuaron un poco más en silencio hasta que reparó en Emilia, que lucía un tanto inquieta tocando su estómago. Debía estar hambrienta, ella también lo estaba pero se había acostumbrado a sentir esa necesidad. Su vida solía ser tan ajetreada que era usual que pasara horas sin probar bocado.
Decidieron hacer una parada en un restaurante sobre la carretera. El lugar era modesto, tenía pocas mesas y un menú con desayunos y escasa variedad de platillos. Así que ordenaron algo ligero y un café negro para poder continuar.
—¿En serio no vas a decirme a dónde me llevas?
Danielle cerró el menú con fuerza, mirándola por sobre sus lentes de sol con esa expresión fría en sus ojos.
—Bien, la verdad es que voy a deshacerme de ti.
Emilia esbozó una sonrisa, pero poco a poco aquella se fue borrando de su rostro conforme veía que Danielle no lo tomaba con la misma gracia.
—Sabes ahora demasiado sobre mí —continuó, aferrando su mano a una de las muñecas de la rubia—... y no puedo permitirlo. Te advertí que no te convenía estar cerca de mí.
Danielle la observaba con tal seriedad que por un instante pensó en gritar. La presión en su muñeca era constante.
—Si gritas voy a hacerte daño...
Sintió como un metal frío tocaba su rodilla, ¿en verdad estaba pasando? ¿había caído así de fácil en aquella trampa? Descubrió esa mirada socarrona y la escuchó soltar una carcajada mientras sacaba el tenedor de debajo de la mesa.
—No puedo creerlo, de verdad sigues pensando que soy una criminal.
—No fue gracioso.
Emilia estaba en realidad molesta y Danielle jamás había visto esa expresión colérica en sus ojos.
—Lo siento, ¿estás bien?
Emilia suspiró. Había sido una tontería y en realidad más que estar molesta se sentía expuesta y avergonzada. Cuando Lucía le presentó su investigación, durante un instante, creyó en la posibilidad de que estuviera metida en toda esa basura. Quizá en el fondo esa idea no había desaparecido.
—Solo quiero que sepas que no dudo de ti. Es solo que...
—No importa —intervino Danielle—. Me alegra saber que mi chica está siempre alerta.
«¿Mi chica, dijo?», pensó, «¿Qué demonios quiso decir con eso de mi chica?, ¿acaso significa que...?». Prefirió no hacer alarde. Se dio cuenta de que la mesera llegaba hasta ellas con su desayuno así que aprovechó para cambiar el tema.
—Vi que acudiste con tu hermana al desfile de Carl Piamont.
Danielle la observó intrigada, aquella reveladora premisa le había tomado por sorpresa.
—¿Has estado acosándome?
—Eso quisieras —respondió Emilia, colocando un pedazo de fresa en su boca—, pero no es muy complicado encontrar información de ustedes en los medios y redes sociales.
—¿Entraste a mi perfil de IG?
—Quizá —contestó sonriendo de forma reveladora—. ¿Sabías que hay un grupo de locas que te shippean con tu hermana?
Danielle rio al escuchar aquella palabra, esas terminologías nuevas se escuchaban un poco infantiles para estar en la boca de una mujer como ella.
—De verdad, incluso hay un hashtag: Danecia.
Danielle estaba al tanto de esas estúpidas tendencias, pero ver que Emilia estaba tan familiarizada con ellas le divertía. Comenzaba a sorprenderla. Era como si de un momento a otro pudiera ser la respetable y poderosa dueña de un periódico y al mismo tiempo dejarse llevar como una adolescente por los chismes de la farándula. Era adorable.
—Lo he visto un par de veces.
—¿No te molesta?
—¿Qué fantaseen con que tengo una relación incestuosa con mi hermana?
—Sí. Bueno, no solo eso. Gente que no conoces metiéndose en tu vida de esa forma.
Danielle encogió sus hombros.
—Siempre ha sido así, a estas alturas ya estoy acostumbrada. No quiere decir que me guste, pero, ¿qué puedo hacer? No me digas que no te ha sucedido, tu padre era una figura pública después de todo.
—Lo era, pero siempre fue muy reservado con su vida privada y yo he tratado de hacer lo mismo.
Danielle mejor que nadie sabía que eso de reservarse para los demás no funcionaba del todo. Había que ser verdaderamente astuto para mantener un perfil bajo. A ella le había funcionado porque había encontrado un equilibrio entre lo que podía mostrar y lo que en realidad nadie debía saber. Era como tener una doble identidad, pero gracias a eso aún estaba viva.
—El hecho de que toda esa gente vea mis fotos y se invente historias sobre con quién me acuesto, no significa que conozcan mi vida. Ese es el problema de las redes sociales, las personas creen que solo porque saben con quién saliste de fiesta, dónde estabas en tus vacaciones de verano o en qué restaurante tomaste el desayuno, conocen todo de ti. Pero eso no es más que una fantasía. Una fantasía que uno crea al momento de subir una foto. Solo les dejo ver lo que ellos quieren, nada más.
Aquellas palabras eran certeras, hasta ese momento ya había reflexionado en torno a lo poco que sabía de Danielle. Con esa revelación ahora no estaba segura de si lo poco que conocía era solamente un reflejo de lo que ella quería mostrarle. «¿Quién eres, Danielle Lombardi?», pensó, sin dejar de replantearse aquella pregunta. Sentía que un enorme abismo se abría entre ellas, justo en el momento en el que creía que se habían vuelto más cercanas.
Terminaron de comer y continuaron su trayecto por algunos minutos, el clima había cambiado, la vegetación era espesa y estaban más allá de las afueras de la ciudad. Danielle giró, tomando un camino de terracería y Emilia pudo divisar la lejanía de su destino.
A lo lejos una enorme mansión comenzaba a verse. Estaba rodeada por grandes pinos y amplios campos en donde unos jóvenes se encontraban trabajando en hortalizas y otros corrían en círculos ejercitándose por una enorme pista; había algunos guardias de seguridad y una caseta de vigilancia. «¿Qué es este lugar?», se preguntó. Tenía la pinta de una prisión pero su belleza era contrastante.
—Llegamos. Querías sinceridad de mi parte así que eso voy a darte, Diciembre —dijo con orgullo.
—¿Qué es este lugar?
Danielle detuvo el Bentley justo frente a las puertas de lo que ahora lucía como un enorme hospital.
—Querías saber si tenía algún negocio oculto o un secreto y este lugar es ambas cosas.
Emilia abrió la puerta, se percató de la preciosa mujer de cabellos oscuros que les esperaba en las escaleras de la entrada junto a una enfermera y a un hombre de traje.
—¿Recuerdas a Kenji?
No se dio cuenta del momento en que Danielle se había trasladado a su lado. La vio quitarse los lentes de sol y mirarla fijamente. Sus ojos verdes se mimetizaron con el paisaje rural que las rodeaba.
—El chico del restaurante, ¿lo recuerdas?
Emilia lo recordaba, lo había ayudado a salir con vida de su problema con carteles de drogas. Podía entender ahora qué clase de lugar era ese.
—¿Es una casa hogar?
Danielle sonrió, encontraba atractiva su habilidad de deducción:
—Funciona también como un centro de rehabilitación. Tenemos psicólogos, doctores, los internos toman clases básicas y aprenden oficios. Luego, cuando se sienten listos para salir de nuevo al mundo se marchan.
Emilia estaba impresionada, el lugar era aún más inmenso de lo que se veía a distancia, se preguntó cómo es que había hecho hasta ahora para mantener algo así en total anonimato.
—Nos gusta mantenerlo con un bajo perfil. Hay personas que los buscan con mala intención, es cuestión de seguridad. Espero que entiendas.
Aquello la ofendía un poco, si Danielle creía que por saber su mayor secreto iba a ir por ahí difamándola, tenía una mala concepción de lo que era su profesión. El periodismo era una labor de compromiso y sensibilidad. Soltar información sin tener el más mínimo sentido de prudencia podía ser peligroso. Por eso es que le preocupaba tanto el reportaje de Lucía sobre la campaña de Gastón.
—No tienes que preocuparte —continuó, observando de reojo como la mujer de ropa formal se acercaba hasta ellas.
—Danielle, qué gusto verte. —La mujer había agachado su cabeza sutilmente, mirando a Danielle y después reparando en Emilia—. Ha pasado un tiempo desde tu última visita
—Gracias, Alexa. Lamento no haberles avisado esta vez.
La mujer negó. Estrechando su mano a la de Danielle con una sonrisa resplandeciente y sin quitarle los ojos de encima. Emilia reconoció esa expresión de inmediato.
—Te presento a la señorita Navarro —intervino colocando una mano detrás de la espalda de la rubia—. Emilia, ella es Alexa Sorni, directora de la asociación.
Alexa tomó su mano con delicadeza, aquel contacto había relevado el poco entusiasmo que sentía en realidad de tenerla ahí. Sin embargo, la mujer continuó siendo cordial.
—Es un honor conocerla, señorita Navarro. Soy una ferviente lectora de su periódico. Adoro la columna de los martes.
Emilia sonrió, recordó de pronto que la encargada de trabajar con esa columna era Lucía. Así que no pudo evitar ocultar su ligera incomodidad. Evidentemente no estaban teniendo un buen inicio.
Alexa se mostró atenta, las llevó personalmente por todo el lugar y Emilia descubrió lo hermoso y cálido que era, las habitaciones no eran lujosas pero parecían tener lo necesario para vivir cómodamente. Había un hospital, una escuela, un gimnasio y un ala de dormitorios. Eran al menos cincuenta de ellos y se les ofrecía un trato con especialistas, psicólogos y nutricionistas.
Alexa le dijo que algunos aprendían oficios, jardinería, carpintería, electromecánica y cocina, así como práctica de deportes al aire libre.
Aquello era un verdadero paraíso, y era como si Danielle tuviera el amor de cada uno de los jóvenes que se encontraban con ella.
—¡Señorita Lombardi! ¡Señorita!
Muchos habían dejado sus actividades para ir a saludarla y darle noticias sobre sus avances. Danielle parecía la madre de todos esos jóvenes en situaciones realmente complejas. Era tierno. Jamás hubiera imaginado que fuera fundadora de un lugar así, pero luego recordó lo que le había dicho esa mañana, durante su almuerzo. Ciertamente habían muchas cosas que no conocía sobre ella, pero la idea de que fuera revelándose poco a poco hacía vibrar un poco más rápido su corazón.
—¡Danielle!
Emilia se percató de la pequeña niña rubia que corría hasta ellas. Danielle cambió su expresión al verla. La tomó en brazos y la llevó hasta su hombro.
—¡Elizabeth! ¿ahora sí has estado comiendo tus vegetales? ¡Estás enorme!
La pequeña comenzó a reír, se escurrió de ella y una vez en el suelo se descubrió el brazo izquierdo con júbilo.
—Ahora soy fuerte como tú.
Emilia rio, percatándose de cómo la pequeña continuaba pegada a Danielle como si se tratara de su superhéroe favorito.
—¿Viniste para jugar conmigo? —le preguntó aquella chiquilla de rosadas mejillas. Alexa fue hasta ella para apartarla de Danielle.
—La señorita Lombardi vino con una amiga. Salúdala, Elizabeth.
La pequeña reparó en Emilia y esta le regaló una amable sonrisa.
—Mucho gusto, señorita. Me llamo Elizabeth y tengo estos años —dijo extendiendo sus cinco dedos frente a ella—. Se me están cayendo los dientes pero está bien porque me estoy haciendo fuerte también. La primera vez me dio miedo, pero la doctora dijo que era normal, que saldrán de nuevo.
Danielle sonreía luminosa. En realidad, Emilia jamás había visto una expresión tan encantadora en ella. Podía decirse que había una Lombardi seductora y reina de los negocios y luego esa otra que parecía ser tan tierna como la propia Elizabeth.
La pequeña había tomado la mano de Danielle, dirigiéndola hasta el salón de arte en donde solía pasar la tarde tomando clases de pintura y música. Le mostró lo que había hecho, sus sorprendentes cuadros de gatos y le tocó una melodía que ella tituló el gatito que se me perdió. Emilia había aprendido a tocar el piano a su edad, y estaba segura de que esa solamente era una escala de Do mayor repitiéndose una y otra vez. Pero Danielle le aplaudía con fascinación.
—Elizabeth, tenemos que irnos. —Alexa había tomado la mano de la pequeña. Que les dirigió un gesto melancólico.
—Un poquito más...por favor.
La chica Lombardi se inclinó hasta ella, atrapando su nariz con su dedo índice y medio. Emilia recordó la vez que le había hecho ese gesto.
—Prometo que volveré. Comeremos helado y jugaremos todo el día.
—¿Me lo prometes? ¿Por la garrita?
Sonrió. Hizo aquel movimiento con su dedo meñique para cerrar la promesa con la pequeña niña y finalmente Alexa se la llevó.
Emilia y ella se quedaron en el salón de música contemplando el paisaje campirano que se apreciaba desde la ventana.
—Elizabeth llegó aquí hace dos años. No hablaba, tenía evidentes marcas de tortura y...
Emilia se percató de ese repentino silencio. Como si de pronto no supiera o no quisiera decir lo que continuaba.
—Sus padres están desaparecidos, quizá muertos. Ella cayó en manos de personas crueles que usaban a los niños como juguetes. Pudimos dar con ellos gracias a un informante. Contraté hombres y los encubrí como policías para que entraran a ese lugar y la sacaran.
Emilia sintió un nudo en el pecho. Recordar el tierno rostro de Elizabeth después de escuchar su historia provocaba que le doliera el estómago. No podía creer que existieran personas tan inhumanas.
—¿Qué pasó con esas bestias?
Danielle la miró fijamente. Esperaba que su don de intuición resurgiera nuevamente. Pero al parecer Emilia quería escucharlo de su boca.
—El mundo no necesita a ese tipo de escorias.
Se percató de cómo un escalofrío recorría su cuerpo. Entendía su sentimiento, las personas que eran capaces de lastimar a una niña de esa forma merecían el peor de los castigos, pero no estaba de acuerdo con la venganza a manos propias. Realmente hubiera querido que lo negara pero estaba segura de que no iba a suceder.
Danielle se acercó lentamente hasta ella. Subiendo una mano para despejar el cabello de su rostro, recorriendo con el pulgar su labio inferior, perdida en la profundidad del océano que eran sus ojos.
—El bien y el mal son subjetivos. Pero tienes que entender que a veces la justicia no es lo que uno espera. Si hubiera denunciado a la policía esa enferma casa de citas alguien habría comprado ese silencio. Elizabeth seguiría ahí, atada a una cama con una gruesa cadena, tomando agua de un plato sobre el suelo y esperando a su cliente número diez del día ¿No es el mundo un lugar injusto?
Emilia podía comprender lo que decía, pero la idea de que Danielle fuera capaz de desaparecer a alguien la sobresaltaba. No estaba dentro de su ética aceptar algo así. Pero tampoco podía decir que aquella justicia a mano propia le parecía descabellada. Quizá, bajo la misma situación, ella habría actuado de la misma forma. Lo había dicho, el mundo era un lugar injusto, pero también oscuro.
—Aplaudo tu intención, pero no tus métodos...
Danielle dio un par de pasos hacia atrás, alejándose lentamente.
—Pero, te agradezco la sinceridad. Si estás diciéndome todo esto es porque confías en mí.
Danielle estaba sorprendida por su reacción. No esperaba la ternura de sus palabras y su comprensión. Era difícil admitirlo, pero abrirle su corazón estaba resultando inesperadamente fácil. Una parte de ella quería que la conociera, que supiera de esa luz y oscuridad que la habitaban. Sin embargo, a esas alturas se preguntó el motivo, ¿qué tenía que demostrarle? ¿por qué querría que Emilia Navarro entrara en su corazón? Los labios carnosos de aquella rubia se aferraban a los suyos, enredando sus brazos alrededor de su cuello. Sujetó su cintura, levantándola suavemente hasta percatarse que se sostenía sobre las puntillas de sus tenis. Aquel beso había sido distinto a otros. Lento, suave y sobre todo cálido.
Emilia sintió como sus pies tocaban el suelo de nuevo una vez que sus rostros se separaron. Danielle continuaba mirándola y estaba segura de que ella también había sentido lo mismo con ese dulce beso.
—Quizá debamos regresar antes de que se oculte el sol.
Emilia sonrió. Asintió y se colocó el bolso sobre su hombro para después salir del salón de música. Danielle se quedó de pie durante un instante, tragó saliva, escuchando el ritmo de su presión ir de su pecho hasta su cabeza. No podía permitírselo, simplemente no podía enamorarse de Emilia Navarro. Hacerlo solamente podía traer la desgracia a su vida. Cuando la conoció había querido ser la razón por la cual no saltara de ese edificio pero ahora sabía que si se convertía en esa razón, el vacío sería su fin.
Después de despedirse de todos tomaron carretera para volver a la ciudad. Emilia descubrió que tenía una decena de llamadas perdidas de Lucía. No imaginó que pudiera ser tan urgente así que simplemente no regresó la llamada, no interrumpiría aquel viaje. Miró el perfil de Danielle mientras conducía, se había quedado tan seria después de aquel beso que imaginó estaría un poco confundida o incluso molesta por su arrebato. No había sido su intención besarla de esa forma, simplemente, descubrió que el ambiente y la situación lo propiciaron. Aunque a esas alturas, despertaba muchas cosas en ella, sabía que no existía un futuro exitoso entre ellas. Las reglas del juego ya estaban más que estipuladas. Si no quería perderla tenía que acatarse al trato. Cerró sus ojos durante un instante y después, sin darse cuenta, cayó en un profundo sueño.
Danielle la miró de reojo, no se percató del momento exacto en el que se había dormido, pero la luz del atardecer acariciaba suavemente sus preciosos rasgos. Sus pestañas rubias, parecían casi albinas con el filtro del sol, sus labios rosas y carnosos, esa nariz respingada y su cabello ligeramente más largo de cuando la conoció. No podía olvidar ese beso, era la segunda vez en su vida que sentía algo así. El sentimiento le aterraba pero al mismo tiempo no quería dejarlo pasar. Deseo haberla conocido en otras circunstancias, incluso ser otras personas en otro tiempo; porque en esa vida sería imposible.
Escuchó que el móvil de la rubia comenzaba a vibrar, estaba junto a la palanca de cambios, lo tomó y se percató de que era una llamada de Lucía. Esa asfixiante mujer no dejaba de atormentar a Emilia. «Qué inoportuna», pensó. Desvió la llamada, llevada por un impulso. No conocía su historia, pero estaba claro que Lucía Burgos era un maldito cáncer en su vida. Fuera de cualquier sentimiento de celos, Emilia se merecía algo de tranquilidad y parecía que Lucía solo vivía para atormentarla. Se encargaría de ella en cualquier momento, una advertencia podría ser suficiente. Condujo hasta llegar al edificio del departamento de Emilia; quien despertó somnolienta, mirando a todos lados como una chiquilla asustada.
La rubia no recordaba haber dormido tan cómodamente en un auto hasta ese momento. Observó a Danielle bajar para abrirle la puerta y despedirse con formalidad.
—Espero que te hayas divertido, Diciembre.
Emilia esbozó una sonrisa, divertido no era la palabra que ella tenía en mente cuando pensaba en su viaje.
—Fue un viaje interesante. Pero tengo algo que preguntarte... ¿Por qué me llevaste a ese lugar? No tenías que demostrarme nada.
Emilia era muy astuta. Esa era la intención de aquel repentino viaje y en el fondo le parecía importante para su relación que se sintiera tranquila y supiera un poco de su verdad.
—Estoy acostumbrada a que las personas piensen y digan cosas sobre mí y sobre quien soy, pero no puedo con el hecho de que haya alguien que piense que soy una criminal.
—¿Y por qué te importa tanto lo que yo piense de ti? —lo había dicho con doble intención. En realidad quería que fuera sincera. De esa forma, ella también podría serlo finalmente y salir de esa terrible encrucijada que comenzaba a ahogarla.
—Porque eres Emilia Navarro, la dueña del periódico 24/7. Tengo que cuidar mi imagen.
Era evidente que Danielle estaba evadiendo la verdadera intención de su pregunta. Mentiría al decir que no se sentía decepcionada. Sin embargo, era mejor así. Si ella quería continuar con las cosas como estaban aceptaría. Prefería tenerla así que simplemente no tenerla.
—Agradezco tu sinceridad y no tienes de qué preocuparte. Tu secreto está a salvo conmigo.
Danielle dibujó una media sonrisa en su rostro. Se alejó, caminando despacio de vuelta a su Bentley. Hasta que se detuvo frente al mismo.
—Ahora todo depende de ti —le dijo a Emilia, obligándola a volverse—. Serás tú quien decida que tanto quieres arriesgarte y si vale la pena solo por algo de sexo casual.
La vio subir al auto y perderse en el horizonte de aquella calle principal, mientras ella subía hasta el piso número diez de aquel descomunal edificio. Dejó su bolso junto a la entrada y se tiró sobre su sofá. No sabía qué sentir en ese momento, conocer esa parte de Danielle había despertado muchos sentimientos diversos en ella. Ahora era inevitable pensar que eso que conocía era solo la punta del iceberg de su vida, una pequeña parte que ella quería que conociera. Aun y cuando quisiera saber un poco más, ¿con qué cara podía pedírselo? ¿Cómo pedirle a Danielle Lombardi que le abriera su corazón? Conocerse a ese nivel no importaba a la hora de hacer el amor. Porque sabía bien que a eso se resumía lo suyo, dos amantes que satisfacían sus deseos más mundanos en el momento que alguna lo requiriera.
Fue hasta el minibar, se sirvió una generosa copa de vino, y aquellas últimas palabras que Danielle le había dicho hacía un instante vinieron a su mente, quizá Lucía tenía razón y el único motivo por el cual estaba jugando a ser su amante era porque necesitaba de su reputación y su periódico para limpiar su nombre. De pronto esa idea hizo que un dolor le atravesara el pecho. Tenía que ser astuta, y no dejarse llevar por sus nacientes sentimientos. Enamorarse de Danielle Lombardi podía ser el peor error.
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