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Llegaron a la fiesta, las cámaras y los reporteros no se hicieron esperar, después de todo era un evento de periodistas. Danielle bajó para abrirle la puerta a Emilia y todos quedaron sorprendidos de verlas llegar juntas. Ambas eran hijas de dos importantes empresarios y había rumores que apuntaban a que la relación que las unía, iba más allá de una simple amistad así que todos estaban ansiosos por tener la premisa.

Emilia estaba nerviosa, escuchó el disparo de todas las cámaras que le estaban esperando desde hacía horas. Le pareció envidiable la inmutable tranquilidad que Danielle tenía frente a aquella multitud.

Observó cómo le ofrecía su mano para bajar del automóvil así que no tuvo más opción que tomarla. Los reporteros comenzaron a gritarles, era una pelea para ver quién tenía la mejor foto de aquellas dos chicas que caminaban de la mano hacia el elegante recinto.

Danielle estaba sorprendida con la elegancia de aquel palacio. Tenía jardines enormes decorados con luces y preciosas esculturas al estilo renacentista. Era sorprendente la forma en la que los Navarro hacían brillar su apellido en medio de aquella opulencia.

Caminaron entre la multitud por una larga alfombra dorada mientras se acercaban un par de fotógrafos que al verlas no dudaron en ir sobre ellas. Ahora eran la sensación de la fiesta.

—¡Presidenta! ¡Una foto!

Danielle se hizo a un lado, mientras que Emilia posaba con seriedad para las cámaras que la enfocaban con insistencia.

—Señorita Lombardi, una con usted, por favor.

Dirigió su mirada a Emilia quien aceptó y en un instante ya estaba a su lado sujetándola por la cintura. Todos los flashes apuntaban directo a ellas, incluso aquellos quienes ni siquiera eran parte del gremio. Era la primera vez que la presidenta llevaba a un invitado a aquella fiesta de gala, y no era cualquier invitado. Era una de las cinco mujeres más ricas y poderosas del país así como ella. Las dos representaban al nuevo mundo de los negocios liderado por jóvenes herederas.

Al entrar al salón la elegancia no terminaba, la decoración al mero estilo Luis XV rodeaba todo el lugar: los dibujos románticos en las bóvedas de los techos, las arañas de cristal fino cayendo, sin mencionar, la pureza con la que lucían la mantelería y las largas mesas con bocadillos, copas con los mejores vinos y un hermoso pódium que se veía a lo lejos.

Al reconocerla algunos de sus invitados se acercaron a saludarla. Había personas realmente interesantes, magnates, empresarios, artistas de todos los rangos y políticos. Las más poderosas y también corruptas personas hacían presencia en esa elegante fiesta.

A Emilia no le sorprendió que entre sus invitados algunos reconocieran a Danielle, quien se mostraba sumamente sociable. Saludaba con su conocido encanto, pero igual de recatada que siempre, con ese tono sobrio pero al mismo tiempo cordial que cautivaba a hombres y mujeres. Era como un pez en el agua. Reconocía un poco de su actitud en ella, pero Danielle aparentaba tener un poco más de chispa. Ella realmente era mala en eso de fingir cordialidad e interés. Se limitaba a sonreír y mantener las charlas, pero su entusiasmo siempre estaba apagado. Por eso, quizá, es que muchos de sus pretendientes finalmente habían desistido.

Entre la multitud y los saludos, de pronto Danielle se percató de lo lejos que había quedado de su acompañante. Se disculpó, mientras charlaba de negocios con un regidor y caminó entre los invitados para buscar a Emilia. La encontró de pie observando una escena entre Lucía, y quien, seguramente era su novia, sonriendo mientras bailaban en la pista.

—¿Quieres bailar? —preguntó, notando que la sacaba de trance—. ¿Todo bien?

—Perfecto —mintió, luchando en realidad para demostrar que aquello no la alteraba en lo más mínimo—. Te desenvuelves muy bien en este ambiente.

Danielle sonrió. Escuchó que la pieza terminaba y todos volvían a su lugar, entre ellos Lucía. Así que acarició el rostro de Emilia con ternura asegurándose de que su indeseable ex novia fuera testigo de todo.

—Es sencillo, solo diles lo que quieren escuchar y estarán comiendo de tu mano.

Emilia rio, extrañándose de aquella caricia.

—¿Eso haces conmigo?

—¿Bromeas? —continuó Danielle con alegría—. Nosotros ni siquiera hablamos. —Se acercó hasta ella, rozando sus labios a su oído, haciéndola estremecer—. Prefieres otro tipo de discurso.

La rubia se alejó en un acto reflejo. Miró a todas partes como si intentara tapar el sol con un dedo. Danielle se dio cuenta, imaginó la presión que debía sentir. Prácticamente estaba saliendo del closet en aquella fiesta. No quería abrumarla.

—¿Te preocupa que piensen que somos pareja?

—No...¿un poco, tal vez? Qué más da.

—Míralos —intervino Danielle percatándose de quienes miraban de reojo—. Les encanta vernos. Escuché a uno de tus empleados decir que hacemos una pareja perfecta. Otro incluso dijo que te veías feliz.

—Es solo morbo —contradijo, dando un sorbo a su copa.

—Puede ser —continuó—. ¿Quién lo sabe? Pero esta es tu noche, todo esto es gracias a ti y nadie puede contradecirte o juzgar lo que hagas. Así que solo déjate llevar un poco.

Danielle estaba en lo correcto. Ella era la dueña de todo. Lucía ya se había declarado oficialmente, ¿qué tenía de malo que ella también lo hiciera? Bebieron un poco de champagne y terminaron de saludar invitados mientras iban de un lado a otro como la pareja del momento. Todos lo daban por hecho, incluso Lucía que las miraba de lejos y con precaución.

Después de un rato, los discursos de agradecimiento llegaron. Estaba tan nerviosa como siempre, pero sabía que podría lograrlo.

—No olvides respirar, Diciembre —susurró una vez que la acompañó al pódium.

Como cada año Emilia era quien cerraba dicho evento. Era buena oradora, se sentía segura y conocía a la perfección su labor, pero de pronto tanta atención la agobiaba. Hizo un breve homenaje a su padre, reconoció a algunos de sus empleados y finalmente agradeció a su equipo y a su mano derecha: Lucía.

—Ahora a disfrutar de la fiesta.

Los aplausos llegaron después de sus palabras finales y fue como si volviera a respirar, por suerte las cosas habían salido bien.

Se disponía a bajar del escenario y observó que Danielle continuaba esperándola para darle la mano y ayudarle a volver. La tomó con elegancia y caminaron hacia sus asientos.

—Aquí vamos...—dijo la rubia al ver la mesa que tenían designada.

—¿Cómo dices? —Danielle volvió sus ojos al lugar al que se dirigían. No era de extrañar que fueran a compartir mesa con Lucía, imaginó que se debía a una cuestión de jerarquía laboral—. Interesante... —intervino, al caer en cuenta—. ¿Quién es ella, su hermana?

—Es su novia —contestó Emilia un tanto molesta. Decir aquellas palabras no era fácil todavía.

Danielle podía notar la incomodidad en su bella expresión de mármol. Definitivamente iba a ser interesante.

—Diciembre, voy a hacer una excepción esta noche. —Se dio cuenta de que los ojos claros de Emilia la miraban confundidos—. Cruzaremos la línea solo para incomodar a tu exnovia.

Caminaban lento entre los invitados, sonriendo y hablando entre dientes para evitar que alguien escuchara. Emilia sonrió ante la propuesta de su acompañante. «Estoy yendo demasiado lejos», pensó. Pero parecía un buen plan, era la primera vez que aprovecharía una oportunidad para provocar a Lucía. Después de la conversación que habían tenido sabía que su relación con Lombardi estaba afectándola. Así que miró a Danielle, sintió como sus dedos se entrelazaron a los suyos y continuaron su camino ante los ojos curiosos de todos, ahora sí que lucían como una pareja oficial.

Emilia la observó de reojo, tenerla a su lado le dio de pronto mucha tranquilidad. Por primera vez no estaba rodeada de hombres molestos intentando conquistarla, por primera vez nadie le preguntaba sobre sus planes futuros, su vida personal, aquellas especulaciones y dudas se estaban aclarando en ese momento. Danielle era una increíble amante y cómplice, ¿había algo que no hiciera bien?

Llegaron a sus lugares en donde Lucía y los gerentes de cada departamento estaban ya con sus respectivas parejas. Danielle acomodó la silla de Emilia mientras los dos hombres se ponían de pie para recibirlas.

—Buenas noches —saludó Emilia con cortesía.

—Señorita Lombardi. Que honor tenerla con nosotros —dijo Pablo, uno de los ejecutivos con más años.

—Solo Danielle, por favor. Y el honor es mío. Han hecho un excelente trabajo.

—Emilia y Lucía han sabido dirigirnos bien —intervino una de las gerentes de redacción de notas.

Danielle sentía la mirada de Lucía sobre ella. Le dio el gusto de que sus ojos se encontraran, pero después de verla fugazmente su mirada se clavó en la linda rubia que le acompañaba. Se veía más joven y más incómoda que nadie en ese lugar. Al menos tenía las agallas de continuar ahí a pesar de que su presencia no era grata para la anfitriona de aquella fiesta. No sabía cuál de las dos rubias era más estúpida, si Emilia por permitirle la entrada o ella por permanecer a pesar de que evidentemente no era bien recibida.

—Me encanta tu vestido —le dijo, llegando hasta ellas para saludarlas—. Vera Wang, ¿cierto? Es una gran diseñadora.

—Es impresionante tu conocimiento sobre la moda —intervino Lucía, mirándola fijamente.

—¿Qué puedo decir? Es parte de mi trabajo después de todo.

Danielle apreció durante un instante a Emilia, que estaba ajena a la conversación que sostenía con Lucía. Su atención estaba centrada en una pareja que se acercaba hasta ellos con cara de pocos amigos. Danielle pudo reconocerlos, aquellos eran los hijos mayores de Guillermo Navarro, Dante y Eva Navarro.

Emilia se puso de pie para recibirlos y Danielle le secundo, analizó los rasgos poco agraciados de aquellos dos hermanos rubios y de tez tan blanca como las paredes de ese pulcro recinto. No podía creer que compartieran lazos de sangre con Emilia.

—No te basta avergonzarnos con tu existencia. ¿Tenías que exhibirte de esta manera delante de todos? —musitó Dante, tomándola del brazo con una falsa simpatía en su rostro.

A Danielle le sorprendió la hostilidad con la que el hombre se dirigía a ella. Pero se dio cuenta de que para Emilia aquel era un desplante natural.

—Sabes que me gusta hacer las cosas a lo grande —respondió, viendo el claro gesto de repulsión de su hermano.

—Papá estaría muy decepcionado —intervino ahora la mujer que al igual que Dante, no lucía feliz de estar ahí.

—No estén tan seguros de eso. He hecho mejor trabajo que ustedes dos.

Eva la miró fulminante, mientras que Dante reía con sarcasmo.

Un fotógrafo llegó a ellos:

—Los hijos de Guillermo Navarro ¡Permítanos una foto, por favor!

Los hermanos se miraron entre sí y accedieron a la fotografía. Sonreían a la cámara como si en verdad fueran una gran familia, pero la expresión forzada de la Emilia hacía evidente que todo se trataba de una farsa.

Danielle se percató de que Lucía también estaba al tanto de lo que pasaba, pero no tenía la voluntad como para sacar a la rubia de aquel incómodo encuentro. Así que sin duda le tocaba a ella. Se acercó y de inmediato Dante la reconoció.

—Señorita Lombardi, no sabía que era tan amiga de mi hermana.

—Es un mundo pequeño —contestó con una sonrisa hipócrita.

En realidad, lo había visto un par de veces ahora que lo recordaba. Conocía a algunos empresarios que habían hecho tratos con él solo por el peso de su nombre, pero el viejo Dante no era ni la mitad de bueno que su padre y su hermano Umberto. Era solo un imbécil más con dinero, poco astuto, prepotente y al parecer tenía un peculiar gusto por la violencia. No quería volver a ver sus sucias manos sobre Emilia.

—Gracias por venir —continuó Dante, mientras estrechaba su mano—. Siempre es bueno tener gente reconocida apoyando nuestro trabajo.

—No podía dejar a Emilia sola en un momento tan importante. —Danielle pasó su brazo derecho por la espalda de la rubia, sujetando su cintura con firmeza. Depositando así un tierno beso sobre su mejilla que la tomó por sorpresa.

Eva hizo un gesto de desagrado, echando un vistazo a las miradas curiosas que las abordaban. Era vergonzoso ver como aquella chiquilla desviada arruinaba la poca reputación de su linaje.

—Sigan disfrutando la velada —finalizó la mujer. Dando una retirada, no solamente de la sala sino del recinto, seguida por su hermano que solamente le lanzó una mirada cruel.

Al analizar la situación Danielle pudo entender de dónde venía el terrible odio de los hermanos Navarro hacia su pequeña hermanita. No era solamente el hecho de que Emilia fuera bastarda, sino que al parecer, las empresas que habían heredado estaban obligadas a contribuir con miles de dólares, año con año, en aquella festividad del periódico 24/7. Era claro que no estaban contentos con los derechos legítimos que eso le otorgaba, «¿derechos legítimos?» se cuestionó. «Tonterías». Guillermo les había dejado todas sus empresas a esos dos hermanos, ellos eran los herederos absolutos del imperio que había forjado con años de trabajo y esfuerzo. Por lo que sabía, a Emilia solamente le había dejado un capital y un edificio que no valían ni la cuarta parte de la herencia de Dante y Eva. Ni siquiera a Umberto, quien se había apartado desde muy joven del yugo de su padre y había iniciado algunos negocios por su cuenta, había recibido tanto como ellos.

Emilia lo había hecho todo desde cero, demostrando que tenía una capacidad nata para los negocios. Estaba segura que de ahí provenía la terrible envidia de sus hermanos mayores. Danielle imaginó que de los únicos de quienes estaría avergonzado el viejo Navarro sería de ellos.

Emilia volvía a recuperar la tranquilidad y el aliento, compartir el mismo aire que sus hermanos era agotador. Hipócritas como siempre. Nadie más que ellos deseaban que algo funesto le pasara. El odio era mutuo, pero ni siquiera ella era capaz de guardar el rencor que sentían todos juntos. Se alegraba de que al menos no hubiera ido Umberto, con la visita de esos dos era suficiente.

—Me parecieron muy amigables, sobre todo Eva. Adoré su sonrisa.

Emilia sonrió, entendiendo el sarcasmo de Danielle. Sus hermanos eran grandes hienas rubias mostrando sus colmillos y esperando con ansias el momento preciso para despojarla de todo lo que hasta el momento había logrado.

—Supongo que les molestó que no los mencionara en mi discurso.

Daniel afirmó con esmero.

—Eso también lo hiciste bien, pero por un instante pensé que te desmayarías.

Emilia comenzó a reír tan genuinamente que su acción hizo voltear a Lucía.

—Menos mal no lo hiciste, habría sido vergonzoso ya que todos esperarían que yo subiera a levantarte. —Solo ella era capaz de percatarse de aquella discreta mirada de la exnovia de su chica. Iba a darle algo que valiera la pena mirar.

—¿Es tu forma de ser romántica? —inquirió la rubia, un poco más relajada.

Estaban tan cerca una de la otra que aquel cotilleo era imposible de descifrar para Lucía. Pero veía ese rostro armonioso en Emilia. Lo que fuera que estuvieran charlando evidentemente la hacía feliz. Tanto, que casi le recordaba el atesorable pasado que habían vivido juntas.

—¿Romántica? ¿Quién habla de romance? —preguntó, casi retórica—. No te confundas, Diciembre. Tú y yo somos algo más que un cliché romántico.

—Pensé que esta noche lo seríamos —susurró, acercándose a su cuello para hablarle al oído.

—Lo somos; para ellos, que ahora mismo creen que estoy diciéndote cosas lindas ya que no has dejado de sonreír. —Miró el rostro pálido de Lucía, sus ojos oscuros la observaban fijamente y aquello fuera de intimidarla solo la alentaba a provocarla un poco más. Era patética, no sabía a ciencia cierta el motivo de su ruptura, pero nadie en su sano juicio abandonaría a la abeja reina por una obrera.

—Eres muy lista. Eso me excita un poco. —Se acercó Emilia, aferrándose a la solapa del saco de su acompañante para disminuir aún más su distancia.

Danielle cambió su expresión. Esas palabras la habían tomado por sorpresa y era claro que esa era su intención. Decirle aquello, en medio de una fiesta, rodeadas por personas que solamente estaban al pendiente de lo que hacían era una cruel provocación. Eso la cautivaba, solamente tenía que ordenárselo y ella obedecería como un perro fiel. Comenzaba a encontrar demasiada satisfacción en ser su juguete.

Sintió los suaves labios de Emilia sobre su mejilla y luego su mano limpiando el gloss que había dejado sobre su piel, para después tomarla de la mano. No quería estar un instante más en esa mesa, lo mejor era volver a la fiesta y seguir saludando invitados hasta tener la oportunidad de escapar. Así que decidieron dar una vuelta y sentarse un momento en la mesa con Gael y su acompañante. Solamente para matar el tiempo.

Después de un rato Danielle se disculpó. Fue al sanitario y mientras lavaba sus manos Lucía apareció junto a ella, comenzó a retocar su maquillaje frente al espejo ignorando su presencia. Llevaba un vestido negro que dejaba ver una parte de su cintura y un escote bastante sensual. Tenía lo suyo, digno de una mujer inolvidable, así que no podía culpar a Emilia.

Sus miradas se cruzaron y para Danielle no fue problema esbozarle una sonrisa que, por supuesto, no correspondió. No iba a forzar la cortesía, se secó las manos, acomodó su saco y cuando se disponía a salir la voz de Lucía la detuvo.

—Espera, quiero hablar contigo.

Danielle volvió su precioso rostro de marfil, mirándola fijamente con una sonrisa divertida.

—No creo que tú y yo tengamos algo de qué hablar.

—¿En serio? —interrogó con un tono irónico—. Estás saliendo con Emilia, eso no te parece...

—Lo que me parece es que eso no es algo que te incumba, ahora si me permites...

—Tú no la conoces. —El tono de su voz se había elevado repentinamente—. Estoy segura de que lo único que quieres es aprovecharte de ella.

—¿Aprovecharme de ella?

—Me parece muy sospechoso que hayan comenzado su relación ahora que tu amigo Gastón empieza a tener problemas con su campaña.

«Así que eres tú», pensó Danielle. Era ella, la "colega" que había estado investigando los movimientos de Grecia en la campaña de Gastón. Debía ser muy estúpida para estarle diciendo algo así, todos los esfuerzos de Emilia por protegerla se habían ido al carajo. Ahora se encargaría de tenerla bajo la mira, ella también tenía alguien a quien cuidar.

—Si tienes algo que decir solo hazlo, no tengo tiempo para tus suposiciones.

—Te acercaste a Emilia para evitar que alguna nota que te involucre en los malos negocios de Espinoza salga a la luz, ¿cierto?

Danielle esbozó una sonrisa. Era un plan bastante inteligente. Por un instante se cuestionó por qué no se le había ocurrido. Sin duda estaba exponiéndose demasiado por un reportaje que podía costarle la vida. Si Gastón descubría que lo estaba investigando las consecuencias podrían ser funestas, ¿realmente esa búsqueda de la verdad valía la pena?

—Bueno, no lo había pensado así, pero gracias por la idea. Supongo que tiene sus ventajas salir con la presidenta de un periódico.

Lucía se acercó a ella. Tenía el precioso ceño de su rostro fruncido y realmente estaba alterada.

—¡Si haces algo que perjudique a Emilia o al periódico, no voy a descansar hasta...!

—¿Me estás amenazando? —Una mirada fría se dibujó en su expresión. Vio los ojos de Lucía titubear. Iba a darle una probada de lo terrible que las cosas podían ser si seguía hablando estupideces.

Estuvo a punto de tomarla por el cuello y darle un pequeño susto cuando de pronto una trifulca se escuchó venir de fuera. Ambas se miraron, entonces Danielle salió corriendo y detrás de ella Lucía que de inmediato se dirigió a la mesa en donde debía estar Melissa.

Los ojos de Danielle intentaban localizar a Emilia entre ese grupo de personas, no tardó mucho en encontrarla. Estaba junto al pódium donde había dado su discurso de agradecimiento. Corrió en su dirección, haciendo a un lado a cualquiera que se interpusiera en su camino, mientras observaba a un hombre que se paraba frente a Emilia con una vara y el rostro cubierto. La presidenta intentaba tranquilizarlo, alzando los brazos a la altura de su pecho para impedir que avanzara.

Los protestantes habían elegido aquel importante evento para hacerse presentes, lo que buscaban era presionar a las autoridades y a los medios de comunicación para que se le diera al pueblo información veraz y transparente con relación a la ola de violencia y crimen organizado que tenía años azotando a la ciudad. Querían que periódicos del nivel de 24/7 se comprometieran a hablar con la verdad y dejara de encubrir a tantos políticos corruptos y ladrones como Gastón Espinoza, entre otros.

Danielle empujó al sujeto con mucha fuerza, haciéndolo caer estrepitosamente sobre una de las mesas. Permaneció inmóvil un momento, para después quejarse y dar vueltas en el piso sujetando su brazo derecho.

—¡Me rompió el brazo! —el grito del hombre llamó la atención de sus compañeros que, de las palabras, finalmente comenzaron la riña.

Danielle pensó con rapidez, cubrió el cuerpo de Emilia con el suyo llevándola protegida por la seguridad del lugar al otro extremo del salón, donde logró esconderla en un pequeño desván en lo que se tranquilizaban las cosas.

La policía llegó minutos después para mediar la situación y detener a los protestantes.

—¡Ella fue la que comenzó! —externó uno de los hombres que había ayudado a su compañero herido—. Nosotros entramos sin intenciones de agredir a nadie y fue ella quien lanzó el primer golpe.

Los oficiales miraron hacia donde estaban Danielle y Emilia sentadas en una mesa mientras ésta última intentaba colocar hielo en el inflamado labio de Danielle. Entre la trifulca no se percató en qué momento le habían propinado aquel golpe.

Uno de los oficiales se acercó. Las conocían, nadie en esa ciudad no conocía a los Navarro o las Lombardi. Y aunque la situación no había sido tan grave tenían órdenes de llevarse a todos los que habían participado en la riña, sobre todo al responsable de haberla iniciado.

—Lo siento, señorita, pero va a tener que...

—Está bien —contestó Danielle, con mucha tranquilidad, colocándose el saco y poniéndose de pie.

Emilia miraba impactada la escena, ella a diferencia de Danielle no estaba dispuesta a aceptar eso tan fácilmente, ¿bajó qué delito la estaban deteniendo?

—¿Qué? ¡No, no se la pueden llevar, ella no hizo nada! ¡Solo estaba protegiéndome! Los verdaderos criminales fueron ellos que entraron en propiedad privada alterando el orden.

—Hay una persona lesionada y muchos testigos, señorita Navarro.

Emilia sintió un nudo en el estómago, pero al ver el rostro apacible de Danielle pudo entender que quizá tenía un plan.

—Sin esposas, hay demasiada prensa —intervino el jefe de policía, acercándose a su compañero.

Gael y Lucía llegaron de pronto, el chico no podía creer lo que veía. Iban a llevarla a la cárcel por haber defendido a Emilia. Era increíble la forma en la que procedía la ley en esa ciudad.

—¡Danielle! ¡Oiga, no se la puede llevar!

Les hizo una señal para que se calmaran. Podría solucionarlo todo esa misma noche.

—Llama a mi hermana.

Gael le miró fijamente y afirmó. Grecia era la única capaz de poder sacarla de ese embrollo antes de que llegara a la estación.

—No te preocupes, iré para allá.

—Yo iré contigo. —Emilia había tomado su bolso y colocado su abrigo en su antebrazo dispuesta a seguir al joven cuando de pronto sintió un tirón.

—¿Qué crees que haces? —Lucía la sujetaba con fuerza mirándola con fijeza, mientras su novia estaba detrás de la escena observando.

—¿Qué te parece que hago? voy a sacarla de ahí.

—No te metas, Emilia. Alguien más se hará cargo, tú no tienes que...

Se zafó mirándola con desdén. Continuó su camino con paso apresurado para poder alcanzar a Gael en la salida. No iba a dejar a Danielle sola. Algo la impulsaba a ir detrás de ella para asegurarse de que estuviera bien

Al llegar a la estación de policía intentaron hablar con uno de los oficiales que había detenido a Danielle pero nadie les decía nada. Emilia pensó en llamar a su abogado, estaba a punto de contactarlo cuando observó que Grecia Lombardi entraba con toda su elegancia al lugar. La había visto en algunas revistas de modas y conferencias, pero, era la primera vez que la veía en persona. Era una mujer increíblemente hermosa, con una figura perfecta, cabellera castaña, rizada, una mirada intensa y una delicada piel canela, producto, quizá, del bronceado recurrente. No había mucho parecido físico entre ella y Danielle, pero la presencia que ambas tenían era muy similar.

Grecia llevaba a un hombre de traje a su lado, al parecer se trataba de su abogado. Se acercaron a hablar con el agente de policía que de inmediato la reconoció y mandó llamar al jefe de la estación.

—¡Grecia! —le gritó de pronto Gael, haciéndola voltear y caminar directo a ellos—. Me alegra que estés aquí, no han querido darnos información sobre Danielle —puntualizó el chico. Acercándose a ella también para darle un par de besos en la mejilla.

Grecia reparó con sus penetrantes ojos azules en Emilia, estaba unos metros detrás de Gael y llevaba un precioso vestido Sherill Hill de temporada.

—Lo siento, fui yo quien dio esa orden. No quiero escándalos... —se disculpó, mirando no solamente a Gael— ...pero no se preocupen, ya está todo bajo control. Debe estar por salir. —Después de lo dicho su mirada volvió a Emilia, reconocía la belleza y la elegancia cuando la tenía enfrente y esa mujer la portaba con armonía. No era del tipo de zorras con las que Danielle solía involucrarse. Lo cual era inquietantemente extraño.

Gael reparó entonces en ambas chicas, era probable que no se conocieran en persona así que decidió presentarlas.

—Que pena. Grecia, ella es...

—Emilia Navarro —intervino, pasando de largo a Gael y extendiendo con delicadeza su mano hasta la rubia—. Es una pena que tengamos que conocernos en una situación como esta.

Por alguna razón la presencia de esa mujer le resultaba intimidante. No solía sentirse así con nadie, pero ella emanaba una energía extraña y fuerte. Como fuera, no iba a darle tanta importancia. Lo que verdaderamente le interesaba era saber que Danielle estaba bien y saldría ese mismo día.

—Lamento mucho todo esto.

—No es culpa de nadie, señorita Navarro. Afortunadamente no ha habido nada que lamentar.

De pronto Danielle salió por una de las puertas, Grecia al verla no dudó en ir hasta ella. La tomó del rostro como para cerciorarse de que la herida en su labio no fuera grave, besando su frente como un gesto común y fraternal entre ellas.

—Estoy bien —le dijo, dibujando una una sonrisa. Al levantar la mirada se dio cuenta de que Gael y Emilia estaban ahí también. Su preciosa rubia tenía el rostro marchito y a pesar de su aspereza, era como si fuera a soltar su llanto en cualquier momento. 

—Menos mal que tantos años de jiu jitsu funcionaron. ¿Todo en orden, Lombardi? —Gael llegó hasta ella.

—Perfectamente. Gracias.

—Será mejor que nos vayamos —intervino Grecia, tomando del brazo a su hermana mientras le ordenaba al hombre que tomara sus pertenencias.

—Nosotros también deberíamos irnos. La llevo a su casa, presidenta.

Emilia asintió. Gael descubrió que los ojos de su jefa no se habían apartado de Danielle y viceversa. Así que tanto él como Grecia decidieron darles espacio. Emilia suspiró, realmente no sabía qué decirle ahora. Todo lo que le había pasado esa noche había sido su culpa.

—Me mentiste —dijo de pronto, sin que Emilia terminara de comprender—. Dijiste que era la fiesta más aburrida del año.

Emilia sonrió. Era un alivio ver que al menos conservaba su humor después de lo sucedido.

—Estoy tan apenada.

Danielle negó, no había nada que disculpar. La habría defendido una y mil veces de ese lío. Su reacción había sido casi instintiva, de pronto verla en peligro activó todos sus sensores de alerta. No era como si estuviera metiéndose en líos por cada mujer que conocía. Pero ella era diferente. Después de ver su situación familiar y su relación con Lucía, sabía lo vulnerable que podía llegar a ser. Una necesidad por protegerla comenzaba a surgir y aunque no sabía qué tan correcto era ese sentimiento, no podía dejarlo pasar.

—La pase muy bien. Te llamo luego, Diciembre.

Una vez en el auto, se dio cuenta de esa expresión socarrona en el rostro de Grecia. ¿Acaso estaba burlándose de ella por haber terminado en la cárcel por una chica? Seguramente. Sabía lo mucho que disfrutaba de restregarle sus errores en la cara.

—¿Diciembre? ¿Sigues con tus estupideces astrológicas?

Danielle solo la observó, dibujando una expresión mordaz mientras se quitaba el saco.

—¿Crees que es estúpido? ¿Qué te parece cariño?

La sonrisa se había borrado repentinamente de su rostro, aquellas palabras no tenían gracia aun y cuando sabía que solo las decía para molestarla. Una Danielle enamorada era casi tan extraordinario como ver llover dentro de un cartón de leche. Conocía la fama de su hermana, en dos meses se olvidaría de Emilia Navarro y habría alguien más en su cama. Sin embargo, no podía dejar de lado que esta vez se había superado. Le parecía demasiado complicado para un poco de sexo casual, aquello no era su estilo. Su mano se movió ágil, enterrando con sensualidad sus uñas en el muslo de su hermana.

—Espero que hayas descansado dentro de esa celda porque no voy a dejarte dormir.

Danielle asintió. Dejando que aquella mano fiera y juguetona llegara a su destino final.

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