IX
La fiesta de aniversario del periódico estaba a la vuelta de la esquina y como cada año, ella y Lucía eran las encargadas de la coordinación de dicha celebración. En un inicio aquella festividad era una satisfacción que compartían y su organización era tan placentera como su culminación, pero después de su ruptura se había convertido en un verdadero infierno.
Era un evento que involucraba a toda la familia gracias a la inversión testamentaria que las otras empresas de su padre hacían. Así que los Navarro estaban obligados a participar en la celebración año con año como patrocinadores. Detrás de esa desgracia, a Emilia le quedaba el gusto de poder hacer con el dinero de sus hermanos lo que quisiera. Por lo que tiraba la casa por la borda: elegantes decoraciones, un espacioso y lujoso lugar, el mejor vino de toda la ciudad con músicos internacionales; aquello era un reflejo de la gran riqueza del imperio de la familia Navarro y del poder que Emilia, muy a su pesar, también tenía.
Era tarde, sin Danielle en la ciudad no tenía mucho por hacer así que se había quedado horas extras para afinar detalles de la fiesta del día siguiente. Estaba revisando las exorbitantes cuentas de gastos cuando alguien tocó a su puerta.
—Adelante.
Le extrañó ver a Lucía en el umbral, parecía un poco más fría y distante, no se habían visto en esa semana a pesar de estar gestionando los últimos detalles de la fiesta. De alguna forma se las habían ingeniado para trabajar juntas sin tener que verse. Emilia sabía que era lo mejor; ese beso había hecho las cosas aún más incómodas entre ellas, pero la festividad era inminente, y lo mejor era limar asperezas para el bien de su ejecución.
—Tengo los últimos detalles de la fiesta. Loreto aceptó ser nuestro maestro de ceremonias.
Lucía estaba a punto de dar la media vuelta, pero se dio cuenta de que Emilia revisaba la carpeta con detenimiento.
—Siéntate, por favor.
Le tomó la palabra, mientras la contemplaba observando el documento. Su cabello había crecido considerablemente, no lo había notado porque había practicado el dejar de mirarla a detalle. Había un poco de frescura en su rostro, no iba a admitirlo, pero la luz de ese atardecer entrando por el ventanal la hacía lucir más hermosa que nunca. Tenía que hablar, pedirle perdón por lo que había pasado de una vez por todas, no podía seguir huyendo como una chiquilla inmadura.
—Emilia, quiero...disculparme por lo de la otra vez. No fue mi intención que eso pasara.
—No importa —contestó con rapidez restándole importancia. Sin dejar de leer los documentos que tenía ahora en sus manos.
—Escucha, no porque yo esté con Melissa y lo que teníamos haya terminado definitivamente voy a dejar de preocuparme por ti.
Emilia la observó con fijeza. Reconocía esas palabras, pero no en esa boca. Ella alguna vez le había dicho eso último cuando había comenzado a salir con una pelirroja tóxica que en verdad le había roto el corazón. Lucía tuvo una época en la que adoraba provocarla. Llamadas a medianoche, paseos con ellas frente a su casa, las llevaba a eventos, siempre con el interés de que Emilia las viera. Era su castigo por aquella traición. Sin embargo, Lucía era como el ratón que después de conseguir el queso vuelve a la misma trampa. Siempre volvía a su cama, a sus brazos, con el corazón roto para que Emilia lamiera sus heridas y consolara sus llantos.
Pero ahora, que Danielle había entrado en su vida, era como si el tiempo en realidad avanzara. Por primera vez después de su ruptura había logrado establecer una relación con alguien más, que aunque fuera física no dejaba de ser un avance en su vida. Lucía sentía que Emilia comenzaba a escurrirse de entre sus manos. Durante años le había insistido en que encontrara a alguien con quien olvidarla, ahora que lo veía inminente una parte de su corazón no podía tolerarlo.
—De verdad me importas, sé que no tienes a nadie más. Pero no por eso tienes que enredarte con la primera que conoces, menos alguien como... ella.
Emilia posó sus hermosos ojos claros en Lucía una vez más. La conocía perfectamente, antes de ella la soledad era su única compañía, después de su ruptura había vuelto como una vieja amiga. Luego, era solo un fantasma que la visitaba a diario, y la acompañaba mientras ella miraba por la ventana solo para esperar su llamada. Ahora ese fantasma continuaba por ahí, pero hacía falta solo un mensaje para deshacerse de él y que Danielle ocupara su lugar.
—Quiero que tengas en mente algo muy importante —continuó Emilia con un tono serio y contundente—. Mi vida privada es asunto mío y de nadie más. No creo que a tu novia le parezca apropiado que estés interesada en a quien meto o no a mi cama... porque te interesa, ¿no es así? —Su tono de voz se había convertido en algo seductor.
Lucía la miró cautivada, sin embargo, quería dejar en claro que lo que sentía no eran celos. Solo una genuina preocupación por ella. La había investigado y Danielle no tenía buena fama. Era una rompecorazones, una depredadora, como le habían dicho algunas de las mujeres que había cuestionado mientras buscaba información sobre Espinoza.
—No se trata de eso, ¿por qué no puedes entenderlo?
—No, la que no entiende eres tú —Emilia había alzado la voz al darse cuenta de que hablaba muy seriamente—. No podemos pretender ser amigas, hay demasiada historia detrás de nosotros como para reducirlo a una amistad... Aun te amo.
Lucía bajó la mirada, cruzando los brazos a la altura de su pecho. Aquellas últimas palabras habían hecho rebosar su corazón y al mismo tiempo la sacaban de quicio.
—No es esa mi intención... solo quiero ayudarte.
—¿Ayudarme? Controlar lo que hago no es una forma de ayudarme. Me pides que siga adelante, pero te molestas porque salgo con alguien, y ese beso... ¿Cómo quieres que siga con mi vida si no me dejas hacerlo?
Era la primera vez en mucho tiempo que descubría ese semblante severo. Emilia le había fallado, y como responsable de su ruptura, Lucía había trazado su camino, el de hacerla sufrir a su antojo, el de pagar las consecuencias de su traición. Era consciente de su egoísmo. No iba a confesarlo, pero de pronto verla feliz, con una amante, removía el sentimiento de dolor que le había ocultado durante años. Un dolor que había aprendido a sofocar con el desprecio y la venganza.
—Tienes razón —se limitó—. Es por eso que cuando termine con esto, me iré. Pero solo piénsalo un momento, quizá solo te está utilizando.
—¿Y tú cómo sabes que no soy yo quien la está utilizando a ella?
Aquellas palabras la habían dejado sin aliento. Jamás imaginó escuchar tal descaro en boca de Emilia, ¿qué era ahora? ¿una casanova? ¿una playgirl? ¿Acaso estaba convirtiéndose en la misma Lombardi? No podía creerlo. En realidad lo dudaba, Emilia era de corazón blando, a esas alturas quizá las cosas iban más allá de encuentros casuales, ¿y si en realidad Emilia se había enamorado de Danielle? ¿Y si finalmente lo suyo había acabado? lo había logrado, había conseguido superar su pasado. Era lo mejor, pero no estaba segura de si era lo menos doloroso.
Firmó un par de permisos y los dejó sobre el escritorio para que Lucía los tomara.
—Aquí tienes, ya está todo. Puedes irte.
Su expresión era otra, estaba seria, pero al mismo tiempo era como si sus ojos quisieran gritarlo todo. Tomó la carpeta y dio la media vuelta.
—Gracias, presidenta.
Estaba saliendo de una junta cuando una llamada entró a su móvil. Era Danielle, esperaba que le diera la buena noticia de que había vuelto a la ciudad después de casi una semana de ausencia.
—¿Me extrañaste, Diciembre?
Sonrió, mientras observaba por el pasillo que nadie se percatara de aquella sonrisa.
—Me alegra que estés de regreso.
—Me alegra que te alegre, ¿nos vemos esta noche?
El corporativo era un circo, todos iban y venían para dejar todo listo y poder ir a la fiesta de aniversario. Emilia entró a su oficina y se recostó en su sofá mientras jugaba con el collar que colgaba de su pecho.
—Me encantaría, pero no puedo, tengo un compromiso. Es la fiesta de aniversario del periódico. La celebración más aburrida de la historia.
—¿De verdad es tan mala?
En realidad, no lo era. Para quien disfrutaba de una fiesta ajena aquello parecía Disneyland. Pero para ella era algo rutinario, otro año rodeada de personas que no conocía, charlando de temas que no le interesaban; invitados desesperados por tener un poco de su atención, las luces, los flash, las entrevistas. Eso era algo que disfrutaba solamente si era ella quien se encargaba de estar detrás de cámaras.
—No tienes idea —respondió con tedio—. Largos discursos de gente que solo quiere algo de promoción o cinco minutos de fama. Gente aburrida y superficial. Este año no será la excepción.
—Me suena familiar. Me has convencido, iré contigo.
—¿Qué? No, no era...
—¿No estabas invitándome? Me lo pareció.
Por supuesto que no era una invitación, porque aquello significaba cruzar la línea que llevaría su relación a otro nivel. Además, fundamentaría las especulaciones que ya existían con relación a su pequeña aventura y Emilia no quería estar en el ojo público.
Por otra parte imaginó la cara que pondrían sus hermanos al verla llegar con ella de la mano. Sería darle más armas a esas bestias para atacarla. Sin embargo, pensó en lo que habían hablado aquella mañana en su departamento. No podía vivir ocultándose, si aquellas palabras que le había dicho a Danielle eran ciertas, ese era el momento para probarse a sí misma que estaba dispuesta a vivir sin ataduras.
—... ¿en serio quieres ir conmigo?
Danielle estaba en casa, apenas había terminado de desempacar. Lo cierto es que estaba agotada, pero no iba a perder la oportunidad de ir a esa aburrida fiesta. No era como si adorara ser el centro de atención, pero era consciente de que ambas lo serían una vez que las vieran llegar juntas. Era un magnífico plan. Ella, saliendo con la hija del genio empresario Guillermo Navarro, sería el boom de las noticias para mantener a todos ocupados un rato y que dejaran el tema de Gastón y Grecia por la paz.
—Pasaré por ti. Ponte algo bonito para mí, Diciembre.
Emilia sonrió, sin dejar de jugar con su collar como si fuera una adolescente enamorada. En ocasiones no podía reconocerse. Descolgó el teléfono de su oficina y llamó a su asistente. Le había dicho que ese año volvería a ir sola, pero sus planes acababan de cambiar.
—Julieta, cambié de opinión, si llevaré un acompañante esta noche.
—Perfecto, presidenta. Yo me encargo.
Se dio la vuelta, recostada aun en el sofá. Se estaba volviendo loca, pensar en Danielle de pronto le brindaba una alegría que había olvidado con el paso del tiempo. No quería admitirlo, pero de pronto pensar en verla después de un tiempo hacía que su corazón latiera con prisa. Suspiró.
—Son solo las ganas, Emilia, no te confundas.
Por la noche estaba terminado de alistarse, había elegido un traje color negro con una camisa del mismo color. Su anatomía andrógina era perfecta para confundir a hombres y mujeres de orientaciones distintas. Así que estaba acostumbrada a las miradas curiosas y a la crítica conservadora constante.
Grecia entró a la habitación, la miró de pies a cabeza con una sonrisa maliciosa dibujada en los labios.
—Cuánta elegancia, ¿vas a salir?
—Así es, es la fiesta de aniversario del 24/7.
Los turbios ojos de su hermana la observaron detenidamente. Se veía muy comprometida con esa chica. Ahora estaba curiosa por saber qué tanto.
—¿Te estás divirtiendo con la pequeña bastarda de Guillermo Navarro?
—No es tan aburrida después de todo —contestó, mientras se colocaba finalmente su saco.
Grecia se acercó sigilosa, tomándola por la espalda para besar su cuello y deshacerse del saco que acababa de ponerse. Danielle sonrió divertida. Era evidente que Grecia estaba celosa, era la primera vez que lo mostraba con tal claridad. Le enfermaba aquella actitud, pero tenía que disimular un poco para evitar sus desplantes de niña mimada.
—¿Puedes darme algo de tiempo, hermanita?
Danielle dio la vuelta, aferrando un beso intenso a su boca mientras la tomaba por la cintura y la llevaba hasta la cama. Le daría lo que buscaba, le haría sentir que seguía siendo solo suya. No era como si hubiera firmado contrato de exclusividad con Emilia de todas formas. Quizá jamás lo haría.
La boca de Grecia comenzó a succionar su cuello y sus pechos con fuerza. Fue entonces que Danielle la tomó de los brazos, alejándola con violencia para arrojarla en la cama. Estaba desconcertada y se reincorporó para mirarla con furia.
—Asegúrate de que sea un juego limpio —le advirtió, deshaciéndose de su camisa para colocarla con cuidado en el perchero.
Llegó al departamento de Emilia, no podía creer la impresionante belleza que irradiaba. Usaba un elegante vestido color verde esmeralda con un revelador escote y tacones altos que alzaban su delicado porte. Danielle pensó que solo había una forma de que aquella prenda pudiera ser más hermosa: esparcida sobre la alfombra de aquel departamento.
Emilia por su parte no podía dejar de mirarla, jamás imaginó conocer a una mujer que le sentaran tan bien los trajes, solo a ella le iba bien ese look descaradamente masculino.
Caminó, seducida por ese encanto, subiendo despacio su vestido mientras acorralaba a Danielle sobre el sofá y colocaba sus piernas alrededor de ella. Solo podía pensar en quedarse ahí, hacer el amor hasta que no pudiera levantarse de la cama y esperar a que la fiesta terminara como cada año.
—Podemos quedarnos aquí —sugirió Emilia, observando como se contenía mientras la sujetaba por los antebrazos.
—Claro que no, es como si faltaras a tu fiesta de cumpleaños y no puedo permitirlo. —La obligó a ponerse de pie, ella también lo hizo pero la rubia aún aferraba sus brazos alrededor de su cuello.
Emilia la contempló, no pudo evitar darse cuenta de que aun con tacones apenas podía alcanzarla. Danielle era tan alta y tenía un porte tan rudo que aparte de parecerle sumamente sexy le hacía sentir protegida.
Suspiró, haciendo un gesto que Danielle encontró encantador después de que le dijera aquellas palabras.
—Voy a compensártelo, ¿nos vamos?
Hizo una reverencia para después colocar el brazo de Emilia alrededor del suyo. Como si fuera un gallardo príncipe sosteniendo la mano de su doncella.
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