Caminar y mirar a todas las direcciones al mismo tiempo no era algo fácil, y Addy lo había comprobado con media docena de tropiezos.

Desde que León la arrastró a un salón abandonado e hizo... eso, permanecía alerta cada minuto. No volvería a caer en sus garras, de eso estaba segura.

Soltó un suspiro de alivio cuando llegó al salón dónde tenía clase y se sentó en el primer lugar que estuvo a su alcance.

En el salón no había más que dos estudiantes. El maestro aun no llegaba, y Addy tenía en cuenta que había llegado más temprano de lo habitual.

Todo era parte del plan para evitar más incidentes.

Apoyó los codos en el pupitre doble, cerró los ojos y recargó su cabeza en una de sus manos. Por suerte, su asiento estaba junto a la pared, así que también apoyó una parte de arriba en ella.

—Addy —la chica abrió un solo ojo para observar al dueño de aquella molesta voz y volvió a cerrarlo de inmediato. Mientras esto sucedía, León dejó caer sus libros estruendosamente sobre la mesa y se sentó en el lugar junto a ella.

—Lalala lala la, lala lala, lala —la castaña empezó a cantar un tonta canción infantil para que el chico notara que no estaba dispuesta a oír lo que decía.

León rodó los ojos pensando en lo inmaduro que se veía eso y tapó su boca con una mano para callarla. Ella lo observó enojada.

—Escucha, sé que no he sido precisamente el mejor chico contigo, solo quiero disculparme por todo. Por molestarte y por... ya sabes, besarte.

—No, no te disculpo —declaró cruzándose de brazos— Y aléjate de mí, o verás.

— ¿Qué? ¿Se lo dirás a tu muy real y para nada falso novio Craig? —cuestionó irónico— En serio, lamento enrollarte en nuestros problemas. No soy tan malo como crees. Lo prometo.

Addy miró dubitativa la mano que extendió el muchacho. Temía que, si la estrechaba, todo resultaría una trampa: este se lanzaría a sus labios y Craig los encontraría, nuevamente.

—Por favor, hasta puedo invitarte helado si aceptas mi disculpa.

Si León creía que con ello podía convencer a Addy, no estaba tan equivocado.