中毒 18: Real problems

31 de marzo de 2014

El día en que Momo fue internada en el hospital, un espeso manto de nubes grises cubría el cielo, anunciando una tormenta que se desataría con furia en las próximas horas. Las primeras gotas de lluvia comenzaron a caer tímidamente, salpicando el suelo y las aceras de la ciudad. La humedad en el aire se palpaba y crecía a medida que avanzaba la mañana.

La lluvia caía intermitentemente, a veces en un fino y constante chisporroteo y otras en aguaceros que empapaban todo a su paso. Las calles de la ciudad, normalmente bulliciosas y llenas de vida, se veían ahora desiertas y melancólicas bajo la lluvia persistente.

Momo se había encerrado en el baño, un santuario de privacidad en medio de su caótica vida. La tenue luz de una bombilla desnuda iluminaba el pequeño espacio, pero era insuficiente para despejar la densa oscuridad que había invadido su mente.

El espejo frente a ella mostraba una imagen que no reconocía, con ojos hinchados y ojeras que reflejaban noches de insomnio y lágrimas derramadas. Sus mejillas estaban empapadas, y su rostro, una mezcla de agotamiento y angustia, contrastaba con la frescura que la lluvia aportaba al mundo exterior.

Momo apoyaba sus manos temblorosas en el borde del lavamanos. El agua de la llave caía con regularidad monótona, como si también estuviera atrapada en una rutina sin fin. Cada gota que se estrellaba contra el fregadero resonaba en sus oídos, recordándole que la vida continuaba fuera de ese pequeño y oscuro refugio.

En su mente, un torbellino de pensamientos y emociones la tenía prisionera. Revivía momentos de felicidad y dolor, recuerdos que la perseguían como sombras. Se cuestionaba a sí misma, buscando respuestas a preguntas que parecían no tener solución. Era como si un enjambre de preocupaciones la acosara sin tregua.

El peso de la depresión la hacía sentirse como si estuviera sumergida en un océano oscuro y frío. Cada movimiento era lento y torpe, como si caminara a través de un lodazal. Las preocupaciones y la apatía se habían apoderado de su mente, haciéndola sentir que no había salida.

Los recuerdos de días felices, de momentos compartidos con amigos y seres queridos, la atormentaban. Cada risa pasada se convertía en un eco distante. La conexión con el mundo exterior se había debilitado, como si estuviera mirando la vida a través de un vidrio empañado.

La depresión había robado su apetito y su energía. La comida era solo una necesidad física, y cada bocado se volvía insípido en su boca. La fatiga constante pesaba en su cuerpo, como si llevara un lastre invisible.

Por las noches, el insomnio se apoderaba de ella. Momo se retorcía en la cama, incapaz de encontrar consuelo en el sueño. Los pensamientos oscuros llenaban su mente, torturándola con recuerdos dolorosos y preocupaciones sobre el futuro incierto. A veces, la idea de la muerte se colaba en sus pensamientos, aunque solo como una vaga escapatoria de su sufrimiento.

Cada día era un desafío, una batalla que libraba en silencio. Las personas a su alrededor a menudo no entendían completamente lo que estaba experimentando. Aunque algunos intentaban ayudar, la depresión actuaba como un escudo, impidiéndole recibir su apoyo. La soledad se había convertido en su compañera constante.

La depresión era un monstruo insaciable que se alimentaba de sus pensamientos y emociones. Atrapada en este abismo, Momo anhelaba la sensación de normalidad, de poder disfrutar de la vida como lo hacía antes. Pero esa sensación parecía inalcanzable. La depresión había construido una muralla a su alrededor, aislándola del mundo y de sí misma.

Tienes transtorno límite de personalidad, Momo, necesitas aprender a lidear con el.

La frustración se apoderó de Momo, y con un gesto impetuoso, golpeó la pared del baño con su puño. El impacto resonó en el pequeño espacio, y aunque el dolor físico recorrió su mano, eso parecía insignificante en comparación con el tormento emocional que sentía.

Cada golpe que le propinaba a la pared era como un grito de su alma herida. Quería liberar la ira, la tristeza, y la impotencia que se habían acumulado dentro de ella. Pero la pared no se inmutaba, y eso solo la hacía sentir aún más impotente.

El sonido del golpe parecía llenar la habitación, como un eco de su propio sufrimiento. Cada golpe representaba su lucha contra la depresión, una batalla que parecía no tener fin. Cada golpe también era un grito silencioso de ayuda, una forma de pedir auxilio en medio de la soledad que la rodeaba.

Y recordó.

Momo se encontraba sentada en la acogedora oficina de su psicóloga, Joohyun. Las palabras de la terapeuta resonaban en su cabeza, palabras que habían sacudido su mundo y confirmado sus temores más profundos. Había hablado de sus emociones abrumadoras, de su tristeza constante y de la sensación de que el peso del mundo descansaba sobre sus hombros. Cuando Joohyun le mencionó que tenía transtorno límite de personalidad, Momo simplemente no pudo aceptarlo.

Las lágrimas llenaron sus ojos mientras las palabras de la terapeuta se hundían en su mente. -Momo, después de nuestras sesiones y de las pruebas que te hemos realizado, está claro que estás lidiando con transtorno de bonderline. No estás sola en esto, y hay formas de superarlo. Estoy aquí para ayudarte -le había dicho con gentileza.

Pero Momo no podía soportar escucharlo. Gritó angustiada, sintiendo que el mundo se derrumbaba a su alrededor. -¡No! ¡No puede ser! ¡Tú estás mintiendo! Esto no es real. Yo no tengo esa cosa.- Sus palabras resonaron en la habitación, llenas de negación y miedo.

Momo había salido de la oficina de Joohyun en un torbellino de emociones.

Momo se encontraba en el cuarto de baño, aún sintiendo la humedad en el aire después de la ducha. Se sentó en el borde de la bañera, con su mente llena de pensamientos tumultuosos. La conversación con su psicóloga, Joohyun, le había afectado profundamente, y ahora estaba llena de preguntas sin respuesta.

Se cuestionaba la naturaleza de su propia mente y cómo había llegado a este punto. Se preguntaba si siempre había estado así o si algo había desencadenado esta oscuridad que la había envuelto. Recordó los momentos en los que solía ser feliz, en los que la vida era más ligera y las preocupaciones no parecían asfixiarla.

Se cuestionó sobre sus relaciones, especialmente la que tenía con Sana. ¿Cómo afectaba su depresión a su relación? Se preguntó si estaba siendo justa con su novia, si era justo cargarla con el peso de su enfermedad. También se preguntó si Sana se merecía a alguien con tantos problemas emocionales.

Además, Momo se cuestionó su capacidad para sanar. ¿Podría superar esta depresión? ¿Habría una forma de volver a sentirse bien consigo misma y con la vida? Se sintió abrumada por la incertidumbre del camino que tenía por delante.

Las palabras de Lisa resonaron en la mente de Momo como un eco siniestro de un pasado turbulento. Fue un día oscuro, algunas semanas después de la muerte de Chaeyoung, cuando la pena y el desamparo se habían instalado firmemente en el corazón de Momo. Habían estado en la habitación de Lisa, rodeadas por las sombras que se filtraban a través de las persianas cerradas. El humo de los cigarrillos flotaba en el aire, creando una atmósfera cargada y opresiva. Momo había compartido su dolor con Lisa, quien, en lugar de consolarla, le había ofrecido una solución insidiosa.

Las palabras exactas de Lisa eran como un veneno retorcido en su memoria: "La mejor droga siempre serán las pastillas, déjate de tabaco o cocaína, y hazlo con la mierda que te recomendará Hyun, lo disfrutarás, Momoring". La aparente indiferencia de Lisa hacia su bienestar la dejó atónita. En su mente vulnerable, la sugerencia de recurrir a las pastillas como una salida a su dolor parecía tentadora. La idea de encontrar alivio de su pesar en una pastilla la había asustado profundamente, pero también había despertado su curiosidad.

Desde aquel día, Momo luchó contra el recuerdo de las palabras de Lisa. Era un susurro oscuro que la acosaba en los momentos más bajos de su depresión. Recordaba cómo esas palabras resonaban en su mente cuando se sentía abrumada por la tristeza, la soledad y la culpa que la atormentaban desde la muerte de Chaeyoung. Lisa, con su actitud despreocupada y provocadora, había representado un peligro real en su vida, alentando un camino que solo conduciría a la autodestrucción.

Ahora, sentada en el baño, Momo se cuestionaba si alguna vez había considerado en serio esa sugerencia. Sabía que era una puerta que no debía abrir, una tentación que debía resistir. La adicción solo complicaría su situación, agregando problemas a una vida que ya estaba abrumada por la depresión. La voz de Lisa era una advertencia, un recordatorio de los peligros de perderse en el oscuro abismo de las sustancias. Decidió que tenía que superar ese capítulo de su vida, dejar atrás esa influencia tóxica y encontrar una manera de sanar. La lucha contra su depresión seguía siendo una batalla ardua, pero era una batalla que estaba decidida a librar sin caer en las trampas de la adicción.

Momo sabía que había cruzado un punto de no retorno.

Con manos temblorosas, se dirigió a su botiquín en busca de las pastillas que le había recetado su psicóloga, Joohyun, en una de sus sesiones anteriores. A pesar de haber recibido ayuda profesional y saber que estas pastillas estaban destinadas a ayudarla en su lucha contra la depresión, Momo las veía de manera diferente en ese momento. Eran como una vía de escape, una solución rápida para calmar su dolor interno.

Después de tomar cuatro pastillas de un solo golpe, sintió una extraña mezcla de ansiedad y alivio. Sabía que lo que estaba haciendo no era la respuesta a sus problemas, pero la tentación de la anestesia emocional era demasiado fuerte. A continuación, abrió una lata de cerveza que Sana le había traído en uno de sus momentos de complicidad como pareja. La cerveza parecía ser el complemento perfecto para las pastillas.

Momo, con la mente nublada, comenzó a beber la cerveza, dejando que su amargura se mezclara con el sabor metálico de las pastillas en su boca. Cada trago parecía alejarla de la realidad, sumiéndola en un estado de entumecimiento temporal. La tristeza y la desesperación se desvanecían momentáneamente, lo que la hacía sentirse aliviada. En ese momento, era como si nada más importara.

Con el tiempo, las pastillas y la cerveza comenzaron a surtir efecto. El mundo a su alrededor se volvía borroso y difuso. Momo ya no sentía el peso de sus pensamientos oscuros y depresivos. La angustia que la había acosado durante tanto tiempo estaba siendo reemplazada por un silencio frío y desapegado. En ese momento, parecía que no importaba nada más.

La batalla de Momo contra sus propios demonios internos y su lucha con la depresión la llevaron a situaciones críticas que la hicieron ser hospitalizada en varias ocasiones. La combinación de alcohol, pastillas y otros peligrosos comportamientos autodestructivos se había convertido en un patrón en su vida.

Momo estaba atrapada en un torbellino constante de emociones intensas y cambiantes debido a su trastorno límite de personalidad. Estos sentimientos la acosaban y consumían, lo que hacía que su vida cotidiana fuera una lucha constante.

La tristeza era una compañera constante en su vida. A menudo, Momo se encontraba sumida en un abismo de melancolía abrumadora. Sentía una profunda sensación de vacío y soledad, que parecía pesarle en el pecho. Se preguntaba por qué se sentía así, por qué no podía ser como las demás personas y simplemente disfrutar de la vida. En los momentos más oscuros, las lágrimas caían sin control, y se sentía impotente para detenerlas. Anhelaba desesperadamente sentirse bien, pero no sabía cómo alcanzar ese estado.

Sin embargo, junto con la tristeza, también venía la rabia. Momo se sentía enfadada, tanto consigo misma como con el mundo. Se sentía como si estuviera atrapada en un ciclo destructivo y no pudiera romperlo. La rabia era una emoción intensa que a veces la impulsaba a actuar de manera impulsiva y destructiva. A menudo, la rabia se dirigía hacia los demás, especialmente hacia aquellos que se preocupaban por ella y que intentaban ayudarla. Sentía que nadie podía entender realmente lo que estaba pasando. Esta furia se mezclaba con la frustración de no poder controlar sus emociones, lo que exacerbaba su desesperación.

Momo también estaba plagada de miedo. Tenía miedo de ser etiquetada como alguien con problemas mentales, lo que la hacía sentir una profunda inseguridad. Temía la terapia y abrirse emocionalmente, porque eso significaba enfrentar heridas profundas y enfrentar la verdad sobre sí misma. Además, temía no ser capaz de controlar sus impulsos autodestructivos.

La negación era una capa adicional en su tormento emocional. Momo no quería aceptar que tenía un trastorno. Esto la hacía rechazar las sesiones de terapia y evitar la búsqueda de ayuda profesional. Se aferraba a la creencia de que podía superar sus problemas por sí misma, lo que la llevaba a caer repetidamente en sus patrones autodestructivos.

Momo se encontraba en una situación desafiante, ya que no podía volver a su psicóloga, Joohyun, debido a que esta última no le atendía el teléfono. La frustración y la ansiedad se acumulaban mientras Momo intentaba contactar a Joohyun para programar una cita que le proporcionara el apoyo tan necesario.

La primera llamada fue la peor de todas.

"Joohyun, lamento lo que dije, podemos reprogramar la sesión?"

Tercer tono.

"Bae, te lo prometo, no estoy jugando"

Quinto tono.

"Bae Joohyun! Mierda, contesta!"

Noveno tono.

"Te voy a matar, Seulgi"

La noticia de que su psicóloga, Joohyun, había desaparecido apenas 42 horas después de que Momo experimentara una crisis, dejó a Momo en un estado de conmoción y desconcierto. La conexión que solía tener con Joohyun, una figura crucial en su apoyo emocional, de repente se rompió de una manera inesperada.

La incertidumbre sobre el paradero de Bae se sumó a la carga emocional de la nipona, intensificando sus sentimientos de vulnerabilidad y ansiedad. La falta de claridad sobre lo que había sucedido dejó a Momo en una posición delicada, sin poder acceder al apoyo que tanto necesitaba en un momento tan crítico.

Hirai, abrumada por la noticia de la desaparición de su psicóloga, agarró su mochila con una mezcla de frustración y enojo.

La furia que la invadía se manifestó físicamente cuando la pelinegra, impulsada por la impotencia, se clavó las uñas tan fuerte contra las palmas de las manos que el dolor resultante apenas se comparaba con la tormenta emocional que la envolvía. Era como si buscara canalizar esa ira a través del dolor físico, una manera de liberar la frustración y la incredulidad que sentía ante la desaparición abrupta de alguien en quien confiaba para su apoyo emocional.

Envuelta en una mezcla de emociones intensas, agarró su teléfono y marcó el número de Seulgi, sintiendo la urgencia de saber dónde estaba aquella patética idiota. La espera mientras el teléfono sonaba parecía una eternidad, y la ausencia de respuesta de Seulgi generaba una creciente frustración en Momo.

Al ver que Seulgi no respondía, Momo pegó un grito de frustración, convencida de que la mayor tenía alguna responsabilidad en la situación. La falta de comunicación intensificó su sensación de abandono, y la sospecha de que Seulgi estaba involucrada de alguna manera aumentó la tensión emocional que ya la envolvía.

Al llegar a esa reunión, Momo, abrumada por sus emociones y la frustración acumulada, perdió momentáneamente el control. De manera impulsiva y con intención, golpeó a Lisa con su mochila, impactándola directamente en la cara. La acción fue un reflejo de la intensidad de las emociones que la consumían, y la mochila se convirtió en una extensión de su ira y confusión.

El incidente creó un tenso silencio en la sala, mientras Momo, con la respiración agitada, se enfrentaba a las consecuencias de su acto impulsivo.

Después del impacto de la mochila en su rostro, Lisa, en un tono agresivo y burlón, gritó-¡Bravo, Momo! Parece que necesitas más que una mochila para lidiar con tus problemas-Su risa burlona resonó en la sala, acentuando la tensión en el ambiente y agregando una capa adicional de hostilidad al ya tenso intercambio.

El silencio que siguió a su respuesta solo amplificó la atmósfera incómoda, mientras todos en la sala absorbían la confrontación física y verbal que acababa de ocurrir.

Enfurecida por la burla de Lisa, Momo no pudo contener su ira y le gritó con furia-¡¿Dónde está Seulgi?! ¡Esto es culpa tuya!-Acusando a Lisa directamente, Momo expresó su sospecha y frustración, convencida de que su amiga Seulgi tenía alguna conexión con la desaparición de Joohyun, la psicóloga.

La habitación se sumió en un silencio tenso y atónito cuando Lisa, en un giro inesperado, extrajo un arma y la apuntó directamente a Momo. El brillo metálico del arma reflejaba la gravedad de la situación, creando un momento de parálisis colectiva mientras todos procesaban el dramático cambio en el ambiente.

Con voz firme pero amenazante, Lisa rompió el silencio al preguntar-¿Dónde crees que está Seulgi? -La pregunta resonó en el aire, cargada de misterio y amenaza. El tono de Lisa dejaba claro que las respuestas eran cruciales, y la situación se volvía cada vez más peligrosa e impredecible.

El susurro amenazante del arma aún resonaba en la sala mientras Momo, con una mezcla de miedo e ira, apretaba los puños con fuerza. Sus ojos, centelleando con determinación, se clavaron en Lisa, dispuesta a enfrentar la situación con valentía.

-¡No sé de qué estás hablando!-gritó Momo, su voz temblorosa pero llena de resolución. -¡Tú y Seulgi son criminales, están involucradas en la desaparición de Irene!

Lisa, sosteniendo el arma con firmeza, mantuvo su mirada inexpresiva, pero su silencio parecía confirmar algo más profundo. Momo, sintiéndose acorralada y furiosa, continuó desahogando sus emociones reprimidas.

-¡Deben saber algo sobre Joohyun! ¿Dónde está Seulgi? ¡No puedes simplemente apuntarme con eso y esperar que me calle!-exclamó Momo, su voz vibrante con una mezcla de desafío y desesperación. La sala se convirtió en un campo de batalla verbal, cada palabra arrojada intensificando la tensión que flotaba en el aire cargado.

Lisa, con gestos bruscos, guardó el arma, pero su expresión de ira no disminuyó. Su mirada penetrante se clavó en Momo, y con un sarcasmo palpable, espetó-¿Qué esperas, Momo?-preguntó con un tono sarcástico-¿Que te dé respuestas que ni siquiera tú conoces?

La respuesta sarcástica dejó a Momo en un estado de desconcierto y furia. -¡Espero la verdad, Lisa! ¿Dónde está Seulgi? ¡No puedes simplemente jugar con nuestras vidas y luego actuar como si no tuvieras nada que ver!-exclamó Momo, sus palabras resonando con una mezcla de desesperación y enojo.

Lisa, enérgica, respondió con frialdad-La verdad, Momo, es algo que no estás lista para enfrentar. Todo esto es más complicado de lo que imaginas- El tono de Lisa sugería que había más en juego de lo que Momo podía comprender en ese momento.

El puñetazo de Momo cortó el aire con un estallido de ira liberada. Lisa, impactada por la sorpresiva agresión, retrocedió unos pasos, llevándose una mano al rostro. El silencio tenso que había dominado la sala se vio interrumpido por el sonido del golpe y la respiración agitada de ambas mujeres.

Con el rostro enrojecido por la furia, Momo no perdió la oportunidad de agregar insultos a la herida.-¡Eres una mentirosa manipuladora, Lisa! ¿Crees que puedes jugar con nuestras vidas y salir impune?-espetó Momo, sus palabras cargadas de desprecio y desesperación.

Lisa, recuperándose del golpe, levantó la mirada con una mirada desafiante. -No tienes idea de lo que estás enfrentando, Momo -respondió con frialdad, aunque el leve titubeo en su voz sugería que la situación se estaba volviendo cada vez más incontrolable.

El resonar de la puerta cerrándose marcó el final de un episodio tumultuoso. Momo, con la mochila aferrada a su hombro, se retiró de la sala con pasos decididos. Cada paso parecía llevar consigo el eco de la confrontación, dejando atrás un ambiente cargado de tensiones no resueltas.

La mochila, ahora un testigo silencioso de la intensidad del momento, colgaba pesadamente sobre el hombro de Momo. Cada compartimento, lleno de objetos cotidianos, también llevaba consigo la carga emocional de la confrontación. Era como si la mochila hubiera absorbido parte de la turbulencia del encuentro, convirtiéndose en un símbolo tangible de la pesada carga que Momo llevaba en su interior.

El silencio que siguió a la partida de Momo se interponía entre los presentes, dejando que la resonancia de las emociones enfrentadas se desvaneciera lentamente. La sala, aunque liberada momentáneamente de la confrontación física, aún estaba impregnada con la energía residual de la disputa, un recordatorio de la intriga y los secretos que seguían sin resolverse.

De vuelta en su hogar, Momo llevó consigo la tormenta emocional que la había acompañado desde la confrontación. La cerradura giró con un clic y el sonido de la puerta al cerrarse resonó como un eco de su decisión de aislarse. Momo, con la mochila aún cargada de tensiones, se encerró en su propio espacio.

El susurro del cerrojo cerrándose marcó la separación entre el mundo exterior y la esfera privada de Momo. Al adentrarse en la seguridad de su hogar, se encontró sola con sus pensamientos y emociones tumultuosas. La mochila, depositada en un rincón, parecía contener no solo objetos tangibles sino también la carga invisible de las experiencias recientes. Con la puerta cerrada tras de sí, se sumergió en la quietud de su refugio, permitiéndose un momento de introspección. La atmósfera tranquila contrastaba con el caos emocional que llevaba consigo, y el silencio de la casa ofrecía un espacio para procesar las emociones y buscar claridad en medio de la confusión.

La paz aparente de su hogar se desvaneció cuando Momo, en medio de la soledad, se vio envuelta en un torbellino de emociones. La habitación, antes un refugio, se convirtió en un espacio claustrofóbico mientras la ansiedad se apoderaba de ella.

El aire se volvió denso y agobiante, y Momo sintió que su pecho se contraía con cada respiración entrecortada. Las manos le temblaban, incapaces de sostener nada con firmeza. La mochila, testigo silencioso de la confrontación, parecía pesar toneladas sobre sus hombros.

Sus pensamientos se entrelazaron en un laberinto caótico, cada recuerdo y acusación resonando como ecos perturbadores en su mente. La realidad se distorsionó, y Momo se encontró luchando contra una marea de pensamientos abrumadores que la arrastraban más y más profundo en la espiral de la ansiedad.

Las lágrimas escaparon sin control, surcando su rostro mientras intentaba contener el sollozo que se apoderaba de ella. La sensación de pérdida de control la invadió, y Momo se aferró a cualquier atisbo de estabilidad que pudiera encontrar. La mochila, ahora un lastre emocional, yacía olvidada en un rincón mientras Momo se sumía en la tormenta interna de su mente.

La ansiedad, ya asfixiante, intensificó su asalto a Momo a medida que los recuerdos dolorosos se mezclaban con la tormenta emocional. Cada memoria se convertía en una cuchilla afilada, cortando a través de la barrera frágil que intentaba mantener. Las imágenes del pasado, ahora distorsionadas por la ansiedad, se proyectaban con una nitidez cruel.

El eco de las palabras de Lisa resonaba en su mente como un mantra perturbador, repitiéndose una y otra vez. Los insultos lanzados durante la confrontación se transformaron en látigos emocionales, azotando la vulnerabilidad de Momo. La escena del puñetazo, antes una muestra de resistencia, ahora se convertía en un recordatorio violento de la espiral fuera de control en la que se encontraba.

La habitación parecía encogerse, como si los recuerdos dolorosos se cerraran sobre Momo, limitando su capacidad de escape. El pasado y el presente se entrelazaban en una danza caótica, haciendo que la realidad se desdibujara en una amalgama de sufrimiento pasado y presente.

Los sollozos de Momo resonaban en la habitación mientras luchaba por mantener la compostura. Cada lágrima que caía llevaba consigo la carga de experiencias pasadas y actuales, creando una sinfonía de angustia que llenaba la atmósfera. En medio de esta tormenta de emociones desenfrenadas, Momo se encontraba atrapada, buscando desesperadamente un respiro que parecía esquivarla en cada rincón de su mente turbulenta.

La ansiedad se transformó en un abismo oscuro cuando los recuerdos de la infancia de Momo emergieron, como fantasmas del pasado, para atormentarla. Imágenes fragmentadas de momentos dolorosos se proyectaban con una claridad cruda, y cada detalle parecía agravar la opresión en su pecho.

Las imágenes de una infancia marcada por la discordia y el conflicto inundaron su mente. Las escenas de discusiones violentas entre sus padres se entrelazaban con momentos de soledad y desamparo. La voz amarga de su madre resonaba, como si aún estuviera presente, y el eco de sus lágrimas infantiles llenaba la habitación, intensificando la agonía de Momo.

Cada respiración se volvió un desafío, como si el peso de los recuerdos se hubiera materializado en el aire que intentaba inhalar. Momo se sintió atrapada en una espiral temporal, donde el pasado y el presente convergían en una danza dolorosa.

Las lágrimas fluían sin restricciones, mezclándose con sus sollozos entrecortados.

Con paso tambaleante y la carga emocional aún pesando sobre sus hombros, Momo salió de su habitación, apenas capaz de moverse con solidez. Cada paso era un esfuerzo, como si sus piernas estuvieran hechas de algodón y la realidad se volviera borrosa a su alrededor.

Cuando se acercó a la escalera, la inestabilidad de sus movimientos alcanzó su punto culminante. Un tropiezo, un desequilibrio momentáneo, y Momo se encontró cayendo de la escalera en un torbellino de confusión y desesperación. El sonido de su cuerpo golpeando los peldaños resonó en la quietud de la casa, marcando el momento en que la vulnerabilidad física se sumó a la fragilidad emocional que ya la aquejaba.

La caída, aunque física, simbolizaba la cascada descontrolada de emociones que la envolvían. Hirai ahora en el suelo, se sintió aún más vulnerable, como si la gravedad misma conspirara en su contra. La respiración entrecortada y los sollozos resonaban en la casa mientras intentaba recuperarse de la caída, enfrentándose a la dualidad abrumadora de la vulnerabilidad física y emocional.

Un grito desgarrador escapó de lo más profundo de la nipona, resonando en la casa como un lamento desesperado. Se aferró a sí misma en el suelo, abrazándose con fuerza como si pudiera contener el lío interno que la acosaba. Sus manos temblaban, buscando desesperadamente algo tangible para aferrarse en medio del caos.

El sonido angustiante de su grito se fusionó con el eco de su llanto, creando una sinfonía de dolor que llenó cada rincón de la casa. En ese momento, Hirai, abrumada por la carga emocional y la dolorosa realidad de su caída, se convirtió en una figura vulnerable en el suelo, rodeada por la oscuridad de sus propias emociones.

El llanto era como una sinfonía de dolor, una mezcla incontrolable de sollozos entrecortados y gemidos desgarradores. Cada lágrima que caía parecía llevar consigo el peso de sus emociones tumultuosas, marcando un rastro salado en su rostro.

El sonido del llanto resonaba en la habitación, un eco de su angustia interna que llenaba el espacio con una intensidad palpable. Cada sollozo era una liberación momentánea, pero también una manifestación de la lucha interna que la consumía.

El cuarto, impregnado por el sonido doloroso, se convertía en un reflejo acústico de la tormenta emocional que Momo experimentaba. Cada inhalación profunda entre los sollozos parecía llevar consigo la carga de los recuerdos, las tensiones y la desesperación que la envolvían.

En medio del llanto, Momo se sumergía en un estado de vulnerabilidad cruda, permitiendo que sus lágrimas fueran la expresión más sincera de sus emociones abrumadoras. Cada nota de su llanto era una ventana abierta a su alma, revelando la complejidad de su sufrimiento en un momento de pura desesperación.

25 minutos antes.

Mina, decidida y con preocupación marcada en sus ojos, siguió a Momo fuera de la casa de Lisa. Su paso era firme, y la determinación en su expresión mostraba que estaba dispuesta a enfrentar la situación, aunque eso significara regañar a Momo.

Cuando alcanzó a Momo, Mina le habló con voz firme pero llena de inquietud. -Momo, necesitamos hablar -expresó, su tono revelando una mezcla de frustración y cuidado. La atmósfera entre ambas era tensa, como una corriente eléctrica de emociones reprimidas.

Momo, sintiéndose atacada y a la defensiva, miró a Mina con una mirada cargada de frustración. Sus palabras, aunque tensas, expresaban la lucha interna que la consumía. -No sé por qué te molestas, Mina. Nadie entiende lo que estoy pasando-espetó, su tono revelando la agitación emocional que la envolvía.

La menor, buscando un enfoque más comprensivo, intentó explicar con calma-Momo, ya deberías saber que Lisa y Seulgi pueden ser complicadas. A veces, es difícil entenderlas, pero eso no significa que no nos preocupemos por ti-Su tono era una mezcla de consejo y preocupación, como si estuviera extendiendo una mano para guiar a Momo a través de la complejidad de las relaciones en su círculo.

En un estallido de emoción y frustración, Momo gritó con fuerza-¡Seulgi es una psicópata y Lisa una narcisista! ¡No entiendes lo que estoy pasando, Mina!-. Sus palabras resonaron con amargura, como una expresión intensa de las tensiones y percepciones que la consumían.

Mina se mordió el labio, una expresión de conflicto y pesar en su rostro, y dijo con cautela-Lo sé, Momo. Pero también es culpa tuya por meterte en ese mundo. Deberías haber tenido más cuidado-Sus palabras llevaban consigo un matiz de resignación, como si reconociera la responsabilidad compartida en las complicaciones que surgieron.

Momo, con una expresión desconcertada, respondió a Mina-¿Recuerdas cuando Sana desapareció? Tú me dijiste lo mismo, que también era su culpa por involucrarme. ¿Cómo esperabas que me mantuviera al margen ahora?-Su tono llevaba consigo una mezcla de frustración y confusión, recordando un pasado en el que Sana había sido señalada de manera similar.

La declaración de Momo sobre Sana y la aparente repetición de la situación provocaron que Mina se desconfigurara completamente. Una mezcla de sorpresa, tristeza y quizás arrepentimiento cruzaron su rostro mientras intentaba procesar la conexión entre ambos momentos.

Mina tartamudeó, como si cargara con la culpa de algo que apenas comenzaba a comprender. Sus palabras vacilantes revelaban la lucha interna entre sus propias emociones y la carga de responsabilidad que estaba emergiendo. -Yo... yo no quería decir que todo sea tu culpa, Momo. Solo... estoy confundida-admitió, su voz reflejando la complejidad de sus sentimientos.

Confundida por la reacción de Mina, Momo le preguntó con sinceridad-¿Por qué siempre te pones nerviosa cuando hablamos de Sana?-Su tono llevaba consigo una nota de búsqueda de comprensión, como si estuviera tratando de descifrar el enigma detrás de la reacción peculiar de Mina cada vez que el nombre de Sana surgía en la conversación.

Mina, con un suspiro, intentó explicarse-Es que... Sana fue una época difícil para todas nosotras. Su desaparición nos afectó a todas, y siento que no supe manejarlo bien. No quiero que eso vuelva a pasar, y a veces me pongo nerviosa al hablar de ello. No es culpa tuya, Momo, es solo que... todo fue tan complicado.

En un arrebato de frustración, Momo agarró la camisa de Mina, su mirada reflejando una intensidad que se asemejaba a la tormenta emocional dentro de ella. -Estás mintiendo, Mina. Puedo verlo en tus ojos- declaró, su tono firme pero cargado de una mezcla de dolor y enojo.

Mina, sintiendo la presión de la mano de Momo en su camisa y la intensidad de su mirada, suspiró y respondió con sinceridad -Te diré la verdad, Momo, pero necesitas prometerme que me vas a perdonar-. Su voz llevaba consigo un toque de vulnerabilidad, como si estuviera a punto de revelar algo que podría cambiar la dinámica de su relación de manera irrevocable.

Momo, aunque con una expresión tensa, asintió con determinación. -Sí, te prometo que intentaré entender y perdonar, pero necesito saber la verdad -afirmó, su tono revelando una mezcla de anhelo por la honestidad y la necesidad de liberar las tensiones acumuladas entre ellas.

El aliento se quedó suspendido en el aire cuando Mina, entre tartamudeos y con la voz trémula, se atrevió a confesar la insondable verdad que había guardado en lo más profundo de su ser. -Yo... yo tuve que... matar a Sana- susurró, como si pronunciar esas palabras fuera un acto doloroso y liberador al mismo tiempo.

El impacto de la confesión de Mina golpeó a Momo como un torrente incontrolable. La mano de Momo soltó su agarre de la camisa de Mina, como si hubiera tocado algo abrasador, y retrocedió unos pasos. El silencio pesado que había dominado la habitación se transformó en un eco de emociones tumultuosas.

El rostro de Momo reflejaba una mezcla de incredulidad, furia y angustia.-¿Qué has hecho?-estalló, su voz llevando consigo una carga de emoción que resonaba en el espacio. Cada palabra era una descarga de shock y dolor, como si la confesión hubiera abierto una grieta en la realidad que la mayor conocía.

La habitación, antes impregnada de una tensión incómoda, se convirtió en un campo de batalla emocional. Los ojos de la pelinegra buscaban respuestas en el rostro de la rubia, como si la confesión fuera demasiado horrenda para ser verdad. El aire estaba cargado de la pesadez de lo incomprensible, y la amistad entre ambas pendía de un hilo frágil y tenso.

Las lágrimas bordeaban los ojos de Mina mientras, entre sollozos, intentaba justificar lo insondable. -Sana... era demasiado entrometida. No entendías, Momo. Y Seulgi... ella la amenazó. Fue la única manera de detenerla-pronunció con la voz quebrada, como si cada palabra le costara un trozo de su propia alma. El intento de Mina por hallar comprensión en los ojos de Momo estaba marcado por la desesperación y la carga de un secreto que pesaba sobre ella.

La furia y la tristeza que inundaban a Momo se manifestaron en una respuesta cargada de violencia emocional. -¡Eres una monstruo! ¡Matar a Sana, tu amiga, y encima mi novia...! -exclamó Momo, su voz temblando con la mezcla abrumadora de indignación y pesar. Los ojos de Momo, antes llenos de confianza y complicidad con Mina, ahora reflejaban una profunda decepción y dolor.

En medio de la tormenta emocional, Mina, en un gesto de desesperación o quizás defensa, soltó una risa sarcástica y amarga. -¿Monstruo? Al menos yo no soy ciega, Momo. ¿Qué esperabas? Sana estaba metiendo a todos en problemas, y Seulgi hizo lo que era necesario. Tú eras la siguiente -burló Mina, su tono llevando consigo una mezcla de resentimiento y amargura.

Momo, herida por las palabras hirientes de Mina, respondió a la defensiva. -¡No me vengas con excusas! ¿Cómo puedes justificar algo tan horrendo? Sana era mi novia, y tú... tú la mataste -exclamó Momo, su voz temblando entre la ira y la tristeza. La defensa de Momo llevaba consigo el peso de la traición recién descubierta y la realidad desgarradora de la situación.

La risa de Mina resonó en la habitación como un eco desgarrador. -¿Sorpresa, Momo? Pensaste que Seulgi estaba herida de la nada, pero... ¿recuerdas a Chaeyoung? Fue solo el comienzo -burló Mina, su tono impregnado de una malicia que agregaba un nuevo nivel de horror a la revelación. La mención de Chaeyoung, ya fallecida, resonaba como un eco sombrío que vinculaba las tragedias de su pasado.

Las lágrimas brotaron sin restricciones, y su expresión, antes firme, se desmoronó en una mezcla de desesperación y dolor. -No puedes hacer esto... no puedes...-murmuró Momo, su voz quebrada mientras lidiaba con la carga insostenible de las revelaciones que se estaban desplegando frente a ella.

Sin una palabra, Momo, envuelta en una mezcla de dolor y desesperación, se alejó del torbellino emocional que había desgarrado la calle. Cada paso que daba llevaba consigo la carga de las revelaciones abrumadoras y la pérdida de la realidad que alguna vez conoció.

El silencio pesado llenó el vacío que dejó Momo al partir, y la calle se convirtió en un testigo mudo de la ruptura de una amistad, la desintegración de la confianza y la devastación de un mundo que se desmoronaba. La puerta se cerró con un suspiro, dejando atrás un espacio impregnado de la fragilidad de las relaciones rotas y las verdades insoportables.

23 de abril de 1998

A la tierna edad de 4 años, Momo se encontraba en una situación abrumadora. Encerrada en su pequeña habitación, abrazaba a una recién nacida Chaeyoung, mientras afuera las voces de sus padres se entrelazaban en una acalorada discusión. El fragor de la pelea se filtraba a través de las paredes, creando un telón sonoro de discordia que envolvía a las dos hermanas en un ambiente tenso y angustiante.

La pequeña Momo, aunque apenas comprendía el peso de la situación, se aferraba a Chaeyoung con la fuerza de quien busca proteger a un ser querido de la tormenta que rugía afuera. Su habitación se convertía en un refugio improvisado, un rincón donde la inocencia de la infancia se veía amenazada por la fragilidad de la realidad familiar.

Sintiendo el peso en su pecho, Momo abrió la puerta del pequeño baño en su habitación. Con la delicadeza que solo una hermana mayor podría tener, colocó cuidadosamente a Chaeyoung en la vacía bañera, envuelta en sábanas que proporcionaban un rudimentario pero afectuoso lecho improvisado.

Mientras el eco distante de la discusión de sus padres se desvanecía, Momo se esforzaba por crear un pequeño refugio de paz para la recién llegada a su vida. La bañera, ahora transformada en una especie de cuna improvisada, se convirtió en un rincón de seguridad dentro de aquel tumultuoso momento familiar.

La tenue luz del baño delineaba el contorno de Chaeyoung, ofreciendo un respiro en medio de la tormenta. Momo, a pesar de su corta edad, asumía el papel protector con una serenidad sorprendente, forjando un vínculo especial con su hermana en medio de la adversidad. En esa pequeña habitación de baño, nacía una conexión que resistiría las pruebas del tiempo.

Con paciencia y ternura, Momo se esforzó por calmar a la pequeña coreana en la bañera improvisada. Mientras mecía suavemente la cuna improvisada, el baño, en comparación con la habitación, se revelaba como un refugio más aislante, un pequeño santuario de tranquilidad donde el bullicio de la disputa parental quedaba amortiguado.

A pesar de su propia angustia, Momo buscaba crear un ambiente sereno para su hermanita. Con movimientos suaves y cuidadosos, intentaba arrullar a Chaeyoung, esperando que el suave murmullo de su tarareo y el cálido abrazo de las sábanas la llevaran hacia el dulce territorio del sueño. El baño se transformaba en un oasis de calma, un lugar donde la pequeña Chaeyoung, ajena al caos afuera, podía encontrar un breve respiro en el mundo que acababa de llegar.

En este rincón aislante, el lazo entre las dos hermanas se fortalecía, tejido con el hilo de la protección y el amor que Momo ofrecía en medio de la tormenta. La pequeña Chaeyoung, envuelta en el afecto de su hermana mayor, se sumía poco a poco en un sueño reparador, ajena al tumulto que persistía más allá de las paredes del baño.

Con Chaeyoung finalmente sumida en un sueño tranquilo en la improvisada cuna en el baño, Momo salió de la habitación con cuidado para no perturbar la paz recién encontrada. Cerró la puerta suavemente detrás de ella, dejando que la pequeña durmiente descansara en su santuario momentáneo.

El grito de frustración de Momo resonó en la casa, una liberación momentánea de la presión acumulada. Desplomándose en el suelo, las emociones reprimidas se manifestaron en un torrente abrumador. Su pequeño cuerpo temblaba con la intensidad de la angustia y la impotencia, dejando que la descarga emocional se expresara en ese grito liberador.

En el silencio que siguió, la pequeña pelinegra se encontraba en el suelo, vulnerable y agotada por la carga que llevaba. Cada lágrima que amenazaba con caer era un eco de las emociones tumultuosas que la envolvían, y el suelo se convirtió en un testigo mudo de la lucha interna de una niña que enfrentaba realidades que iban más allá de su comprensión.

En un acceso de ira desgarradora, la japonesa se encontró a sí misma en un torbellino de emociones intensas y tumultuosas. Cada músculo de su pequeño cuerpo temblaba con la intensidad de la frustración acumulada. Sin poder contener más la avalancha de sentimientos, sus manos se cerraron en puños, las uñas cavando en sus palmas como una manifestación física de la tormenta interna que rugía dentro de ella.

Un rugido ahogado escapó de sus labios, un sonido primal que resonó en la habitación como un eco de su angustia. La furia se manifestaba en gestos salvajes; golpeó el suelo con fuerza, sintiendo la vibración recorrer su cuerpo. Juguetes, antes dispersos por el suelo, fueron lanzados en un estallido de frustración, creando un caos efímero en la habitación.

Las lágrimas, antes contenidas, se liberaron como un río desbordado, trazando surcos en sus mejillas. Cada sollozo era una descarga emocional, un eco audible de la tormenta que arremetía en su interior. La habitación, testigo silencioso de este despliegue de emociones, parecía encogerse ante la intensidad del ataque de ira de la pequeña Hirai.

El aire estaba cargado con la electricidad de sus emociones descontroladas. Momo, en medio de su ataque de ira, luchaba contra una realidad que parecía más grande y abrumadora de lo que su pequeño ser podía soportar.

El ataque de ira de la pequeña, lejos de calmarse, cobró fuerza como una tormenta desbocada. Sus sollozos se entrelazaban con gritos ahogados, formando una sinfonía desgarradora de angustia. El caos que ella misma había desencadenado en la habitación se intensificaba, con juguetes esparcidos y muebles temblando bajo la furia desatada.

como una fuerza de la naturaleza desatada, se encontraba en el epicentro de su propia tormenta emocional. Su pequeño cuerpo temblaba con la intensidad de la ira, y cada inhalación era un jadeo entre sollozos. En su búsqueda frenética de liberación, golpeaba el suelo con los puños, como si pudiera enfrentarse al mundo con la fuerza de su propio desespero.

El tiempo parecía detenerse en ese remolino emocional. La habitación, antes un refugio aparentemente seguro, se había transformado en un campo de batalla donde Momo luchaba contra fuerzas invisibles que la oprimían.

Los ecos de su furia reverberaban en las paredes, creando una atmósfera cargada con la tensión de una niña enfrentando las complejidades desconcertantes de su realidad.

En medio del caos, Momo continuaba desahogando la tormenta interior, como si cada grito y golpe fueran una resistencia desesperada contra un universo que no dejaba de desafiarla.

La furia inicial de Momo, en un giro abrupto, se transformó en un ataque de ansiedad avasallador. Los sollozos que antes eran expresiones de ira se convirtieron en hiperventilación entrecortada, y su pequeño cuerpo temblaba con una mezcla de agitación y desesperación. La habitación, antes llena de estruendos, ahora se sumía en un silencio cargado de la pesadez de la ansiedad que envolvía a Momo.

Se abrazó a sí misma como si pudiera contener la tormenta interna que la consumía, pero la ansiedad la envolvía como una sombra insidiosa. Cada respiración entrecortada parecía insuficiente, y el espacio que la rodeaba se estrechaba en una sensación agobiante. La realidad se volvía distorsionada, y Momo, en medio de su ataque, se sentía atrapada en un laberinto de pensamientos abrumadores.

Las lágrimas continuaban fluyendo, pero ahora eran lágrimas de angustia, lágrimas que buscaban una salida a la tormenta emocional que la abrumaba. Hirai indefensa ante la avalancha de ansiedad, se veía atrapada en una lucha interna que la sumía en un estado de vulnerabilidad y desasosiego.

La ansiedad que envolvía a la pequeña japonesa se manifestó físicamente con una opresión implacable en su pecho. Cada respiración se volvía un desafío, como si el aire mismo se hubiera vuelto denso y difícil de alcanzar. La sensación de opresión era como una cadena invisible que aprisionaba su pecho, intensificando la agitación de su corazón y contribuyendo a la espiral de su ataque de ansiedad.

La habitación, antes un campo de batalla emocional, se volvía aún más claustrofóbica con la creciente opresión en el pecho de Momo. La realidad se distorsionaba bajo la influencia abrumadora de la ansiedad, y su entorno, que alguna vez fue familiar, se convertía en un escenario opresivo que contribuía a la intensidad del malestar que experimentaba.

En medio de la opresión, Momo buscaba desesperadamente encontrar un respiro, un escape de la sensación abrumadora que la envolvía. Cada latido de su corazón parecía resonar con la lucha interna que se libraba en su pecho, una lucha que marcaba la profundidad de su vulnerabilidad en ese momento.

Después de unos minutos de intensidad emocional, Momo se encontró en el suelo, abrazándose a sí misma con una quietud que contrastaba con la tormenta previa. Las lágrimas habían cesado, dejando paso a un vacío palpable que la envolvía. Ya no había rastro de la ira o la ansiedad; en su lugar, una sensación de vacío se instaló en su ser, dejándola vulnerable y agotada.

La habitación, testigo de la montaña rusa emocional de Momo, ahora parecía suspenderse en un silencio pesado. El suelo frío contra sus mejillas y la quietud que la envolvía formaban un paisaje desolado, reflejando el agotamiento físico y emocional de la niña.

Momo, en su abrazo solitario en el suelo, se sentía como un eco de sí misma, como si la tormenta emocional hubiera pasado, dejando tras de sí un paisaje interior despejado pero desolado. La sensación de vacío se manifestaba en sus ojos apagados, reflejando la travesía tumultuosa que acababa de experimentar.

Inmersa en el silencio de la habitación, la japonesa se sumergió en sus pensamientos, dando paso a una crisis que nacía de las profundidades de su ser. Las preguntas sin respuesta flotaban en su mente, como sombras inquietantes que la instaban a cuestionar el sentido de su existencia y su papel en un mundo que, a sus cortos años, ya le había presentado facetas desconcertantes.

La quietud del momento se tornó un escenario introspectivo, donde Momo se enfrentaba a la vastedad abrumadora de las incertidumbres que la acechaban. La niñez, tan llena de promesas inocentes, se veía eclipsada por la dura realidad que había conocido demasiado pronto.

En su abrazo solitario en el suelo, la pequeña azabache se sumía en un mar de pensamientos tumultuosos. Las interrogantes sobre su propia identidad, su propósito y el significado de las experiencias que había vivido la envolvían como una niebla densa. La crisis se manifestaba en la fragilidad de sus cimientos, en la necesidad urgente de encontrar un anclaje en medio del caos interno.

La niña, con ojos perdidos en la distancia, se veía atrapada en el laberinto de sus propias reflexiones, lidiando con preguntas que, aunque abrumadoras, eran inevitables en el viaje hacia la comprensión de sí misma y su lugar en el mundo.

¿Por qué sigue brillando el sol?

¿Por qué el mar se precipita hacia la orilla?

¿Por qué siguen cantando los pájaros?

¿Por qué las estrellas brillan arriba?

Me despierto por la mañana y me pregunto

¿Por qué todo es igual a como era?

No puedo entender

Cómo va la vida de la manera que lo hace

¿Por qué mi corazón sigue latiendo?

¿Por qué lloran estos ojos míos?

En la penumbra de la habitación, ajena al cruel presagio del destino, la pequeña Hirai iniciaba sin saberlo un viaje hacia un vacío que se extendería como una sombra inalterable en su existencia. La crisis existencial que la envolvía era solo el preludio de una lucha interior más extensa, una lucha que, con el tiempo, se convertiría en una compañera constante en su travesía por la vida.

Les recomiendo mucho leer la historia desde el principio, estuve editando cositas

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