5: Desastre con patas
Ambas quedaron sorprendidas viendo cómo Adrián desapareció un plato de comida ligera, que podría haber contado como almuerzo, siendo de noche. Teresa también comió, aunque no tanto como él, y más que todo porque estaba agotada, sino, apenas su leche de almendras con pulpa de frutas hubiera bastado.
—¿Puedo probar esa leche?
La máquina de la cocina llenó un vaso y este se dirigió hacia él sobre la barra elegante de cristal en donde estaban sentados, siguiendo su ruta de suave luz blanca.
—Espero no la vomites —dijo la pelinegra, sin dejar de ver cómo agarraba el vaso con evidente emoción.
Estaba con una camiseta sin mangas, y sus ojos se plantaron en sus antebrazos, en las venas que se marcaban de forma suave sobre el dorso de sus grandes manos. Su aroma, que a pesar de no estar pegado a ella, podía oler. Siempre, siempre, era consciente de ese aroma, ese no se dejaba pasar desapercibido.
Le vio los hombros, los bíceps en los brazos, le producían unas insanas ganas de agarrarlos. Se miró de reojo los suyos. Eran iguales y al mismo tiempo había una marcada diferencia. Le vio la «cosa ahí atorada» de su cuello... Cuello que también era algo más ancho que el suyo y el de cualquier otra mujer.
—Ya empezó —avisó Clara.
Había comenzado la serie que le gustaba. Fueron al sofá. Adrián observó percatándose recién, de que obviamente todas eran mujeres en el programa. Claro. La máquina de insumos al parecer hacía palomitas de maíz, invadiendo el ambiente con ese ruido y característico olor.
Contempló a madre e hija comentar algunas cosas, sonriendo y bromeando, notando lo unidas que eran, algo que le trajo nostalgia, el recuerdo de una soledad marcada en su pecho, la sensación de que era una relación que nunca tuvo hasta cierto punto en su vida.
Teresa recibió un beso en la frente de parte de su mamá entre risas y se acomodó más al centro del sofá, más cerca de él. Durante su salida, se había llenado de dudas acerca de ese nuevo mundo dominado por mujeres.
—¿Cómo construyen casas como esta o demás cosas, sin hombres? —le preguntó.
—No veo por qué la pregunta —respondió Teresa—, es decir, hay máquinas. Este, como muchos, es un modelo que solo se pide y es armado. Las paredes y todo son prefabricadas. Hay mujeres que las diseñan en computadora y se imprimen en 3D...
—Shh —interrumpió su mamá.
El castaño miró a su alrededor. Vaya que no lo habían hecho mal. Ventanales grandes, las paredes blancas, que ya había notado que era un material que en su época ya era usado para muros, pero estas se iluminaban sin bombillos. Un lugar acogedor y no reducido.
—Y si pido más leche y se acaba, imagino que se compra online...
—Sí, pero de todos modos no te la acabes. —Lo vio ponerse de pie e irse—. ¡Oye, que no...!
—¡Shh! —volvió a insistir Clara.
DOPy siguió al joven de regreso al sofá con otro vaso de leche de almendras, haciendo un conteo en su panza.
—Y dime, ¿tienen religión? —volvió a preguntar en susurro el muchacho.
—Eh, bueno, antes se hablaba de un Dios aunque ahora es más que todo parte de una expresión que usan algunas, porque los ancestros creían que era un hombre, eso va en contra del pensamiento moderno feminista. Por mi parte, creo que la naturaleza bien podría ser Dios, y ser mujer, porque es pura riqueza y producción, no sé, es confuso.
Asintió arqueando las cejas.
—Interesante.
De pronto la curiosidad la atacó a ella.
—¿Y tú qué piensas?
El joven se recostó contra el respaldo del mueble, quedando más echado que sentado. La chica desvió los ojos a su pecho plano con suaves formas debajo de la tela de la camiseta, que de pronto la tentaron a recorrerlas con su mano, el pantalón le quedaba flojo en las piernas que las tenía separadas. Vaya forma de sentarse tan descuidada, y que por otro lado, la seguía llamando a descubrirlo.
—Yo he llegado a pensar que Dios podría ser más que energía, todo el universo, y todo lo que tenemos —habló recuperando la atención de la pelinegra—. Algo sin género, un algo que no entendemos. Si incluso los átomos son unidos por energía, puede decirse que es todo...
—Hace muchos años una profesora dijo que él, o eso, nos olvidó.
—Quizá... no se olvidó de nosotros, sino que nosotros casi lo matamos, matándonos...
Teresa quedó pensativa. Le vio tomar otro trago de leche, sonriendo luego con la tibia sensación que dejaba esta al pasar.
—Estás excediendo el límite de calorías —soltó su aviso el dron, marcando números rojos en su panza—, estás excediendo el límite...
—¿Cuál límite? Anda dile eso a una Barbie, pollo flotante.
—No, en serio —intervino la chica—. ¿Seguro que no sigues enfermo? Comer tanto no puede ser...
—¡Shhh! Ya pues —reclamó Clara.
Teresa la miró con impotencia y frustración, miró a Adrián otra vez con la misma expresión queriendo seguir hablando pero él puso su dedo índice contra sus labios indicándole silencio tras guiñar un ojo y ofrecerle una sonrisa cómplice.
Los latidos se le descontrolaron y el calor voló a su rostro. Vio a la pantalla con los ojos bien abiertos, petrificada por su propia reacción, temiendo que lo notaran. ¡¿Qué rayos le estaba pasando?! DOPy flotó cerca de ella y empezó a medir su temperatura, así que salió corriendo por un vaso con agua fría, casi tropezándose con Rita, su perra, que descasaba recostada en la alfombra.
La serie llegaba a su punto culminante. Clara estaba más que entretenida, pero Teresa cabeceaba contra el respaldo del sofá. Se removió y enderezó, dispuesta a ir a su habitación, cuando fue consciente del peso en sus muslos.
Quedó con la boca entreabierta al ver que Adrián estaba dormido, recostado en sus piernas. El «bum, bum» en su corazón otra vez, pero su mente celebró el hecho de que así podía observarlo a detalle sin que él lo notara.
Otra vez repasó con sus ojos el quiebre de su mandíbula, su casi negro cabello que solo bajo la luz intensa del día revelaba su real color marrón como el chocolate, las oscuras cejas, su frente algo más pronunciada, la nariz, los labios masculinos. Era tan distinto, además de que la barba quería aparecer otra vez. ¿Cómo? ¿Tan pronto? ¡Horror! Iba a tener que estarla cortando a cada rato, ¿y así no había querido deshacerse de eso para siempre?
Lo vio fruncir el ceño y su mente quedó en blanco. Su expresión mostró tristeza, y eso a ella no le agradó. El extraño sentimiento de querer saber quién había sido, qué vivió antes como para querer entrar a una cápsula, sin saber si luego despertaría, en vez de seguir viviendo. ¿Por qué? ¿Qué cosas le gustaron? ¿Qué cosas no? ¿Había estado solo? ¿Había querido a alguien?
¿Qué pregunta era esa? Los hombres no querían, ¿no? Ellos no sentían, eso decían... pero no lo parecía.
Deslizó con suavidad su mano sobre sus cabellos, con su pulso volviendo a desestabilizarse, se aventuró a su mejilla y él tomó su mano, petrificándola de nuevo. Dejó de respirar. Iba preparando una excusa mientras su mente se hacía líos, pero su piel de gallina se empezó a relajar al ver que seguía dormido.
Soltó aire en silencio. Miró de reojo, su mamá estaba por morder sus uñas a causa de la serie, ignorante de lo que ocurría a su costado. Su vista bajó, deslizó su dedo pulgar contra la mejilla del joven, ya que su mano estaba atrapada por la de él, hasta que poco a poco, la fue soltando. No pudo evitar sonreír, sonreír con ternura.
Entonces, ¿dónde estaba el lado bestia que se suponía tenían todos los hombres?
La serie acabó y volvió a sentirse nerviosa ya que su mamá apagó la enorme pantalla, moviéndose y volteando a verlos tras comentar sobre esta. Al mismo tiempo, y gracias al movimiento y la voz de ella, Adrián se despertó y reincorporó enseguida por reflejo, somnoliento. Se frotó el rostro recostándose contra el respaldo del sofá.
Teresa volvió a soltar un suspiro.
—Iré a dormir, buenas noches. —Se puso de pie.
—Espera... —pidió Adrián disponiéndose a seguirla—, mi ropa está en tu habitación, ¿recuerdas?
Ella asintió y subieron.
Mientras ella se cambiaba en el baño, él buscó lo suyo, la vio salir y le sonrió a labios cerrados. Sin darse cuenta, al ponerse un suéter sobre la camiseta, este se cerró mal y por más que trató, los broches no se separaban. Teresa suspiró y se acercó, tocó los que se habían unido en el punto incorrecto y fueron soltándose.
—Disculpa, no sabía que eran magnéticos, o que se desabrochaba al tacto...
—Descuida. —Sonrió de forma leve, terminando de abrocharle la prenda, sintiéndose extrañamente bien al estar tan cerca—. Listo.
—Gracias.
DOPy entró y se acercó a la chica que se acomodaba en su cama, le mostró un texto y preguntó si iniciaba su lectura.
—¿Va a leerte un cuento? —preguntó Adrián con sorpresa.
Teresa se ruborizó.
—No es un cuento, son versos, párrafos, algunos son para subirte el ánimo. DOPy ha detectado mi estrés y me arrulla escuchar algo bajo para relajarme.
—¿Subir el ánimo? —Eso le intrigó. Estaba estresada, y quizá por él, por lo que pasó en el centro comercial, no pudo evitar sentir culpa—. Puedo leerlo yo si gustas.
La pelinegra arqueó una ceja mientras el sistema de la cama deslizaba una manta sobre ella y las luces se bajaban.
—¿Con esa voz?
—Vamos, déjame intentar —insistió sentándose en la silla del escritorio al lado de ella, DOPy se le acercó con su pantalla—. Ya ves, él sí colabora.
Teresa sintió calidez en su corazón, se había ofrecido a leerle habiendo una máquina que podía hacerlo en su lugar.
—Gracias —susurró.
Él esbozó su media sonrisa y se recostó contra el respaldo de la silla. Revisó el texto, era una mujer la autora, obviamente, y al leer parte de lo escrito se preguntó si buscaban escuchar a algo más decirles cosas bonitas, pero en este caso, estaba dispuesto a ser él, y no un dron el que lo dijera. Miró de reojo a la joven, veía al techo, pensaba en algo. Repasó sus detalles un instante, sus pecas por sus pómulos, su nariz pequeña, sus labios rojos.
—Las aves cantan al verte pasar, el sol toca tu bella y suave piel, haces a la naturaleza sentir celos, el viento trae tu aroma y sé que vienes a mí... hermosa dama de cabellos negros...
La calidez que sentía la chica se acompañó de latidos contundentes. Apenas empezó a leer, cerró los ojos sin evitar sonreír apenas, un gesto que no borró por completo. Su voz podía ser extraña, pero ese tono grave, bajo, con el toque ronco y varonil, la hacía vibrar, disparaba sus preocupaciones. Quería escucharlo siempre, un antojo inusual, pero lo quería.
Se perdió en su ensueño, se perdió en él, en su cercanía, durmiéndose extasiada con esa voz que le había llevado mariposas al estómago, bajo la rara y agradable fantasía de que no era el texto lo que él leía, sino sus propias palabras.
Fue llamada a atender al primer discurso para las nuevas reclutas en M.P. llegó casi a punto de que cerraran la puerta. Adrián estuvo molestando en la mañana queriendo un aparato que pudiera leer un raro disco plano, en donde se suponía que había música, que había sacado de la maleta que tenía.
Aunque no solo eso fue la causa. Estando consciente de que el fósil se estaba cambiando, había intentado espiarlo por una rendija de la puerta mal cerrada, logrando ver cuando se sacaba el suéter, apreciando parte de su espalda, concentrándose en los detalles de sus hombros, omóplatos, caderas estrechas, un par de pequeños lunares por ahí. Y se pegó todavía más al ver que iba a quitarse el pantalón, cuando DOPy apareció botando sus luces y anunciando que se haría tarde, arrancándole un chillido para luego sacarla corriendo.
Estuvo atenta a lo que pudo, y a la vez no, pensando si el bicho había logrado hacer sonar ese disco. La líder comentaba las mismas cosas sobre la historia de la organización, sobre los másculos que tenían en el Edén, en su lugar de recreo, en donde tenían acceso a comida, frutas en árboles, ambientes separados para que no pelearan, ya que eran territoriales y competitivos.
—Este será tu detector —le dio una mujer cuando fue llamada a una oficina. Salieron de ahí y le hizo seguirla—. El traje, tu insignia y comunicador. Póntelos, empezarás con el entrenamiento. Para cuando salgas —le dio unas láminas translúcidas rígidas como tabletas—, recolectarás la información de la habitación quinientos a la quinientos diez, la de la quinientos seis es Tama Val, una modelo que quiere fecundarse hoy, quiere que se le avise cuando la máquina confirme que su óvulo recibió... —Teresa empezó a perderse entre tanto palabreo, sacó el móvil de forma torpe y buscó grabar voz—, los test psicológicos le salieron bien así que no hay problema. La de la quinientos tres es Abigail Adams, deportista, quiere que se le escoja un buen esperma porque quiere una niña como ella, fuerte, o irá al Edén alternativo y si eso pasa, tú mueres... —La pelinegra tocó una de las pantallas para ver si decía todo eso de las clientes—. Así que ya sabes, no toques más de dos veces en esa puerta o se alterará porque las hormonas la alocan. Puedes irte ya.
Se alejó viendo el detector, un aparato rojo oscuro con una pequeña pantalla negra con lo que parecían ser censores de distintas clases.
—Por aquí —le avisó otra mujer. La llevó por pasillos, algunos daban a habitaciones—. Fecundamos a aproximadamente veinte mujeres al día, con un mínimo porcentaje de posibilidad de que el bebé sea macho.
Pasaron por un corredor que tenía ventanas hacia jardines, pudo ver pequeños seres esconderse, pero no pudo verlos a detalle ya que le pidieron prisa. Un muro le pidió sus cosas para guardarlas y pasó a otro ambiente. ¿Acaso todo lo hacían rápido como si nunca sobrara tiempo?
La hicieron entrar a una especie de pista de obstáculos, otras chicas la miraron y se sonrieron con nerviosismo.
—Soy Diana —le saludó la de su costado derecho, de cabellos marrones y expresión amable. Ella solo asintió—. Somos nuevas aquí, hay que conocernos y hacernos amigas, imagino.
—Imagino...
—¡Bienvenidas a Mujeres al Poder! —anunció una voz—. Frente a ustedes tenemos una pista que medirá cada una de sus cualidades, de acuerdo a eso, serán asignadas a distintas áreas y equipos.
Se hizo presente un conteo regresivo. Desde el diez de aspecto en tres dimensiones, al nueve, ocho, siete... Teresa se preparó para correr, ya podía ver a lo lejos una especie de subida, cosas para brincar, y demás. Tres, dos... Uno.
Salió disparada.
«Me gustan los chicos jóvenes que no lo aparentan, que lucen lo suficientemente hombres como para enloquecer a una mujer adulta... Como tú, chiquillo de ojos bonitos...»
Adrián, harto de los recuerdos sin sentido, que aparecían aunque estuviera entretenido leyendo sobre los nuevos adelantos de la época, y sintiendo que su estómago podía recibir más como en la noche anterior, se puso a husmear en la cocina. Había dejado de lado el CD y las ganas de querer atrapar a DOPy para examinarlo y ver cómo funcionaba.
Se sentía mejor, no solo en cuanto a estómago, sino también en ánimo. Por un momento olvidó el sentimiento de soledad y de ser un extraño, estando ahí con ellas, que de algún modo le hicieron sentir en familia, mirando esa rara serie, que en sus tiempos hubiera sido la fantasía de muchos hombres. Full mujeres en pantalla.
Aunque terminó dormido, tras ceder bajo el pesado sueño que le atacaba y al impulso de recostarse en la chica que no parecía aceptarlo del todo todavía.
Clara veía un programa en la gran pantalla. Ella solo estaba unas horas en su tienda negocio, en la que no solo vendía las manualidades que fabricaba, sino que también hacía cortes de cabello. Muchas mujeres preferían ir a que una máquina les arreglara el cabello, pero también muchas otras preferían que lo hiciera un ser vivo, obviamente. Se mantenía cociendo un pañuelo, entretenida con otra serie, mientras Adrián encontraba un aguacate en un estante.
Se emocionó al hallar al fin algo real para comer, aparte de pan, y demás cosas de harinas o pre preparadas.
Luego, con el aburrimiento, se acercó a DOPy.
—¿Cómo se supone que funcionas?
El pequeño aparato mostraba una barrita en su panza que indicaba que estaba descargando algo de la internet, al escucharlo, le mostró una pantalla con las sopas.
—Uch, no quiero eso. Quiero saber cómo funcionas. Y además, ¿cómo puedo hacer que esto suene? —insistió mostrando el CD.
—Detecto grabaciones en el material. Es una antigüedad, pero claro que lo puedo leer —dijo sorprendiéndolo.
—Sí respondes... Genial.
—Ponlo en una superficie mirando hacia arriba.
Lo puso en la mesa de su costado y DOPy se posicionó encima a pocos centímetros. Al poco rato, no tuvo problemas en leer la música guardada ahí de forma digital.
Clara dejó de hacer su pañuelo al escuchar una suave y triste melodía tocada a piano.
Teresa respiraba de forma agitada tras haber terminado la carrera, se presionaba una herida por su mentón, que casi al final Diana le produjo haciéndola caer, según ella, sin darse cuenta. Una voz les iba diciendo qué harían luego, también decía que se les había mandado a sus drones, anteriormente registrados, información sobre sus nuevos equipos y funciones. Ella y Diana fueron llamadas por la líder, para sorpresa suya.
Entraron a la oficina, recibiendo la orden de esperar.
—¿Por qué nos habrán llamado? —murmuró.
—Quizá hiciste algo especial hace un rato, o en la prueba, o algo...
—¿No será porque me hiciste caer?
—Fue casualidad. Y no, esto ha de ser por la prueba, ahora estoy segura.
—¿Tú hiciste algo?
—Bueno... La misma líder me felicitó cuando la terminé. Porque decidí atacar a muerte... ¿Y tú?
Eso asustó en cierto modo a la pelinegra. Ella también, pero porque supo que no eran reales. ¿Esa chica también lo había sabido? Era mejor no preguntar, no era ni el momento ni el lugar.
Carla, la líder, entró con su elegancia y garbo, con un nuevo traje gris ceñido al cuerpo que botaba algunos destellos. Les sonrió de forma leve.
—A ustedes las quiero en mi equipo de acción. Buscarán másculos, y además, con eso mantendrán el orden.
—Será un honor —respondió Diana.
—Ah... —balbuceó Teresa—, mío también. Pero... ¿qué clase de orden?
—Muchas mujeres a veces olvidan que vivimos así de bien gracias a que no hemos dejado que el instinto de los másculos siga libre, ni las bajas costumbres. —Teresa no logró entender—. Desde siempre el hombre fue una bestia. No podemos ser como ellos.
—Eso es verdad —comentó Diana.
—En realidad no se sabe con certeza, ¿no? —murmuró Teresa—. Es decir, fueron mujeres muy antiguas que escribieron cómo eran ellos... no se sabe si de verdad, verdad...
—Silencio. Por supuesto que lo eran —dijo Carla con severidad, escudriñando a la chica con sus ojos violetas. Suspiró y revisó un archivo—. Como sea, se les dará un medio de transporte si no tienen, ya que estarán en el mismo equipo, se irán conociendo. Diana Montés, irás con Helen desde hoy a tu primer recorrido. Teresa Alaysa, descansarás. Tu llamado será recibido por tu dron con anticipación. Por ahora pueden hacer las tareas que se les encargó más temprano. Nos vemos.
La pelinegra fue en el transporte sin sacar de su mente la imagen de Adrián dormido sobre sus piernas, ni la calidez de su piel, ni su voz arrullándola. Se preguntó nuevamente si habría logrado hacer sonar el disco.
Suspiró. ¿Qué le estaba pasando? Sacudió la cabeza y frunció el ceño.
Cuando llegó a su casa, la puerta se abrió dándole la bienvenida, Rita se acercó a recibirla meneando la cola, y fue consiente de la música que lograba escucharse. Fue al salón y encontró a DOPy sobre el CD en la mesa cerca de la barra en donde comían.
—¿Dónde están? —quiso saber.
DOPy giró sobre su mismo eje para darle cara.
—Clara en su negocio, Adrián en tu habitación.
Eso prendió el foco de la curiosidad. Quiso jalar una barrita para comer antes y llevar a su habitación, pero al abrir la despensa, apenas había unas dos, de la caja a medio llenar que recordaba haber tenido. Y peor. No estaba su aguacate.
—¿Y mi aguacate?
—Comido.
—¡Qué! —se alteró—. ¡Lo estaba guardando para mi cabello! ¡¿Quién fue?! —A pesar de que se le hizo obvio. El único que no sabía para qué era el aguacate era el fósil—. Uuuchh —gruñó—. Adrián...
Con lo difícil que se le había hecho conseguir eso, ya que costaba, a diferencia de otras cosas. Subió molesta y quedó fría al verlo contemplando una botella estilizada de uno de sus perfumes que también le habían costado, uno de tantos de su estante especial que se desplegaba presionando una simple combinación, de los cuales el sistema del lugar escogía y le roseaba luego de la ducha, entre cremas y más.
—¡No toques! —exclamó asustándolo y logrando hacer que se le callera la botellita—. ¡Ahhh! —chilló tapándose la cara, incapaz de ver y escuchar cómo caía y se rompía, junto con otras tres.
—Oh-oh —dijo él al ver que su intento de retenerla falló haciendo caer otras.
—¡Solo eso! ¡Eres un desastre! —gritó exasperada—. ¡Mis perfumes! ¡Como a ti no te importan!
—Bah, son solo perfumes, no exageres...
—¡¿Solo perfumes?! ¡Te comiste casi todas las barritas y mi aguacate!
—¿Qué no son para comer?
—¡No en un solo día! ¡Y mi aguacate no, era para mi cabello!
—¿Qué? Ridículo —retó cruzándose de brazos—. Si quieres que te haga bien, cómetelo, no te lo embarres en la cabeza.
—¡Tú qué sabes, fósil! ¡Urgh! —bufó como loca—. ¡Sal de mi cuarto!
Adrián tensó los labios frunciendo más el ceño y se fue molesto, cosa que a ella no le importó mucho al correr a ver sus cosas. Una pequeña y plana máquina cuadrada salió de un rincón de la habitación y se acercó a limpiar.
DOPy se acercó, le dio su aviso de que debía alistarse y prepararse, y se retiró nuevamente. La chica suspiró. Debía ir a aquel lugar, en donde encontraba distracción, en donde podía dejar de pensar en M.P, en el castigo de que no sabía cuándo tendrían fiesta de promoción. Debía ir ahí, era una fecha especial.
Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top