4: Un nuevo mundo
«Un amigo conversaba con él, cuando una mujer rubia y refinada pasaba sonriéndole luego de haber cerrado algún negocio con su padre.
—Te veo luego. —Guiñó un ojo y salió.
Sonrió también regresando la vista a lo que hacía, pero su amigo se había percatado de ello.
—Qué milagro, ¿no es mayor que tú unos ocho años?
—No pasa nada, te parece.
—¿Nada? Te dijo que le gustan tus ojos.
Alguien se aclaró la garganta y volteó. Su padre observaba, un empleado se acercó a decirle algo pero el hombre ya mostraba una leve sonrisa maliciosa y de satisfacción. Eso no era bueno.»
Adrián despertó tras tener ese sueño-recuerdo, encontrándose con DOPy, quien al parecer medía su temperatura corporal sin siquiera tocarlo, solo estando cerca. Observó que en su «panza» aparecían los números en centígrados, y el aparato en verdad parecía ser una especie de pollo flotador, hasta llegó a notar que tenía dos ojitos negros, y que estos simulaban parpadeo de vez en cuando. Más las alas triangulares y la panza. Era un pollo-nave blanco.
Sintió su estómago arder y se quejó. DOPy desplegó su pantalla y mostró la comida que podía mandar a hacer a la otra máquina en la cocina. Trató de atraparlo pero el dron esquivó y se alejó. Se sentó con dificultad, sintiendo un leve mareo de nuevo y el piso alfombrado bajo sus pies. Notó que lo observaban y volteó. Kariba y Clara, sentadas en el otro sofá, murmurando en susurro cosas como que no era peligroso y demás.
La puerta principal se abrió dejando entrar a una agotada Teresa, que se sorprendió al ver a su amiga ahí, pero más, al ver a Adrián despierto.
—¿Comió? —preguntó enseguida—. ¿Comiste?
Los tres negaron.
—No sé si planeas tenerle con la misma ropa —dijo Clara—, así que he pensado que le vayas por más.
—¿No recuerdas que le has cortado el pelo y ahora sí se le ve raro?
—Ay, ya he dicho que te creerían loca.
—No las de M.P.
Luego de haber escuchado el discurso de la líder, no le quedaba duda de que las guardianas de M.P. tenían a los hombres como verdaderos seres malignos.
—Ah. —Lo pensó mejor. No se había detenido a meditar en cuán complicada era su situación, solo se concentraba en querer cuidar al raro espécimen—. Bueno, evítenlas.
—¿Insinúas que le sacaré a la calle? —preguntó ofendida.
—Yo me ofrezco —soltó Kariba, sintiéndose emocionada de pronto.
Un leve fastidio apareció en el estómago de Teresa, hubiera jurado que eran como celos, si su cerebro no le hubiera gritado un «no» rotundo a eso. No había querido quedárselo así que tampoco tenía por qué querer sacarlo por ahí como si nada.
—No, vamos las dos, él puede ser peligroso.
—¿Disculpa? —reclamó él.
Su voz la estremeció, todavía no se acostumbraba del todo, eso la fastidió. Lo miró molesta y él le devolvió el gesto.
—No te hagas, ustedes los hombres siempre fueron problemáticos.
Frunció más el ceño y se puso de pie, la chica se asustó por su altura pero no se permitió demostrarlo, a pesar de que, por el temor, ni siquiera recordaba si olían en verdad el miedo o no.
—Basta. Ya deja de referirte a mí como si no fuera una persona.
—Personas somos nosotras, tú eres un fósil.
Su mamá se atrevió a ponerse entre los dos y separarlos.
—No peleen. Teresa, ellos también eran personas, corrige tus modales —le recriminó.
Su hija abrió la boca, ofendida, mientras él sonreía de manera triunfal.
—No puedo creer que lo defiendas...
—Necesita ropa, así que vayan. Ahí tienes esos bonos que no usas.
Kariba dio un par de brincos
—Teresa, ¡nos vamos de shopping! —exclamó feliz.
La pelinegra se hubiera puesto alegre también, si no fuera porque su madre parecía querer tener una nueva hija... o hijo, ¡o lo que fuera!
Mientras él tomaba otra sopa, y se aventuraba con un blando pan, Clara consiguió un abrigo de invierno para que las mujeres no notaran que no tenía senos, o al menos que disimulara, Teresa ya le había dado el pantalón que le quedaba flojo y largo a ella, pero bien a él. Kariba esperaba afuera, lista en su floter, revisando sus enormes pestañas postizas, retocando su maquillaje, luego de haber pasado por su casa para ponerse ropa más para la ocasión, no como Teresa, que estaba con atuendo sport y casual.
—No sé por qué simplemente no ordenamos ropa en tallas grandes —se quejaba.
Sin embargo, ver a su mamá tan entusiasmada se le hacía nuevo y peculiar.
—Demorarían, y la web sabe que no es nuestra talla, sería raro si de casualidad alguien ve las compras que realizamos.
—Nadie ve eso, qué paranoia.
Luego de que se pusiera lo que le dieron, quedaron viendo al castaño, algo faltaba así que Clara fue por calzado. Teresa sintió que todavía faltaba algo más, el hecho de que estuviera con cabello corto la seguía inquietando aparte de su cuerpo distinto, parecía que por más que hicieran no iba a dejar de parecer un hombre. Se empinó y le acomodó la capucha del abrigo sobre la cabeza haciendo que él por reflejo pusiera sus manos casi sobre las de ella para acomodarla bien.
Ella se apartó, tratando de controlar los repentinos latidos, y de desviar su mirada que insistía en ver esos ojos de celeste oscuro bajo esas cejas negras, y ahora la capucha del abrigo.
—No estoy tan seguro de esto —dijo él.
Y eso hizo que ella notara algo más.
—Ay caramba, ya sé por qué no puedes comer ni hablar bonito —avisó pegándose para observar bien—. ¿Cómo no lo vi?
—¿Qué?
La vio hacer una mueca rara y alzar su mano para tocarle con el dedo índice el cartílago de su cuello, ese que sobresalía, que era llamado «manzana de Adán». Retrocedió un paso cubriéndolo con la mano.
—Tienes algo atorado, quizá de la cápsula en donde estabas...
—No, ¿qué dices? Esto es normal...
—¿Cómo va a ser normal? —cuestionó horrorizada.
Se congeló al verlo sonreír y terminar soltando una suave risa, risa potente y grave que se coló en la habitación y en ella. Pero su extraño ensueño terminó al ver que la cosa en su cuello no solo se movía un poco cuando él hablaba, sino también cuando reía.
—¿Estás segura de que es normal?
—Ah. «Seguro» —aclaró—. Y sí.
—¿Todo lo que se refiere a ti debe terminar en «o»? Es que no tengo costumbre... —Sacudió la cabeza—. Bueno, da igual.
—¿Qué te pasó? —quiso saber señalando el corte que se le notaba apenas a la chica.
Era del golpe que había recibido, estaba en proceso de curación, y por supuesto, maquillado. No pensó que se notaría, pero hizo un gesto restándole importancia y llamó a su dron ya que él le había hecho recordar un detalle con su pregunta.
DOPy le dio una pequeña caja, lo hizo sentar, la abrió y sacó una especie de lápiz.
—¿Qué es eso?
—Te arreglaré la cara...
—¿Maquillaje? —Se espantó.
—Sí... —Ni bien había terminado de pronunciar el monosílabo, él se apartó negando sin parar. Teresa quiso insistir y se le lanzó a querer retenerlo, haciéndolo caer en el sofá—. ¡Quieto, fósil! —Puso las rodillas sobre este y continuaron forcejando, lamentablemente ella se dio cuenta de que sí tenía más fuerza, ya que terminó reteniéndole ambas manos.
—Bótame a la calle si quieres pero no voy a pintarme la cara.
—¡Que sí, que te ves raro!
—¡Que no!
Se miraban con fastidio, retándose el uno al otro, pero sin darse cuenta la chica olfateó mejor.
—Tu olor... es... —Se acercó más—. No es que huelas mal pero... —Prácticamente se echó sobre él y olfateó su cuello, su aroma le hechizaba de algún modo, olía como al bosque con un toque de frescura, no abundaba el perfume como en las mujeres que conocía—. Ay, no sé, hueles tan raro, diferente. Tu olor es fuerte pero no es feo... es... —Se apartó unos centímetros y al ver sus ojos quedó muda al darse cuenta de lo cerca que estaban. Miró sus labios y un shock eléctrico le recorrió en un segundo.
Se separó asustada con el corazón a mil. ¿Qué rayos le estaba pasando? Se suponía que era sana, y eso no era una reacción sana. Adrián se aclaró la garganta y se reincorporó, tenerla respirando tan cerca de su piel le había causado cosquilleos.
—Bueno, es un alivio saber que no todo en mí te desagrada.
—¿Que no? —Trató de recuperar la compostura—. No me agrada pero tampoco me desagrada. Es raro, eso es todo. —Cruzó los brazos.
—Claro, pecosita —agregó al final arqueando una ceja y sonriendo para molestarla.
—Solo conseguí estas pantuflas —dijo Clara regresando con el par en las manos y encontrando a su hija gruñendo con molestia.
Volteó a ver, eran felpudas pero celestes. Teresa supo que esa salida no sería fácil.
Adrián observó sin parar todo el camino. Ya oscurecía y la ciudad estaba aún más viva. Las enormes imágenes en algunas edificaciones, mostrando modelos cuyos delineados de ojos, pestañas enormes y cosas brillantes en estas y en labios, las hacía ver como muñecas de plástico. Peinados estilizados, ropas de todo tipo, anuncios. Iba con preocupación pero la curiosidad le ganaba. Le habían obligado a usar una bufanda en el cuello por culpa de su «cosa ahí atorada» como lo había denominado Teresa. Se sentía como esquimal.
Cuando llegaron quedó más espantado que asombrado. Las chicas soltaron cortos chillidos de felicidad. Una enorme, enorme tienda, quizá de más niveles de los que suponía, y cada uno con algo distinto.
Estaban en el primer nivel, y todo era blusas, camisetas y pantalones. Una pantalla guía a su costado indicaba que en el segundo nivel era calzado y bolsos, tercero: pijamas, ropa interior, ropa deportiva... y dejó de ver la pantalla completamente horrorizado, porque cada nivel era enorme. Se figuró estando ahí horas de horas.
¡La pesadilla de un hombre! Ambas tiraron de sus manos y lo llevaron prácticamente a rastras.
—¿Puedo ver en mi talla? —rogó Kariba—. No demoraré, porfis, porfis...
—Bueno, yo iré de prisa con ell... él —se rectificó—, porque no quiero que lo noten mucho.
Quedaron en llamarse por móvil y se separaron. Teresa llevó a Adrián hasta las tallas grandes, que no era una zona muy extensa, tan solo casi desértica. Todas debían mantener su peso, los drones te indicaban cuántas calorías debías ingerir, y si te querías pasar, te lo advertían. Estar con sobrepeso era evidentemente un terrible descuido de tu parte.
Felizmente el bicho-fósil Adrián era alto pero no gordo. Lo miró de reojo, recordando que todavía no había visto cómo era sin camiseta. El traje negro con el que lo encontraron le había dejado apreciar sus formas de manera leve...
Sacudió la cabeza. ¡¿En qué rayos pensaba?! Se dio cuenta además de que todavía lo llevaba de la mano. Lo soltó enseguida, tomó una blusa enorme, blanca y larga que le quedaría normal a él. Tomó otras dos de otros colores más camisetas y también se las dio.
Lo jaló del brazo y fueron deprisa a los pantalones. Así estuvieron, un carrito de compras los empezó a seguir, presentando anuncios una y otra vez, esperando que gastaran dinero en diseños especiales. Con alivio se dio cuenta de que nadie prestaba atención a nadie, todas hablando solas mediante el móvil, drones, o perdidas en sus redes.
Él miraba de un lado para otro, cada cosa le sorprendía. Anuncios moviéndose en 3D, ropas que cambiaban de colores, y hasta algunas marcas ocupaban gran parte de las prendas, siendo importantes en el diseño de esta, brillando. Pedrería, texturas que nunca conoció, brillantina que no se desprendía y que también podía cambiar, no solo de color sino también de posición.
En la zona de zapatos, Adrián se distrajo con la cosa más extraña que podía haber visto, entre otras, el maniquí virtual le entregó lo que parecía ser un tacón. De este solo estaba el taco aguja, una línea de cristal que lo unía a la parte delantera, y otra en espiral que supuso que subía por la pierna. Teresa tiró de él, por temor a que lo notaran.
Consiguieron zapatillas deportivas, ya que otra cosa que le quedara no había. Consiguió incluso ropa interior, y más avergonzado no se pudo sentir al tener que escoger frente a ella algo que no le incomodara, pero se alivió al no recibir preguntas.
Entraron a un gran cubículo y él miró a ambos lados. Todo cubierto de espejos, y Teresa a la expectativa. Se removió esperando.
—Pruébate —le apuró ella.
Eso le hizo sorprenderse y hasta ruborizarse apenas.
—¡No lo haré frente a ti!
—¡Shhh! —lo calló—. ¡Tu voz, por todos los mares! —susurró desesperada—. Tengo que ver cómo te queda.
—No necesitas ver, ya veré yo —susurró con molestia.
—Uch, ¿de qué planeta eres?
—Mira, no tendría problema con que me vieras, pero no quiero ahora. Así que sal.
Eso la confundió, decepcionó, y avergonzó. Terminó saliendo y cerrando la puerta sin saber qué sentimiento predominaba. ¿Verlo? Verlo sin ropa... entre mujeres no había problemas, pero, ¿entre mujer y hombre? Abrió los ojos de par en par poniéndose roja como tomate.
Se dio cuenta de que las mujeres a su alrededor la miraban con extrañeza. Soltó una corta risa nerviosa.
—Es tímida —se excusó removiendo uno de sus pies para terminar cubriendo su cara.
Adrián terminó de ponerse una de las blusas y un pantalón. El espejo frente a él botó un par de luces, se iluminaron líneas en el cristal formando el contorno de su figura reflejada en la superficie.
—Necesitas algo que ayude a resaltar tus caderas —habló este, espantándolo.
—No, gracias —murmuró bajo, retrocediendo.
—¿Ya? —irrumpió Teresa con ilusión abriendo la puerta de golpe, asustándolo más.
—¡Santo Dios! —refunfuñó el castaño en susurro luego de que se escarapelara hasta el último cabello.
Ella cerró la puerta para que nadie viniera a querer ver, porque ya sabía cómo eran muchas mujeres, todas querían opinar a veces. Quedó observándolo, aunque se le hacía raro que tuviera los hombros más anchos que las caderas, ahora se le hacía extrañamente agradable también. Extrañamente atractivo.
La ropa no le quedaba pegada al cuerpo, y aunque ella prefería eso, en él no se veía mal. Pudo ver mejor que los músculos de sus brazos estaban suavemente marcados, además de los otros detalles que antes había notado. En resumen, su cuerpo tenía un toque de tosquedad que el de ellas no tenía, ni aunque fueran deportistas, una tosquedad no desagradable, no en él.
—Caramba, qué raro cuerpo tienes, ¿tenías que ser tan raro? —comentó yendo en contra de sus pensamientos.
Él frunció el ceño y se cruzó de brazos. Teresa sentía rara atracción también hacia sus cejas negras y así enojado le causaba gracia. Quizá por eso lo enojaba, para verlo así.
—Disculpa, pero tampoco eres muy normal que digamos —contra atracó él.
Teresa se ofendió en serio y bufó. No tuvo idea de que un comentario así la haría sentir de esa forma tan horrible, a pesar de que su aspecto era algo que tenía claro, se le había clavado como espina en el corazón.
—Eso ya lo sé —dijo con amargura—. Cámbiate, asumo que el resto te quedará igual de feo, y vámonos, ya me cansé.
Salió enojada. El joven se preguntó por qué razón dijo que ya lo sabía, ¿acaso en verdad no se creía normal?
Luego de que volvió a disfrazarse de esquimal, buscó a la pelinegra amargada, Teresa le avisaba a Kariba para que se encontraran en el lobby. Pasaron por la caja automática en la cual solo usó los bonos que tenía, y esperaron. Adrián se percató de un piano, extraño y algo «moderno» a su modo, pero era un piano al fin y al cabo, así que se acercó mientras Teresa se distraía chequeando su móvil transparente que incluso daba la impresión de poder enrollarse y ser guardado así.
Paseó sus dedos sobre el negro material, este era parecido a un tablero, se mantenía flotando de algún modo sobre una suave luz blanca. Sus teclas eran figuras iluminadas. Tocó una y botó la suave nota, al tiempo que su luz se hacía más intensa.
Pronto las mujeres en las cercanías se percataron de la música que sonaba desde el refinado piano, producida por la extraña chica, que por cierto estaba terriblemente vestida. Teresa frunció el ceño cuando, mientras vía el móvil, la música se coló por sus oídos hasta captar toda su atención. Una melodía triste.
Alzó la vista y vio a Adrián de pie junto al piano, tocándolo. Creyó que era una de las pistas automáticas del aparato, como de costumbre, pero esta nunca la había escuchado. Lo vio concentrado y se dio cuenta de que no era necesario hacerlo enojar para ver sus oscuras cejas fruncidas, claro que no tanto, pero esa diferencia era mejor. Su embelesamiento terminó cuando se percató de que él estaba siendo centro de atención no solo de ella sino de otras.
Fue hacia el castaño y casi al mismo tiempo, otra mujer se le acercaba.
—¿Cómo se llama? Quiero aprender a tocarla —dijo la castaña rizada de ojos verdes y exótica piel morena.
Adrián dejó de tocar y casi olvidó que no debía hablar, por su voz, así que apenas quiso soltar el nombre terminó haciendo un raro sonido con la garganta y retirando la vista. La chica juntó las cejas con extrañeza, dándose cuenta de que era alta... Extrañamente alta. La bufanda le cubría hasta casi la nariz, y la capucha del abrigo, que llevaba a pesar de no ser invierno, solo dejaba apreciar las oscuras cejas y los ojos de un atractivo celeste con gris. Una mirada fuerte e intensa.
—¿No lo sabes? —agregó acercándose queriendo escudriñar más su rostro.
Adrián la vio de reojo, notó que la mujer no llevaba sujetador, cosa que era más normal que en su época, y se removió incómodo. Ella también se percató de que miró algo más y no específicamente a sus ojos.
—Ejem —intervino Teresa antes de que la otra dedujera hacia dónde había dirigido los ojos el muchacho—. Vamos. Vas a contagiar tu resfriado —dijo llevándolo del brazo.
Kariba ya estaba ahí, así que aceleró el paso.
—Por todos los cielos, no vuelvas a alejarte de mí —refunfuñaba la pelinegra mientras iban en el floter con Kariba—. ¿Qué pasa si te ven las de M.P?
—No molestes —respondió él—, si me tienes bien disfrazado. Además, ¿qué tiene que me vean? No se van a dar cuenta.
—Claro que sí. Tienen unos aparatos con los que detectan a los másculos.
—¿Másculos? ¿Qué es eso?
—Hombres. Bueno —dudó—, lo que ahora son...
—¿Cómo son?
—Sé que son pequeños, como atrofiados, no sé, no te gustará verlos, ni a mí. Pero yo sí espero ver alguno.
—Cuando entres a M.P podrás —dijo Kariba con entusiasmo.
—Yo también quiero verlos —agregó Adrián.
—Ni de chiste, tú no vuelves a salir.
—¿Qué? Tú ingresarás a M.P, podrás alejarlas de mí, ¿no?
—Por cierto, ¿qué canción tocabas? Nunca la he escuchado —preguntó esperando distraerlo.
—Eh... —Creyó tenerla en la punta de la lengua, pero se dio cuenta de que en realidad no recordaba—. Vaya, creí recordarla en verdad. Era... —Cerró los ojos y parpadeó un par de veces—. Bah...
—Bueno, ya de ahí se verá.
—Tengo hambre.
—¿Otra vez?
—¿Cómo que otra vez? No he comido desde que salimos.
Estando cerca de casa, él vio una playa y pidió ir, recibiendo un «no» por respuesta. Para ellas, la playa era sucia, el mar sobre todo.
—Después de todo lo que fue contaminado por los hombres, estarías loco si te metes, podrías agarrar cualquier enfermedad.
—Yo opino que ustedes son las locas por no ir —resopló decepcionado—, pero ya qué...
La líder de M.P revisaba su escritorio, el cual era una pantalla táctil y transparente con los archivos y carpetas ahí, ella solo tenía que mover los dedos o tocar sobre esta. Abrió el expediente de Teresa Alaysa, observó la grabación de su prueba, sin duda la aceptaría, así que pasó la carpeta a donde correspondía.
Un holograma se desplegó presentando el rostro de una mujer de cabello rizado y piel morena, la misma que había visto a Adrián.
—Volviste al fin —comentó la líder, concentrada en sus cosas.
—Sí, no encontré la blusa que quería, aunque me gané un buen espectáculo de una chica que tocaba piano. ¿Puedes creerlo? Tan rara.
Carla le dio un rápido vistazo, ya estaba con el uniforme especial.
—Y no llevaste tu detector.
—Ay, no lo necesito para el centro comercial, vamos... Como sea, hablando de detectores, tengo un aviso de dos reclutas del sector sur, dicen que sus aparatos están fallando, parecía que detectaban másculos cerca, en donde están las ruinas de ese proyecto en el que alguna vez la gente se metió en cápsulas por eso del calentamiento global y tanta cosa. El asunto es que siempre creyeron que detectaba los restos de los cuerpos de hombres ahí quemados, pero ahora, de un día para otro, dejaron de hacerlo.
La mujer prestó atención.
—¿Cómo que detectaban los restos? —preguntó con severidad.
La joven se dio cuenta de su enojo.
—Bueno... No... No sé, si detectaban huesos y eso...
—¡¿Cómo se les ocurre?! —Cerró los ojos y respiró hondo para calmarse—. Quiero ir al lugar, Helen, prepara a las chicas.
Si bien sabía que los aparatos se basaban en algo para detectar másculos, era una falla extraña. Se le pasó por la mente que tal vez ese lugar había estado siendo usado como refugio de másculos salvajes, cuyas tontas madres los liberaban con la esperanza de que pudieran vivir por ahí, sin ser atrapados por su organización.
Pero al llegar al lugar no encontraron nada, más que los escombros. Anduvo con su equipo y sus lentes especiales para visión nocturna, revisaron hasta los huesos que estaban regados o en cápsulas. No había rastros de que el lugar hubiera estado habitado por esos despreciables y pequeños seres. A ella no le importaba demostrar que no le agradaba nada esas criaturas.
Cuando estuvieron por retirarse, su vista se fue a un viejo estante, que había sido obviamente movido, y tras este se dejaba ver una abertura, una entrada. Se acercó y su dron iluminó la zona. Vio las escaleras polvorientas que llevaban a más oscuridad.
—Carla, ¿nos vamos? —preguntó la joven que le había llamado, que formaba parte de ese equipo.
—Sí. Nuestros aparatos tampoco indican nada, así que si hubo másculos, ya se han ido. Debemos preparar rápido a las nuevas reclutas, debemos encontrarlos, o encontrarlo, no puede haber ni una de esas criaturas sueltas por ahí, son peligrosos.
—Sí. Doblaremos el número de mujeres con detectores, sobre todo en las zonas no muy habitadas, es más probable que esas pequeñas bestias escapen del movimiento de la ciudad.
—Y quiero un castigo para las otras dos que nunca avisaron lo que detectaban. Una no tiene por qué basarse en suposiciones.
—Es que casi no lo comentamos, así que ha sido nuestra culpa en parte.
Carla bufó. Claro, nunca consideró necesario decir que los aparatos detectaban las feromonas que un másculo desprendía, y demás componentes, como latidos, la corriente que solo el cuerpo de un ser vivo podría desprender. Olvidó por completo el hecho de que sus mujeres podrían creer que los aparatos detectaban restos de muertos.
Fue su grave error no pensar en eso.
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