29: Los que se van nunca nos dejan

Ya estando listos para salir de su escondite, Olga preparó un par de armas eléctricas, aunque no estaban bien cargadas por la poca electricidad en el lugar, además de tener que ahorrarla, ya que no ser detectado por el gobierno tenía esos contratiempos.

—No tuve tiempo de hacer otra salida, así que saldremos por la misma —avisó la mujer—, quiero que estén preparados para correr, la salida de la ciudad no está muy lejos, ya saben la ubicación del hoyo que hice.

Sus siete másculos se pusieron detrás de ella.

—No vayan a separarse de mí —les susurró Adrián a Teresa y a su madre.

—Más bien, ustedes no se separen de mí —contraatacó la pelinegra—, me he puesto el traje de M.P que saqué de mi casa, así que puedo ser tan fuerte como tú.

El joven sonrió con diversión.

—Eres de temer.

Las puertas del túnel se empezaron a abrir, Olga dio señal de avance y salieron.

Al llegar al ambiente que había sido la vivienda de la mujer, encontraron las quemaduras que había ocasionado la electricidad, vidrios rotos, la computadora quemada, algunos estantes caídos, los drones habían rebuscado todo lo que pudieron, al no poder acceder a la información en la computadora, la destruyeron.

—Es extraño —murmuró Olga—, debería haber uno aunque sea, esperándonos. —Alistó su arma.

Teresa centró su vista en algo más, los restos quemados y chamuscados de DOPy. Tensó los labios y se acercó, Adrián enseguida la siguió. La observó mirar con tristeza, suspiró.

—Tómalos y guárdalos aquí —dijo abriendo un bolsillo de la maleta que tenía. La chica lo vio manteniendo la pena en su rostro y él le sonrió con dulzura—, los llevaremos a un lugar especial.

Las comisuras de sus labios se levantaron en una leve sonrisa y asintió, recogiendo los restos y guardándolos.

—Avancemos —pidió Olga.

Se dirigieron a la salida de la destruida vivienda, cuando estuvieron fuera, Helio sobrevoló veloz la zona, tan rápido que impedía ser notado a simple vista al ser tan pequeño. No había mucha actividad, sin embargo, el aparato volvió presentando su luz roja.

Olga preparó el arma pero un disparo eléctrico cayó muy cerca de ellos, alterando a los másculos. Teresa sin pensarlo se puso delante de Adrián y su mamá, ya que su traje podía contra la electricidad, aunque no sabía cuánto.

—Tesa, no, vámonos —pidió él, preocupado por lo que pudiera pasarle.

—¡Ahí estaban! —exclamó Diana caminando hacia ellos con un arma de última generación.

Teresa supo que eran de las nuevas, las que habían estado haciendo para prepararse en caso de que los másculos se hicieran más agresivos. Algo que nunca antes había sido necesario.

—Esa loca —renegó Olga.

—Quiero a ese hombre, nos pertenece —amenazó apuntándole.

La pelinegra se angustió e hizo los brazos hacia atrás para abrazar al muchacho que se negaba a ser protegido, aferrándose a él.

—Teresa, no —insistió tratando de hacer que lo soltara, pero era cierto, el traje le daba más fuerza al sentir su adrenalina correr.

—¿Has venido sola? —se burló Olga—. Al parecer nadie te dio permiso pero no te importó ni un poco.

—Decidí que trabajo mejor así. —Y disparó.

Adrián reaccionó veloz, rodeando a la chica con un brazo y tirando con el otro de Clara, echando a correr y lanzándose a un costado. El rayo de electricidad chocó contra el muro, Olga apuntó y disparó también, aunque su arma no era tan poderosa como esa. Los másculos empezaron a correr sin sentido de un lado para otro, asustados, logrando algunos esconderse, pero no todos.

—¡Qué son esas cosas! —chilló Diana al percatarse recién.

—¡Déjalos! —Pero ni bien terminó de hablar, un choque eléctrico tumbó a uno.

El de mechón blanco, que todavía no se había ocultado por ir a ella.

—Aj —se quejó la castaña.

Olga lo contemplaba con los ojos bien abiertos.

—Oh no —susurró Teresa, apenada.

—¿Qué has hecho? —murmuró la mujer. La rabia la llenó, de sus ojos brotaron lágrimas—. ¡Qué has hecho!

—¡Era un másculo!

—¡Era mi hijo, idiota! —Le disparó enfurecida y Diana cayó un par de metros más allá a causa de la electricidad.

Los presentes también se sorprendieron. Olga se lanzó a la chica y la agarró de los cabellos, empezando a tirar de ellos mientras la otra se defendía como podía, ambas chillando y gritando.

Adrián corrió a ver al másculo y Teresa lo siguió. Le tomó el pulso y no había.

—Tenemos que hacer algo...

—No hay forma, Adrián, vámonos.

—Se le ha detenido el corazón. —Se reincorporó—. ¡Olga, déjala, tenemos que ir a un hospital o lo que sea!

La mujer, con el cabello también hecho tirones, soltó a la jadeante y adolorida Diana, dejándola caer contra el suelo, ambas tenían rasguños en la piel. Adrián alzó al pequeño y raro ser.

—¡Por aquí! —los guio recuperando compostura.

Corrieron lo más rápido que podían, ignorando a algunas mujeres que por ahí andaban, muchas sin prestar atención perdidas en sus pantallas de los drones móviles, pero no de una que otra que de pronto decidía mirar a la calle, para ver al grupo de desconocidas siendo seguidas por otro grupo de pequeños seres.

Entraron de prisa a una clínica, la de recepción se espantó, pero al reconocer a Olga corrió a avisar mientras daba orden de cerrar las puertas.

—¡Olga! —la llamó otra mujer castaña que salía de uno de los laboratorios.

Quedó espantada también al ver a Adrián luego de que su cerebro lo desconociera como otra mujer.

—Se electrocutó, ¿tienen células madre para másculos e impresora 3D? —preguntó él de inmediato.

La joven, todavía espantada al corroborar sus ideas de que definitivamente no era una mujer al haber escuchado su voz, asintió y los guio de prisa, conmocionada.

—No entiendo qué planeas con una impresora 3D, pero aquí puedes ver qué cosas se le han dañado —dijo temblorosa.

Lo pusieron en una especie de capsula que lo rodeó de luz, presentando una proyección del cuerpo y marcando las fallas, incluyendo el aviso de que estaba muerto. Olga cayó sentada en una silla afuera del ambiente, limpiando sus lágrimas, Clara intentó calmarla.

—Tesa, la impresora, por favor —pidió él a lo que la chica asintió y salió a pedirla a la otra mujer que miraba perpleja—. Quiero un re-circulador sanguíneo, ¿tienen? —le preguntó a la que asumió era la doctora.

El ambiente reconoció la orden y no fue necesario que fuera a buscarlo, de los muros salieron distintos brazos mecánicos e instrumentos, observó impresionado cómo todo empezaba a conectarse al cuerpo del másculo. Una vez iniciado el respirador, la máquina ya empezaba a mover la sangre.

—Dile tus órdenes —dijo la doctora por inercia, ya que su conciencia estaba analizándolo a él.

Sujeto no presenta signos vitales, presenta muerte cardiaca y daño mínimo en sistema nervioso —habló la voz de la computadora—. Procediendo a mantener oxigenación en cerebro.

—Quiero que purifiques la sangre de posibles gases causados por electrólisis. Inicia la respiración artificial.

—La asistente ya conectó la impresora a la computadora de aquí —avisó Teresa entrando.

—Muy bien, máquina extraña, usa células madre para reemplazar las de su corazón que estén muertas.

Proceso no antes realizado. ¿Continuar?

—Hazlo.

Analizando compatibilidades disponibles... Modificando genética de las células.

Otro brazo mecánico descendió del techo y se clavó en el pecho del másculo, en el que presentaba quemadura a causa de haber recibido ahí la electricidad. La computadora, aparte de tener grandes partes mecánicas, contaba con herramientas tan pequeñas y delicadas en cuanto a acción que habían reemplazado con eficacia a la mano humana.

Analizando posible rechazo.

Usando la función de impresora 3D acoplada recién a su sistema, fue trabajando a nivel celular, retirando células muertas y reemplazándolas por las células madre que había escogido de acuerdo a sus cálculos y análisis. Otro brazo descendió y fue cambiando de lugares en los que se conectaba, ya que reemplazaba células de algunos nervios dañados.

Acelerando proceso de aceptación y transformación de células.

Olga se puso de pie. Un pitido de activó, sonando de rato en rato.

Reconocimiento de mínima actividad cerebral.

Teresa entreabrió los labios con sorpresa, miró a Adrián, que vigilaba el proceso en una pantalla translúcida que se había desplegado de la placa.

Procedimiento completo.

—Usa el resucitador.

Retrocedió un paso. Las herramientas empezaban a retirarse, incluyendo las que habían terminado con el corazón y los nervios, cerrando heridas a causa de sus entradas. La capsula se cerró y en su interior se vieron unas pocas chispas brillar. Tras un impacto, la pantalla no presentó latidos.

Segundo intento.

Otro impacto se dejó ver, y el sonar de los latidos en el monitor alivió al joven, Teresa sonrió ampliamente y volteó a ver a Olga que no podía creerlo. Se tapó la boca con los ojos brotando lágrimas de nuevo.

—¿Ya sabías qué hacer? —le preguntó Teresa a Adrián.

—No... Quise intentar al haber leído sobre las nuevas tecnologías que tenían.

La cápsula se mantuvo irradiando con suave luz al másculo, presentando los signos vitales proyectados en el cristal. Apareció un conteo regresivo indicando que era recuperación, así que salieron del ambiente.

—Gracias —dijo Olga acercándose.

—Descuida, creo que las máquinas lo han hecho todo. —Se restó otro minuto al conteo—. No sabía que era tu hijo, aunque en algún momento lo sospeché, ya sabes, por el mechón blanco. —Ella se excusó con una sonrisa—. ¿Tiene nombre?

—Solo Mechoncito.

—Oh... Bueno, hay que dejarlo descansar.

Se dirigieron a los asientos, él se dio cuenta de que la doctora y su ayudante lo observaban casi sin parpadear. Teresa también lo notó así que le tomó la mano y se sentaron así, qué bárbaro, ¿acaso debía ponerle un enunciado con luces que dijera que era suyo?

Adrián sonrió mirando de reojo a la chica que mantenía su mano aferrada a la suya sobre su muslo.

—Celosita —le susurró al oído con una sonrisa.

Ella sintió el calor subir a sus mejillas.

Olga se acercó a las mujeres, ya que la máquina había registrado el procedimiento y había fijado un precio al haber sido complejo.

—Te pagaré en cuanto pueda, pero por ahora...

—Tranquila —interrumpió la doctora—, borraré eso, lo ha hecho de forma automática, pero por ser tú... —Vio de forma fugaz al muchacho que conversaba con la pelinegra—. ¿Qué es eso? —Olga resopló—. No es una mujer, ¿cómo has hecho que ese másculo crezca tanto y además hable? Porque hasta donde sé, los hombres ya no han vuelto a nacer desde hace milenios.

—Es un hombre, aunque no lo crean —respondió en susurro—, pero por favor, ni una sola palabra...

—¿Cómo lo has conseguido?

—¿Manipulación genética? —cuestionó la asistente.

—Es una larga historia, no vayan a abrir sus bocas.

—¿Lo alquilas también?

—No. Ya quisiera.

Cuando lo vio en aquellas ruinas, luego de lidiar con su propia intriga, miedo y adrenalina por ello, se imaginó a sí misma acumulando una fortuna al poder ponerle un precio por hora para que estuviera con mujeres, pero sus planes se arruinaron tan pronto los pensó cuando Teresa se lo llevó.

Lo peor era que ella no solo se lo llevó de forma física, sino también en sentimientos. De todas formas, estaba agradecida con lo que había hecho con el másculo, su hijo.

—Insisto, no le digan esto a nadie, M.P lo busca y estamos viendo qué hacer para detenerlas.

—¿Cómo no buscarlo? Es un hombre, podrían sacar muchos más de él.

—Eso creí, pero no, quieren matarlo.

Ambas mujeres se preocuparon, ellas, como muchas de las clientes de Olga, sabían que los másculos en realidad no eran agresivos si no se les atacaba, así que el joven tampoco podía serlo. Ya estaban queriendo acercarse y despejar ciertas dudas en cuanto a su naturaleza, pero si M.P lo buscaba para eliminarlo, era mejor si no alargaban el asunto y permitían que se escondiera hasta ver qué se hacía.

—¿En serio no podemos verlo?

—Si así está conejo, ¿cómo estará la zanahoria? —agregó en voz baja su ayudante.

Olga las contempló incrédula al escucharlas comentar esas cosas, pero luego lo pensó e hizo un gesto con la cabeza dándoles razón.


El sol bajaba, y aunque calentaba, el aire frío golpeaba cada día un poco más. Olga guiaba a sus acompañantes por el bosque del exterior de la ciudad, en búsqueda del lago que alguna vez fue una cascada de mediano tamaño. Llevaba a su hijo en la espalda, debía reposar todavía, e insistió en llevarlo ella a pesar de que Adrián se había ofrecido. Avanzaron entre los árboles, pisando hojas secas que caían cada vez más.

—No hay másculos —comentó Clara—, escuchaba historias de que habían... O será porque tenemos un grupo con nosotros —agregó mirando a los que las seguían, en fila, bien educados.

—¿Es que nadie les dijo que los cazaron a todos? —dijo Olga—. Han estado planeando extinguirlos, y me he enterado tarde. Ahora, me temo que los que están en el Edén son los que quedan.

—¿Qué? —intervino Teresa—. No es así, me habría enterado.

—Ay, niña, tú nunca te enteras de nada. Carla guarda todo en secreto con su concejo, con su novia, y con su dron ese.

La chica bajó la vista.

—No es mi culpa, fui una guardiana más...

—Aquí...

Se abrieron paso entre más árboles y vieron el lago, las montañas en el horizonte, además de ruinas de pocos edificios que en su época fueron de los más altos, solo se veían derruidos, siendo colonizados por plantas trepadoras, incluso aves salían volando por sus ventanas rotas.

Adrián avanzó, recordando ese lugar completamente distinto. Las estrellas eran opacadas por la luz de la ciudad en ese entonces, la cantidad de edificios brillaban como nada, todos llenos de anuncios, mientras el tiempo transcurría ignorándole a él y a su sufrimiento, cargaba una urna pequeña con las cenizas de su hermana. Lo último que pudo hacer por ella, llevarla a su lugar favorito, en donde el ruido del agua cayendo opacaba a los de la ciudad.

Teresa se le acercó, llevaba algo en brazos.

—Ella siempre dijo que le hubiera gustado verlo en un entorno más natural —murmuró él.

—Ahora lo está —susurró, se miraron y le mostró una leve sonrisa.

—Adelante —la animó.

La chica desenvolvió lo que tenía en una tela, partes de DOPy, lo poco que encontró. Las piezas, algunas chamuscadas, fueron acogidas en su mano, otro poco se lo ofreció a él. Las lanzaron al agua. Era biodegradable, así que había sugerido hacerlo así.

—Lo que es parte de tu corazón nunca se va, se queda para siempre contigo, se hace inmortal... Un lado muy bueno de vivir. —Posó su mano en el hombro de la chica—. ¿Todo bien?

—Sí —susurró viendo el horizonte. Respiró hondo y lo miró sonriendo a labios cerrados—. Gracias.

Él le correspondió el gesto, pero pronto volvió a mirar al lago ganando seriedad en esos ojos. La pelinegra imaginaba los recuerdos que le traía estar ahí, a pesar de que el lugar había cambiado.

—Llámala —le dijo—, dile que estás bien.

La miró con sorpresa un segundo antes de juntar las cejas mostrando su pena, avanzó más cerca al agua.

—¡Maryori! —Clara y Olga voltearon a verlos. Rita fue corriendo a su lado—. Perdóname por no haber vuelto a tiempo, pero ahora estoy aquí, voy a vivir por ti... Aunque la situación sea complicada, ya ves que la naturaleza no quiso al género masculino. —Sonrió bajando la vista un segundo—. Para el mundo una persona es fugaz, pero para mí no.

Acarició la cabeza de Rita, que apoyó las patas delanteras en sus piernas, meneando la cola. Teresa también le dio su par de caricias y la perrita dio un brinco ladrando. Adrián las observó, se centró en la pelinegra con bonitas pecas que se mantenía sonriente jugueteando con su mascota.

Quería vivir con ella, le daría su ser, la cuidaría.

Helio se acercó a Olga brillando en distintos tonos de rojo y la mujer se alarmó, siguiéndolo con prisa por donde se iba, los demás se percataron y fueron también. Para horror, el olor a muerto fue lo que notaron primero antes que todo.

Cadáveres de pequeños másculos, restos, huesos y demás, ya esparcidos por depredadores hambrientos. Olga frunció el ceño y apretó los puños.

—¿Qué los atacó? —cuestionó Adrián.

—Carla y sus drones —murmuró con amargura—, estoy tan segura, que pondría las manos al fuego por ello.

—¿Por qué? —preguntó Teresa, preocupada y conmocionada. Si esos drones podían matar, se habían salvado por suerte—. No entiendo, ¿por qué los odia? ¿Alguno le hizo algo?

—Niña, no esperes que alguien lastime a otra persona para que esta empiece a odiar, eso sería mucho romanticismo ¿no crees? El odio solo aparece y ya. La humanidad se destruyó por eso, odio insensato que puede nacer y venir de nada. Odio entre razas, naciones, religiones... La humanidad no necesita motivos para ser cruel.

Adrián tomó la mano de Teresa al verla impactada con la escena, y le ofreció apoyo con un suave apretón que ella correspondió. Le dio la razón a Olga, él mismo había sido testigo de lo que el odio vacío y sin sentido podía hacer.

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