PREÁMBULO

20 de Febrero de 1841

Europa

Una joven pudiente de 22 años de edad, de nombre Ada Aurore Mongómerith Brown, estaba a punto de vivir el día más feliz de su historia. Contraería matrimonio con el amor de su vida: Dorian Esteban Franco. Se encontraba en el área principal de su mansión, ubicada a las afueras de un pueblo fundado con el nombre de Conneri. Bailaba sola en su jardín, portando un vestido hermoso de color azul con detalles en negro. Ondeaba en el aire su majestuoso cabello oscuro, mientras sus mayordomos y cocineros, se encargaban de organizar el festín que ofrecería a los invitados.

La familia Mongómerith era de alta clase social y muy respetada, por esto, nadie en el pueblo estaba de acuerdo con su boda, debido a que Dorian era un joven humilde, y el menos indicado para desposar a Ada. Pero nadie podía entrometerse en el verdadero amor. Ella lo había elegido, y eso era lo que realmente importaba.

Ada envió su carruaje de lujo tirado por dos caballos de color negro, y conducido por el cochero de confianza de la familia, en búsqueda de Dorian; quien estaba en su humilde casa, esperando con un elegante traje que Ada había pedido hacer justo a su medida. Dorian se casaba realmente por amor. Entre ellos no existía ningún interés. Su historia inició a primera vista y, desde ese día, la vida de ambos se entrelazó de una manera formidable.

Para la época, no era correcto que una mujer de alta clase se casara con alguien de menor estatus social. Generalmente, los padres efectuaban la unión en matrimonio por interés entre conyugues y feudos, como una especie de contrato para otorgar como herencia, tierras u otros bienes de gran valor. Sin embargo, Ada ya no tenía padres; ambos habían muerto de manera inexplicable. Pero había alguien que si estaba dispuesta a hacer todo para darle lo mejor a la joven, sin importar las consecuencias. Su nombre era Esther Wembley; quien portaba el cargo de ama de llaves de la familia Mongómerith, y por años fue su nana. Esther la cuidó en ausencia de sus padres, y trató de inculcar valores y principios en ella, para que no tomara decisiones erróneas, pero sentía que había fracasado. Su "hija", como la denominaba, sería desposada por un joven pobre y sin nada que ofrecer. Jamás tendría el derecho de casarse con alguien como Ada, o por lo menos, eso era lo políticamente correcto.

Esther era una mujer de carácter fuerte. Sin embargo, nunca pudo controlar a Ada. Se caracterizaba por ser una chica rebelde, y pese a que la consideraba una madre, siempre le recordaba que no tenía potestades sobre ella. Así que en teoría, Ada hacía lo que se le venía en gana.

Un día antes de la boda, Esther fue a Conneri en horas de la madrugada, caminando en la penumbra de una vía que dirigía al pueblo. Cubierta con una manta negra para no ser detectada, y observando en repetidas ocasiones hacia atrás. Había logrado evadir a los guardias de la mansión, con la excusa de que buscaría un obsequio que había pedido hacer a un orfebre, con el propósito de entregárselo a Ada el día de su boda.

Los planes de Esther eran macabros. Necesitaba deshacerse de Dorian. No podía permitir que Ada se casara con ese chico y, para esto, ya tenía un plan.

Esther llegó al pueblo a las 4:00am, buscando a un hombre de nombre Harvey Shepard, quien era conocido en Conneri por sus malas andanzas. Esther se encontró con este sujeto en un callejón cercano al bar del pueblo. Para ella era importante proteger su identidad. Así que él, sabía que se encontraría con una mujer que tenía por nombre: "Marie". Esther trataba de no dar indicios de su reunión, por esto, también se aseguró de que nadie en el pueblo notara su presencia. En los alrededores solo se podían apreciar algunas personas ebrias que transitaban por el lugar, y que por su estado no eran capaz de reconocer a nadie.

—¿Usted es Marie? preguntó Harvey.

—¡Sí!, soy yo —respondió Esther, quitándose sus elegantes guantes negros.

—Me contaron que tiene un trabajo para mí.

—Eso es correcto. Necesito que sea limpio.

—Puede confiar en mí; pero tengo mi precio.

—Eso no es problema, aquí tiene.

Harvey abrió una bolsa con su navaja que tenía una gran cantidad de monedas de oro.

—¡Santos cielos! Esto es más de lo que iba a pedirle.

—Por eso le exijo. ¡Todo debe parecer un accidente!

—¿A quién tiene en mente?

—A Dorian Franco. ¿Ha oído hablar de él?

—¿El hijo de la pescadera? Sí, lo conozco. Es un buen chico. Trabaja en el mercado con su madre.

—¡Debe matarlo!

—¿Qué? ¿Matarlo? pero... ¿qué pudo haber hecho Dorian?

—No quiero preguntas, solo acciones. ¿Lo va a hacer, o no? Puedo buscar a otro que lo haga por menos de lo que tiene en sus manos.

—Está bien, está bien, ¡lo haré!

—Eso supuse. Me dijeron que era el indicado.

—¿Tiene alguna idea en mente?, ¿o solo lo hago a mi manera?

—Le dije que tenía que parecer un accidente.

—La escucho...

—Mañana a las 8:00am, vendrá a buscarlo un cochero en un carruaje negro y lujoso a su casa.

—¿A mí?

—¡No sea imbécil!, a Dorian Franco.

—¡Ah!, entiendo.

—Usted debe esperarlo en la vía que se dirige a la mansión Mongómerith, y llevar a cabo un supuesto "robo". Presumo que de alguna manera se resistirá; ese será el momento ideal para asesinarlo. Pero... no debe matar al cochero.

—¿Por qué iría ese chico hacia allá?

—¡Le dije que sin preguntas!

—De acuerdo. Mañana efectuaremos el asesinato.

Esther se retiró luego de haber planificado con Harvey el asesinato del joven Dorian Franco, para impedir que se presentara en la boda.

La mañana del 20 de Febrero de 1841, el carruaje llegó finalmente a casa de Dorian. Su madre se encontraba en el mercado trabajando como un día normal. Estaba en desacuerdo que su único hijo se casara con esa joven adinerada, porque todo el pueblo pensaría, que era única y exclusivamente por interés. Pero a Dorian no le importaban los comentarios. Por primera vez en su vida era feliz. Desposaría a su verdadero amor, y eso ya era mucho decir.

Muchas personas en el pueblo vieron el carruaje en la casa del joven. Mientras él se disponía a abordarlo, se podían escuchar murmullos, y algunas risas sarcásticas. Uno de los habitantes del pueblo lanzó una piedra directo al carruaje, ocasionando que el cochero iniciara su partida rápidamente. Ahora Dorian no podía regresar al pueblo. Sus lágrimas se hacían notar, porque su propia madre le dio la espalda. Jamás entendió el significado de su amor por Ada, y nunca sería partícipe de esa unión. Así que seguramente no volvería a saber de ella.

Mientras se dirijan a la Mansión Mongómerith, Harvey se encontraba con dos ladrones esperando a expensas de la vía, portando pañuelos en sus bocas para evitar ser reconocidos, y una cuerda muy gruesa en el piso que pretendían templar, para provocar que los caballos que tiraban del carruaje se detuvieran. La felicidad de Dorian se le notaba en el rostro. Ada era una luz que había llegado a su vida. Pero esa felicidad sería apagada por los caprichos de un tercero.

El carruaje estaba llegando al sitio destinado para efectuar el asesinato. En el momento justo, Harvey y sus secuaces extendieron la cuerda; esto provocó el efecto que requería. Los caballos se tropezaron con el cordón. El carruaje se volcó. El cochero lamentablemente impactó su cabeza sobre una piedra, y murió al instante. Dorian se encontraba adentro muy golpeado, pero vivo. Sin imaginarse que el destino ya había lanzado sus cartas.

...

Ada estaba en la mansión muy feliz, mientras esperaba que llegaran algunos invitados. Sin embargo, ella estaba consciente de que se presentarían pocos, o ninguno. Su mayor anhelo, era ver a Dorian con su elegante traje.

Se aproximaba la hora de la ceremonia, y aún su amado Dorian no aparecía. Esto hizo que Ada comenzara a angustiarse.

—¡Esther! —exclamó Ada.

—¿Qué sucede, Ada?

—¿Por qué no ha llegado Dorian? Hace mucho que se fue el carruaje. ¿Hay algo que deba saber? —preguntó Ada de manera suspicaz.

—No lo sé, Ada. Tal vez no estaba listo, y aún lo espera el cochero.

—Ya debería estar aquí. Conneri no queda lejos.

—No desesperes, hija. Ya llegará dijo Esther, retirándose nuevamente con una proterva sonrisa.

Ada presentía algo que suprimió por un instante esa inmensa felicidad.

...

Dorian trataba de incorporarse luego del accidente. De pronto, alguien abrió la puerta del coche desde arriba, y lo sacó bruscamente del interior.

—¡Oh!, ¿estás vivo? —dijo Harvey.

—¿Quiénes son ustedes? ¿Qué quieren? preguntó Dorian, muy adolorido.

—¿Lo escucharon? —preguntó Harvey, mientras sus acompañantes se reían sin parar. ¿Qué crees tú?

—¡No lo sé! Tal vez... ¿dinero?

—¡No!, no es tu dinero dijo Harvey—. Aquí hay algo más valioso. Y créeme, no es personal; pero... así es la vida chico.

—¿A qué se refiere?

Harvey sacó un cuchillo muy afilado, y lo tomó del cabello mirándolo fijamente a los ojos. Sintió un poco de pena, porque sabía que Dorian era un joven inocente. Pero el dinero era más importante. Se trataba de una enorme cantidad; tanto, que podría huir y hacer una nueva vida.

—Te voy a confesar algo. Mi plan, era que murieras en este accidente. Pero como no sucedió, vine por ti a completar mi trabajo.

—¿Y quién eres tú?

—¡La muerte!

—No me hagas nada, te lo imploro.

—Es mi trabajo, chico.

Harvey colocó el cuchillo sobre su cuello, y lo degolló rápidamente, causándole una muerte muy dolorosa. Así lo arrojó nuevamente dentro del carruaje, junto a un trozo de vidrio de la ventanilla, para simular que este había sido el objeto causante de la tragedia, mientras Dorian continuaba desangrándose. De esta manera parecería un accidente, cumpliendo con las condiciones de Esther. Sin embargo, Harvey pasó algo por alto. El cochero estaba muerto, y esto cambiaba el curso de los planes. Tal vez era mucho más conveniente dadas las circunstancias.

...

Habían pasado dos horas, y el carruaje no llegaba con Dorian. Esto ya era muy extraño. Ada miró a su alrededor, y corrió hasta el portón de su mansión. Esther fue detrás de ella gritando su nombre para tratar de detenerla. Al llegar a la entrada, los guardias de seguridad la vieron detrás del portón, desesperada, y tratando de salir.

—Abran las puertas. ¡Ahora!

—¿A dónde quiere ir, Madame? No puede salir sola.

—¡Es una orden!

Esther llegó a la entrada, y tomó bruscamente a Ada del brazo.

—¿Qué pretendes hacer, Ada?

—¡Voy a buscar a Dorian!

—No puedes hacer eso. Es peligroso.

—¡Suéltame! Voy a ir, con o sin tu consentimiento. ¡Abran ya!

Los guardias abrieron el portón. Sabían que si no cumplían con sus órdenes, tendrían graves problemas.

—Madame; permítame ir con usted. Solo es por su seguridad dijo uno de los guardias.

—Sí, acompáñeme.

—Ada; estás actuando de manera irracional dijo Esther con una inmensa ira.

Ada la miró con expresión de odio, y luego se fue con el guardia. Ambos corrieron en dirección al pueblo, con el propósito de saber qué había sucedido con el carruaje.

De pronto, observaron el terrible panorama. El carruaje estaba volcado a un lado de la vía, y los caballos no se encontraban en el lugar. Ada aceleró su paso, desesperada, y gritando el nombre de su amado.

—¡DORIAN!

Cuando llegaron al sitio, notaron que el cochero estaba muerto. Ada le pidió al guardia que la ayudara a subir hasta la puerta del carruaje que se encontraba en el área superior. Ella mantenía la esperanza de encontrar a Dorian con vida. Se asomó por la ventanilla, y ahí estaba, con sus ojos abiertos, el cuello cercenado, y sobre un pozo de sangre.

—¡NOOO! MI ÚNICO AMOR...

Ada entró al carruaje, y lo abrazó. Llenando su vestido de sangre, mientras la ira la consumía. Esta era otra tragedia más en su vida, y lo único que quería era irse con él. El guardia subió, y miró sorprendido lo que había sucedido. Se quitó su sombrero, y se persignó.

Rato después, la noticia no tardó en llegar al pueblo, y a oídos de Esther; quien no podía contener la felicidad. Pero debía controlarse para evitar sospechas. Solo le inquietaba la muerte de su fiel cochero. Sin embargo, era un diminuto detalle que no empañaría su alegría.

La joven fue retirada del cuerpo con gran dificultad. Los restos mortales de Dorian Franco, fueron llevados a Conneri para ser entregados a su madre. Ada quedó devastada y con la mirada perdida. Lentamente, el guardia de su mansión la tomó de los hombros, y la llevó de vuelta a su casa.

Esther recibió a Ada en el portón. La abrazó muy fuerte, y caminó apaciblemente junto a ella, atravesando el enorme y frondoso jardín principal, tratando de consolarla. La joven se soltó, y salió corriendo hacia la mansión, mientras Esther la perseguía. Subió las enormes gradas principales, y cruzó el descanso para ascender hasta el pasillo superior, donde se encontraba su alcoba; la más grande de la casa. Se encerró, y se abalanzó sobre su cama a llorar. Esther llamó a la puerta un par de veces, pero sin respuesta alguna. Ella pensaba que solo sería cuestión de tiempo para que su dolor pasara, se olvidara definitivamente de Dorian, y de todo lo sucedido. Pero eso estaba muy lejos de la realidad.

Minutos después, la joven se levantó de la cama bruscamente, y comenzó a destrozar todo lo que encontraba a su paso. En ese momento, mientras rompía en pedazos una pequeña mesa que se hallaba al lado de su cama, algo cayó al suelo. Era un collar, y al lado de este, una pequeña bolsa de color púrpura. Tomó el collar del piso con sumo cuidado. De él colgaba un enorme Dije de color rojo muy brillante. Ada supuso que esta joya le pertenecía a su madre. No podía dejar de verlo, era sublime.

De pronto, una niña salió de la nada. Estaba vestida con un traje hermoso de color negro, y tenía entre sus manos, una muñeca antigua. Luego, esta infanta decidió hablarle.

—¡Es un hermoso collar!

Ada se asustó, y se alejó rápidamente, topándose contra una pared.

—¿Quién eres? ¿Cómo entraste en mi alcoba?

—Disculpa si te asusté. Entré antes que tú. Vine con el padre. Insistí mucho para que me trajera con él. Nunca había visto a una novia tan bonita.

—¿En serio llegaste con el padre? No te vi.

—Tal vez estabas tan distraída que no lo notaste. Disculpa por entrar en tu habitación. Es que... estaba aburrida, y empecé a husmear. Luego abrí esta puerta, vi tus muñecas, y comencé a jugar con ellas. Cuando escuché la puerta me escondí.

—Discúlpame tú, no debí hablarte así. Solo eres una niña. Realmente no me siento bien.

—¿Por qué? ¿Y que son todas esas manchas rojas? ¡Dañaste tu vestido!

—No quiero hablar de eso.

—Ese collar que tienes en tus manos es hermoso.

—Sí, lo estaba viendo antes de que me hablaras —dijo Ada, dándole vueltas al Dije.

—Debe verse lindo en tu cuello.

—Tal vez antes hubiera sido perfecto, pero...

—¿Sabes algo?, mi madre me enseñó que los objetos que encontramos, son tesoros invaluables de nuestros antepasados; y es bueno usarlos para atraer alegría a nuestras vidas.

—Eso suena... muy alentador dijo Ada sentándose en la cama.

—Deberías ponértelo, quiero ver cómo te queda.

—No tengo ánimos.

—¡Por favor!, eres muy hermosa. Me gustaría verlo en tu cuello. Pareces una princesa —dijo la niña, mientras en el interior de sus ojos, se encendía una luz roja muy brillante, que Ada no pudo notar.

—¿Acaso conoces a las princesas?, no lo creo...

—Mi mamá es artista. Dibujó a una que vio en un barco cuando era joven. Ella pinta muy bien, se veía hermosa.

—Está bien, lo haré. Voy a complacerte pequeña.

—¡Que emoción!

Ada observó el broche del collar abierto; esto no lo había notado. Sin embargo, era un detalle poco importante para ella, así que no le prestó mucha atención, y rodeó su cuello con él.

La niña la observaba fijamente mostrando una sonrisa macabra en su rostro. Las intenciones de esta pequeña no eran claras. Su versión era dudosa. Pero Ada, entre el dolor, y la depresión, no mostró mucho interés en indagar, y los detalles que cualquiera en su lugar hubiera buscado, para esclarecer el misterio de esta infanta en su alcoba, pasaron por alto.

En cuanto Ada terminó de colocarse el collar, este se cerró completamente solo, como por arte de magia.

—¿Qué es esto? —preguntó Ada sorprendida, y viendo como El Dije mostraba un brillo majestuoso.

—¡Bienvenida, Ada!

—¿A dónde?

De inmediato, Ada quedó completamente tiesa. Su color de piel cambió. Se transformó en un blanco cadavérico, y su cuerpo cayó tendido sobre la cama.

—¿Ada? ¡Oye! Maldición, ¿qué pasó?

La niña en realidad era la muerte. Solo llegaba a la tierra para llevarse a las almas impuras. Pero esta vez tenía otra misión.

Del collar colgaba El Dije del Inframundo. Un cristal muy poderoso, que permitía a su portadora convertirse en una criatura infernal, capaz de ejercer control sobre fuerzas oscuras, tanto en la tierra, como en el infierno; pero algo no salió como se esperaba.

El alma de Ada salió expulsada sin razón alguna, observando sorprendida su cuerpo tendido sobre la cama.

—¿Qué sucedió?

—¡Ay, Ada...! ¿Por qué me ausenté tanto? ¿Qué hiciste?

—No he hecho nada, solo me puse el estúpido collar. ¿Quién eres, maldita sea?

—Esto no está correcto. Voy a tener muchos problemas.

—¿Problemas? Problemas tengo yo que salí de mi cuerpo. Pero... tú puedes verme. ¿Quién demonios eres?

—Deja el drama. Yo soy la muerte.

—¿La muerte?

—¿Tuviste relaciones con el chico?

—Eso no te incumbe.

—Ada; ¿tuviste relaciones con el maldito chico?

Ada la miró, y giró su cabeza para evadir la pregunta.

—¡Eres una estúpida!, todo se fue al infierno... bueno no... esa no es la palabra. Todo se jodió. Esa si es la correcta.

—¿Por qué? No entiendo a qué te refieres.

—Te explico... El collar en tu cuello tiene colgado El Dije del Inframundo.

—¿El qué?

—El Dije del Inframundo, Ada. Solo una joven virgen, casta, y pura, puede portarlo sin recibir daños o efectos secundarios. Es obvio que ya tú no estás en esa posición. Además... ibas a ser la Heredera del Inframundo; pero lo arruinaste.

—¡Un momento! ¿La heredera del inframundo? No, no, no, tú no eres real, esto es un sueño... si, de seguro me quedé dormida.

—¡Muerta!, es la palabra que buscas.

—¿Estoy muerta?

—¿Que no lo ves?, estás tirada en la cama. Te muestro, cuerpo... alma. ¿Ves?, es simple —dijo la muerte, mientras señalaba en ambas direcciones.

—Conozco la ironía.

—Espero que eso sea suficiente para lo que viene.

—¿Qué es lo que viene?

La muerte la observó mientras sus ojos se tornaban de color rojo.

—No me llevaré tu alma, pero por tu error, estarás prisionera eternamente en tu mansión, hasta que una chica virgen venga a ti, y coloque el collar sobre su cuello. Mientras eso pasa, vagarás como un alma en pena, viviendo así tu propio infierno. Pero despreocúpate, aún tienes esperanzas si eso llegara a pasar.

—¡No! Eso no me puede pasar a mí. Yo soy Ada Mongómerith, la here...

—¡Si ya sé!, la heredera de todo esto; pero todavía no lo eres del infierno, por ser tan lujuriosa.

—Esa es una mala palabra.

—¡No!, eso es lo que tú eres, un símbolo de lujuria. Seguramente mantuviste muy bien guardado el secreto.

—Jamás fui participe de los secretos, así que ya muchos lo saben.

—Hubieras reinado en el infierno desde este momento, pero supongo que las cosas a veces no salen como se planean, e incluso para alguien como yo. Lo bueno se hace esperar...

—¿Y ahora qué pasará conmigo?

—¡Ya te lo dije! Por cierto, tendrás un bello y memorable entierro. De todos modos, eres la última de tu linaje. ¡Enorgullécete!

—Yo soy la única dueña de todo esto, y juro que el que pise mi mansión, jamás volverá a ver la luz del día.

—¡Esa es la actitud! ¿Ves?, lo harás bien. No debes preocuparte, pronto esparcirás tus dominios como heredera de esta casa, de tu bosque, y de tus alrededores. Hasta que esa persona aparezca y te libere. Créeme, hay destinos peores que la muerte.

—Ni tú te salvarás de mí. Te arrepentirás de esto.

—Me gusta tu carácter; pero permíteme recordarte, que amenazar a la muerte no te salvará. ¡Ya está hecho! Que tengas una dulce eternidad, Ada Mongómerith dijo la muerte, mientras desaparecía en un círculo de fuego que se formó bajo sus pies.

—¡NOOOOO!

Tal y como le había dicho la muerte, el alma de Ada quedó vagando en su mansión. El cuerpo de la joven fue encontrado al día siguiente por Esther, que al no escucharla, ni tener noticias de ella, tomó su manojo de llaves, y decidió abrir la puerta. Ada estaba sin vida en esa fría cama, con su mirada perdida en el techo de la alcoba. El dolor había desaparecido, pero ahora su alma estaba maldita, condenada a penar en su propio hogar.

Para el entierro de Ada Mongómerith, su ama de llaves pidió crear una bella escultura en piedra con la imagen exacta de la joven, portando unas enormes alas de ángel. La cripta fue situada en el jardín trasero de la mansión, justo en el centro del lugar donde reposaban eternamente los restos de sus padres.

Para la joven se creó una increíble cripta, construida con una mezcla de piedras calizas y arcilla, a 6 metros de profundidad, y en el centro, su ataúd hecho de alabastro policromado, mármol, y bronce, que tenía esculpida su forma. Era como el sarcófago de un faraón. Debajo de su figura tan monumental, forjaron una puerta de acero con una inscripción en letras doradas, que manifestaba el siguiente mensaje: "Aquí descansará por siempre tu cuerpo, mientras tu alma vuela alto – Ada Mongómerith 1819-1841"

...

Un mes después del sepelio de Ada, un pintor de Conneri de nombre Charles Pierce, realizó una pintura, plasmando la belleza de la joven en el lienzo. Se veía majestuosa, con un traje negro que usaba en muchas ocasiones de joven. Adicionalmente, agregó el Dije que tenía sobre su cuello cuando fue sepultada. Pensó que le daría un toque maravilloso. Su mirada era impactante, y se sentía como si estaba viva de nuevo.

La noche de ese mismo día, Esther decidió invitar a muchas personas allegadas a la familia Mongómerith, para conmemorar a Ada, efectuando un brindis a su nombre; a su vez, sería colgada la pintura en el descanso después de la grada principal.

El cuadro fue levantado por el pintor, y un amigo del padre de Ada, para colocarlo en su sitio. De esta manera, entre copas y aplausos, homenajearon a la joven difunta a un mes de su partida.

De pronto, un suceso extraño llenó de incertidumbre a todos en el recinto. Las velas que iluminaban el recibidor principal de la mansión, comenzaron a apagarse y a encenderse de manera misteriosa, y una risa macabra de mujer se escuchó, retumbando en toda la casa. Todos los invitados corrieron hasta la puerta principal de la mansión, tratando de huir de este evento tan funesto, pero no encontraron escapatoria; esta se cerró por completo, dejándolos encerrados. Estaban tan asustados, que comenzaron a buscar posibles salidas, pero las puertas de la mansión se sellaron. La única persona en el sitio que se mantenía firme, y viendo fijamente a la pintura, era Esther. Se encontraba petrificada, porque estaba segura de que era Ada quien provocaba todo ese evento.

El cuerpo de Esther comenzó a levitar. Esto aumentó el pánico en todos. Los ojos del ama de llaves se abrieron por completo. De forma sangrienta y dolorosa, sus globos oculares se desprendieron de su rostro, dejando un par de hoyos profundos, causando que sus gritos fueran espantosos. Todos comenzaron a correr nuevamente desesperados. Algunos sumergidos en llanto, hasta que las velas se apagaron.

El sitio quedó en penumbras, solo se podían escuchar los gritos desesperantes de Esther, y los lamentos de todos los invitados. La pintura se desprendió de la pared, y levitó hasta quedar justo debajo de la lámpara del recinto. Sus ojos se encendieron de manera escalofriante, con un color naranja intenso. De pronto, todos los que se encontraban en el lugar, comenzaron a arder, incluyendo el cuerpo de Esther. Sus gritos eran espantosos. Como si muchas almas gemían sin parar.

La pintura volvió a su sitio, mostrando una sonrisa macabra. De esta manera, la mansión Mongómerith y sus alrededores, cayeron en una maldición eterna, hasta el día que Ada fuera liberada, y efectuara su triunfal regreso.

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