LOS DESAPARECIDOS

Eran las 7:00 de la noche de un día martes en Conneri. En los muros y algunos postes, se apreciaban los carteles con la foto de la joven Melanie. El pueblo daba alusión de ser un caserío fantasma. Los sitios más frecuentes se mantenían cerrados. Todo estaba desolado, excepto, los alrededores de la Comisaria.

Toda la población se encontraba reclamando a su Sheriff, los resultados de su labor en la búsqueda de Melanie Grofint, y los actuales chicos desaparecidos: Sara Johnson y Gerolt Zeelenberg. Pero él, se hallaba encerrado dentro del recinto. Estaba acompañado por su equipo de policías, quienes se mantenían atentos ante una posible revuelta.

Arthur; ¿te encuentras bien? —preguntó uno de los oficiales de nombre Marcus Cook. Él era un hombre joven de 26 años, de cabellera negra, y ojos del mismo color.

Arthur estaba parado al frente de una ventana, fumando un cigarrillo, y contemplando a la multitud. Su rostro mostraba una gran consternación.

—¿Sabes lo que quieren, Marcus?

—Lo que yo esperaría que hiciera la policía o algún oficial al mando, si se desapareciera uno de mis hijos —respondió Marcus, mientras se acercaba a verlo justo a la cara.

—Ese no es el problema. Hemos efectuado la búsqueda. La Policía de Forinang también lo ha hecho. No hemos tirado la toalla. Hace tres años desaparecieron tres chicos de La Gran Ciudad, y el último que los vio irse por ese camino, ahora está desaparecido también. Lo que toda esa gente quiere no es solo una búsqueda.

—¿Y qué es entonces?

—Que entremos en el maldito bosque. Creen que pudieron haberse dirigido a ese lugar.

—¿Y qué nos impide hacerlo? Somos policías. Podemos pedir refuerzos. No estamos solos, Arth...

—¡NO ENTIENDES! Esto va más allá de todo eso. Ese lugar esta maldito, Marcus —dijo Arthur, mientras apagaba el cigarrillo con el marco de la ventana.

—Arthur; esos jóvenes pertenecen a nuestro pueblo. Son apenas unos adolescentes. Pueden estar en peligro si eso que dices es cierto. ¿Cómo te sentirías si fueran tus hijos? —respondió Marcus dándole un golpe leve en el hombro.

—Yo no tengo hijos, exactamente por ese motivo. Son malcriados y les gusta meterse en problemas siempre.

—¡Eres un cobarde, Arthur! No mereces ser el Sheriff de este pueblo.

Arthur golpeó en el rostro a Marcus, rompiéndole parcialmente la boca.

—No voy a permitir que nadie me hable de esa manera y, menos un subordinado.

Marcus lo veía con rabia mientras se cubría la boca. Luego, salió del recinto, dejando expuestos a todos dentro de la comisaria.

—¿QUÉ HACES, IMBÉCIL? —preguntó Arthur.

—¡Al fin se dignan a salir! Todos ustedes son unos ineptos —expresó una señora que estaba al frente la revuelta.

Mientras todo esto sucedía, Constantine Crousó se hallaba oculto en la iglesia. Él era el único que sabía a dónde se habían dirigido estos jóvenes; pero jamás diría nada. Constantine estaba arrodillado ante el enorme cristo de oro con los ojos cerrados, mientras pasaba por su mente, la imagen de Melanie escapando hacia la vía prohibida. Aparte de eso, Sara y Gerolt, tenían tres días desaparecidos. La culpa no lo dejaba en paz, y oraba reciamente para que ninguno de los jóvenes apareciera vivo.

Muchas personas devotas, pedían al padre que rogara a Dios por el regreso de estos chicos, sanos y salvos; sobre todo Teresa Smith y Margaret Johnson. Esta última era la madre de Sara, quien no concebía el hecho de que su hija se encontrara también desaparecida. Sara era lo único que tenía en su vida, debido a que fue criada en un orfanato, y el padre de su primogénita, la abandonó a solo cinco meses de gestación. Ella se las tuvo que arreglar sola para criar a su hija y salir adelante. Margaret necesitaba que apareciera, o su vida acabaría en un instante.

Los padres de Gerolt se encontraban en un viaje de negocios en Inglaterra. Intentaban regresar después de enterarse de la noticia; pero una tormenta mantenía cerrados los vuelos.

En la cúspide de la escalera del Recinto Policial, Marcus se dirigía a los pobladores, abriendo sus brazos como muestra de que no tenía intenciones de desalojarlos.

—¡Escuchen! Por favor hagan silencio. Lo que voy a decir es muy importante.

—¡Son unos malditos! No hacen su trabajo. Si estos niños desaparecieron, cualquiera de nosotros también lo hará —gritó un señor desde la multitud.

—QUE SALGA EL SHERIFF Y DÉ LA CARA —gritó una mujer, mientras todos seguían sus palabras.

Marcus no lograba que el pueblo lo escuchara. Así que se devolvió hasta la entrada, y dijo algo a una de sus compañeras al oído. De pronto, la joven policía se apersonó con un megáfono, entregándoselo en sus manos.

—¡ESCUCHEN POR FAVOR! NECESITO DE SU ATENCIÓN...

La multitud fue disminuyendo el tono de voz. Luego, la madre de Melanie se acercó al frente y dijo lo siguiente:

—¡Déjenlo hablar! Necesito escuchar que va a decir. Todos merecemos una respuesta, para eso estamos aquí.

—¡MUCHAS GRACIAS! —exclamó Marcus, mientras asentía con su cabeza, mirando fijamente a Teresa—. Mi nombre es Marcus Cook. Realmente agradezco su atención. Sé que estos días han sido difíciles. La desaparición de los jóvenes es lamentable para todos. Yo tengo hijos y estaría devastado si algo así me pasara. Hemos hecho lo posible por ubicarlos, e incluso, contamos con la colaboración de la policía de La Gran Ciudad. Sin embargo, estos intentos no han sido exitosos —respiró profundamente antes de continuar hablando—. Por ese motivo, he decido tomar el frente de esta búsqueda, y con ayuda de las autoridades de Forinang, dirigirnos hacia la carretera prohibida.

Todos se quedaron atónitos. Murmuraban entre sí, después de estas declaraciones.

—¡Silencio por favor! —exclamó Teresa—. Quisiera saber algo... ¿por qué usted va a tomar el mando? ¿Dónde está el Sheriff?

—¡Aquí estoy! —respondió Arthur, saliendo de la comisaria con la mano sobre su arma de fuego—. Esta es una misión suicida. Todos sabemos el motivo por el cual esa vía fue catalogada como prohibida.

—Lo único suicida sería esperar que continúen desapareciendo personas. Si existe una esperanza de recuperar a nuestros hijos, deben hacer lo que sea necesario. Ese es su trabajo —dijo Margaret, saliendo de la multitud—. No sé qué representa en la policía el joven con el megáfono en la mano; pero al parecer, tiene más bolas que el propio Sheriff.

Todo el mundo se conmocionó por las palabras de Margaret.

—Margaret tiene razón, y siento sus palabras en el fondo del alma —dijo uno de los líderes de la concentración—. Debido a todos los acontecimientos, y tomando en cuenta que nuestro alcalde, y demás intendentes huyeron del pueblo para evadir su responsabilidad, al igual que nuestro "Sheriff", que evidentemente no le importa el bien colectivo, pido que todos votemos en este instante por relevar del cargo a este hombre, y se otorgue el nuevo nombramiento a Marcus; quien realmente ha demostrado su valor dando la cara ante todos.

Los habitantes aplaudieron con euforia.

—¿Están locos? Marcus solo tiene 26 años. Es muy joven, y no posee la experiencia para ser Sheriff. El hecho de que sea un desquiciado pretendiendo adentrarse en esa maldita carretera, no lo hace digno de este cargo —dijo Arthur, con rabia.

Marcus se volteó, lo miró a la cara, y le devolvió el golpe; tirándolo sobre las escaleras de la comisaria. Luego, Arthur se levantó rápidamente, sacó su arma, y la apuntó justo a su cabeza.

—¿Te crees muy valiente? Escúchame bien, Marcus; cuando todo esto acabe y te saquen muerto de esa vía, si es que te encuentran... yo estaré aquí, viendo como todos se arrepienten. Ir a ese sitio es buscar a la muerte.

—¿Sabes lo que nos diferencia, Arthur? Que no te importa nadie. Solo vives por ti. El mundo necesita más personas altruistas, capaces de hacer obras por los demás.

—¡No seas imbécil, Marcus! Solo quieres ganar protagonismo con esas ínfulas de héroe. Veamos hasta dónde llega todo esto.

—Fuera de tus límites. Con la ayuda de Dios voy a encontrarlos.

Arthur bajó el revólver, mientras el pueblo veía consternado el inadmisible escenario.

—Espero que tu Dios pueda salvarte de lo que te espera.

—Todos votemos con nuestras manos arriba —dijo el señor en la multitud—. ¿Quiénes quieren que Marcus Cook sea el nuevo Sheriff?

Todo el pueblo levantó la mano con ímpetu.

—Aplaudamos a nuestro nuevo Sheriff, y oremos para que logre cumplir con su cometido —dijo el hombre que sobresalía como líder de la multitud.

Los pobladores aplaudían con algarabía. A pesar de que Marcus era un hombre joven, su espíritu, y la voluntad de hacer lo correcto, era lo que realmente valoraba todo el que lo conocía; excepto Arthur.

—Les agradezco su confianza en mí. Prometo que voy a hacer todo lo que esté a mi alcance para ubicar a estos chicos y traerlos de regreso a casa.

—Deberías dejar el testamento de una vez —dijo Arthur en un tono irónico.

—Y tú deberías irte de aquí. ¡Estás despedido! —dijo Marcus, acercándose a él y arrebatándole el sombrero de su cabeza.

—No puedes hacerme eso. He dado la vida por este pueblo desde antes que tú nacieras.

—Pues yo no veo a ese hombre del que hablas. En este momento, solo veo a un bufón.

Marcus bajó las escaleras y pasó entre la multitud, mientras lo aplaudían con orgullo.

—Vas a regresar muerto, Marcus. No sabes lo que haces —dijo Arthur.

Marcus continuaba caminando, ignorándolo por completo.

—Por favor todos vuelvan a sus casas. Me reuniré con las autoridades de Forinang para planificar la entrada a este lugar —dijo Marcus, dirigiéndose a su patrulla.

Marcus tomó su teléfono celular y marcó el número de la Jefa de Policía de Forinang, de nombre Madeleine Bourne. Ella era una mujer de cuarenta años, con una frondosa cabellera de color castaño oscuro, y ojos pardos.

—Hola, Madeleine. Te habla Marcus Cook.

—¡Marcus! Un gusto escucharte. ¿Qué sucede? ¿Encontraron algún rastro de los chicos?

—Aún no; pero tengo una idea. Es posible que sea algo descabellada.

—Tienes mi atención.

—Creo que esos chicos se fueron por el camino prohibido. Me parece que deberíamos buscarlos en esa dirección.

—Sí que es descabellada. Te recuerdo que tres chicos se perdieron en ese sitio hace unos años y jamás fueron encontrados.

—Quiero hacer esto, Madeleine y necesito de tu apoyo. Arthur ya no está al mando. Es una decisión que yo estoy tomando.

—¿Cómo qué no está al mando?

—Yo soy el nuevo Sheriff del pueblo. Fui nombrado hace unos minutos. No preguntes cómo, no hay tiempo de dar explicaciones.

—¿Sabes? Hace mucho tiempo que necesitaba escuchar algo así.

—No te entiendo.

—Arthur es un idiota. Ya era hora de que alguien más tomara el mando. De verdad creo que eres el indicado. Voy a ayudarte Marcus. A las cinco de la mañana saldremos hacia la carretera. Te veo en el camino.

—¡Me parece bien! Saldré con las unidades a esa hora. Adiós.

Marcus decidió convocar a una reunión en la comisaria horas más tarde. Solo ocho de los policías decidieron acompañarlo.

...

Al día siguiente a las cuatro de la mañana, Marcus se encontraba en su casa preparándose para dar el paso final de la búsqueda. Vestía su acostumbrado uniforme; pero esta vez, llevaba el sombrero característico del Sheriff. El joven de 26 años, que ahora era el líder de toda la Delegación Policial de Conneri, se dispuso a dar un beso a sus dos hijos varones mientras dormían. Luego, se acercó a su esposa, quien se encontraba viendo la imagen de un cristo que colgaba sobre la chimenea.

—Tengo miedo, Marcus —dijo Bianca Wilson de Cook.

—¿Por qué tienes miedo, cariño? —preguntó Marcus, tomándola de los hombros.

—¡No quiero perderte! Esa vía está Maldita.

—No pasará nada, Bianca. Estaré bien.

Ella volteó y lo abrazó muy fuerte.

—No sé qué sería de nuestra vida sin ti.

—Voy a regresar, Bianca. Esa es mi mayor promesa.

Marcus salió de su casa. Veía con los ojos cristalizados su humilde hogar. A pesar de que sentía el temor de nunca más regresar, mantenía la confianza en Dios y en sus instintos. Había decidido no retornar hasta encontrar a los chicos vivos, o en el peor de los casos, hallar sus cadáveres. Entró a la patrulla y tomó el radio de comunicación.

—Les habla el Sheriff. Unidades activas saliendo desde Conneri, repórtense. Cambio.

—Shhhh. Unidades 656, 682 reportando, cambio.

—Shhhh. Unidades 532, 612 preparadas, cambio.

—Los veo en el redondel de Conneri a las 4.300 horas, cambio —dijo Marcus.

—Shhhh. 532 y 612, entendido.

—Shhhh. Unidades 656, 682, en vía.

Por el otro extremo, en Forinang, la Jefa de Policía Madeleine Bourne, se hallaba frente a la entrada de la vía. Estaba bloqueada por unas cercas con candado. Después de la desaparición de Esteban, Carlos y Boris, nadie se atrevía a acercarse a metros del lugar.

—¡Listos para entrar! Rompan el candado —dijo Madeleine en tono de autoridad.

Estaba decida a ir por los chicos. Esta mujer era recia, por ese motivo, fue nombrada Jefe policial de La Gran Ciudad en el año 2001.

Mientras uno de los oficiales cortaba el candado, ella llamó a Marcus para indicarle que se disponía a entrar en ese momento a la carretera.

—Hola, Marcus. Estamos entrando...

Marcus se encontraba en el redondel de Conneri. Estaba en compañía de los oficiales que se reportaron para apoyar la misión de rescate.

—¡Muy bien! Nosotros estamos en posición —respondió Marcus.

...

Mientras todo esto ocurría entre Conneri y Forinang, la pintura de Ada volvía a manifestarse. El bello y resplandeciente Dije colgado en su cuello, se iluminó, emanando una radiante y candente luz.

Esta reacción que tomaba la pintura se volvía recurrente. Cada vez que se apreciaba algo en ella, un insólito evento ocurría de alguna manera. Ada trataba de evitar que personas no gratas llegaran a la mansión, o que se acercaran a los alrededores. Solo permitía el acceso a ciertos individuos, por alguna razón despiadada.

...

En ambos sentidos, las patrullas comenzaron a sonar sus sirenas, adentrándose a la carretera. Todos consideraban a este sitio como un lugar cubierto por el infierno, después de los recientes acontecimientos y los acaecidos hace más de un siglo.

Mientras tanto, Gerolt se hallaba en el interior de su auto. Aún lo envolvía la inclemente penumbra de la noche. No parecía que iba a amanecer de nuevo para él. Este lugar era como una realidad alterna. Para algunos, el tiempo se detenía totalmente, para otros, avanzaba sin piedad. Era algo extraño y, sumamente diabólico.

Las unidades policiales se acercaban al bosque prohibido. Ese lugar que cobijaba a la morada de los Mongómerith en sus entrañas. Donde muchos habían entrado, pero sin la suerte de salir.

Desde el año 2000, ningún policía había visitado ese sitio. El último que lo hizo fue Morgan Miller, conocido como el Oficial en Jefe de la Delegación de Forinang para el momento. Él había decidido iniciar la búsqueda de tres chicos desaparecidos, en compañía de su equipo policial.

El área fue registrada muchas veces. Sin embargo, no encontraron rastros de la mansión, o de los infortunados jóvenes. Esta investigación ocasionó que Morgan Miller, quien tenía 15 años de servicio, cayera en decadencia y fuera diagnosticado con una enfermedad mental; lo que provocó su muerte meses después.

Madeleine estaba al frente de nueve patrullas que con ímpetu se adentraban en el sitio. Mientras avanzaba, sentía que el lugar se volvía más estrecho. Los enormes árboles abrigaban a la carretera desde lo alto; como una especie de ola formada con ramas secas. Era realmente escalofriante. De pronto, observaron a las unidades provenientes de Conneri.

Estacionaron los autos a mitad de la carretera. Luego, abandonaron las unidades vehiculares para saludar a sus colegas. Los automóviles policiales de Forinang lucían esplendorosos. Eran de color verde con negro. Los de Conneri, de tonalidad blanca con franjas diagonales amarillas. La policía de La Gran Ciudad vestía un uniforme negro, con gorra, y chalecos antibalas; portando Sub fusiles modernos Heckler & Koch UMP, capacitados para cualquier escenario. La fuerza policial del pueblo, vestía un traje azul con chalecos antibalas, y portaban revólveres Magnum 9×33 mmR. Todos estaban preparados para adentrarse en el bosque, y resolver de manera definitiva el misterio detrás de estas desapariciones.

A pesar de que dos años atrás la policía de Forinang había finalizado esta investigación sin resultados, ellos tenían la esperanza de ser la excepción; porque pensaban que el miedo pudo haber sido el medio dispersante para evitar los hallazgos.

Marcus y Madeleine se acercaron con los demás policías a sus espaldas, estrechando sus manos.

—Es un gusto verte, Marcus —dijo Madeleine saludando cordialmente al nuevo Sheriff de Conneri.

—Para mí también es un placer, Madeleine. Espero que todo esto dé resultado.

—Tengo el presentimiento que sí. Debemos llegar al fondo de esto, sea solo un cuento de sustos o no.

—¿Crees que sea cierto? —preguntó Marcus.

—Tengo mis dudas.

—Hay pruebas de que la mansión existe.

—¡Sí!, es probable. Que esté embrujada, no lo creo. Tal vez alguien sin escrúpulos se aferra a ese cuento para cometer atrocidades.

—Es hora de averiguarlo —dijo Marcus, mostrando una tenue sonrisa.

Mientras todos preparaban sus armas viendo hacia el bosque, algo extraño sucedió. Uno de los policías de Forinang, apuntó el arma en contra de Madeleine.

—¿Qué le pasa? ¡Baje esa arma de inmediato! —ordenó Madeleine al policía.

—¡No!, no pienso bajarla, es usted un monstruo... y tú, y tú también... ¡todos! No se me acerquen o juro que disparo —alegó el policía sin bajar el arma y con voz quebradiza.

—¿Pero qué diablos le sucede a este imbécil? —preguntó uno de los policías de Conneri.

—Mucho cuidado con lo que dice oficial, o puede irle muy mal —respondió Madeleine, señalando al policía de manera amenazante.

—Jefa; permítame, es mi hermano. Yo trataré de calmarlo —sugirió otro policía de las brigadas de Forinang.

—Adelante oficial, tiene mi autorización.

—Roy; escúchame por favor. Soy yo —le decía mientras se quitaba la gorra—. ¡Mírame!, soy tu hermano.

—Eres un monstruo igual que todos. No te me acerques —dijo el policía, quien continuaba amenazando con su arma.

—¿De qué hablas, Roy? ¡Soy yo! Dame tu arma, ¡ahora! —exclamó el hermano, mientras se abalanzaba sobre él para tratar de desarmarlo.

De pronto, ocurrió una terrible desgracia. El policía accionó el subfusil, mientras todos se lanzaban al suelo, cubriéndose para evitar ser alcanzados por algún proyectil. Las balas destrozaron los vidrios de algunas patrullas. Lamentablemente al hermano de este oficial, una de estas le dio justo en la cabeza; quitándole la vida de manera instantánea. En cuanto se detuvieron las detonaciones, Madeleine descubrió su cabeza y se levantó del suelo mirando a su alrededor. Inmediatamente, vio el cuerpo sin vida del oficial Aiden Davis, con un enorme orificio en su frente.

—¿Qué hiciste? —preguntó Madeleine a Roy.

Roy Alisen Davis (el oficial que disparó), se quedó petrificado mientras veía a todos levantándose del suelo. El sujeto no tenía justificativo por ese acto tan atroz. Pero algo había sucedido para que él reaccionara de esa manera. La realidad, es que él veía el rostro de todos totalmente desfigurado y putrefacto; como cadáveres después de pasar años pudriéndose en un ataúd.

Todos los oficiales comenzaron a apuntarlo. Tenían miedo de que atentara contra alguno de ellos. Mientras contemplaba el triste escenario, las lágrimas no tardaron en aparecer. Sus manos se mostraban temblorosas y su mirada estaba perdida en un abismo. El hombre tomó un arma que portaba en su cinturón, y la llevó hasta su cabeza sin mediar palabras.

—¡NOOOO! —gritó Madeleine tratando de detenerlo.

Luego, se escuchó la fuerte detonación. Roy se disparó a sí mismo, volándose los sesos y derrumbándose sobre la carretera.

—Esto no tiene ningún sentido —dijo Madeleine, sujetándose la cabeza con ambas manos.

—¿Qué fue eso, Madeleine? —preguntó Marcus, mientras observaba el espantoso escenario.

—¿ACASO CREES QUE LO SÉ?

—¡Estoy confundido!

—Esto no debía pasar. Eran dos de mis mejores hombres.

Luego, un oficial de Conneri de nombre Leandro Fernández, comenzó a verlos a todos. Se notaba sumamente angustiado.

—¡Haber! ¿Quiénes sois vosotros? —preguntó Leandro.

—¿Leandro, qué sucede? —preguntó Marcus a su oficial.

—¡Vosotros me queréis matar!

—¿Pero qué está pasando aquí? ¿Por qué actúan así? Leandro, escúchame —dijo Marcus.

Leandro levantó su arma, y la empuñó en contra de Marcus.

—Esto no puede ser —dijo Madeleine en voz baja y quebradiza.

—Baja el arma, Leandro. Soy tu superior, y te exijo que la bajes de inmediato —dijo Marcus en su intento por evitar otra desgracia.

Leandro comenzó a llorar incontrolablemente. De pronto, hizo exactamente lo mismo que Roy, pero esta vez, contra su oficial al mando (el sheriff). Accionó el gatillo, y le propinó un disparo justo en la frente; como si no le importara absolutamente nada. Luego, se llevó el arma a la cabeza y se voló los sesos.

Ahora todo parecía haberse ido al infierno. Lo que acababa de suceder, era algo paranormal. Así que Madeleine hizo lo más sensato ante la situación.

—¡RETIRADA! —exclamó Madeleine con autoridad a todo su equipo.

Caminó hacia la patrulla, se colocó justo en la puerta, volteó, y los vio a todos de espalda; incluyendo al equipo policial de Conneri.

—¿Qué sucede? ¿Debo repetirlo de nuevo?

Nadie contestó. Ellos continuaban observando al lado contrario de la carretera. Su equipo ignoraba por completo las órdenes, y a los oficiales de Conneri, parecía no importarle lo que había sucedido.

—¡Maldición! ¿Ahora qué sucede?

Todos los policías se voltearon a verla, sonriendo de manera tenebrosa. Luego, con una voz diabólica preguntaron lo siguiente:

¿Te vas tan pronto, Madeleine?

Madeleine los observó con asombro. Luego, abrió la puerta del auto con cautela. Su mano temblaba sin parar. Se sentó adentro del vehículo, posicionó sus manos sobre el volante, y colocó la palanca en reversa.

¡No te vayas! Nosotros también queremos jugar.

—¡Esto no es posible! —exclamó Madeleine, mientras aceleraba en reversa; golpeando algunas unidades vehiculares y esquivando las que podía.

Intentaba escapar desesperadamente. Estaba convencida de que el mito si era cierto. Ese sitio estaba bajo influencias demoníacas.

Mientras se alejaba de los policías, algo apareció frente a ella. Un manto negro que ondeaba como si la muerte se acercaba ostentosamente. Esto provocó que presionara el acelerador con más fuerza, mientras su corazón se exaltaba por el miedo. De pronto, esa cosa se postró sobre el cofre del auto. Al verla, un imparable temblor se apoderó de todo su ser, sacándola de su juicio por un instante. No podía creer lo que percibían sus ojos. Por un momento deseó que todo fuera solo una pesadilla; pero para su desdicha, no era así.

Esto que la seguía era un ente infernal. Uno de los tantos que se mantenían vagando por las adyacencias de la mansión. Bajo ese tétrico manto negro, había un ser pútrido, con sus ojos totalmente rojos, y su boca llena de dientes en mal estado. Abrió la boca enormemente, produciendo un sonido escalofriante que retumbaba en los oídos de Madeleine. Se acercó al parabrisas, y de su túnica negra, salió una alargada mano con dedos extremadamente extensos. Comenzó a rozarlos por el cristal, mientras la Jefa de Policía lo veía con repugnancia.

Por un instante, Madeleine quedó pasmada con la presencia de este espectro. No lograba apartar su vista de él. La mantenía hipnotizada con esos enormes y resplandecientes ojos.

De pronto, las llantas pasaron sobre un hoyo, sacándola inmediatamente de ese trance. Dirigió rápidamente su vista al retrovisor y notó que se acercaba a una curva en la vía. Esa era la oportunidad para deshacerse del espectro que seguía sobre el cofre del vehículo.

Madeleine giró en la curva con mucha fuerza, tratando de no volcarse en el intento. Su objetivo era librarse de esa abominación que se encontraba asechándola. Sin embargo, él continuaba en el mismo sitio. De pronto, el espectro rompió el vidrio con su enorme mano tratando de alcanzarla. La mujer presionaba su espalda reciamente contra el asiento, alejándose lo humanamente posible de él. Luego, observó nuevamente al retrovisor, y se dibujó una sonrisa en su rostro. A lo lejos, podía apreciar el portón que separaba a Forinang de ese camino infernal. Estaba totalmente abierto y con una cinta amarilla de precaución. La mujer aceleró aún más. Debía salir de ese sitio cuanto antes.

A pesar de los intentos por alejarse del espectro, este logró alcanzar su cuello, arañándola, y ocasionándole una enorme herida, casi como si un tigre la hubiera atacado. Sin embargo, esto no impidió que ella continuara acelerando.

—¡Aléjate, maldito! —exclamó Madeleine, mientras quitaba su mano derecha del volante, para sacar un arma de fuego que se encontraba en la guantera del vehículo.

La mujer apuntó a este ser infernal justo en su pútrida boca; pero cuando intentó disparar, el espectro se alejó, retrocediendo en el aire, y ondeando su lúgubre túnica negra.

—¡Sí!, es mejor que te alejes.

Mientras Madeleine mostraba una sonrisa de satisfacción, el auto salía velozmente hacia Forinang, rompiendo la cinta amarilla y colisionando contra un poste de luz. Esto ocasionó que se derrumbara sobre el vehículo, destrozando la sirena del auto y dejando a Madeleine inconsciente.

...

Madeleine comenzaba a recobrar el conocimiento. Veía una figura borrosa que se materializaba frente a ella.

—Ya está reaccionando —dijo una enfermera, mientras cambiaba el vendaje sobre su cuello—. Voy a pedir que le traigan algo de comer. Regreso luego.

—¿Dónde estoy? —preguntó Madeleine, mostrando en su rostro una gran preocupación.

—Estás muerta, hija mía. Has llegado al cielo —dijo una voz cercana.

Madeleine se levantó bruscamente de la cama y volteó en varias direcciones. A su derecha, se encontraba su hermano Charlie Bourne, sentado en un sillón. Le jugaba una broma muy pesada, haciéndole creer que en realidad había muerto. Para las circunstancias, no era muy buena idea.

—¿Eres idiota, Charlie? ¿Qué hago aquí?

—Solo fue una broma hermana. Me da gusto que hayas despertado. Estás en la Clínica Centenaria —dijo Charlie levantándose del sillón.

Madeleine estaba confundida.

—¿Cómo llegué a este lugar?

—Golpeaste tu patrulla contra un poste de luz. Alguien llamó a urgencias y te sacaron del vehículo inconsciente.

—¿Cuánto tiempo llevo aquí?

—A ver... dos días.

—NO ESTOY PARA BROMAS CHARLIE, HABLO ENSERIO.

—No te sulfures, Madeleine. No estás en condición. Estoy diciéndote la verdad. Llevas dos días aquí. Estabas en coma. Pensábamos... que te perderíamos —dijo Charlie con sus ojos húmedos.

—¿Pensábamos? ¿Acaso hay alguien más esperando que despertara?

—Sí, Madeleine...

De pronto, un sujeto llamó a la puerta de la habitación (¡Toc, Toc, Toc!). Tenía un par de sándwich en sus manos.

—¡Adelante! —dijo Charlie.

—¿Qué demonios hace este hombre aquí? —preguntó Madeleine con ira.

—Tranquila, Madeleine. Vengo en son de paz. Solo quiero que te recuperes, eso es todo —respondió su ex esposo Matthew Edwards.

Ambos llevaban separados un par de años, luego de enterarse que Madeleine no podía tener hijos.

—Yo no necesito de ti. Te quiero lejos —dijo Madeleine, mientras las lágrimas comenzaban a correr por sus mejillas.

—¡Ok!, me iré. Me alegra que hayas despertado. Adiós, Charlie. Aquí tienes tu sándwich.

Matthew salió de la habitación mirando levemente al interior, y agachando su cabeza antes de cerrar la puerta.

—¿No crees que fuiste muy grosera? —preguntó su hermano.

—Sé que siempre te cayó bien, pero nuestra historia es distinta. No quiero hablar más de él. Necesito ir a la delegación.

—¡Aún no puedes, Madeleine!

—¡No estoy pidiendo tu opinión!

—Será mejor que le hagas caso —dijo el Comandante de la Policía: Samuel Logan.

Él era un hombre afroamericano, alto, y de cabello ondulado. Pasaba de manera inclemente por el umbral de la puerta, mientras veía fríamente a Madeleine.

—Charlie; déjenos a solas.

—¡Sí, comandante! —respondió Charlie.

En cuanto salió de la habitación, Madeleine se dirigió al Comandante.

—Señor; no sé qué sucedió allá. Ese sitio está...

—¡Basta, Madeleine! ¿Tienes idea de todos los problemas que tengo en este momento?

—¿A qué se refiere?

—Dieciocho oficiales desaparecidos; incluyendo las unidades vehiculares, ¡claro está! La Jefa de Policía en la cama de una clínica, sumergida en un coma. Ah, y lo olvidaba, parte del equipo policial de Conneri. No hay rastro de ellos —expuso el Comandante, mientras caminaba hacia la parte inferior de la cama.

—Yo necesito explicarle, Señor. Ese lugar está maldito.

—Y su incredulidad trajo consecuencias graves.

Se dirigió hacia la ventana de la habitación, colocando sus brazos cruzados en la espalda.

—Madeleine; afuera de la clínica están muchos reporteros esperando sus declaraciones. Los que creen, y los que no. Aparte de eso, las familias de los oficiales, totalmente indignadas y cegadas por el dolor.

—¡Lo siento! Pensé que estaba haciendo lo correcto. Solo trataba de rescatar a esos chicos. Quería evitar que se repitiera la historia.

—Señora Bourne —dijo el comandante Logan mientras se giraba—. ¿Tiene idea de lo que le sucedió a Morgan?

Madeleine agachó su cabeza y respondió:

—Se suicidó.

—¿Sabe por qué lo hizo?

—No tengo idea.

—Eso supuse. Morgan hizo lo mismo que usted; adentrarse en esa carretera, gracias a la confesión de un jovencito, que ahora es uno de los tres nuevos desaparecidos. Pero esa vez pasó algo distinto. Todos los oficiales que lo acompañaron regresaron vivos a Forinang. Sin embargo, se notaba claramente que algo no estaba bien.

—¿Qué?

—Su mirada era distinta. Decían cosas sin sentido. Uno de ellos incendió su casa completamente. Por suerte no había nadie en su interior.

—Jamás supe de ese acontecimiento.

—Hay cosas que es mejor no saber, Madeleine. Hay rastros que se deben borrar.

—¿Son capaces de mentir y ocultar acontecimientos importantes para no manchar el uniforme? Que difícil debe ser mientras la conciencia está sucia.

—Madeleine; ¿sabe dónde está su brigada en este momento?

—¡No!, ¿y usted sí?

—¿Por qué tendría que saberlo? Acabo de decirle cuando entré que todos están desaparecidos.

—Le encanta ocultar cosas. Ya no sé qué es real.

—Lo que sea que esté ocurriendo en ese lugar, es real; y usted lo ignoró, pasando por encima de mis órdenes.

En el rostro de Madeleine se podía observar su extrema molestia. No solo por lo que le acababa de revelar el comandante, sino por el hecho de que ella, sería la única responsable de la desaparición de todo su equipo policial.

—Madeleine; los oficiales de Morgan, están recluidos en un manicomio, alegando que ven monstruos en todos lados —reveló el Comandante Logan viéndola fijamente.

—Esto no puede estar pasando —dijo Madeleine cubriendo su cabeza con angustia.

—Morgan fue enviado a su casa con permisos especiales. Todo lo ocurrido le afectó. Así que se refugió detrás de la bebida, para luego tomar un arma y volarse los sesos.

Madeleine observaba a la pared con la mirada perdida. Estaba sorprendida. El acontecimiento fue similar; pero con una enorme diferencia... solo ella estaba viva.

—¿Dónde está Marcus Cook? —preguntó Logan.

—¿Ya no es sobre mi equipo? ¿Ahora es sobre Cook?

—Responda la pregunta. ¿Dónde está Marcus Cook?

—Usted no sabe lo que vivimos allá adentro. Todo se volvió un infier...

—¿Dónde está Marcus Cook?

—¡ESTÁ MUERTO, MALDITA SEA!

El comandante se volteó nuevamente hacia la ventana.

—Eso supuse. ¿Usted lo mató?

—¿Cómo puede siquiera pensar eso?

—¿Sabe algo?, no voy a permitir que dé sus declaraciones ante la prensa; pero tampoco saldrá de este lugar. Dos policías vigilaran la puerta de la habitación, los pasillos, y la entrada del edificio.

—¿Me mantendrá aquí en contra de mi voluntad?

—El médico dijo que si despertaba no podía irse. Necesita hacerle otros chequeos. Le recomiendo que se quede en cama y disfrute de su estadía. Si le dan de alta, le espera una celda muy fría.

—Yo no hice nada, comandante. Yo no maté a nadie.

—No intencionalmente. Es posible que bajo la influencia de algo. Lamentablemente, toda esa gente allá abajo no piensa lo mismo. Descanse, y cúrese de esa herida en su cuello. Creo que tuvo suerte. Si algo en ese lugar le provocó eso, entonces tiene un santo muy grande que la cuida. Mientras tanto para Forinang... usted continúa en coma.

El comandante se retiró de la habitación, dando una orden a dos policías de no abandonar la puerta.

—Usted puede pasar, alguien debe cuidar de ella. Lo que si le prohíbo, es que diga una sola palabra de lo que está sucediendo —dijo el Comandante a Charlie antes de retirarse.

—No saldrá nada de mi boca señor.

Charlie pasó de nuevo a la habitación, curioso por saber que estaba ocurriendo.

—¿Hermana, qué sucedió? ¿Qué te dijo?

—Que estoy detenida, Charlie.

—¿No puede ser? ¿Por qué?

—Eso no importa ahora. Tengo que salir de este lugar. No puedo quedarme de brazos cruzados.

Madeleine se encontraba sin escapatoria. La prensa, y los familiares de los oficiales desaparecidos, solo tenían hipótesis en su contra. Su carrera se había desplomado; pero eso no la detendría. Ella jamás se rendía por nada, y esta no sería la excepción.

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