LA DESAPARICIÓN DE MELANIE GROFINT

Año 2002; actualidad. El pueblo de Conneri se encontraba revolucionado por la desaparición de la joven: Melanie Clarise Grofint Smith, de 15 años de edad. La última vez que la vieron, se encontraba saliendo de la iglesia del Pueblo.

En todo el lugar colocaron letreros con su foto, esperando que alguien diera con su paradero. Habían pasado cinco días sin saber nada de ella. El Sheriff del pueblo: Arthur Chester, se encontraba en una intensa búsqueda junto a su delegación, sin obtener resultados exitosos (tal vez existían sitios donde no se atrevían a llegar). Su madre: Teresa Smith, se hallaba en el pórtico de su humilde casa, fumando nerviosamente un cigarrillo. Tenía el presentimiento de que algo malo le había pasado a su única y adorada hija. El mayor de los miedos, era que hubiera tomado el camino equivocado para salir de Conneri ella sola, y se encontrara desafortunadamente con esa casa maldita.

Los habitantes de Conneri, salían de su localidad tratando de evitar la carretera que cruzaba con el bosque. Años atrás, fueron colocados algunos letreros de advertencia que suplantaron a los establecidos en 1843. Debido al tiempo, ya se encontraban desgastados.

En 1933, unos trabajadores de un pueblo cercano en pleno crecimiento, hicieron carreteras sobre estas sendas, sin importarles absolutamente nada. Pasaron por alto las advertencias, tomando este tema como un mito, debido a que por mucho tiempo no sucedió nada significativo.

Habían pasado 159 años desde que no ocurrían eventos extraños en Conneri. Sin embargo, la desaparición de Melanie, era indicio de que algo no estaba bien. Ella era una joven muy hacendosa. Estudiaba en el Colegio San Jorge desde los 6 años de edad. Se encontraba en el puesto número 1 dentro de los más destacados del Instituto, y era la estudiante predilecta de la materia que más amaba; "religión". Melanie tenía la idea de convertirse en una mujer religiosa algún día. Siempre deseó seguir los caminos del señor. Sin embargo, sus ideales se vieron afectados, debido a que se enamoró a los trece años de edad de Gerolt Zeelenberg; un joven apuesto de cabellera amarilla, y ojos azules, que había migrado desde muy niño con sus padres, y por circunstancias de la vida se radicó en el pueblo de Conneri.

...

Un domingo en la mañana, Melanie pidió permiso para ir a misa con su mejor amiga: Sara Johnson. Ella era una chica afroamericana, con una frondosa cabellera despeinada, y ojos negros como la noche. Su madre acostumbraba a acompañarla; pero comprendió que su hija era toda una señorita, y estaba en la edad justa, para sentir la necesidad de compartir con amistades contemporáneas a ella, así que decidió dejarla ir.

Melanie se colocó un vestido blanco de seda con encajes que brillaban. Unas zapatillas beige con algunos dibujos azules turquesa, y una cinta blanca para sujetar su cabello. Tomó un bolso de mano, introdujo su teléfono celular, y adicionalmente se llevó su libro preferido. Sara esperaba a Melanie en el pórtico, anhelando que su madre la dejara ir con ella a la iglesia, como ya tenían planeado. Afortunadamente, lo proyectado por estas jóvenes fue certero, y Melanie salió sola de su casa.

Caminaron juntas hasta la iglesia. Como de costumbre, la jovencita se arrodillaba ante el enorme y bello cristo de oro, que por años se mantuvo como el monumento de esta casa de Dios. Pedía siempre por su madre, y por su desaparecido padre: Cristian Grofint (quien un día salió a trabajar, y jamás regresó), para que lo protegiera si estaba vivo, o le diera el descanso eterno, si ya no pertenecía al mundo terrenal.

Luego de orar por un rato, Melanie se dispuso a confesarse antes del inicio de la misa. Se acercó al confesionario en silencio, se arrodilló, y habló en voz baja.

—Padre; he venido a confesarme —dijo Melanie.

Si hija mía, te escucho...

—Siempre he sido una chica muy obediente padre. Buena estudiante. Asisto a misa todos los domingos; pero... me da mucha pena decirlo.

Dilo, hija. En plena confianza para que Dios escuche, y te absuelva de tus pecados.

¡Bueno!, ahí va... Me gusta un chico de mi colegio. Desde hace dos años hemos sido novios en secreto. A veces nos escapamos sin que nadie se entere para vivir nuestro amor. He mantenido esto oculto a mi madre por respeto a ella; pero... le prometí a él, que haríamos el amor al cumplir mis 15 años.

El padre se exaltó con lo que escuchó, y salió rápidamente del confesionario. La tomó de los hombros de manera brusca, y la miró fijamente. Melanie sintió un miedo enorme. Estaba convencida que para el clérigo, su confesión era realmente un pecado mortal; y esto justificaba considerablemente su reacción.

No puedes hacer eso. ¡Me escuchaste!

Pe-pe-ro, yo solo quería.

—¡No quieres nada! Él no te merece, entiéndelo de una vez.

El padre la llevó a un sitio detrás del confesionario donde nadie veía. Él sabía que todos los feligreses estaban sentados esperando el inicio de la misa. Comenzó a oler lentamente el cabello de la joven. A respirar en su cuello, y a acariciarla desde sus hombros, hasta sus manos. Melanie estaba aterrorizada y asqueada. Quería gritar, pero sintió temor, porque pensó que si hacía algo para inculpar al sacerdote, nadie le creería. Con mucha fuerza se zafó, y salió corriendo rápido en busca de su amiga Sara.

Sara; vámonos por favor.

—¿Qué sucede, Melanie? ¿Por qué quieres irte? Estabas muy entusiasmada por venir a misa, y aún no comienza —dijo Sara, extrañada por la conducta de su amiga.

Porque... me siento mal. Me duele un poco la cabeza, es todo.

—¡Melanie, siéntate! La misa solo dura una hora. Relájate, oremos y así se te quita ese dolor de cabeza. ¿Te parece?

A Melanie no le quedó más opción que sentarse y escuchar la misa junto a su amiga, a pesar de que sentía que ya no podía mirar a los ojos a ese padre.

El sacerdote dirigía la misa. Mientras lo hacía, la miraba fijamente en algunos momentos. Ella volteaba la mirada, pero cuando intentaba ver al frente, él sonreía de costado.

La misa culminó, y Melanie tomó la mano de Sara para salir lo más pronto posible de la Iglesia.

¿Qué te pasa, Melanie?, estás actuando como una desquiciada comentó Sara.

Creo que necesito un momento a solas. Voy a ir al "Edén". Quiero leer un libro en paz con la naturaleza.

—¡Como quieras! dijo Sara muy enfadada, alejándose de Melanie en dirección al mercado.

El Edén era un sitio donde muchos enamorados asistían, con el propósito de vivir un rato agradable dentro del bello floral que le regalaba la naturaleza de Conneri. La entrada de este lugar era un camino de 20 metros de largo, adornado por bellas rosas de varios matices. Al final del pasaje, se encontraba un hermoso manantial con una maravillosa cascada, que con la luz del sol irradiaba colores fastuosos. Alrededor del lugar, se hallaban algunos asientos de yeso, donde muchos reposaban para disfrutar del ambiente.

Melanie se dirigía al Edén caminando por el bello pasaje de las rosas, oliendo algunas, e imaginándose tomada de la mano con su gran amor. Veía el gran manantial, mientras respiraba profundamente, y sonreía. Sentía una paz absoluta en ese lugar. El sitio estaba solo. Era normal un día domingo a tempranas horas de la mañana. Así que aprovechó la tranquilidad, para sacar su libro, y sentarse a leer.

Un rato después, Melanie comenzó a inquietarse. Tenía la sensación de que alguien la observaba. Comenzó a voltear nerviosamente en varias direcciones; pero no veía a nadie. Trató de concentrarse nuevamente en su libro. Tal vez era solo su imaginación jugándole una mala pasada. Era normal, debido a que el suceso en la iglesia, aún la mantenía perturbada. Minutos más tarde, escuchó un ruido que provenía de unos arbustos detrás de ella. Se levantó del asiento sin quitarle la vista, y preguntó en voz alta:

—¿Quién anda ahí? ¡Salga!, ya sé que está en los arbustos.

De pronto, salió alguien lentamente. Era el sacerdote de Conneri: Constantine Crousó; quien se escondía para observar a Melanie en silencio.

—Eres muy lista, Melanie. No eres fácil de sorprender.

Al terminar esta frase, el sacerdote comenzó a aplaudir paulatinamente, enalteciendo a Melanie por ser tan audaz. Este era su pensar morboso ante la joven.

—¿Qué hace aquí? ¿Usted me siguió?

—¡No!, nada de eso. Pero tengo que admitir, que es una coincidencia muy placentera.

Melanie se sentía aterrorizada, porque sabía que él la estaba acosando. En ese lugar tan solo por los momentos, estaba vulnerable ante cualquier movimiento del clérigo.

Melanie; ¿por qué no nos sentamos? Vamos a conversar. Creo que empezamos con el pie izquierdo.

Usted y yo no tenemos nada que conversar. Respete su vínculo con Dios. Eso es sagrado.

—Te conozco desde niña, Melanie. Has cambiado mucho. Debo confesar que por ti, olvidaría mis hábitos de consagración dijo mientras desprendía su alzacuello—. Tu eres una mujer Melanie, y no te puedes entregar a ningún hombre, excepto... a mí.

¡Es usted un sádico! ¿Cómo puede ser sacerdote con esos pensamientos, y esa forma de actuar tan impura? dijo Melanie, mientras las lágrimas comenzaban a correr por sus mejillas.

Por un tiempo pensé que te convertirías en una mujer religiosa. En una novicia. ¿Sabías que algunas monjas se acuestan con los sacerdotes?

Es usted un cerdo.

Sin mediar más palabras, Constantine se lanzó sobre ella; pero Melanie lo esquivó, provocando que él cayera bruscamente al suelo. Ella retrocedió asustada sin quitarle la vista de encima, y luego corrió lo más rápido que pudo para salir de ese sitio. Cerca de la cascada, se encontraba un atajo que había descubierto hace un tiempo con su amiga Sara, oculto detrás de un arbusto frondoso. Esta senda daba directo al redondel del pueblo, cercano a la salida de Conneri.

Jamás podrás huir de mí, Melanie. Serás mía, de nadie más. Podrás correr, pero nunca escaparás de tu destino dijo Constantine, mientras se levantaba del suelo, riendo, y con gran seguridad.

Melanie continuó corriendo. Mientras huía sin control, no se percató que su bolso de mano, y el libro, se habían caído. Finalmente llegó a la puerta de su casa. La tocó con fuerza, pero su madre no se encontraba en el interior. Miró en varias direcciones. Quiso pedir ayuda, pero nadie se hallaba cerca. Incluso la central de policía del pueblo estaba lejos. Su última opción fue dirigirse a la casa de su vecina; una dulce señora que vivía justo al frente. De pronto, el sacerdote salió del costado de una casa, y corrió hacia ella. Era el mismo escenario de una bestia emboscando a su presa. Melanie intentó esquivarlo, pero él la tomó de un brazo. Con mucho esfuerzo logró soltarse, y continuó corriendo despavorida, dejando a Constantine atrás.

Comenzó a voltear, y observó como la miraba fijamente mientras huía de él. Melanie no entendía cómo era posible que nadie se hallaba cerca. Sentía que todo el mundo la había dejado desamparada, para que el padre abusara de ella. Pero lo que Melanie ignoraba, era que justo después de la misa, se iba a celebrar una festividad en el mercado, programada por el Intendente de Conneri; y todo el pueblo, incluyendo a su madre, se encontraba en ese lugar, esperando que su hija llegara acompañada de Sara. Lamentablemente eso no pasaría, porque Melanie estaba huyendo del sacerdote, y por el camino equivocado.

Había corrido por un largo rato. Estaba exhausta, y respirando como si el aire se le hubiera agotado. Se detuvo al darse cuenta que no traía una de sus zapatillas. La había perdido en el camino.

Ahora la joven Melanie se hallaba en la vía prohibida. Solo veía lejanamente una especie de bruma. Ni siquiera se apreciaba ese viejo letrero que decía: "Bienvenidos a Conneri". Pero si observaba uno muy deteriorado que exclamaba: "¡PELIGRO, NO PASE!".

La joven no sabía a donde ir; pero tenía miedo de regresar, porque Constantine podía estar esperándola. Se encontraba literalmente entre la espada y la pared.

Melanie tenía noción de haber escuchado sobre el camino prohibido; e incluso, su madre le había dicho un par de veces que jamás se acercara a ese sitio, pero sin ninguna explicación lógica. Sola, confundida, y asustada, continuó caminando en sentido contrario a Conneri. La vía parecía eterna. No había un alma en todo el lugar, y el frío comenzaba a ser un problema. Minutos después, sintió un gruñido detrás de ella. Volteó lentamente, con sus ojos bien abiertos, y su corazón latiendo fuertemente. Era un lobo de pelaje negro como la noche, con sus dientes muy afilados, y de ojos amarillos.

—¡Lindo perrito! No me hagas nada, que yo no te voy a hacer daño —dijo Melanie al animal, con un inmenso miedo.

En ese momento, el lobo comenzó a correr hacia ella, y Melanie huyó despavorida pidiendo auxilio. Marcando camino en las adyacencias del bosque para tratar de perderlo. En su intento por hacerlo, el lobo saltó sobre ella, y con su fuerza, empujó a la joven hacia un tumulto de rocas y tierra, que la llevó a volcarse por un desfiladero. En la caída, extravió la zapatilla que le quedaba. Su cinta de cabello se enredó en una rama de árbol truncada. Su vestido comenzó a romperse, y su cuerpo recibía daños rozando con algunas rocas filosas. Finalmente se detuvo, golpeando su cabeza contra un árbol, y perdiendo por completo el conocimiento.

Melanie quedó al borde de una carretera solitaria, desmayada, y sin nadie que pudiera socorrerla.

Estas eventualidades dan paso al mundo macabro que esconde la mansión Mongómerith. Provocando que la Joven Melanie, se enfrente a sus propios miedos, y a los demonios en su interior.


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