EL DESTINO DE CONNERI (La respuesta del Inframundo)

Hora: 7:01:02 p.m.

El pueblo de Conneri se encontraba devastado. La desaparición del nuevo Sheriff elegido por los habitantes para relevar del mando a Arthur Chester, fue inesperada. Igualmente, de los oficiales que lo acompañaron en su misión de rescate. Finalmente se habían dado cuenta de que no era un acto de cobardía, realmente ese bosque estaba maldito.

La noticia de que solo había quedado viva Madeleine Bourne, no fue divulgada en el pueblo para evitar mayores escándalos. Arthur era el único que lo sabía y estaba en total conocimiento de las revueltas en Forinang.

La viuda de Marcus se encontraba en uno de los sillones de su hogar; sola y tomando una botella de vino, mientras sus dos hijos dormían. Ella lloraba sin parar, porque tenía que mentirles. Les decía que su padre estaba en una misión importante en La Gran Ciudad, y no regresaría en días. Solo pensaba que otra mentira diría a sus hijos, luego de que pasaran meses sin saber de él, o como sería la reacción de ambos si conocieran la verdad.

Teresa Smith aún lloraba la desaparición de su única hija. Se hallaba sentada en la cama de la joven, lamentándose porque jamás volvería a verla. Sus lágrimas caían sobre la fotografía de su último aniversario de vida. Muchos recuerdos llegaban a su memoria. Sentía que estaba desvariando. Veía a Melanie de niña, corriendo por la habitación, y disfrutando de sus juegos en solitario.

La Madre de Sara estaba acostada sobre una alfombra en el corredor de su casa. Lloraba sin consuelo. Tenía entre sus brazos el peluche de felpa favorito de su hija.

Mientras el pueblo se envolvía con las penumbras de la noche, algo sucedió. Se encontraba entrando de manera triunfal Ada Mongómerith; usurpando el cuerpo de la joven Melanie, con su carácter impetuoso de heredera, y ese anhelo de venganza que recorría todo su ser.

Cada pisada hundía el pavimento en llamas, dejando cávales huellas encendidas y espectrales. A lo lejos, se podían apreciar aquellos ojos de color naranja que resplandecían cual fuego de infierno. El olor a brasas y azufre era impresionante. No tardó mucho tiempo para que todo el pueblo sintiera ese profundo hedor, generando una enorme incertidumbre.

Los habitantes comenzaron a salir de sus casas, alarmados por aquel olor tan repulsivo. Arthur, quien se encontraba en el bar tomando unas cervezas, también lo percibió y salió rápidamente con la sensación abrumante de que algo se incendiaba. Conneri no tenía cuerpo de bomberos, si se presentaba una situación de incendio, recurrían a Forinang para pedir este tipo de refuerzos.

Ada se detuvo a un par de metros del redondel para observar los alrededores. Muchos habitantes se aproximaron al sitio. No podían creer lo que estaban percibiendo sus ojos.

—Es ella... Melanie Grofint —dijo una mujer.

Arthur llegó al sitio y comenzó a apartar a la multitud. En cuanto la vio, quedó estupefacto.

Una vecina de los Grofint tomó su teléfono celular y llamó desesperadamente a Teresa; quien estaba tan deprimida y segregada del mundo, que no le importaba si el olor implicaba que el pueblo estaba ardiendo en llamas, o si se trataba de un incendio en el bosque. Había perdido lo único que le daba fuerzas para seguir viviendo. El celular de Teresa se encontraba en una mesa de noche en su alcoba. No pensaba contestar, porque su mente divagaba en una laguna de pensamientos.

Arthur estaba alarmado. Una parte de él, sentía que uno de los casos más agobiantes de Conneri se había resuelto, pero otra parte de su ser, no estaba convencida del todo. Ese vestido largo de antaño solo podía significar una cosa; que ella provenía de la Mansión Mongómerith. Con todas estas dudas, Arthur desenvainó su arma y la apuntó directamente al rostro.

—¿Qué le pasa? ¿Se ha vuelto loco? No puede apuntar a la chica así —dijo uno de los pobladores, acercándose a él.

—¡Claro que puedo! —contestó Arthur—. Melanie Grofint; ¿realmente eres tú?

—¿Por qué me apunta? Debería estar feliz de verme —contestó Ada, observando a Arthur y mostrando una sonrisa perturbadora.

—Sus ojos... ¡atrás! No es Melanie Grofint. ¡Es el diablo! —exclamó Arthur.

—¡Por favor!, no sabes lo que dices...

Ada levantó unos centímetros su vestido, y bajo sus pies, se comenzó a agrietar el piso, emanando un vapor ardiente y mostrando rastros de fuego en cada abertura. Aunado a esto, se podían escuchar los gritos de las almas sufriendo en el infierno. Los habitantes comenzaron a retroceder aterrados. Algunos emprendieron la huida a sus casas. Otros, decidieron llegar a las puertas de la iglesia, suplicando a Dios que los apartara de ese ente maligno. Solo quedó Arthur y algunos escépticos en el lugar.

—Aléjate de nuestro pueblo, te lo advierto —dijo Arthur, retrocediendo unos pasos para evitar el vapor del suelo.

—Arthur... querido Arthur. Tu vida está llena de tormento desde que mataste a tu esposa.

—Fue un accidente. No vas a manipularme. Sé quién eres, he escuchado mucho sobre ti.

—¡Perfecto! No necesito presentación. Debes saber que tú, y todos estos... batracios, serán condenados al fuego eterno.

—Sobre mi cadáver.

Ada comenzó a acercarse a él, mientras Arthur presionaba lentamente el gatillo.

—¡No te acerques, bruja!

—¿Bruja? Estoy muy lejos de ser una bruja, Arthur. Un ser infernal puede ser. Un ente maldito es viable. Una heredera del infierno a punto de consumir todo el pueblo, y a su escoria, definitivamente sí.

Arthur presionó el gatillo y dirigió el disparo justo a la cabeza de Ada; pero su intento fue en vano, porque la bala se desintegró a solo centímetros de su frente.

—¿Terminaste? —preguntó Ada con ironía.

—Supongo que debí habérmelo imaginado —respondió Arthur, viéndola fijamente y bajando el arma.

Al ver esto, los escépticos y demás pobladores que quedaban en el redondel, huyeron lo más rápido que pudieron para refugiarse.

—Ya me cansé de este juego —dijo Ada.

Subió la mirada al cielo y extendió los brazos, mientras sus ojos se llenaban de fuego. El piso comenzó a agrietarse en todo Conneri. Las voces de las almas sufriendo, se escuchaban lúgubremente, provocando que los pobladores se cubrieran los oídos sin importar donde se hallaran.

Enormes manos huesudas y con garras, comenzaron a abrir algunas de las grietas, mostrando su luctuosa forma. Eran seres sombríos de inframundo, a quien el infierno denominaba: Repsotors. Estos demonios guardianes y protectores del averno, salieron del piso como si la tierra los escupiera de alguna manera, abriendo sus fauces cadavéricas y envolviendo a Conneri en fuego.

Los seres humanos no podían ver la forma real de los Repsotors, solo observaban fragmentos de fuego y cenizas sobrevolando el lugar. Sin embargo, las almas del inframundo que alguna vez formaron parte de la humanidad, y por alguna razón fueron condenadas al fuego eterno, si podían ser avistadas. Aparecían en varios lugares del pueblo, calcinadas, y con un aspecto de difunto putrefacto; causando temor y zozobra entre los habitantes.

Teresa despertó de su trance al escuchar los gritos de muchas personas afuera de su casa. Luego, se asomó por el corredor y decidió salir lentamente. Lo único que podía apreciar al final del pasillo, era una fuerte luz titilante de color naranja que iluminaba su oscura estancia. Caminó lentamente, llegó a las escaleras, y bajó con cautela. En cuanto se dirigió a las ventanas, observó el tétrico escenario. De pronto, escuchó un ruido muy fuerte a sus espaldas que provenía de la cocina.

—¿Quién anda ahí? —preguntó Teresa.

La puerta de la alacena se abrió lentamente, provocando un ruido rechinante. Teresa veía petrificada hacia esta, sin despegar la mirada un solo momento. La mano de una niña sosteniendo lo que parecía ser un oso de felpa, se asomó. Luego, una pequeña cabeza con cabello castaño y sin ojos emergió del interior.

—Hola, mamá. Ven a buscarme...

Teresa recordó en fragmentos cortos cuando su hija jugaba a las escondidas con ella, y se ocultaba justo en esa despensa.

—Hija mía —dijo la mujer, con tristeza.

Ella se arrodilló, viendo al espectro saliendo de la alacena, convertido en la viva imagen de Melanie cuando era tan solo una niña. Luego, la casa empezó a incendiarse.

—Prefiero morir que vivir sin ti, hija de mi corazón —expresó Teresa, con sus ojos inundados en lágrimas.

Finalmente la casa se desplomó, y así pereció Teresa Smith, sin lograr ver el cuerpo de su hija entrando a Conneri. Sin darse cuenta que un demonio había usurpado su humanidad para erradicar al pueblo.

Arthur se giró para ver el caos en el que estaba envuelto su pueblo. Mientras observaba con ira, Ada regresaba su mirada hacia él.

—La única salida, es la muerte —dijo Ada, viéndolo de espaldas.

—Has estado por décadas oculta en el bosque sin mostrar tu rostro, y causando daño. Ahora vienes aquí escondiéndote en el cuerpo de una joven inocente. Eres una cobarde, y lo serás hasta el final de los tiempos —expresó Arthur, volteando a verla de nuevo.

Ada se acercó a él muy rápido, lo miró fijamente, y provocó una reacción en Arthur que parecía inevitable. Tomó su arma, la colocó debajo de su mentón, y jaló del gatillo. Arthur cayó al suelo, tal y como pasó con aquellos policías en la entrada del bosque. El Dije tenía poderes tan increíbles, que podía dominar cualquier pensamiento, y sumergirse en la mente de las personas, siguiendo las leyes del inframundo.

Después de este suceso, Ada dirigió firmemente su camino al interior del pueblo, específicamente a la iglesia. Ese era el destino final de su recorrido, donde lograría abrir el portal para finalmente destruirla.

...

Hora: 7:56:12 p.m.

Las unidades de la policía de Forinang, lideradas por el Comandante Samuel Logan, se dirigían al pueblo en compañía del Cuerpo de Bomberos; luego del llamado efectuado por el terrible incendio en Conneri.

Ada se detuvo repentinamente. El Dije le mostró como la policía y los bomberos estaban por adentrarse en el lugar. Ella se volteó, y extendió sus manos hacia la entrada del pueblo. Esto ocasionó un derrumbe alrededor de Conneri, dejándolo suspendido sobre una montaña de tierra, y sus débiles cimientos.

Logan observó aquella separación a lo lejos, y advirtió rápidamente al cuerpo policial.

—Shhhh. ¡Todos deténganse!

—Shhhh. ¿Señor qué sucede?, cambio —consultó uno de los oficiales por la radio vehicular.

—Shhhh. Hay una enorme abertura en la entrada de Conneri. Por favor avisen al cuerpo de Bomberos, cambio —respondió Samuel, muy alterado.

—Shhhh. Cómo ordene señor.

El cuerpo de bomberos y la policía, se detuvieron a solo metros de este enorme hoyo. Gracias a la percepción temprana de Samuel Logan, se pudo evitar un accidente a gran escala; pero tenían un problema grave... no podían hacer nada por Conneri. La única solución, era pedir apoyo aéreo para acciones de rescate.

Madeleine se encontraba en el helicóptero sobrevolando el pueblo de Conneri. De pronto, Logan observó la unidad aérea en el cielo, y su reacción fue de asombro. No había dado ninguna orden de despegue en el helipuerto, y nadie más estaba autorizado para esto.

—Comunícame con Logan —pidió Madeleine a Thomas.

—No hay problema; pero lo que vayas a hacer, que sea rápido, de lo contrario nos veremos afectados.

—Seré breve —respondió Madeleine.

—¡Ok!

—¡Shhhh! Logan; te habla la Jefa de Policía, Madeleine Bourne. ¿Me extrañaste?

—¡Shhhh! ¿Qué demonios crees qué haces, Madeleine? Aterriza ese helicóptero ahora mismo. Sigues infringiendo las leyes, y te aseguro que la pagarás muy caro.

—¡Shhhh! Jamás me verás tras las rejas, Samuel.

—Madeleine, ya fue suficiente. Tenemos que irnos. Toma un paracaídas, no hay tiempo de descender. Supongo que sabes utilizarlo —dijo Sandra.

—¡Por supuesto! Esto si es adrenalina —respondió Madeleine.

Madeleine se colocó el paracaídas y se dispuso a orar antes de aventarse sobre Conneri; pero en ese momento, el helicóptero comenzó a fallar. Las hélices se incendiaban, y Thomas empezó a perder el control. Madeleine observaba como trataban de estabilizarlo. Con gran sentimiento de tristeza, se lanzó rápidamente. De pronto, el aparato estalló detrás de ella, mientras caía a 1.000 pies de altura.

Madeleine veía a su alrededor algunos billetes volando en varias direcciones; pertenecientes a la pequeña fortuna que llevaba Sandra, para esa nueva vida que pretendía disfrutar junto a Thomas. Lamentablemente, ese futuro prometedor fue frustrado por la muerte.

...

Ada llegó finalmente a las gradas de la iglesia. Comenzó a ascender con paso firme, quemando de manera voraz cada peldaño que tocaban sus pies.

Esta casa de Dios era la única que no estaba envuelta en llamas, debido a que ella la necesitaba intacta momentáneamente. Ada mostraba una sonrisa macabra a los pobladores, quienes trataban de encontrar una manera de eludirla.

Las personas que pernoctaban en las puertas de la iglesia, se alejaron rápidamente. Las almas del inframundo comenzaron a asecharlos, y todos empezaron a correr despavoridos. En todo Conneri se podían percibir los gritos de aquellos infortunados pobladores que se cubrían con las llamas, y de los que trataban de huir para salvarse. Sin embargo, sus esfuerzos eran en vano, porque esta vez no había manera de escapar del pueblo.

Ada se paró frente a las enormes puertas de caoba riendo en tono sarcástico. Finalmente había llegado al lugar que sería su última parada en la tierra. Su verdadero objetivo, era el de consumar una ceremonia para unir sus lazos eternamente con El Ángel Caído. Un culto que representaría su paso decisivo al infierno; y ya tenía justo lo que necesitaba... "La Trinidad". Un cuerpo casto y virgen, la casa de Dios para ser utilizada como representación de la ira del mal ante su eterno rival, y El Dije del Inframundo.

Ada colocó sus manos sobre las puertas, causando que estas se encendieran en llamas, destrozándolas trozo por trozo. De esta manera entró lentamente, girando sus globos oculares de lado a lado para contemplar el lugar. El Dije comenzó a brillar de una manera extraña y refulgente, mostrando un color naranja incandescente. De pronto, observó justo al frente, aquel enorme cristo de oro que relumbraba desde la entrada. Lo miraba con rencor, porque para ella, él ya no era su Dios.

Mientras todo esto sucedía, Madeleine se encontraba llegando a Conneri con su paracaídas; tratando de evadir las llamas, y buscando un lugar seguro para aterrizar. Así cayó bruscamente, impactando sobre las gradas de la comisaria. Se levantó lentamente, y empezó a ver con asombro todo el revuelo en el que estaba sumergido Conneri. Las almas en pena sembrando terror, y algunas personas aun corriendo desesperadamente. Luego, se desprendió del paracaídas, y desenfundó su arma para ubicar al responsable de esa tragedia.

Ada caminó hasta el centro de la iglesia sin quitar su mirada de la efigie dorada. Se agachó, y colocó sus manos sobre el piso, generando un imponente temblor que sacudió todo el lugar. Mientras se abría el templo en dos, se generaba un círculo de fuego alrededor de ella. Luego, desde una de las recámaras internas de la iglesia, apareció Constantine Crousó. Portaba una cruz de madera en su mano, y se dirigía hacia Ada recitando una frase: "Apártate de nosotros espectro, demonio impuro e inhabitable de la tierra". Ada se levantó sonriendo levemente, y vio a Constantine justo a los ojos.

—¿Melanie Grofint? No puede ser... Es imposible —dijo Constantine, muy asustado.

—¿Qué es imposible, Constantine? ¿Acaso pensabas que ibas a librarte de todo esto? Eres un malnacido. Una peste que debe ser erradicada.

—¡Apártate de mí! Eres una bruja.

—Jajaja, ¿bruja? ¿Realmente crees en las brujas?

—Creo en Dios, y sé que él te va a llevar al infierno. A donde perteneces.

Ada se acercó a él levitando muy rápido, ocasionando que Constantine cayera de espaldas.

—¡De eso se trata! Voy a convertir este lugar en el portal para ir a mi verdadero hogar. Espero que creas en él, y que se acuerde de ti. Porque seres como tú, arden en el infierno eternamente.

—¡Perdóname Melanie! Por favor, apiádate de mí.

¡SILENCIO! Te diré un secreto, Constantine —dijo Ada con una voz demoníaca y acercándose al oído del sacerdote—. No soy Melanie Grofint. Yo soy... Ada Mongómerith.

Constantine quedó petrificado del miedo. Su rostro se llenó de enormes venas negras que parecían bombear sangre. Eran grotescas; tanto, que parecía ser una especie de parásito respirando dentro de su cara. Ada lo tomó de su túnica, lo levantó, y su mano se impregnó en fuego, encendiendo completamente a Constantine, mientras él gritaba de agonía.

Luego de consumir por completo su cuerpo, arrojó el cadáver calcinado y humeante sobre la mesa de eucaristía. De pronto, una masa negra y viscosa, empezó a recorrer toda la iglesia en su interior, mientras el exterior cambiaba a un tono negro fúnebre.

Madeleine estaba cerca del lugar, y observó como la iglesia comenzaba a cambiar de color.

—¡Ahí estás, maldita! Tú eres la responsable de esto —dijo Madeleine, sujetando su arma con ambas manos y dirigiéndose a la Iglesia.

Ada se enfocaba en iniciar su anhelado ritual, regresando de nuevo al círculo de fuego. Madeleine irrumpió en la iglesia, atravesando las llamas que aún ardían en la entrada. De pronto, se selló inmediatamente detrás de ella, con una pared similar a la de las catacumbas. Madeleine volteó y quedó sorprendida. Observaba con repugnancia esa masa oscura plagada de restos humanos.

—¡Dios santo!

—Bienvenida, Madeleine. Llegaste justo a tiempo para la ceremonia.

Madeleine la apuntó, observando solo su espalda. Ada se encontraba con la mirada fija en el cristo. Era indispensable para iniciar la ceremonia que abriría el portal al inframundo, como una manera de desafiar al todopoderoso.

—¿Cómo sabes mi nombre? —preguntó Madeleine.

—Estuviste a un paso de entrar a mi bosque. Créeme, fue muy divertido acabar con todos tus... ¿lacayos? ¿Lo dije bien?

—¡Mírame a la cara, perra!

—No eres la primera que me dice así —dijo Ada, mientras volteaba lentamente—. La última que lo hizo... ya no está aquí para presenciar lo que puedo lograr con su cuerpo.

—¡Eres Melanie! La joven desaparecida.

—¡Eso quisieras! —dijo Ada, acercándose a ella muy rápido, y abriendo su boca; provocando un terrible estruendo.

Madeleine efectuó un disparo directo a la cabeza de Ada; pero algo sorprendente sucedió en fragmentos de segundos. El tiempo se detuvo por completo. Se podía ver la bala siguiendo su trayectoria, pero sin movimiento alguno. Todo Conneri estaba inmóvil, e incluso, el fuego quedó inerte. Era increíble como el entorno se paralizó de manera tan brusca.

Los ojos de Ada comenzaron a cambiar. El fuego intenso en su interior empezó a extinguirse, y un sutil color pardo se hizo presente. Melanie, había regresado.

Melanie no podía creerlo. Estaba de nuevo en su cuerpo, pero con ese enorme vestido antiguo. Extrañamente solo ella podía moverse. Sin decir una sola palabra, comenzó a caminar en dirección a Madeleine.

Mientras avanzaba, observaba esa horrible pared con los restos humanos. Era una de las imágenes que jamás borraría de su memoria. Ahora, la Iglesia de Conneri pertenecía al Reino Oscuro del Inframundo. Realmente sentía que había llegado tarde.

De la nada, alguien apareció. Comenzó a caminar hacia Melanie, mientras ella contemplaba el entorno. Era un hombre con botas y gabardina negra. Portaba un bastón rojo y negro que lucía un Dije escarlata en el mango, y una cruz invertida de color plateado en la punta.

—¡Llegó el día! —exclamó este hombre, con entusiasmo.

Melanie volteó.

—¿Quién eres?

—Tú sabes quién soy, Melanie.

—Si fuera una adivina, no estaría pasando por todo esto. Lo hubiera evitado antes.

—¡Esa actitud me encanta!

—Supongo que eres... El Ángel Caído.

—No me agrada ese alias; pero... sí, soy yo.

—¿Y qué haces aquí? Esta es la casa de Dios.

Él se acercó a Melanie, y se detuvo justo al frente de ella.

—Ya dejó de serlo. Ada complementó La Trinidad.

—¿La Trinidad?

—Sí, Melanie. Permíteme contarte algo.

—Otro relato...

—En serio, me fascina tu actitud.

—Habla de una vez. ¿Qué es todo esto?

—Siglos atrás, antes de que construyeran este miserable pueblo, se hallaba el hogar de un orfebre.

—Ahora es miserable, gracias a ti.

—No exageres, Melanie. Este pueblo ya estaba hundido en la miseria. Pero pensándolo bien... podría tomarlo como un halago —exclamó, sonriendo irónicamente.

—No desvíes el tema.

—¡Bien, como digas! Él estaba cansado de ser pobre. Así que clamó por mí, y yo me personifiqué para cumplir su anhelo.

—¿Quieres decir qué hizo un pacto contigo?

—¡Algo así! Yo le di lo que él quería; pero a cambio, elaboraría para mí un Dije. Ese que cuelga de tu cuello. Era el último esfuerzo antes de disfrutar de su riqueza. Con mi poder y su conocimiento, se logró el cometido. Mucha sangre y sudor estuvo implicada durante meses. Sus manos quedaron inservibles, pero se hizo inmensamente rico.

—Que buen trato. Le quitaste sus manos a cambio de la riqueza.

—Si lo dices de esa manera, suena algo macabro.

—No podía esperar menos.

Él sonrió levemente y continuó:

—Pero todo esto atrajo un problema. Un ángel escudero bajó del cielo, imponiendo sus reglas ante esta creación. Así arruinó mis planes. Ese Dije tenía el poder de darme acceso al Reino.

—¿Cuáles fueron las reglas?

—Yo no podía tocarlo. Aún no puedo hacerlo si no está en mi territorio. Así que para tenerlo en mis manos propuse un acuerdo, y fue aceptado porque parecía imposible; pero hoy ya no lo es. Por eso utilicé a la muerte para que hiciera estos tratados. Fue mi única opción.

—A ver si entendí... ¿dentro de las reglas está la castidad cómo lo mencionó Ada?

—¡Exacto! El Dije solo podía venir a mí, unificándose en la trinidad: «La Iglesia, El Dije, y La Pureza». Los tres reunidos consumarían la ceremonia, y abrirían el portal al inframundo, para que finalmente el Dije descendiera con la heredera.

—Un momento... quieres decir que...

—Sí, Melanie. Tú eres la verdadera heredera. La Heredera del Inframundo. Ada era la indicada para serlo; pero cometió un error.

—Acostarse con Dorian.

—¡Exacto!

Melanie no salía de su asombro. Ada pensó todo ese tiempo que era la heredera. Trató de engañar a Melanie para lograr escapar; pero sin saberlo, estaba conduciéndola al trono. Era la única capaz de portar el Dije sin sufrir daños. Por ese motivo, Ada logró llegar a Conneri utilizando su cuerpo.

—Ada fue tu víctima.

—Créeme, si no hubiera perdido su virginidad tan joven, nada de esto habría pasado. Así que tuve que esperar más tiempo por mi verdadera heredera.

—Yo no soy tu heredera.

—El Dije que cuelga de tu cuello dice lo contrario.

—¿Si el Dije vuelve a ti, acabarás con el Reino de los Cielos?

—Es posible. Solo tú puedes hacerlo posible. Eres mi camino al trono.

—¿Y qué pasa si no lo hago?

—Ya no tienes opciones. ¡Está hecho!

—Estoy harta de quedarme sin opciones.

—Melanie; ahora tienes un inmenso poder. Más del que puedes imaginar.

Melanie tocó el Dije con su mano izquierda, provocando que brillara intensamente.

—¿Ves?, te pertenece. El inframundo será solo tuyo. Eres su dueña eterna.

—¡Bien! Aceptaré mi destino. Pero tengo una condición...

—¿Cuál?

—Quiero que todo regrese a la normalidad. Que retornen a la vida las personas que murieron a causa de los caprichos de Ada. Sé que Sara es una de ellas.

—Lamentablemente no puedo hacerlo. Las leyes de la muerte no están bajo mi control. Pero si puedo hacer otra cosa por ti. Sé que lo anhelas con el alma.

—¿Qué?

—El sufrimiento de Ada.

—¡Sí!, eso quiero. Que Ada sufra por todo lo que hizo.

—¡Dalo por hecho! Sobre Sara... está en un mejor lugar. Así le dicen, ¿no?

—¿La llevaste al infierno?

—No, no, no, por supuesto que no. No pertenece a mi reino.

—Supongo que eso me tranquiliza. Ella no merecía nada malo. Tal vez yo sí.

—Tú fuiste elegida, Melanie.

—¡Mi madre! Está muerta.

—¡Sí! Ella descendió al infierno. Fue consumida por un incendio dentro de su casa.

—¡Lo sé! Supongo que la podré ver.

—Supones bien. En el inframundo tienes poder. Cuando llegue el momento indicado, conquistaremos juntos el Reino de los Cielos.

—¿Seré tu esposa, o algo así?

—No. Serás como una hija.

—¡Bien...!

—Debo irme. Todo se ha cumplido. Solo entra en aquel círculo de fuego y vendrás a tu reino.

—¡Todavía no! Quiero ver a Ada de nuevo.

—Por supuesto. En cuanto me vaya, todo regresará como estaba antes de que llegaras. Ada saldrá definitivamente de tu cuerpo.

—¿Aún sigue adentro?

—Desde luego. Mientras todo esté en pausa —dijo el Señor de las Tinieblas con una sonrisa de costado.

—¡Vete!, llegó mi momento.

—Por cierto... ¿qué piensas hacer con la mujer policía?

—No lo sé. También es una víctima de todo esto. Pero tuvo la oportunidad de elegir.

—De acuerdo. Es tu decisión...

—Gerolt está vivo, y tiene miedo. Puedo percibirlo.

—¿Ves?, ya dominas el Dije. Él te permitirá observar todo lo que necesites. Con algunas excepciones...

De esta manera, caminó hacia el círculo de fuego y desapareció sin dejar rastro. Lentamente todo comenzó a restablecerse. La bala empezó a avanzar, mientras Melanie se posicionaba justo donde estaba cuando abordó su cuerpo nuevamente.

La bala se desmoronó a solo centímetros de Melanie, y de su cuerpo, salió expulsado el espectro de Ada Mongómerith, con el mismo aspecto que tenía su cadáver; pero más sombrío y lúgubre.

¡NOOOOO! —exclamó Ada, abriendo su boca en una capacidad extrema. Ahora era solo un espíritu maligno, atrapado entre el mundo de los vivos y el infierno.

—Ada; perra maldita. Tu ambición por ser la heredera te llevó a esto.

¿Qué me hiciste?

—Voy a contarte un secreto... Yo soy la Heredera del Inframundo, y me encargaré de que ardas en el infierno.

Yo soy la heredera. Para eso nací, y no me lo vas a arrebatar.

—Ya lo hice.

¡MIENTES!

Ada intentó arrebatarle el Dije, pero sus intentos fueron inútiles. No podía tocarlo, y mucho menos a Melanie. La joven, quien ahora era la Heredera del Inframundo, la observó con una sonrisa de satisfacción. Luego, tomó a Ada por el cuello, elevándola, y viéndola fijamente a los ojos.

—Voy a llevarte a donde perteneces, Ada. Serás mi prisionera en el inframundo.

No por favor. Yo nací para reinar —dijo Ada, tratando de liberarse.

—No, Ada; yo nací para esto. Tú solo fuiste un títere.

Ada observó a Melanie con desprecio, mientras la joven heredera la llevaba directo al círculo de fuego.

—¡Espera! ¿Qué está sucediendo aquí? —preguntó Madeleine, frustrada después de observar todo el escenario.

Melanie la vio desde el círculo de fuego. De pronto, se abrió una enorme grieta en esa pared infernal que sellaba la entrada de la iglesia.

—¡Tú vivirás! Si logras salir del pueblo. Está en tus manos, Madeleine.

El círculo de Fuego se transformó en un portal, generando un torbellino de humo negro y naranja alrededor de Melanie, y el alma impura de Ada Mongómerith. Luego, un fuerte temblor comenzó a derrumbar esta casa de Dios. Así ambas desaparecieron, descendiendo al infierno.

Madeleine salió huyendo por la abertura en la pared. Mientras corría, se topaba con una cantidad colosal de cadáveres calcinados. Luego se detuvo, manteniendo en su rostro una mirada perdida. Sabía que las posibilidades de salir viva del pueblo eran nulas. Así que tomó una decisión. Se sentó en el piso, y se quedó observando como el pueblo seguía derrumbándose a pedazos, gracias a las ardientes llamas.

Gerolt apareció minutos después. Había logrado salir de su auto, y se dispuso a caminar algunos kilómetros para llegar a Conneri. El joven se encontró con las innumerables patrullas, y vehículos de bomberos. Algunos helicópteros solicitados por Logan, llegaban al lugar para tratar de emprender una misión de rescate; pero ya era demasiado tarde. Gerolt se acercó al borde de ese abismo que separaba a su amado pueblo de la vía. No podía creer lo que veían sus ojos.

—¡NOOOOO! —gritó con rabia e impotencia.

Luego se arrodilló, y se derrumbó en un mar de lágrimas. 

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