para eleanor rigby
¿Adónde pertenece la gente sola?
No pertenecen a la multitudes que se aglutinan en fila como gaviotas sorteando el esfuerzo.
No pertenecen a la punta de los rascacielos, ni a los pasos peatonales.
No pertenecen a los arbustos, ni a la ribera de un río en extinción.
No pertenecen al capó del automóvil, ni a las líneas del tren, ni al filo del cuchillo;
aunque a veces, trágicamente, terminen allí.
No pertenecen al peñasco de las palmas azotadas por los rayos,
ni a los corales expuestos tras bajar la marea alta.
No pertenecen a los salones de fiesta, ni a los circos, ni a los carnavales.
No pertenecen con las personas calladas;
aunque usualmente persista esa confusión.
No pertenecen con el charlatán, ni con el genio.
Ni a las cátedras o a las bibliotecas.
No pertenecen al tejado de las casas,
ni a la ronda nocturna de los gatos,
por más que así lo deseen.
No pertenecen al ruido, ni a la música,
aunque aparezcan en tantas canciones.
No pertenecen a aquel ocaso, ni a este, ni al otro, ni a ninguno de los infinitos ocasos en la infinita persecución de la Tierra tras su sombra.
No pertenecen al cielo, ni a las nubes cumulonímbicas.
Ni al escritorio vacío de una oficina cualquiera.
Ni a la habitación ensombrecida donde suelen habitar por error.
No pertenecen a la hermosa cabellera intonsa de las tumbas, ni al interludio de la vida.
Ni a la escalera dorada que conduce al paraíso,
o al agujero en la alcantarilla que lleva al reino de las tinieblas.
No pertenecen contigo,
como dudo de que pertenezcan conmigo.
La gente sola, sola se queda,
mientras pasan las generaciones
y nadie los encuentra.
¿Adónde va la gente sola?
¿De dónde viene la gente sola?
¿Adónde pertenece la gente sola?
Si alguien encuentra la respuesta
envíeme una postal en septiembre.
Estaré donde todos puedan encontrarme,
donde todo el mundo
parece tener compañía.
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