Un extraño sueño

Un extraño sueño

Tenía muchas dudas. Sabía que para alcanzar aquella hipótesis se había basado en argumentos débiles y alguna que otra suposición demasiado conveniente. Pero no podía negar que, después de todo aquella información que Joseph le había proporcionado; el acertijo, símbolos, lo que había descubierto hace unos instantes y todas aquellas dudas que había acumulado durante el primer momento que ambos se encontraron, una gran cantidad de preguntas de repente se respondían solas.

Más allá de estar seguro de que, efectivamente, el hermano de Joseph era el Rey Superior, a demás de ser una completa locura, no sabía cómo eso iba a ayudarle con su misión. En cambio, se sintió aún más desorientado, pues de qué forma podría él solo, un simple joven, rescatar a Joseph de las mismísimas garras del ser más poderoso conocido. ¿Qué podría hacer? Además de decirse una infinidad de veces que todo se volvía cada vez más cuesta arriba. Él no tenía poderes, no contaba con la fuerza de un mestizo ni tampoco tenía forma alguna de adentrarse en la capital. Lo había hecho una vez, pero no por qué así lo deseaba, tampoco tenía buenos recuerdos de su estadía allí. Debía de buscar otra cosa, algo que le proporcionara cierta ventaja y esperanza. ¿Pero qué?

Se alejó de la mesa con libros y pergaminos y observó el techo. Consistía solo una masa negra, oculta, por la ausencia de una mayor fuente de luz, como si buscara algo, quizás, una respuesta. No tardó en comenzar a pensar.

Al entender que no podía hacer absolutamente nada por Joseph en su estatus actual, el cual consistía en: Soledad, perseguido e incapaz de enfrentarse a poderes que ni él comprendía, se preguntó. ¿Entonces qué? Mientras aquel negruzco techo le devolvía la mirada. «Si Joseph quería que encontrase esta información, ¿era consiente de que yo no sería capaz de cambiar nada?». La pregunta era válida, pues Joseph sabía que Evan era una simple persona, como pretendía que lo rescatara de la Gran Capital. Era por demás un disparate, un sinsentido enorme.

«Y si...», las palabras se le vinieron solas, como una explosión tras un chasquido, «Y si no esperaba que fuese yo el que lo rescatara, sino otra persona, alguien que tenga el poder y conocimiento suficiente como para enfrentarse al mismísimo Rey de la capital... Pero... ¿Quién?». Estaba algo claro, no existía ningún ser capaz de lograr tal hazaña, pero y si... y si ese tal Mediasangre tenía tanto poder y causaba tanta preocupación en ambos hermanos, ¿no era esa la persona a la que tenía que recurrir?

Fue tras esta última pregunta, que supo que debía de hacer. Hallar al Mediasangre.

Desde ese punto, vio todo de forma distinta, no necesariamente para mejor, pero sí se sintió enfocado, casi que aliviado en parte. Sabía que Joseph conocía el paradero del Mediasangre, pero también supo que las posibilidades de encontrar la ubicación del mismo era casi imposible. Por lo menos, toda la información que podía encontrar en aquel sótano, tenía un año de que no se actualizaba. ¿Cómo era posible que el Mediasangre permaneciera tanto tiempo en un solo lugar? Desde ya, no tuvo esperanza de encontrar su escondite. Sin embargo, ¿era esto motivo suficiente para rendirse? Sospechaba que el Mediasangre debía de estar ocultó hace más de un año, mucho más, ¿Qué certeza tenía de que estuviera todavía con vida? Todo daba la impresión de que aquel hombre gozaba de cierto poder, de tal manera, que ni el mismísimo Rey Superior había logrado acabar con él.

Teniendo en cuenta esto, se convenció de que el Mediasangre aún estaba con vida, oculto por alguna parte, tenía que estarlo, en él recaía sus últimas esperanzas. Antes de ponerse a buscar aquella ubicación que no creía encontrar, dudó de que las exigencias de Joseph fuesen, en efecto, esas mismas. Puesto que no tenía ninguna certeza de que, sea lo que sea que estaba haciendo, formaba parte de la ultima voluntad del anciano. Sin embargo, Evan, cansado de tanta incertidumbre, dolor, muerte e injusticia, se decidió a proseguir como él quisiera. Había tomado la decisión de dejar todo de lado, pues ya tenía un objetivo en la mira, debía de rescatar a Joseph y para ello, debía de hallar al famoso Mediasangre y convencerlo de que lo ayudase. No sabía cómo iba a lograrlo, pero no era la primera vez que se tenía que arreglar por su cuenta, no, para nada, era la primera y, sabía con completa seguridad, de que tampoco sería la última. Se dijo a sí mismo que iba a hallar a aquel Anubis por sus propios medios, a su buena forma, solo buscaría por lo que le quedaba del sótano algún indicio, algo que guiará sus pies a un buen camino.

Apartó la mirada del oscuro techo y tomó los pedazos de pergaminos que le habían aportado algún tipo de información, solo para tenerlos a mano por si algo surgía en su mente. Mientras los recogía, reparó en los últimos dos papeles sobre la mesa. Aún no le había dado un vistazo, eran rectangulares y se diferenciaban en gran medida de los amplios pergaminos, poseían una textura más lisa y una superficie algo frágil, sin embargo, en ellos no yacían escritas palabras, sino símbolos. No eran más que pequeñas líneas diagonales, horizontales y verticales que se cruzaban de diversas formas, cada símbolo tenía su particularidad, algunos se repetían y otros solo aparecían una sola vez en ambas hojas. Estas últimas estaban escritas por adelante y atrás, abarcando todo el espacio disponible, no había ni un pequeño segmento sin aquellos símbolos, estaban disperso uno al lado del otro, en prolijas filas hasta el final. Evan lo estudió con detenimiento, intentando encontrarle algún sentido o comparación con los símbolos hallados en Wakmar, pero no importó cuánto se esforzó, aquellos símbolos eran un enigma.

Algo le decía que aquellas hojas escondían algo valioso, pero de que forma podría el sustraer lo que sea que brindaban. Por otra parte, la luz se filtraba con intensidad por la abertura que daba a la superficie, sabía que restaba muy poco tiempo. Fue entonces, mientras observaba perplejo las estanterías repletas de libros, que un ataque de desesperación lo invadió, comenzó a sacar libros de la estantería a toda velocidad, leía la tapa, el autor, el título y lo descartaba. Eran, la mayoría, libros de ciencias y filosofía, algunos que otro, trataba sobre ficción, cuya dedicatoria al final era la misma que había leído en los libros sobre la mesa. Apenas tardó cinco minutos en descartar todos los libros de la primera columna, que era al menos diez, aunque la última era un poco más pequeña y tenía menos libros. Así continuó, con el mismo procedimiento y la misma suerte, lo único que cambiaba tras cada nuevo libro arrojado al suelo, era la desesperanza de hallar algo útil, que oprimía su corazón vacilante. Tras unos rápidos e insignificantes minutos, Evan había arrojado al suelo la mitad de los libros de los estantes, y, para su gran desasosiego, no había hallado ninguna información relevante. Continuó, pues, con el resto, sabía que no obtendría resultados, cada tanto se topaba con algún libro que le llamaba la atención, pero no tardaba en arrojarlo de nuevo a la pila de descarte. Al finalizar de revisar todos los libros de la estantería, cayó en la cuenta que se tendría que ir de allí sin nada. Había descubierto muchas cosas, pero ni siquiera estaba del todo seguro si todo aquello era verdad.

Sabía que debía irse, sabía que no tenía tiempo y sabía que eso podría significar la muerte si es que no hacía nada al respecto, pero algo lo detuvo. Pues no era tonto y sabía que si se iba de allí, si ningún tipo de información sobre el paradero del Mediasangre, le sería imposible encontrarlo. Si el mismísimo Rey, poderoso y con todo los recursos del reino, no sabía dónde estaba, como él podría hallarlo. No, debía de encontrarlo, debía de haber algo entre todo aquella papelería que le indicara alguna información, algún curso que trazar.

Se sentía acelerado, el tiempo corría con prisa y peligro, tomó todos los papeles que antes había acomodado, los leyó una y otra vez, en especial aquel pergamino que hablaba del Mediasangre, mientras lo leía, se percató de una sutileza o, más bien, de varias.

Primero, en el pergamino Joseph le indicaba a su hermano, que lo arrojaría al fuego luego de escribirlo, pero si eso era cierto, ¿por qué lo tenía ahora en sus manos? Y, además, ¿por qué era tan importante que lo arrojara al fuego? Lo que sí era claro, aunque no estaba del todo seguro, era que Joseph no podía hablar o contar a nadie todo lo relacionado con su pasado o, al menos, a su hermano, sus poderes y, quizás, también con el Mediasangre. Entendía también, por la importancia de arrojar al fuego el pergamino y por no haber encontrado ningún otro con información relevante, que tampoco tenía permitido escribir sobre dichos temas. ¿Por qué?, era la pregunta más lógica, sin embargo, Evan no se concentró mucho en ella, pues sabía que no encontraría la respuesta y, además, no estaba seguro de que aquella respuesta le dijera algo sobre el escondite que estaba buscando.

Si Joseph tenía prohibido hablar de su hermano, si debía de arrojar aquel texto al fuego, y todo aquello era tan oculto e importante, ¿por qué él lo tenía entre sus manos ahora? Fue entonces que se decidió en leerlo una vez más y otra y otra más, como si el tiempo dejara de avanzar, algo de por sí falso.

Se concentró en un pequeño fragmento, capaz, no tenía relevancia y era solo su desesperación lo que lo incitaba a hallar explicaciones o excusas, pero lo releyó en voz alta de todas formas:

-"Planeo arrojar este pergamino al fuego y de esta forma, olvidarme de no solo esta pregunta que te formulo, sino también de muchas otras cosas que me hacen vulnerable". -Al parecer, Joseph podía desprenderse de sus recuerdos, o al menos eso creyó Evan al terminar de leer, pero ¿de qué forma? Sabía que era un poder que jamás comprendería, pero ¿Cómo lo lograba? ¿Arrojando el pergamino al fuego? ¿Así de sencillo?

Observó el fuego que ardía en el hogar, cauto y brillante, sabía que era especial, sabía... ¿Y si era ese fuego el que usaba Joseph para borrar sus memorias? Aún no entendía por qué debía de hacerlo, aunque, teniendo en cuenta que su hermano podía leer su mente, capaz era la única alternativa para ocultarle información, como, por ejemplo, la ubicación del Mediasangre. Pero... ¿Por qué Joseph le ocultaría información?, según se dejaba apreciar del pergamino, la relación Entre Joseph y su hermano no era la mejor, pero parecía más que eso, había mucha tensión entre ellos y el Mediasangre. Evan, dando un salto indebido y especulando de más, pensó que aquel hombre debía estar en el medio de ellos dos y, estos últimos, luchando desenfrenadamente por él, como si el Mediasangre tuviese alguna potestad sobre ellos.

Sin embargo, no tenía forma de afirmar tal idea, por lo que la dejó ahí, apartada del resto, aunque no muy lejos, para poder aferrarla ante un nuevo hallazgo, por más minúsculo que fuese.

Hasta ahora, Evan no había encontrado la ubicación del Mediasangre, si había notado la tensa relación entre Joseph y el Rey Superior y, también, había descubierto el aparente poder que poseía Joseph para olvidar por completo sus experiencias pasadas, sin embargo, esto no lo ayudaba. Intentó repasar todo, todo en cuanto se refería a Joseph. Sabía que era un viejo sabio e inteligente, no podía hablar a lengua suelta de varios temas importantes, pero de seguro se las había arreglado para soltar indicios durante todo el tiempo que lo conocía. No obstante, Evan no recordaba ninguno, aunque, a decir verdad, quien iba a pensar que Joseph estaba emparentado con el mismísimo Rey Superior.

Luego de meditar y dejar que toda la desesperación, que se había apaciguado dentro suyo en los últimos minutos, ardiera con mayor fuerza. Vio la chimenea, el fuego ardía en tonos naranjas y rojos, el calor le era reconfortante y el sonido de las cenizas chisporroteando dentro del hogar lo tranquilizaban, aunque no demasiado. Fue en ese momento que recordó las hojas con símbolos sobre la mesa y, también, el poder de Joseph, aquel con el que podía olvidar. Tomó las hojas y se acercó de nuevo al fuego.

-Si Joseph olvidaba arrojando los pergaminos a este fuego extraño, tal vez esto haga algo parecido... -dijo y las arrojó, pasaron unos segundos y, mientras tanto, pudo ver el papel consumiéndose con elegancia hasta volverse ceniza y fuego-. Nada, fue una estupidez... Ya no sé qué estoy haciendo... -dijo y exhaló con esfuerzo, intentando despojase de la pesadumbre que a ratos volvía a él, agarrotándole los músculos y la voluntad.

Estaba abatido, consiente que ya era la hora de partir, no sabía cuánto tiempo le quedaba, pero estaba seguro de que no le era suficiente, sin embargo, cuando dio un paso hacia la salida. Oyó un pequeño crujido proveniente de la chimenea, voltear fue lo último que pudo hacer, pues el fuego cauto del hogar, un segundo después, envolvió todo el sótano, incluyendo a Evan, el cual cayó inconsciente al suelo, sin embargo, el fuego que lo había envuelto, se apagó, incluyendo la fogata que ardían con extrañeza en el hogar.

*

Al principio, lo que Evan vio mientras permanecía inconsciente en el suelo, fue una absoluta obscuridad, no más que un lienzo negro sin nada que resaltara. Estaba aturdido, no entendía si estaba soñando o era otra cosa, lo único que recordaba era que había visto un gran fogonazo proveniente de la chimenea y nada más. Por completo ignoraba dónde se encontraba, tampoco podía explicar que era eso que le pasaba, pues era como tener los ojos cerrados, pero sin estar en ningún sitio. No obstante, poco a poco, una imagen se fue formando y él pudo apreciarla. Veía como si estuviese desde un lugar alto, como si sus ojos estuviesen flotando en alguna nube. Luego de unos segundos desenfocados, pudo distinguir una gran ciudad en el suelo, estaba muy alto, pero aun así lograba atisbar a la población que andaba por los caminos. La ciudad contaban con altos edificios, caminos atestados, de casas bien construidas, de rocas y buena madera. Todas las edificaciones eran prolijas, los caminos eran estrechos, pero lisos y de adoquines. En el extremo suroeste pasaba un acaudalado canal el cual abastecía a toda la ciudad de agua, vio a muchas personas trabajando, pero no se veía infelicidad en sus rostros y, además, todos eran adultos, los niños que llegaba a ver solo se divertían, disfrutando de su niñez. En su mayoría, la población era de simples campesinos, sin embargo, una fortaleza se ubicaba en el centro de la ciudad, era alta y rodeadas de gruesos muros, de ella salían y entraban soldados y algún que otro privilegiado de uniforme negro. Si bien caminaban siempre por un camino principal, ancho y que desembocaba en el final del pueblo, el cual solo era transitado por ellos. No obstante a esta sutileza, en la ciudad reina cierta paz.

Se sintió extraño, como si estuviese viendo una pintura conocida, algo le resultaba familiar. De repente, la imagen se modificó, el sol se encontraba pronto al ocaso, los privilegiados y soldados aparentaban haber abandonado la ciudad, solo quedaban los campesinos. Pero no solo esto le llamó la atención, pues ahora, la imagen que alcanzaba a ver, era diferente, pues la ciudad era la misma, pero ahora un muro circular la rodeaba por completo. Este muro, fuerte y blanco, solo era eso, un muro, no tenía forma de atravesarlo, no había puertas ni ventanas, solo era una pared que separaba lo de adentro con lo de afuera. Luego de percatarse de esto, se sintió desconcertado y aún más, cuando vislumbró la pequeña llama que ardía en el centro de la fortaleza, no entendía como podía verla, pero lo hacía. Un miedo repentino se apoderó de sus ideas y pudo ver cómo el resto de los campesinos se preocupaban también, golpeaban el novedoso muro con terror y veían la llamarada como lo que, presuntamente, era. Una amenaza.

Evan, aunque no estaba seguro porque, sabía lo que estaba a punto de pasar, pero no tuvo la desdicha de verlo, pues cuando la llama cenicienta comenzó a expandirse con furia y poder, todo se volvió blanco y, un instante después, negro.

Luego de esto, otra imagen surgió. Era un cuarto, pequeño y muy humilde, la noche había llegado y las tres entidades allí presente, la enfrentaban con una fogata y dos antorchas, reflejando aquel brillo anaranjado por todas partes, mezclándose entre las sombras. Sin embargo, más allá de aquella pacífica brillantes, lo que ocurría en el cuarto no podía ser de lo más contrario.

Un hombre herido, acostado en el suelo, sangraba sin parar. La herida era a la altura del pecho y observaba, con sus prendas de cuero manchas de sangre, a dos jóvenes junto a él. Uno de ellos, de largos cabellos blancos y piel pálida y juvenil, se encontraba arrodillado a su lado, sosteniendo un paño teñido de rojo en la herida del hombre, se veía tristeza en su rostro. En cuanto al otro, de mismos cabellos y mismo rostro, de idénticas facetas, estaba parado a unos pocos pasos, observaba todo con odio y aturdimiento, el puñal en su mano aún goteaba la sangre de quien había herido.

Todo aquello era una escena extraña, el hombre arrojó unas últimas palabras, pero lo que observaba Evan era solo eso, imágenes sin sonidos. El joven arrodillado dijo algo y observó con brusquedad al que estaba de pie, este solo soltó el cuchillo y le respondió sin muchas palabras. Hubo un momento de confrontación, un momento en que los ojos de los jóvenes brillaron con intensidad, de un rojo voraz y un gris gélido.

El hombre ya se había ido cuando alguien llamó a la puerta, pero Evan, desde la posición en la que estaba, no pudo ver dónde estaba aquella puerta, o al menos no lo supo hasta que esta se abrió. Pues la puerta estaba ubicada justo en dónde estaría ubicado él, cuando la persona entro al cuarto, Evan no pudo verlo, pero sí logró apreciar la sombra que se dibujó en el suelo, a los pies de ambos jóvenes. Estuvo un tiempo allí, observando lo sucedido y, antes de que Evan pudiese ver alguna reacción por parte del recién llegado, todo se desvaneció.

Luego de aquella extraña visión, pudo ver una última cosa. Algo que se dibujó frente a él una vez más, era como un camino entre el bosque, el suelo estaba cubierto de nieve, pero los robles y pinos eran cada vez más irregulares y la vegetación menos tupida. La imagen mostraba no solo el camino, sino también lo que había más adelante, a lo lejos se apreciaba una extensa cordillera, alta y de picos blancos. Luego, como de un parpadeo, la imagen se modificó y ahora estaba en otro bosque o selva, no sabía cómo definirlo, la mayoría de los árboles eran sauces, sus ramas delgadas caigan, sin embargo, no era esto lo llamativo, sino el color, pues las hojas eran plateadas y relucían como el metal tras un haz del sol. Todo el bosque parecía brillar, reluciendo en tonos grises. Pasado este instante, otra imagen apareció, estaba en el mismo bosque, pero ahora un gran árbol apreciaba, tenía ramas delgadas arqueándose hacia el suelo, pero también otras firmes, al igual que un joven roble. Detrás de él, tomaba lugar un sendero, algo angosto y casi irreconocible, pero era un sendero que se perdía entre el follaje del bosque. Cuando la imagen cambio de nuevo, pudo ver un minúsculo claro, que desembocaba en alguna pared de la gigantesca cordillera, que permanecía rodeado por la plateada vegetación, sin embargo, en la pared de piedra de la montaña, tomaba lugar una cueva, era una abertura algo grande, tapaba parcialmente por las innumerables ramas de los sauces.

Esta imagen fue la última que se le presentó a Evan, luego no hubo más que una densa negrura por algún tiempo, pero él ya no la veía, ya no estaba allí, estaba de nuevo en el sótano, con los ojos cerrados, aún inconsciente. O al menos así lo estaba, hasta que el sonar de innumerables cascos golpeando el suelo del páramo arriba de su cabeza lo despertaran.

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