Sombras y desconfianzas

Sombras y desconfianzas

La noche había llegado plácida, sin vientos, sin fríos, sin luna. Solo un clima templado residía en el tranquilo ambiente. No más que un ligero silbido y los rebuscados sonidos de los animales silvestres, que se oían a las afueras de los carromatos.

Estos últimos eran tres, no se detendrían, en ellos iban suficientes personas para que los jinetes rotasen constantemente sin detenerse. Ya iban dos días en constante avance. Abandonaron el suelo rocoso y pálido de Oram por las dunas arenosas y suelos de arenisca del territorio sur del gran continente.

Se dirigían a Eclessia, los consejeros de Oram les habían indicado la mejor ruta por la cual continuar. No estaban seguros de que misión debían de cumplir allí, pero les aconsejaron que tengan cuidado, siquiera dieron una explicación porque o de que, pero Huxios y Nox lograron ver más en aquellas palabras que en cualquier otra superstición infundada.

En aquel momento, restaba un solo día para llegar a su destino o, al menos, al principio de él. En el primer carromato iban diez personas. Sirdul, Huxios, Nox, los tres jóvenes privilegiados, Elián, dos personas que relevarían al décimo integrante, que no era otro que el jinete que se encontraba dirigiendo a los caballos.

Los carromatos eran lo suficientemente espacioso para evitar la incomodidad. Poseía asientos alrededor de la estructura y una baja mesa en el centro, además de varios compartimentos y cofres. Las lámparas de aceite iluminaban cada centímetro y el aroma de estas se mezclaba con aquel polvillo de la madera y el pasar del tiempo, dando como resultado un aroma extraño, como a vainilla quemada.

Al frente, estaban los dos ancianos, uno en cada esquina, continuando así con su enfado mutuo. En el centro iba Minos, recostado, tapado con una manta hasta el cuello. Desde que había manifestado los ojos de sangre en la batalla contra Fedexiz, no había dicho más que pocas palabras y se la pasaba dormitando sobre aquella mesa, con su cuerpo débil y su piel pálida. Al parecer, había gastado más energía de la que podía soportar. Elián iba a su lado, remojando su frente con un trapo húmedo y atendiendo sus cuidados, la preocupación de aquella joven era evidente.

A un lado iban los dos relevos, que dormían y se reponían para tomar el turno. del otro, Gia y Elijah permanecían alertas. Alertas del exterior, alertas de Minos y su enfermo cuerpo. Alertas del mestizo al final del carromato, que no cerraba un solo ojo hace dos días.

—¿No dormirá? —le susurró por lo bajo Gia a Elijah, más asombrada que preocupada.

—Sí, en algún momento. Solo que ese momento no creo que llegue pronto —le respondió el joven.

Iban con chalecos y ropas abrigadas, el clima cerca de la costa, al anochecer, se presentaba frío y húmedo, sin embargo, Sirdul continuaba recio a abandonar su uniforme negro.

—De nada sirve que esté cansado… —se quejó Gia.

—Te recuerdo que puede escucharnos —dijo Elijah e hizo una pequeña mueca, casi burlona. Luego miro a Sirdul, que les devolvía la mirada con cierto recelo, pero no había enojo ni nada parecido. Hace mucho tiempo habían dejado de ser enemigos, solo restaba aquella última muralla que romper, la de la amistad.

—Estoy bien, no necesito dormir —le respondió conciso Sirdul. Estaba sentado en suelo, con la espalda apoyada en la pared y su espada reposando sobre su regazo, como si no la quisiera perder de vista ni un segundo.

—Yo creo que sí —le reprimió Gia.

—Tú crees, pero no lo sabes con certeza.

—Creo que la lógica apoya su hipótesis —agregó Elijah, de los tres, era el más relajado, cómo divirtiéndose al ver a dos niños enfrascados en una rabieta tonta.

Hubo un silencio, corto y tranquilo, que Sirdul rompió de la manera más cordial que pudo.

—¿Qué le pasa a tu hermano?

Gia estuvo por responderle de mala forma, pero se detuvo un segundo y observó al mestizo. Por suerte se había dado cuenta, no estaba siendo hostil, sino lo más amable que podía.

—No lo sé, jamás ha estado de esta forma.

—Bueno… —agregó Elijah—. Jamás había hecho estallar todo un palacio. Supongo que las novedades van juntas.

—No fue la primera vez que manifiesta ese poder —observó Sirdul y ambos jóvenes lo miraron asombrados, pero dejaron que continuara—. En el primer combate contra Fedexiz, manifestó esos ojos para cauterizar su herida y despertarme de la inconsciencia. Me dijo que ganara tempo, no sé para qué. Pero por suerte no hizo falta.

—No lo sabíamos —dijo Gia casi apenada.

—¿No? Creí que se lo había dicho.

—Él no suele hacer estas cosas. Esto no es normal.

—Nada lo es —le espetó Elián de repente, estaba dormitando junto a Minos, pero las voces de los jóvenes la habían despertado—. Minos tiene miedo.

—¿Miedo? —habló Elijah escrutando el rostro de la joven como un padre, como intentando encontrar una verdad oculta, o un secreto—. ¿De qué?

—No lo sé, pero creo estar segura. Ni a mí me dijo lo de los ojos, ni de las marcas en su brazo hasta que no las vi por mí misma. ¿Ustedes la habían visto?

—No —admitió Elijah—. Sé que salió malherido al igual que yo, pero no sabía nada de eso. ¿Tú las viste, Gia?

—Sí, pero estaba muy agotada en aquel momento y solo di un corto vistazo, no creí que fueran tan graves.

—¿Dices que cauterizo todo su brazo él solo? —le preguntó Elián a Sirdul, importándole muy poco aquella aura imponente que irradia el mestizo.

—Sí, era eso o morir desangrado. A decir verdad, puede que haya intentado salvar mi vida también —dijo Sirdul de repente y miró el techo, como si el hecho lo avergonzara.

—Pero Fedexiz no te mataría, después de todo, estaba interesado en ti.

—Sí —admitió el mestizo y apoyó la cabeza en la pared detrás de su espalda—. Pero él no sabía eso.

—¿Miedo? —los cortó de golpe Elijah—. Creo que hay más, quizás es pánico. Te salvó la vida a ti, pero se recompuso fácil de ese evento, lo que ocurre ahora es algo distinto. Él sabe que es el más poderoso de nosotros, Evan se lo ha dicho antes de partir.

De repente Sirdul le intrigó saber que le había dicho aquel joven, el único inferior que se había animado ha enfrentado. No una, sino varias veces y, además, le había salvado la vida, Evan a él y él a Evan.

—¿Qué le dijo?

—¿Por qué quieres saber? —le espetó Gia con cierto rencor guardado—. ¿Acaso quieres burlarte de él?

Sirdul por fin comprendió por qué le costaba abrirse tanto con ellos. Eran ellos los que estaban cerrados con él. Elijah lo respetaban, se habían enfrentado y combatido juntos a Malleus. Minos era egocéntrico y poderoso, simplemente rivalizaban, eso era todo. Pero Gia era diferente, ella no llegaba a aceptarlo todavía. Y por fin entendía por qué.

—No. Solo quiero entender.

—Tendrás que preguntárselo a él cuando lo veamos de nuevo.

—No hay tiempo para eso.

—No me importa —Gia comenzaba a enfadarse.

—Gia —la llamó Sirdul por su nombre, por un momento se dio cuenta de que era la primera vez que lo hacía—. Ya no soy su enemigo. Solo quiero saber. No tengo nada contra Evan.

Gia guardó silencio, sintiendo un nudo aflojándose en su interior.

—Sirdul —lo llamó Elijah con calma—. Será mejor que se lo digas a él cuando lo tengas de frente. Solo para que lo sepa, él de seguro ya te ha aceptado.

Sirdul no dijo nada, solo asintió. Le costaba creer que un inferior tuviese tanta relevancia. Pero, recordando los acontecimientos, todo había empezado por él. Algo tenía de especial, de eso no había duda.

—“Ser el más poderoso es como una espada muy pesada, tendrás que cargar con ella y saberla usar. Utilízala para proteger a los demás” —dijo Gia unos segundos más tarde entre el traqueteo constante del avanzar del carromato.

—Es lo que Evan le dijo antes de separarnos —agregó Elijah.

—¿Y cómo se lo tomó? —preguntó Sirdul, no porque le importase mucho, pero sí sentía curiosidad.

—Pues bien, creo yo. Quizás no lo conoces a Minos, no habla mucho de cómo se siente —respondió Elijah.

—Quizás cree que no es lo suficiente poderoso —acotó Elián.

—Venció a Fedexiz, si eso no es poder. No sé lo que sería.

—No estaba solo —comentó Sirdul.

—Lo sabemos, pero al final fue una batalla de uno contra uno… —decía Gia, pero Sirdul la interrumpió.

—No, no estaba solo. Me refiero que al principio de la pelea perdía hasta que yo aparecí para detener el ataque de Fedexiz y luego, al final de la batalla, Fedexiz logró romper su escudo, lo que lo habría matado seguramente si no fuese por esos ojos de sangre que manifestó después.

»Quizás teme no poder hacerles frente a sus rivales sin ese poder, quizás ese poder sea más de lo que se ve a simple vista. Quien sabe que otra puerta se ha abierto junto a esos ojos. Fedexiz nos dijo que le prestemos atención, procuremos hacerle caso. ¿Les parece?

Los tres lo miraron, acababa de mostrar verdadera preocupación por Minos, verdadera humanidad. Poco a poco el joven mestizo iba abandonando aquella firme actitud de soldado y se volvía un poco más accesible, un poco más como ellos.

Luego de estas palabras, todos asintieron y se hundieron en un silencio plácido, mientras el carromato seguía su curso y la noche engullía cada rincón sin iluminar.

*

Un susurro se oyó de fondo, algo golpeando en la arena. Habían pasado ya varias horas y la noche era profunda, el jinete que iba a la cabeza de la caravana agitaba las riendas de los cuatro caballos despacio y con paciencia. La oscuridad era tal, que aquel hombre, delgado, de ropas negras y abrigadas y un cabello rapado; no lograba ver más allá que la cabeza del último animal. Por eso hacía un rato largo que había aminorado la marcha al igual que los dos carromatos que iban detrás de él. Iban despacio, ya faltaba poco para que toda aquella oscuridad se despidiese y, en su retirada solo dejase en evidencia aquella ciudad tan enigmática hacia donde se dirigían.

Se encantaban en el Mar de Arena, o más bien es los confines de sus fronteras. Faltaba poco para llegar a Eclessia y estaba seguro de que en unas horas deberían de parar, puesto que Huxios y los demás querrían pensar una estrategia acorde para poder ingresar a la ciudad sin entrar en conflicto con los residentes, si es que tal cosa era posible. O al menos eso pensó el hombre, mientras observaba aburrido las tenues sombras de los caballos al trote que su pequeña lámpara de aceite generaba.

Así paso varios minutos, una soledad compartida. Él y los caballos, los caballos y sus sombras, sus sombras y su lámpara, él y su noche. Sin embargo, en aquella quietud novedosa, se oyó un susurro, como un aplauso ensordecido y amortiguado.

Decidió ignoraron, por supuesto, quizás no era más que el avanzar de los caballos que iban detrás. Siguió allí, pensando todo lo que había vivido y en su hija que todavía era prisionera en aquella cárcel de ciudad.

Otro aplauso, dos de hecho.

El hombre se alarmó, de repente, su compañera la noche se tornaba brusca. Tomó la lámpara de aceite y la acercó lo más que pudo a los caballos, lo que no fue mucho y vio como las sombras se dispersaban, nada más.

Otro aplauso, dos de nuevo.

Dio un pequeño sobresalto y se puso de pie. Observó hacia todos lados. No más que aquella densa oscuridad, interrumpida solo por las lámparas de aceite de los carromatos. Apenas si pudo vislumbrar el jinete que iba detrás de él, parecía tan tranquilo, como si supiera que aquellos aplausos no eran más que un ruido más generado por aquella gran carreta o como si no los hubiese escuchado.

Se acomodó de nuevo en su asiento y se dijo que la noche le estaba jugando una mala pasada. Volvió a la quietud y se dejó acariciar por las sombras una vez más.

Un crujido, fuerte. A su espalda. Volteó aterrado.

—¡Ah, mierda! —gritó tapándose el rostro.

—Yo soy tu relevo, hombre —le dijo Sirdul, que llevaba todavía su uniforme y parecía no estar para nada cansado.

—¿Ya? —preguntó más calmado, como si intentara que el mestizo se olvidara de la escena embarazosa que acaba de contemplar—. Pasó muy rápido, bueno. Suerte. Iré a dormir un rato.

El hombre le tendió las riendas al mestizo y subió al techo del carromato, buscando la escotilla entre tanta penumbra. Sin embargo, Sirdul lo detuvo un segundo antes de que bajara.

—¿Cuál es tu nombre, hombre? —su voz era cínica, pero un deje de cordialidad había en ella.

—Luck —contesto algo vacilante.

—Descansa, Luck —dijo Sirdul y volteó colocando la mirada al frente. El hombre asintió seguro y bajó las escaleras.

Luck tenía razón, había pasado muy rápido su turno. La realidad fue que Sirdul lo relevó antes de tiempo. No por buena voluntad o por aburrimiento, no, para nada esa era la razón. Él también había oído los aplausos.

Se encontraba escrutando la noche. Sus ojos lograban ver más allá que los ojos comunes de Luck. No obstante, la noche era altamente profunda, apenas si podía atisbar una masa extraña y una silueta parecidas a las dunas más alejadas, un horizonte deformado se perdía al final de la noche. Sí bien estaba ahí para ver de dónde provenían aquellos aplausos, no solo era este motivo.

¿Por qué dos aplausos eran tan importantes? Pues la razón era la siguiente, Sirdul había oído muchos más. Sus oídos de mestizo lograban escuchar cosas imposibles para el oído ordinario. Había escuchado el primer aplauso mucho antes que el hombre y a partir de ahí no se habían detenido. Eran como una seguidilla de pasos golpeando contra el suelo arenisco del desierto. Sirdul sabía que algo no iba bien. No quería despertar a los demás, todavía no tenía verdaderas razones para creer que se encontraban bajo una amenaza.

Siguió escrutando la noche. Oyó otra vez aquella seguidilla de pasos, esta vez más cerca. La noche parecía más oscura a cada minuto, los caballos seguían su camino con más lentitud, algo los preocupaba, incluso la propia lámpara aparentaba iluminar cada vez menos.

Vio una silueta aflorar entre las dunas del lado izquierdo. No la reconoció, no sabía si realmente la había visto. Otro aplauso, otra silueta del lado derecho. ¿Qué esto?

Oyó la seguidilla de pasos, más fuerte, más rítmica. Más cerca.

De repente supo que algo iba mal, que debía de despertar a todos. Sin embargo, cuando dio media vuelta para despertar a los demás, algo lo golpeó. No fue un golpe fuerte, pero sí veloz e imperceptible, ni siquiera él pudo anticiparlo de alguna manera.

Tras el golpe, se vio impulsado del carromato, muy lejos de hecho. Tanto, que fue absorbido por la oscuridad y mientras se deslizaba por las dunas que flanqueaba el camino, vio pasar los tres carromatos frente a él. Iba a gritar, pero algo lo tomó del tobillo y lo arrastró hasta la base de la duna.

Los pasos se intensificaron a tal punto que fue ensordecedor, luego el sonido desapareció en el aire, como las sombras al caer la noche.

Se puso de pie, sus ojos apenas lograban ver unos cuantos pasos a su alrededor, la noche sin luna, que tanto le había servido como aliada en más de una misión, ahora formaba parte del enemigo. Alzo su espada y se puso en guardia. No grito ni dijo nada, se concentró en todos sus sentidos, pudo distinguir la arena bajo sus pies. Hacía frío y el viento apenas formaban ráfagas recurrentes. Un aroma salado lo embargaba todo, pero había algo más. Un matiz diferente, como a animal.

Se puso en guardia y observó a su alrededor con más detalle. Un segundo después logró ver algo, eran dos puntos que brillaban, pero muy tenue, casi no se despreciaban de la oscuridad de la noche. Poco a poco empezó a verlos mejor, era ojos, rojos y grandes. Estaban a por lo menos diez metros de él.

Pensó arremeter con furia hacia aquellos ojos, sin embargo, otros se le sumaron. Eran decenas de pares, todos a su alrededor, Sirdul dio un paso atrás y su pie se encontró con la duna. No había escapatoria, estaba encerrado. Encerrado y rodeado de un millar de ojos rojos. No discernió vida ni ninguna intensión en los ojos grandes que tenía a diez metros, solo cruzaron miradas. Sirdul no vaciló y se mantuvo firme, demostrando toda la gallardía que poseía. En cambio, aquellos ojos eran soberbios, como consciente que, con una sola señal, podría acabar con él.

—¿Quién eres? —formuló Sirdul, pero había algo más en aquellos ojos—. ¿Qué eres? —reformuló, a cada segundo más seguro que allí se libraría una batalla imposible de ganar.

Tras su pregunta hubo un instante del mayor de los silencios, siquiera el viento se animó a emitir sonido. Luego, desde aquellos ojos, se oyó una respiración rápida y breve, al igual que una media risa.

—¿De qué te ríes? —Sirdul pensó, si avanzó deprisa, podré acabar con él y quizás los demás no se animarán a atacarme. Sean lo que sean.

Dicho esto, se preparó, no obstante, aquellos ojos se retiraron y, un segundo después, lo hizo también el millar de ojos que lo rodeaba, acompañado por aquella seguidilla de pasos que tan amortiguada se escuchaba.

Exhaló con profundidad y recordó la caravana. Sin perder un segundo más, comenzó a correr hacia el camino.

¿Qué fue eso? ¿Qué eran? ¿Por qué olían como animales? ¿Lo eran? ¿Y si lo eran, por qué no atacaron? ¿Una amenaza? ¿Por qué un animal haría eso? Todo esto pensó Sirdul mientras corría por el camino. Le tomó varios minutos, mucho más de los que esperaba, para cuando las alcanzó, el sol ya nacía con tibieza por el este y aquella oscuridad tan desagradable se marchaba, junto con su tranquilidad.

Vio que los carromatos permanecían detenidos. No vio a nadie más, se temió lo peor.

Al llegar, vio que estaba todos al frente, hablando y preocupados. Oyó su nombre varias veces antes de alcanzar la cabeza. Algunas palabras eran de preocupación, otras, de alivio y más de una mencionaban la palabra traidor junto a su nombre. No supo que le molestó más.

Sin embargo, tras dejarse ver, todos voltearon hacia él.

—¡Sirdul! —gritó Gia exasperada—. ¿Dónde estabas?

—Calma, Gia. Ya nos contará —le respondió Nox, que caminó hasta el joven y lo miró a los ojos.

—¿Qué ocurrió, joven? —le preguntó, no había duda en su voz. Solo una legítima preocupación, como un hombre de pueblo que se preocupa por los suyos. Oír aquellas palabras lo hicieron sentir mejor, no supo bien por qué.

—Debemos de llegar a Eclessia lo antes posible, el camino… —hizo una pausa, se había percatado que estaba hablando demasiado rápido, como desesperado. Él no era así ¿Qué le pasaba?—. El camino es peligroso.

—Pues bueno —habló Huxios sentado en un pequeño cofre, con su bastón descansado en su regazo, como si no le importase nada más que su comodidad—. Solo espero que no hayas ido a jugar con el enemigo, como la última vez…

—¿Qué insinúas? —preguntó Sirdul confundido.

—¿Dónde has estado? —Huxios lo miraba con brusquedad.

—Algo me derribó del carromato, no pude verlo.

—Claro, siempre lo ves todo. Pero se da la casualidad que esta vez no lo viste.

—Huxios, alto. No desconfiemos tan pronto, de seguro tiene una explicación —lo cortó Nox.

—Mira Nox, ya sé que debemos de confiar. Pero me niego a arriesgar mi vida porque al chico le gusta jugar solo y hacer lo que se le antoja.

—No fue así —objetó Sirdul ya sin paciencia—. Algo me derribó, me rodearon unas criaturas extrañas. Por un momento creí que me atacarían.

—¿Criaturas? Vamos, Sirdul, invéntate algo mejor. ¿Por qué no te atacaron entonces?

—Eso estoy intentando averiguar.

—Solo espero que no nos hayas traicionado —dijo Huxios, con un humor pesado y la desconfianza a flor de piel.

—Espera lo que quieras, anciano —Sirdul no soportó más—. Sé bien lo que vi.

—¿Criaturas? —le pregunto Elijah, que se había acercado al verlo llegar.

—Sí, o eso creo. Lo que vi fueron ojos, decenas de ellos rodeándome, pude percibir un olor a animal.

—Con que viste ojos —dijo Huxios—. ¿Lo oyeron? ¡El muchacho Sirdul ha visto ojos! —hizo una pausa—. Perdóname chico, pero no puedo creerte. No desde que te has dejado manipular por Capherin la primera vez que entramos a Oram. Siempre desapareces entonces momentos. ¡Vaya casualidad!

Con que era eso, se percató Sirdul. Huxios todavía seguía molesto por lo mal que había salido el plan de atravesar Oram. Quizás le atribuía la culpa a él. Era por ello que ahora estaba tan enojado y desconfiaba.

—¡Basta, Huxios! —anunció Nox, enfadado—. Ese chico no miente. Dice la verdad y debemos de hacerle caso. Hay que seguir, el camino es peligroso.

—Ajam —le respondió Huxios que jamás se tiraba para atrás ante nadie—. No me tienes que convencer a mí, sino a ellos —dijo señalando hacia el resto de la caravana—. Son ellos los que desconfían y tienen mucha razón en hacerlo.

Nox se quedó en silencio, hacía mucho tiempo que cada vez soportaba menos al viejo magno, pero ¿poner toda la caravana en contra de Sirdul? ¿Todo por qué desconfiaba de él? Le parecía excesivo, ¿O no? Después de todo Huxios era irritable, pero sumamente inteligente y muy pocas veces se equivocaba. ¿Será esta una de esas veces o no? Nox comenzaba a dudar.

—Continuemos —se limitó a responder y pronto los caballos empezaron a trotar.

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