Paz
Paz
Las brisas del golfo acariciaban con gran afán las costas de Wakmar, tanto así que el clima parecía apaciguar las aguas, dejándole el protagonismo al cielo despejado del gran día.
Pues era un gran día, ya que tres meses habían pasado desde aquella desdichada guerra y parecía que aun restaba tiempo para que toda esa paz se disolviera.
El clima en la isla era acorde y tranquilizante. Los ahora trabajadores, ya no más esclavos, vivían felices mientras colaboraban con todo lo que podían, sin perder el ocio y el descanso. Mientras tanto, los mestizos Magnos, recios a abandonar la isla, decidieron poblar los edificios grises que rodeaban los caminos largos y tristes del este. La mayoría de las veces, se la pasaban bebiendo una fina cerveza que ellos mismos preparaban, por lo que gran parte del tiempo permanecían ebrios y de un humor alegre e inestable. De igual forma, evitaban molestar a los nuevos residentes de la isla, aunque más de uno no dudaba en hostigar o insultar a toda persona que se le cruzaba. Era por ello que las personas evitaban aquellos caminos, sin embargo, no siempre lo lograban.
—¿Y esa sonrisa?
—¿Cuál sonrisa?
—Esa, ves, lo has hecho de nuevo…
—Ah… no lo sé —dijo Evan.
—¿No lo sabes? Raro de ti —objeto Gia.
Ambos jóvenes se encontraba lejos de la costa, pues los largos muelles se distanciaban metros y metros de ella. En especial aquel en dónde los jóvenes permanecían, pues era viejo y olvidado, pero en él se podría apreciar con plenitud el gran golfo que se dibujaba ante ellos.
—No lo negaré —respondió Evan cerrando los ojos y disfrutando las frescas brisas.
El joven permanecía recostado sobre las maderas del muelle, de tal forma que su cuerpo estaba posicionado paralelamente a la cornisa. Sin embargo, no todo su cuerpo sufría la incomodidad de las maderas, ya que su cabeza descansaba sin cuidado sobre el cómodo regazo de Gia. Esta, sin preocuparse, yacía sentada con las botas flotando sobre el sin cesar de la marea, con la mirada perdida en el horizonte.
—¿Por qué sonríes? —insistió la joven.
—Ya te he dicho, no lo sé. Solo… estoy tranquilo.
—No creo que sea suficiente respuesta.
—Hoy si que te has despertado curiosa.
—No sabía que te gustaban los secretos —soltó mientras le dirigía una lenta mirada.
—No tengo secretos… —dudó—. ¿Sabes cuándo fue la última vez que estuve tranquilo?
—Pues no, aunque podría arriesgar.
—Me gustaría que lo hicieses —respondió abriendo los ojos que hasta ahora se encontraban cerrados.
—No es difícil, pues la última vez que has estado tranquilo realmente fue hoy —dijo y le ofreció una mirada, pero esta era pesada y con un deje de tristeza.
—Vaya, lo negaría, pero creo que ya es tarde para eso.
Gia no respondió, solo se concentro en verlo y no decir nada. Aun no entendía como Evan había vivido tanto con su misma edad:
—Evan… —dijo, pero se detuvo.
—Dime —la ánimo poniéndose nervioso de golpe—. ¿Qué ocurre?
—Yo… yo… —Y antes de cometer un desliz, se arrepintió—. Yo… no entiendo cómo puedes estar tan tranquilo, puede que nos ataquen en cualquier momento.
Evan sonrió por la situación, pero no dijo nada al respecto, solo se limitó a responder:
—Claro, es por ello que estoy tranquilo.
—No te entiendo.
—Pues, mira: En el último mes, han avistado tres barcos pequeños, dos de ellos eran Superiores y el otro… no lo aseguraría, pero tal vez eran Magnos. Lo que me hace pensar que nos vigilan, pero ninguno atacará. ¿Por qué no lo harán? Pues la respuesta la puedes encontrar en ese extraño acuerdo de la Guerra Magna, si algunas de las partes rompiese dicho acuerdo se desataría un gran conflicto, ninguno de los dos reinos quiere poner un solo pie en Wakmar por miedo a que la guerra se desate una vez más.
—Ya pareces Joseph… —Fue lo único que dijo Gia antes de reír—. Al menos estamos… tranquilos.
Evan no respondió, solo permaneció descansando sobre el regazo de la joven.
—Evan… —dijo esta última.
—¿Sí…? —respondió entreabriendo los ojos.
—Yo… bueno, pasó algo y creo… —decía Gia antes de que una voz fuerte y alegre la interviniera.
—Jóvenes, lamento interrumpirlos —dijo Drake—. Pero Joseph los llama, se veía algo turbado, no sé que puede ser. Yo no tardaría mucho más en ir.
—No hay problema, Drake. Iremos —dijo y se puso de pie—. Luego seguiremos, por qué bueno… con Joseph nunca se sabe.
—Sí… —Se limitó a decir Gia con desgano.
Mientras caminaban sin cuidado por las callejuelas del lado este de la isla, lejos del disturbio de los Magnos, oían a algunas personas hablar y reír entre ellos. El ambiente, trascurrido este último tiempo, cambió, como si todo mal se extinguiera de un día para el otro, un día largo y funesto.
—Llegamos —dijo Evan una vez dentro de la confortable cabaña al estilo Superior en dónde Joseph vivía.
Al entrar, observaron al anciano vestido con un largo tapado gris, sentado en un cómodo sillón aterciopelado.
La sala era amplia y contaba con varios asientos repartidos alrededor de algunas velas sobre una baja mesa, al lado del largo sofá, yacía una chimenea grande y encendida, como un faro en plena noche.
—Oh, jóvenes, me alegra verlos… —Hizo una pausa para nada espontanea—. Juntos…
—¿Junto…? No, no, Joseph —dijo Evan sin comprender del todo.
—Joseph, creo que no hay tiempo para esas cosas —exclamó Gia de un humor diferente. Joseph se percató al instante que algo había pasado, pero no quiso preguntar, le gustaba que las historias sigan su curso por cuenta propia.
—Entiendo —se limitó a decir—. Aun falta llegar los tan espléndido jóvenes, Elijah y Minos y no nos olvidemos de los demás, por supuesto. Así que, si disculpan mi preámbulo, esperaremos hasta que lleguen, espero no estén apresurados —concluyó dirigiendo una mirada extraña a ambos jóvenes que Evan no entendió y Gia aparentó no percatarse.
—Entiendo que tengamos que esperar —habló la joven una vez sentada—. Pero… por qué él ha llegado primero —dijo apuntado hacia un sitio alejado de la espaciosa sala, en dónde la luz de las velas y las ventanas no alcanzaban del todo.
—Por que, joven inteligente, él estaba ya aquí antes de que los mandase a llamar a ustedes.
—¿Algún problema… tú? —respondió desde su sitio Sirdul, vestido con un atuendo negro sucio, como su antiguo uniforme y una poblada barba muy desalineada.
—Eso dependerá de ti. —Y ambos se vieron las caras con un deje de rencor.
—Bueno, esperaremos —cortó Evan—. Si Sirdul decidió quedarse en la isla y ayudar en lo que pueda, entonces lo hará, dudo que quiera problemas, ¿no, Sirdul?
—Si es que decide salir más seguido de su faro —agregó Gia.
Este no respondió, solo siguió de pie en aquella esquina alejada, como intentando separarse lo mayor posible de ellos.
—Jóvenes, extraños jóvenes —anunció Joseph sacando su pipa y comenzando a fumar—. Me alegra que se estén llevando bien.
—Es una rara forma de verlo —respondió Evan.
—No creo que sea cierto esa afirmación —contradijo Sirdul—. Yo nunca me llevaría bien con personas como ellos.
—Al menos no soy un llorón como tú.
—Veo que tienes una boca muy grande, te recomiendo cerrarla, no creo que quieras lastimarte —amenazó Sirdul lo más sutil que pudo.
—Calma, jóvenes, calma —dijo riendo Joseph—. Ustedes, no son más que dos caras de una misma moneda, pero me temo que esas dos caras están muy separadas por un grueso grosor de memorias y perjurios. Quien diga que dos personas se aman por dar sus vidas por el otro, no sabe lo equivocado que está y ustedes, par de enemigos, son la clara evidencia de ello. Por ahora.
Los dos jóvenes no hablaron, solo apartaron las miradas y se sumergieron en un profundo silencio.
—Me gustaría saber un poco del motivo por el cual nos llamaste, Joseph —mencionó Gia.
—¿Acaso un anciano no puede llamar a sus queridos amigos para cenar juntos después de tanto tiempo?
Gia tan solo lo observó, como quien logra mirar a través de lo oculto.
—Entiendo, entiendo, me resulta imposible engañar a tan suspicaz joven, con Aurelio es más sencillo.
—¿Yo que?
—Oh, nada, nada —dijo sonriendo a la vez que le guiñaba un ojo a Gia, esta rio por lo bajo—. Pero sin hacerlos esperar más, les diré que… —Y se interrumpió, pues escuchó como alguien se acercaba a la puerta.
—Hola, perdonen la demora —saludó Elijah con su vos grave y vestido de un abrigo de piel largo y gris—. Al menos no he sido el último.
—Ni el primero —aseguró Joseph—. Sin embargo, esta reunión jamás podría empezar sin ti, querido Elijah, fiel defensor de lo que es suyo y de lo demás.
Elijah, ofreciendo una pequeña reverencia, se acercó sin cuidado hasta la chimenea que ardía al lado de Joseph y allí se quedó, deshaciéndose del clima helado que soplaba en el exterior.
—Noto que no dejan de llegar los invitados.
—Sí… —dijo un joven tras abrir con brusquedad la puerta de la cabaña—. Pero hay quienes no han sido invitados y de igual forma están presentes por lo que veo, Joseph. ¿O no es así, Sirdul? —concluyó Minos.
—Ya decía yo que abundaban los insectos en esta isla —se defendió el mestizo.
—Veo que te quejas mucho, ¿Por qué no zarpas hacia otro sitio? O lo mejor quieres volverte a esconder en tu faro. Las dos opciones son igual de buenas para todos.
—Claro, como si supieras que es lo que quieren los demás, solo sabes lo que quieres tú.
—No entiendo, ¿Eres enemigo, amigo, o simplemente un imbécil?
—Minos, basta —dijo una voz chillona perteneciente a Elián, desde atrás de él—. No lo provoques, ya sabes lo que pasó la última vez.
—¿Qué pasó la última vez? —le susurró Evan a Elijah.
—Minos hizo enojar a Sirdul y bueno… Sirdul no tuvo mejor idea que partirle el bastón en cuatro partes.
Evan reprimió una risa:
—Era eso, o… mejor no pensemos que lo que pudo haber pasado —concluyó Evan y ambos rieron.
—Te escucho, Evan, no me hagas enojar —soltó Minos irritado mientras avanzaba el corto tramo de la cabaña con la ayuda de un bastón marrón y elegante.
A causa de la última batalla en Wakmar y las diferentes lesiones que el joven había sufrido en ella, no tuvo otra opción más que comenzar a usar un bastón para moverse. Al inicio le pareció una muy mala idea, pero tras el primer mes y el apoyo incondicional de Elián y los demás, se terminó de acostumbrar, con la pequeña consecuencia que aquel cambio lo había vuelto más malhumorado e impaciente.
—Odio este asqueroso bastón —exclamó una vez dejarse caer sobre el cómodo sofá en dónde Joseph se encontraban—. Tuve que caminar una media hora. ¡Media hora! Estoy exhausto.
—Me alegra verlos felices, jóvenes y contrariamente, me apena verte con aquel bastón, Minos, pero aquella lesión tuya no es otra cosa más que el claro recordatorio de tu importantísimo papel en la gran batalla.
—Lastima que ahora doy pena.
—No digas eso, Minos o no te ayudaré más —dijo Elián levantando el tono.
—¿Te sigue doliendo? —le pregunto Gia.
Minos, consiente que a ella no podía engañar, apartó la mirada y respondió:
—A veces… —dijo con una voz ronca y rápida.
Elijah se acercó a él y le posó una mano en el hombro.
—Fuerza, Minos. Huxios y Francis han dicho que tal vez sea temporal.
—No es eso lo que me preocupa —concluyó rápidamente Minos.
Nadie pareció entender, salvó Joseph y Sirdul, que alzó la mirada en su dirección, como si aquellas palabras las hubiese escuchado antes.
—Bueno, tan solo faltan algunas personas, Silver y Nox pronto volverán de pesca y Francis y Drake deben de estar por venir.
—Joseph —lo interrumpió de repente Sirdul con amabilidad.
—Dime, joven.
—Iré a fuera, no me esperen. —Y cruzó el umbral.
—Mejor que se haya ido —aseguró Minos tras el apagado golpeteo de la puerta.
—Joven triste y misterioso es aquel que se acaba de ir. Minos, te pido, y no como un favor, sino como un amigo que quiere hacer feliz a otro, que intentes evitar hacerlo enojar.
—Joseph…
—Por favor, joven, él no es como tú, no grita y se enfurece, no sabe expresar lo que siente sin realizar una acción. Como aquella que quebró tu bastón en varias partes —dicho esto los demás ahogaron una risa—. O, como ahora, que ante tanta incomodidad y tristeza, decidió retirarse, como un animal que se oculta en su refugio al detectar algo que no conoce. No te pido que seas su amigo, pues la amistad no vine del querer, sino del sentir, pero por favor, tenle paciencia, pues después de todo, yo lo he aceptado e invitado a estar aquí, como una vez te he aceptado a ti y a los demás.
Minos tardó largos segundos en responder, pero, luego de exhalar y deshacerse de su cotidiano enfado, dijo:
—Como digas, Joseph.
Luego el silencio se instaló por algunos segundos más en la habitación, sin embargo, la puerta volvió abrirse y tras ella aparecieron Drake y Francis. Iban vestidos con chalecos de altamar y pantalones gruesos y sucios, como buenos trabajadores que eran.
—Ya les he avisado a todos, Temeré y Pau han tenido un día largo hoy y decidieron no asistir.
—¿Qué hay de esa anciana? La líder que ha sido nuestra mayor ayuda en esta isla antes de que la invadiéramos —preguntó Evan.
—Me alegra que preguntes, Aurelio —respondió Joseph por Drake—. Sigue enferma, la guerra termino de agotar su tan maltratado cuerpo, pero una mujer fuerte es sin duda. A penas finalizó la guerra, me he ocupado de encontrarla y ayudarla en lo que pudiera y al hacerlo, he tenido una muy grata charla con ella. He sentido su inteligencia y dedicación y me conmoví al observa el mal estado de su salud, pero, como si ella misma se quitara importancia, intentaba ayudar y aconsejar a todo quien cruzara frente a ella. Una líder sin duda y espero que no nos abandone pronto, pues un fuerte pilar perdería este mausoleo.
Todos asintieron, en honor a la anciana.
—¿Cuál es su nombre, Joseph? —preguntó Elijah.
—Oh, su nombre, su nombre lo conozco, pero no lo diré. Pues los nombres se olvidan y hacen sombra sobre los hechos. No, no lo diré, Elijah y no me tomes a mal, pues quisiera que el nombre de ella no sea ningún otro más que el nombre que lleva sus ejemplares acciones, es por ello que se le conocerá como La Líder de los Demás a partir de ahora.
Todos asintieron y estuvieron de acuerdo con el anciano.
—Ahora sí, sin más interrupciones, comencemos con esta pequeña, pero fundamental reunión…
—Vaya, veo que llegue tarde, todo por culpa de ese patán —soltó Huxios bajo el umbral mientras permanecía de pie con su bajo bastón y su posición jorobada.
Ahora iba vestido de una forma diferente, ya que había abandonado sus pantalones holgados y sus harapos viejos, por unos finos pantalones grises y un suéter marrón por de bajo de un abrigo negro. Este atuendo lo hacía parecer más sano y menos famélico.
—Pero, yo te he avisado y te negaste —se quejo Drake.
—Sí, pero cambié de idea, ¡Patán! Tuve que caminar solo durante veintiséis minutos para llegar hasta aquí, veintiséis minutos ¿Sabes que pude partirme el cráneo contra el suelo de piedra de esta maldita ciudad? Magnos, ellos y su estúpida arquitectura.
—Veo que alguien no se levantó de un buen humor hoy, eh —se burló Minos.
—Oh, el joven irritable, mira quién lo dice. El chiquillo que no sabe más que gritar y quejarse por todo.
—Viejo duende.
—¿Duende? Veo que has leído algún que otra historia, parece que has estado largo tiempo en cama ¿No es verdad? Lindo bastón, por cierto. He notado que me has robado mi estilo —dijo con una sonrisa escasa de dientes mientras sus diminutos ojos oscuros se clavan en su rostro.
—Basta, por favor, Huxios. Ven, siéntate aquí —lo apuro Drake.
—Por supuesto que me sentaré, o acaso quieres que este de pie más tiempo. Si tan solo tuviera fuerzas te golpearía con este bastón.
—Vamos, Huxios, cálmate —habló Evan tras cansarse de tanto griterío.
—Una situación cómica fue esta —habló Joseph mientras su pipa largaba contrastes voluntad de humo—. Pero, una vez todos aquí, comenzaré con la importante charla si es que no les molesta.
Todos accedieron con gusto.
—Se lo agradezco, no es fácil lo que diré y es por ello que me hubiese gustado que todos estuvieran aquí presente. Pero ser pretencioso no es más que una falta ante tan honrado pueblo, por lo que lo diré sin tapujos y sin preámbulos.
—Joseph, por favor —se quejó Minos.
—Oh, Minos, siempre tan apurado a toda cuestión. Pido disculpas, pues no es sencillo lo que aqueja mis ideas en estos últimos tiempos, culpo a la edad y a la gran energía empleada en aquel día tan cargado de sensaciones fuertes y diversas y…
—¿Qué ocurre, Joseph? —lo interrumpió una muy extrañada Gia—. Tu cuentas las malas noticias de una forma muy directa ¿Qué ocurre? No es típico de ti… comienzo a pensar que algo muy malo está ocurriendo.
—Malo, bueno, son dos sectores difusos en estos tiempos, pues Sirdul es un ejemplo o, yéndonos un poco más lejos, ustedes o incluso Huxios aquí presente.
—Ten cuidad, Joseph. No estoy de humor… Ahg. ¡Veintiséis minutos, mantenme! —Se volvió a quejar.
—Joseph… suéltalo, vamos —lo apuró Evan.
—Discúlpenme, es que… no puedo.
Todos se sorprendieron, pues el actuar de Joseph estaba siendo extraño, nunca habían escuchado tales palabras dichas por él.
—¿No puedes? ¿A qué te refieres? —pregunto consternado Elijah, que estaba a su lado.
—Me temo que tampoco puedo decirlo, jóvenes. Solo diré lo que en realidad tuve que haber dicho desde el inicio de esta reunión y es que… —Se detuvo una vez más.
—Vamos, Joseph. Provocaras que explote —soltó Minos.
Y, en aquel segundo, todo pareció cambiar. Pues la temperatura descendió varios grados y la luz dentro de la gran sala comenzó a volverse tenue y mortecina, como el último has de luz que regala el ocaso antes de fallecer.
—Jóvenes, señoritas y señores —dijo Joseph en un tono grave y sonante—. La isla está siendo vigilada, y pronto toda esta paz podría cambiar. Es por ello que yo, como el verdadero responsable de muchas cosas, me siento con la obligación de realizar algo al respecto. Es por ello, amigos, que por más que me duela, tendré que irme de Wakmar y viajar a la Gran Capital.
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