El Camino del Caer: Final

El Camino del Caer: Final


Klóoun y Evan estaban detrás de una de las paredes desprendidas de la caravana, sabían que eran duras como el acero y confiaban que los ataques de Fyodor no la atravesarían.

—¡Vamos, vamos! Salgan, ¿Acaso no querían matarme? —anunció este último. Si bien el rostro de Fyodor no mostraba más que un claro desprecio, su voz seguía con aquel tono animado, aunque más serio y grave que antes.

Evan, sosteniendo a Ostio con fuerza y escuchando cada paso que el privilegiado daba al otro lado, miró a Klóoun.

—Depende de la distancia, debemos acortarla. Puede mover el metal, pero una vez que le proporciona velocidad a sus proyectiles no puede cambiar de dirección. Si nos separamos, tendrá que dirigir las monedas a dos lados a la vez, con esto ganaremos tiempo.

Klóoun, sorprendido por la rapidez de aquel análisis, asintió y sostuvo en alto sus armas, sin embargo, una alarma se encendió en su mente, que no tardó en despachar.

—Esa espada tuya, quizás no sea la mejor opción.

Evan tardó un segundo en comprender.

—¿Lo dices por el metal?

—Mi espada es de obsidiana, la llevó guardando para este momento, pero tu espada, quizás sea un juguete más para Fyodor. ¿Cómo crees que vencieron a tus compañeros?

Evan no había pensado en ello, pero supo que no tenía más alternativa, debía de arriesgarse, luchar sin Ostio sería incluso peor que luchar con los brazos atados.

—Confía en mí —le dijo a Klóoun y este, sin siquiera dudar, aceptó aquellas palabras.

Fyodor estaba allí, a cierta distancia de los carromatos. No oculto, pero sí junto a una gran roca que se había deslizado de la montaña. Después de apearse de su caballo, aguardaba con ojos atentos, que alguno de los dos asomara siquiera una parte del cuerpo de aquel resguardo. El terreno no era el mejor para él, no era como aquel claro en el bosque donde había asesinado a los diez hombres, no, está vez se trataba de un terreno pedregoso, en dónde las rocas, grandes y pequeñas, se encontraban dispersa por todas partes, brindando protección a sus enemigos. De todas formas, no era la primera vez que las condiciones no le favorecían, no albergaba duda que vencería, después de todo, eran solamente un inferior y un mediocre mestizo de clase cinco, ¿qué podrían hacer ellos que otros no pudieron? Sabía la respuesta y por ello no temía, sin embargo, sabía que Evan no era un inferior más, debía ser precavido.

Hubo un silencio, solo el viento silbaba por entre los recovecos de la montaña. Fyodor estaba de pie con los brazos estirados y las manos abiertas, como si con cada dedo pudiese disparar las monedas que flotaban a su alrededor. Sabía que tarde o temprano iban a moverse de allí; había aprendido a ser paciente.

Desde el otro lado, ambos hombres, uno en cada extremo de la protección de madera, se vieron las caras, preocupados, pero decididos.

—¿Preparado? —le preguntó Evan, la seriedad de su semblante era novedosa.

—Como nunca antes —respondió Klóoun.

Y, sin perder un segundo más, comenzaron a correr hacia la próxima roca a fin de acortar distancia con su enemigo.

Este último observó como los dos abandonaban la pared de madera en sentidos opuestos, se llevó una leve sorpresa, pero de todas formas dirigió a gran velocidad dos proyectiles a cada lado. 

Evan corrió deprisa y, a lo último, rodó por el endurecido suelo hasta detenerse detrás de una de las rocas caídas de la montaña. Mientras rodaba, pudo oír las dos monedas de metal cortando el aire detrás de él. Una vez tras resguardo, se palpó el cuerpo para verificar que no había recibido ningún impacto, sintió un efímero alivio al saber que estaba en una pieza todavía y deseó que Klóoun estuviese igual que él.

Fyodor frunció el ceño al saber que no había conseguido darle a ninguno y, además, había perdido cuatro monedas, aún le quedaban bastantes, pero no lo suficiente como para malgastarlas durante mucho rato. Observó con atención nuevamente, puesto que cada vez se acercaban más. Él no se podía alejar mucho de dónde estaba, puesto que a un lado yacía un terreno dudoso y desmoronando y del otro no había sino un espacio por completo despejado y, por más que él contaba con su habilidad única, no quería darle oportunidad a Klóoun que probara suerte con su ballesta. Por lo que decidió quedarse allí, con sus sentidos puestos en aquellos dos hombres destinados a morir.

Oyó un ruido sordo, seco, no supo de dónde provenía, la oscuridad de la montaña y el eco profundo que se expandía por todo el ambiente lo confundía un poco. Sin embargo, vio a Evan desprenderse de su escondite y dirigió dos proyectiles hacia allí. Volvió a fallar y, mientras fallaba, pudo notar que Klóoun también corría, disparó en su dirección también, pero muy tarde. Cada vez estaban más cerca, debía de hacer algo.

La distancia no era mucha, pero lo suficiente como para que las monedas tardasen en llegar. Su rango de control era de al menos cinco metros, aunque podía extenderlo un poco más, pero la fuerza con la que movía las cosas decrecía exponencialmente con cada metro extra que se alejaban. Él también se arriesgó. Expandió las monedas a diez metros, estas temblaban en el aire, ya no contaban con un perfecto control, sin embargo, solo debían de ser tan rápido como una flecha y atravesaría la piel, si daba en la cabeza, de seguro los mataría, aunque su puntería no era la mejor con aquel control deficiente.

Evan no fue consiente de aquella nueva iniciativa de su enemigo, hasta que no oyó un aplauso y, tras unos segundos, se decidió a correr.

Klóoun había aplaudido y abandonado su escondite, sin embargo, uno de los dos proyectiles arrojado por Fyodor estaba sorpresivamente más cerca y llegó a darle en el brazo. Sufrió un daño superficial, pero el mestizo comprendió que la próxima vez quizás no tendría tanta suerte.

Evan, como había acordado luego de cada aplauso, también corrió del escondite, gracias a Klóoun, ese segundo de distracción fue suficiente para que la esfera no le diesen, sin embargo, supo que todo era más complicado. ¿Por qué? Fue la primera pregunta que se hizo tras aterrizar detrás de la roca, ¿Por qué extendió el control sobre sus monedas ahora y no antes? ¿Qué ventajas y desventajas traía esto? Pues ahora los proyectiles estaban más cerca y alcanzarían más deprisa el objetivo, pero, por otro lado, ¿por qué no lo hizo antes? Si algo sabía, era que controlar cosas alejadas no era sencillo y presentaban muchas dificultades; algo había aprendido de Gia y Elijah. Sabía que su control era más débil, en velocidad, fuerza y precisión. Debía aprovecharse de esto.

—¿Tienes miedo? —preguntó Fyodor en un tono espeluznante. Cada segundo que pasaba en la montaña su personalidad se tornaba más oscura y siniestra, su verdadera monstruosidad salía a la luz de la luna.

—Tú lo tendrás, que has expandido un poco más el dominio de tus moneditas, ¿Desesperado? —dijo Evan levantando la voz, pero no era simplemente para provocar a Fyodor, sino que lo había hecho con el objetivo de advertir a Klóoun, al otro lado del campo de batalla.

—Para nada… —Y no sé dijo más, solo silencio en el ambiente, era un juego de escondidas muy complejo, Fyodor sabía que mano a mano era hombre muerto, debía de asesinarlo antes de que llegasen hasta él.

Evan estaba quieto, un miedo extraño lo dominaba, ahora con aquellas esferas más cerca, dudaba de si correr o no. Supuso que Klóoun estaba en la misma que él, pues todavía no había aplaudido. Sabía que era su turno, aunque nada habían dicho sobre turnos. Estaba a punto de aplaudir, sin embargo, oyó un aplauso, esperó unos segundos, y corrió, pero se detuvo justo cuando su cuerpo abandonaba por unos centímetros la roca. Las monedas le pasaron rozándole la frente. Se había dado cuenta de que aquel aplauso provenía de otro lado y que contaba con otra intensidad, no supo como, pero pudo adivinar que Fyodor había aplaudido.

Este último se había percatado de la pequeña estratagema de sus adversarios. Tras aplaudir, esperó unos segundos y disparó, pudo ver cómo los dos corrían, Evan se detuvo a tiempo, pero Klóoun no lo hizo y recibió los dos impactos en su pierna. Gracias a su condición de mestizo o por a la distancia del control de Fyodor, los proyectiles no le atravesaron la pierna, sin embargo, el dolor le escoció hasta el alma. Llegó a ocultarse en la roca de adelante, pero sabía que no iba a poder moverse de allí. Soportaba el dolor y sabía que no corría peligro, sí, sabía que su voluntad era capaz de soportar muchas cosas, la batalla solo era una pequeñez más.

—¿Piensan que soy estúpido? Fue muy fácil ver esa trampita suya. ¿Qué pasa Klóoun? ¿Te duele la pierna? ¡Vamos, aplaude otra vez! Que quiero atravesarte la frente… —Un aplauso lo cortó y de inmediato se propuso a contar los segundos, sin embargo, Evan ya había salido de su escondite y avanzado hasta el próximo. Fyodor no llegó siquiera a disparar.

—Serás un sucio inferior, pero eres listo, maldición —admitió tras la genialidad de Evan.

La situación había avanzado demasiado, Klóoun estaba condenado a permanecer allí, Evan estaba a unos quince metros de Fyodor y a tan solo a diez de las monedas flotantes que a cada segundo temblaban más. Si bien no corría peligro allí, el hecho de avanzar hacia el otro resguardo no le inspiraba nada de confianza.

—¡Hasta allí llegaste! ¿Te atreverás a salir una vez más? —A medida que el combate trascurría, los proyectiles tremolaban erráticos en el aire, claro que Evan no podía ver esto, pero Fyodor se estaba cansando.

Era algo que Evan todavía no había pensado, no solo la fuerza, velocidad y precisión eran afectados por aquel incremento en el área de control, sino también significaba un mayor desgaste de energía. ¿Qué hacer ahora? Tan cerca, pero tan lejos, no le tomaría más qué segundos alcanzarlo. Tenía solo un escondite posible, sus movimientos eran predecibles y la atención estaba por completo en él. Quizás Klóoun podría aprovechar esto, ¿Pero como Evan sabría eso? ¿Cómo iba a saber que era lo que estaba pensando Klóoun al otro lado del terreno?

Y como si sus pensamientos lo llamaran, pudo oír como se asomaba de su escondite y disparaba dos flechas de su ballesta. Fyodor, dirigiendo dos proyectiles hacia él, pudo ver aquel ataque, sin embargo, utilizando las esferas de metal que todavía poseía en el bolsillo del cinturón, se cubrió dirigiéndolas a un costado de su cuerpo y, luego, las expandió casi como platos, un instante después, las flechas chocaron contra estos, sin producir daño alguno.

Por otro lado, Klóoun recibió los dos proyectiles, uno en cada hombro, y cayó de espaldas, todavía seguía vivo, pero sus heridas ahora eran peores, quizás podría levantar la ballesta, pero no tan deprisa ni tan firme como antes.

Evan, a todo esto, volvió a correr. Sabía que no podía detenerse, Fyodor había lanzado cuatro proyectiles en simultáneos a dos direcciones diferentes, era muy difícil que le atinara. Avanzó, vio dos proyectiles más, fallaron, el último resguardo estaba cerca, había pasado las esferas flotantes, no podía detenerse. Cuando se acercó a la última roca, está no era muy grande, por lo que, comprendiendo su situación y el enorme peligro que corría, optó por la sorpresa. Una vez alcanzado la roca, no se detuvo, sino que saltó sobre ella e, impulsándose sobre esta, volvió saltar, está vez más fuerte, más lejos. Al aterrizar, rodó por instinto y evadió tres proyectiles más.

Estaba a nada de Fyodor y pudo ver el rostro de este sacudiéndose de golpe, turbado por una desesperación casi tangible. Habitaba la corrupción en el fondo de sus ojos verdes, o eso creyó ver Evan, consumido por un aluvión de adrenalina, un descontrol propio de un superior engreído que se topaba con un obstáculo que por primera vez no podía sortear. No era su primera experiencia en ese tipo de situaciones, ya conocía que iba a pasar y estaba listo.

Fyodor, dominado por un poder recargado de desesperación, hizo uso de todas sus facultades, por lo que cada moneda de metal que tenía en su en sus manos, bolsillo y demás, se dispararon a la vez, fijando como objetivo a un Evan que cada vez estaba más cerca.  Este, consiente de que aquello pasaría, se deslizó, un instante antes, por el suelo y se cubrió el rostro con Ostio. Más de un proyectil le rozo el cuerpo, hasta sintió que una de esas esferas le cortaba un sector de la frente sin proteger. De vuelta de pie, no sé detuvo, y vio a Fyodor, tan solo a un metro, su rostro por completo asustado, reflejaba la cara de un niño frente a un monstruo, frente a la noche, frente a la sola ida de quedarse solo.

Sin embargo, por más cerca que este, Fyodor no era ningún inexperto. Apagó su mirada y, tras un chasquido, una pared rocosa surgió frente a Evan. Este chocó con ella y produjo un sordo sonido. El impacto lo aturdió, pero no lo suficiente, no, no se iba a detener allí. Giró sobre su eje y, cuando se dirigió hacia el privilegio, los ojos centelleantes le devolvía la mirada una vez más. Pero Evan supo ver que planeaba Fyodor, entonces, tras rodear el obstáculo de piedra, se quedó parado allí con la espalda puesta en la pared. Un segundo después, pudo oír silbar las esferas a los lados y, algunas, chocar contra la roca a su espalda. Luego de esto volvió a correr hacia Fyodor, que estaba a escasos metros. 

Sin embargo, Fyodor, ya sin monedas y sin tener espacio suficiente como para utilizar su habilidad de control. Todavía contaba con una esperanza y puso toda su atención en aquella espada que se sacudía con violencia en la mano de su enemigo.

Evan, estando tan cerca, abanicó a Ostio hacia Fyodor, sin embargo, esta se detuvo, a tan solo medio metro.

Al principio el aturdimiento y la adrenalina bombeando sangre en su cabeza y corazón, no lo dejaron darse cuenta de lo que ocurría. Intentó mover a Ostio, recuperarla, pero algo se lo impedía, una fuerza invisible la atraía hacia otro lado. Mientras luchaba en recuperarla, desvío la mirada hacia Fyodor, que permanecía allí con sus ojos brillantes y su rostro desquiciado; su sombrero ya no estaba y solo un cabello largo y sucio se sacudía como el ramaje de los sauces muy lejos de allí.

—¿¡No te esfuerces! ¡Todo el metal es mío! —exclamó con el rostro por demás cubierto de locura.

Evan, sentía como algo tiraba de su espada, no iba a soltarla, jamás soltaba su espada por nada en el mundo, siquiera la muerte sería capaz y mucho menos iba a dejar doblegarse por aquel privilegiado engreído que tanto mal le había hecho.

—¡Qué metal extraño! —señaló Fyodor mientras su rostro se concentraba y apuntaba ambas manos hacia la espada. Al parecer, tendría que hacer uso de todas sus fuerzas para arrebatársela.

Evan reñía con fuerza, de repente su espada empezó a brillar del mismo color que los ojos de Fyodor. De repente, un miedo nació en sus miembros, el miedo de la derrota, de caer frente a él una vez más. No quería, no quería que gozará de ese privilegio, alguien como él no se merecía nada y mucho menos la victoria.

—¡¿Por qué no se destruye?! —gritó con fuerza, no solo estaba queriendo quitársela, sino también fragmentarla en pedazos, como lo había hecho con los prismas de acero de sus bolsillos. Sin embargo, por algún motivo, no lo lograba.

Evan continuaba, cada vez Fyodor tiraba más fuerte. Evan sostenía a Ostio con ambas manos, sin embargo, no solo sentía que algo tiraba de ella, sino también lo contrario, no supo si se trataba de un efecto del poder de su enemigo o si era algo más, pero algo en efecto provocaba que la espada se adhiriese todavía a su mano.

—¡Suéltala! ¡Suéltala! —Él desquició terminó por colmar la poca serenidad de Fyodor. Ya no había seriedad ni odio, tampoco desprecio, solo una locura intensa se dejaba ver en sus ojos, que seguían verdes, pero más claros e inestables, parecía que todo su cuerpo se encontraba pronto a explotar.

—¡Ya basta, Fyodor! ¡No ganarás! —Evan lo observaba con fijeza, ponto se quedaría sin fuerzas, confiaba que Fyodor se encontraba en la misma situación, pero si perdía su espada antes, era hombre muerto. Debía de resistir, por más que los cortes se hacían sentir con el correr de los segundos, por más que sus músculos estuviesen hartos de dolor y que su corazón, ya cansado de latir penas y recuerdos, quisiera descansar.

—¡Maldito! ¡Basta tú! ¿Por qué no puedes morir? ¿Dímelo? ¿Por qué no puedes aceptar que eres un inferior? ¿Por qué no puedes aceptar quien es tu amo? ¡Yo lo soy, Evan Anubis! Si digo que debes dar tu espada, ¡debes darla! ¿Entiendes? ¡Sucio inferior! —La cólera desbordaba de su cuerpo, era poder y odio, nada más que eso—. He querido jugar contigo desde que te escapaste esa vez. Nos hemos divertido ¿O no? ¿Por qué insistes en negarte? ¡Vamos! ¡Suelta tu espada y juega conmigo!

—¡Cállate! —gritó Evan, sentía que a cada segundo la espada se le escapaba, y junto a ella también la esperanza y la vida, Fyodor mostraba aquel mar de repudio tan claro como el agua.

—¡Sí! ¡Sí! ¡Suéltala! —decía Fyodor al ver que Evan comenzaba a perder la batalla—. ¡Sí! ¡Ya es mía! —gritó y Evan, ya perdedor de aquella riña, sintió como su fiel compañera se deslizaba entre sus manos e iba directo hacia las de Fyodor, en un silbido de discordia.

No obstante, el jefe de la caravana, mientras observaba que aquella espada se le escapa a Evan, pudo ver, de reojo, a un cercano Klóoun, apuntando con su ballesta en su dirección. La flecha fue mucho más rápida que la espada separándose de Evan, sin embargo, antes de recibir el impacto en su cabeza, Fyodor se cubrió el rostro con ambas manos y, un segundo después, la flecha se las atravesó, deteniéndose a tan solo centímetro de su frente.

Gracias a esto, Ostio siguió de largo y se perdió algunos metros más atrás, puesto que Fyodor ya no podía ejercer sus poderes. Evan no tardó un instante en correr y terminar con todo.

—¡No! ¡Alto! ¡Yo soy tu am…! —decía Fyodor aterrado de lo que vendría, pero no pudo hablar más, puesto que Evan lo embistió de tal forma que, tras caer, quedo sobre él.

Evan, contagiado por la rabia que Fyodor había irradiado momentos antes, comenzó a descargar puñetazos al rostro del privilegiado, uno tras otro, no se detenía. La sangre lo salpicaba.

—¡Maldito! —le gritaba mientras lo golpeaba sin descanso—. ¡Tus los mataste a todos! —Otro golpe, ya Fyodor apenas oía, la sangre le brotaba de sus labios partidos, de su boca, de sus sienes cortadas, de los dientes que ya no tenía—. ¿Por qué? ¿Por qué tanto dolor? ¿Te gusta ahora? ¡Dímelo! —La voz se le quebró y de sus ojos cansados comenzaron a brotar lentas lágrimas, los golpes se había reducido en cantidad y velocidad. Los nudillos de Evan estaban sangrando, pero no parecía importarle— ¿Por qué? —preguntó en un susurro cargado de dolor y luego le propinó otro golpe y otro más y otro; y así hubiese seguido, gobernado por una ira desmedida, acumulada ya hace tiempo, por tanto, sufrir y por aquel antaño sentimiento de venganza, sin embargo, Klóoun lo detuvo, lo tomó de los hombros y lo jaló hacia un costado. Separándolo del moribundo cuerpo del privilegiado.

Evan cayó con suavidad y estaba dispuesto a seguir, pero el mestizo se interpuso.

—¡Ya fue suficiente, Evan! —La voz de Klóoun lo serenó, pero aquella irá solo dejó un vacío, un vacío que la tristeza no tardó en llenar.

—Pero él…

—Se lo merece, sí, pero tú no… —hizo una pausa—. No mereces ser como él, deja ir ese dolor de otra forma, así solo alimentaras aquel agrio sentimiento de venganza que solo se calmará con más venganza. ¡Déjalo ir!

Evan lloraba, arrodillado junto al cuerpo de Fyodor, todavía vivo, sí, pero no por mucho.

—Está bien —dijo al fin y se puso de pie, todavía las lágrimas le corrían por las mejillas salpicadas de escarlata.

—Esa lágrima —susurró Fyodor con una voz áspera y asfixiada—. De todas las que he visto… es mi favorita. 

—No le prestes atención, Evan —anunció Klóoun.

—¿Por qué no? ¿Tú no quieres prestarme atención, Evan Anubis? —hablaba entre respiraciones y suspiros, parecía el viento que soplaba—. Linda cicatriz te quedará, me gustará acompañarte el resto de tu vida —tosió y escupió sangre casi sin mover el rostro—. Cómo tú me has acompañado… —Y por más que todo su ser estuviese inmovilizado, se las arregló para llevar sus manos atravesadas por la flecha, hasta la cicatriz que le recorría la comisura de sus labios.

»¿No lo ves? Ese dolor, esos hombres que he matado, ese sufrimiento que te he hecho pasar, esa cicatriz… Todo ello te acompañará y seré inmortal para ti. No podrías huir de mí. Ya nunca podrás…

Evan oía cada palabra y el corazón se le encogía, ya no tenía fuerza para golpearlo y todos sus dolores se reavivaron como un fuego encendido hace tiempo. Observaba el rostro moribundo, con algunos dientes alrededor de su cabeza, tenía los ojos cerrados, pero de un momento a otro, los abrió y ambos cruzaron miradas, ambas muy débiles y cansadas, pero había un pesado sentimiento allí, un sentimiento que lo manchaba más que la propia sangre.

—¡Evan Anubis…! —dijo, pero no mucho más, pues Klóoun le clavó su espada de obsidiana en el corazón.

Evan, tras ver esto y apreciar el significado, volvió a llorar, pero está vez fue solo una lágrima, la lágrima favorita de su enemigo.

—Ya hemos terminado aquí. —anunció Klóoun apesadumbrado y contemplado el gran escenario plagado de discordia, como si aquellas palabras abarcaran todo lo que había pasado—. Vamos a buscar a los demás…

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