5: La noche del 27 de diciembre
―Kenya... ―Escucho que me llaman―. ¡Kenya!
Parpadeo varias veces hasta que me encuentro con los ojos claros de Ezra. Mi respiración sube y baja rápido e intento tranquilizarla para no generar sospechas de que me acordé de sobrevivir. Observo para todos lados, me desmayé en el asiento trasero de la camioneta, es muy evidente.
―Yo... ―Hago una pausa, tratando de tener más tiempo―. Tenías razón.
―¿En qué? ―Se mantiene sobre mí.
Supongo que me encontró tirada y me daba palmadas en la cara para que despertara. Ahora solo me queda permanecer cuerda y lograr que no se dé cuenta de que lo descubrí.
―Sobre el doctor ―respondo.
No sé si sea un médico real o no, pero la excusa de no ir a su trabajo, era porque el doctor dijo que podía tener una recaída. Caminar hasta ahí y desmayarme era un riesgo. Aunque, ahora perdí el conocimiento por recordar, mejor tomar esto como ventaja.
―Oh, cariño, te lo dije... ―Acaricia mi mejilla―. ¿Pero qué haces aquí?
Piensa rápido.
―Lo... lo olvidé. ―Mis ojos se humedecen.
Es un sentimiento real, pues delante de mí hay un asesino y un manipulador. Tengo tanto miedo, maldición.
―Ya pasó. ―Limpia mis lágrimas con su pulgar―. Vamos a la cama a descansar, ¿sí?
―Hay que llamar al médico, ¿no? ―indago.
―No hace falta, estás bien.
Asiento para no advertir sospechas.
―Sí. ―Trago saliva.
Me agarra la mano, entonces se inclina para que ambos nos levantemos y podamos bajar de la camioneta. Una vez salimos de la cochera, cierra la puerta de esta con llave, luego me toma de la cintura para guiarme al cuarto. Subimos las escaleras, entonces cuando me cambio, me acuesto, me cubre con la manta y me da un beso en la frente.
―Buenas noches. ―Se recuesta a mi lado.
―Tú también.
Me quedo mirando el techo, pensando en formas de huir y de cuándo es el mejor momento para hacerlo.
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