11: La mañana del 1 de enero

Forcejeo con las sogas, que me mantienen atada a la pequeña cama de una plaza, y siento que estoy reviviendo el conteo de mis días, como ocurrió hace tres años. Aunque, en esta ocasión, me encuentro inmóvil. No tengo idea en dónde está Ezra, pero agradezco no verlo y que me dejara en este cuarto. Ni siquiera he pegado ojo, aun así, hubiera sido peor tener su compañía, si me llevaba a nuestra habitación a dormir con él.

Quisiera soltarme, no obstante, no veo oportunidad. Las únicas opciones que vislumbro, son el día del ataque o si me suelta para ir al baño, el cual estaría necesitando en este mismo instante. Detesto tener que llamarlo, sin embargo, no me queda otra.

―¡¡Ezra!! ―grito y no hay contestación, por lo tanto, insisto―. ¡¡Ezra!!

―¡¡Hola!! ―Aparece de la nada en la puerta, así que me sobresalto―. ¿Te asusté? Qué cobarde.

―¡¡Contesta, al menos!!

―¿Qué necesitas?

―Tengo que ir al baño ―murmuro.

―¿Qué? ―se burla, sé que me escuchó.

―¡¡Me estoy meando, infeliz!!

―Ay, qué malhumorada, pero eso es lo que me gusta de ti, nunca pierdes el carácter.

―¿Puedo ir al baño o no? ―insisto.

―¡Ya voy! Qué mandona.

―Es lo mínimo que merezco, ¿no?

―Claro, princesa. ―Hace una reverencia.

Se me aproxima, entonces desata la soga de la cama. Me ayuda a levantarme y caminamos juntos hasta el baño. Me empuja dentro de este, entonces miro las cuerdas de mis manos. Él hace un gesto de no importarle, luego cierra la puerta en mi cara.

Observo la pequeña ventanita que proporciona ventilación y ahí solo pasaría un gato. Lo que sea, tengo que pensar muy bien las cosas, antes de revelarme de nuevo, ya que no puedo olvidar que sigue siendo más fuerte que yo.

Necesito algo con lo que defenderme. 

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