38. "Viaje"

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Bebió de su té para saciar el sueño, pero no lo consiguió. De igual manera intentó con un emparedado de queso y mantequilla, el resultado era el mismo. Seguía esperando a Connor, impaciente por que no atendía sus llamadas o contestaba sus mensajes de texto, fue a dejar sus trabajos y no creía que dejar sus cuadros demorara seis horas, mínimo uno o dos. Angustiada, estresada y a punto de llorar se encontraba la morocha, paseándose de un lado a otro con el té en la mano temblorosa y la bilis haciendo unas desagradables cosquillas en su garganta, provocándole unas tremendas náuseas. Quería saber dónde estaba, o si eso era demasiado, si estaba bien.

Se recargó contra una pared, soltando la taza al suelo y provocando que se quebrara en mil pedazos. Le picaban las manos y el cuello, también se le estaba haciendo complicado respirar. Deslizó las manos desesperada por su rostro y luego las dejó reposar en sus rodillas, intentando recuperar el aire. Pero su cuerpo ya no la sostenía, por lo que cayó al suelo, intentando buscar el aire.

La puerta crujió un poco y se sorprendió al ver el rostro de Colin a pocos metros suyos, con los labios entre abiertos y las piernas temblorosas. Corrió hasta ella y la cargó entre sus brazos, intentando llevarla fuera del departamento, pero ella se reusó. Le indicó que la llevara a su cama, que era mejor. Y así lo hizo, abrazándola con fuerza y besando su cabeza. No entendía qué hacia su amigo allí, pero se alegraba demasiado.

—Colin, ¿qué mierda?

—El hijo de perra de Hurst me llamó diciendo que te fuera a ver —admitió acariciando sus facciones.

—¿T-te llamó a ti? ¿Por qué a mí no?

—Me dijo que estaba arreglando algo...

—Voy a morirme —sollozó, acurrucándose en los brazos de Colin.

—Cariño, estoy acá. Discúlpame por lo ocurrido, pero ahora estoy acá. ¿Qué te parece si duermes?

—Quiero saber cómo está Connor...

—Va a llegar —la interrumpió, acariciando su cabello—. Ahora, por favor, intenta dormir. Respira con tranquilidad por la nariz y bota por la boca. Así. Hazlo consecutivas veces y comienza a cerrar tus ojos.

—Gracias, Colin. Te debo tanto...

—Tu amistad lo es todo, ridícula. —Le aseguró tomando mechones de su cabello y soltándolo lentamente contra su rostro.

Los ojos de Astrid se cerraron finalmente, con el corazón más calmado y las manos más secas que un desierto. Colin la observó dormir cómo su pecho subía y bajaba por cada respiración, se sintió beneficiado al tenerla tan cerca suyo aunque no diera para más la situación. La puerta se abrió de golpe, y por ahí entró un Connor asustado y ajetreado. Desplazó las manos por su cabello, acuclillándose frente a la chica. Colin lo apartó de un golpe.

—¿Qué mierda, Colin?

—¿Qué mierda tú, Hurst? ¡Estaba loca de la desesperación! Lo único que quería era un mensaje de texto o una llamada confirmando que estabas bien. ¿Dónde estabas? —susurró fuerte, quemándole la garganta.

—No te incumbe.

—Oh, claro que sí, dejé a mi novia sola por atender tus problemas. Me vas a explicar que mierda ocurrió, porque por ti Astrid le ocurrió lo mismo. ¡Estaba procesando, por el amor de Dios!

—Sal de la habitación —refunfuñó Connor—. Te diré dónde estaba, pero sal de la habitación.

Colin de levantó de la cama, chocando con su hombro con fuerza. No entendía el porqué de su amiga en tales elecciones, tenía a chicos detrás de ella por un largo tiempo pero había aceptado a alguien que ingresó tarde a su vida, no como los otros.

—¿Y bien?

—¿Quieres algo de té para empezar?

Se removió entre las sábanas, inquieta. Su cabeza daba vueltas al igual que su estómago, pero procuró no concentrarse tanto en el dolor sino de su amigo y si se encontraba en el departamento. Se levantó, sintiendo sus pies adormecidos por el sueño y débiles al recargarse sobre el suelo. Movió su cuerpo lentamente por toda la habitación, saliendo en dirección a la sala de estar. Recordaba a la perfección cada palpitación de su cuerpo la noche anterior y quería tener el privilegio de agradecerle a su buen amigo.

Pero no fue así.

—¿Qué haces acá?

Él se levantó, dejando el libro a un lado y encaminándose hacia ella.

—No te acerques.

—Amor, discúlpame. T-tenía que arreglar unos asuntos —le explicó Connor, acomodando un poco su camisa.

—¿Por qué no contestaste? —preguntó Astrid, cerrando con dolor sus ojos y abriéndolos con valentía—. Te llame y me cortabas, también te mandé un mensaje de texto pero ni eso llegabas a contestar. Casi me da un puto infarto por tu culpa, llamas a Colin y a mí no. ¿Qué clase de novio eres? Sólo necesitaba una llamada, dos palabras y te dejaba de molestar. No sabía si te había pasado algo.

—Estaba ocupado...

—Dijiste, recalco tus palabras, qué harías todo por mí. Yo quería eso, una llamada o que estuvieras a mi lado ayudándome a que este maldito y condenado ataque de pánico no me estuviera comiendo la respiración y los huesos. Estoy hasta el colmo con mis trabajos y no necesitaba estar más angustiada...

—¡Por la mierda! —gritó Harry—. Astrid, ¿puedes entender que no podía contestarte?

—¿Y a Colin sí? Eres un mentiroso, lárgate de mi departamento. —Astrid señaló la puerta con su dedo, cerrando sus ojos con fuerza al decir lo último.

Connor se acercó rápido hacia ella, tomando su rostro en sus manos y esperando a que alzara sus ojos hacia él.

—¿Eso quieres?

—Si —susurró Astrid, sin levantar su vista hacia él.

—Me iré, si me dices que no me amas.

—Eres un dramático, ahora quiero estar sola. Vete.

—Dilo, Astrid.

Tragó seco, haciendo que su garganta le quemase. No quería echarlo de su departamento, lo quería demasiado como para apartar todo lo bueno. Lo quería a su lado, cada minuto, cada segundo de su vida, mirando y analizando sus cambios. Quería una vida con él, porque cada vez que miraba hacia un próximo futuro lo veía a él junto a ella. Pero elevador sus ojos hacia los suyos era quebrarse automáticamente frente a él y no quería lucir así de nuevo.

—No te amo, Harry.

—Mírame. —Elevó su mentón dedos y se encontró con los enrojecidos ojos de Astrid, su corazón se rompió en miles de pedazos al verla de esa forma.

Los labios de la morocha se abrieron para formular alguna palabra, pero lo único que logró fue que un sollozó saliera de estos. Harry la apegó más a su cuerpo, besando consecutivas veces la cabeza de su chica y reparando su dolor. De todas formas, él no la hubiese dejado y ella aceptaría cualquier propuesta por parte de él.

—Discúlpame —murmuró Harry, haciendo que las palabras le rompieran la garganta al hablar.

—Quiero que sea la última vez, me da igual que estés en China. Que me digas que estas ocupado, me basta. Estoy... muy angustiada. Lo siento si exagero, pero necesito estar lo más calmada posible. No lo hagas —inquirió.

—Tienes mi palabra, amor mío.

strid preparó su desayuno-almuerzo para ella y Connor. Debían estar en dos horas más en el aeropuerto, por lo que debían apurarse. Mientras antes estaban saliendo del departamento mucho mejor. Aunque anhelaba con todas fuerzas querer negarse al viaje de Florencia, no podía permitírselo. Su padre se encontraba allá, en algún lado, y aunque tuviese que ir a su tumba con sólo de conocer las palabras que iban dirigidas a él, las aceptaría.

Comió de su plato de ensalada una hoja de lechuga, sintiendo el aderezo de la salsa césar en su paladar provocando que delirara con su exquisito sabor.

—¿Te gustó? —preguntó Connor, mirándola con una sonrisa.

—¿Bromeas? Hago las mejores ensaladas del mundo entero. ¿Qué tal está la tuya?

—¿Olvidé mencionar que odio los tomates? —preguntó Connor, apartando las rodajas de tomate de su plato.

—Pensé que te gustaban, también me disgusta mucho el tomate.

Harry se rio, acercándose a Astrid y besando sus labios.

—Tenemos mucho en común, ¿te has dado cuenta? ¿Serás mi alma gemela?—bromeó entre risas.

—Basta, Connor —respondió con una ceja alzada y una sonrisa impregnada en sus labios.

La verdad era que creía con cada latido y mirada hacia su amado que eran algo como almas gemelas. No quería alejarse de él. No quería dejarlo por nada del mundo. Se sentía a gusto a su lado, tan segura de sí misma y confiada que no necesitaba nada más.

En cuanto terminó de comer su ensalada, lavó su plato y luego se encaminándose hacia su habitación para buscar su maleta con una sonrisa en su interior. Connor la miraba con una sonrisa en cuanto dejó la maleta en la sala de estar. Su novio se encontraba de brazos cruzados parado en el umbral de la puerta, sin apartar sus ojos de los de ella por ningún motivo y le incomodó un poco.

—¿Por qué me miras tanto? —preguntó con una traviesa sonrisa en sus labios.

—Porque te amo, Astrid.

Se acomodaron mejor en los asientos del avión y Astrid se recargó un poco en el hombro de su chico, apoyando sus labios en este y besando consecutivas veces su asombroso cuello y hombro. La emoción la comía viva y aceleraba sus hormonas como la de una adolescente. Conocería —o intentaría recordar— Florencia y le alegraba más que nada en el mundo, también podría conocer finalmente a su verdadero padre y, si es que podía, abrazarlo con todas sus fuerzas por los años que estuvieron separados.

—Astrid, no sigas con esos besos que me desesperan. —Jadeó un poco al decir eso, acercando su dedo a una marca que se encontraba un poco más debajo de su clavícula, saboreando su hombro.

—Me gusta besarte.

—A mí igual, pero ¿si llega alguien a tu lado? Se perderá la diversión, querida.

Astrid omitió lo que dijo y siguió besando su cuello, provocando que los ojos de Connor se abrieran de la sorpresa.

—Maldita sea, Astrid, viene alguien.

Una mujer de cabellos blancos y grises de acercó al asiento con una suave sonrisa en sus labios.

—Disculpen interrumpirlos —se disculpó.

Ambos se rieron con ternura y negaron algo sonrojados.

—No interrumpe nada —la aseguró el chico, sintiendo los dedos de su novia acariciar su torso debajo de su camisa.

—Me alegro que así sea. ¿Van a Florencia de luna de miel?

—No —dijeron los dos al unísono.

La mujer se rio en cuanto los vio sonrojarse.

—¿Son amigos?

—Novios —le respondió Connor, sonriendo en dirección a Astrid.

—Parecen esposos —le aseguró la acompañante—. Nadie mira a una chica como tú lo estás haciendo, querido. Tienes suerte, tu hombre realmente te quiere si deseas saber mi opinión aunque no sea relevante.

—Gracias, supongo—dijo Astrid, mirando a su novio.

Debían ser las miradas que se regalaban lo que los hacía perder la cabeza por el otro. Tan reales y sinceras que no hacían dudar de sus sentimientos. Connor sabía que en cuanto vio los ojos de Astrid no encontraría un azul más apasionado que el suyo, y se alegró de tenerla para él todo el mes de Enero porque podría sorprenderla más de lo que siempre deseó hacerlo. Quería su felicidad más que la suya, su mirada más que la suya, su vida más que la suya. En conclusión, la quería más a ella de lo que alguna vez pudo quererse a sí mismo.

En cuanto el viaje comenzó, los ojos de Astrid y él se cerraron, impacientes porque sus casi dos horas se hicieran más rápida de lo que esperaban. Connor envolvía el cuerpo de Astrid entre sus brazos, mientras que esta recargaba su cabeza en el hombro. Deslizó un poco adormilado los dedos por el cabello de su novia y agudizó su oído para escuchar su calmada respiración acariciando su oreja. Se sentía más relajado que nunca a su lado y con ella a tan solo milímetros de distancia.

Quería llevarla a conocer cada rincón de Florencia, pero estaba seguro que en cuanto pisaran los suelos italianos la chica recordaría quién era y dónde se encontraba. Buscaría por todos lados al famoso pintor Portinari, lo haría sin duda alguna. Anhelaba conocerlo en persona para agradecerle por sus maravillosas obras y por crear a la mejor de todas, su hija. Aunque no fuese escultor la creó tan perfecta como una misma escultura y era lo más bello que vio en toda su vida.

En cuanto el avión sufrió ciertas turbulencias, Astrid despertó de su sueño lúcido observando la manera en la cual sus ojos acariciaban su cuerpo. Le sonrió somnolienta y acarició su mejilla con sus dedos.

—¿Hemos llegado?

—Al parecer estás en lo cierto, querida mía. El capitán en unos minutos más dará el veredicto.

—Uno de mis grandes sueños hecho realidad. —Sonrió emocionada la morocha.

—Bienvenida a Florencia, piccola mia.

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