30. "Sorpresa"
30
Los ojos de Connor brillaron con tanta intensidad, que alegraron por completo el alma de Astrid. Pero aún no respondía su confesión, y Astrid ya se sentía avergonzada por haberle dicho ello. No era una gran novedad que le diera miedo confesar sus sentimientos, debido a que se ponía nerviosa y se alteraba por sí sola, recreando cualquier escenario del porqué no era algún sentimiento correspondido. Se alejó un momento de Connor y arregló un poco su cabello, al ver que no había respuesta alguna sonrió lo mejor que pudo para ir en busca de sus botines.
Connor estaba abrumado y las sensaciones que experimentaba eran únicas e indescriptibles. Astrid le había dicho que lo amaba, ¿por qué las palabras no eran capaces de salir por sus labios? ¿Tan angustiado se encontraba por lo que había ocurrido? Acomodó su cabello hacia atrás y acarició su rostro desde la frente hasta la barbilla, deteniéndose un poco en su nariz. Mantenía su vista clavada en el suelo, pero su mente se encontraba en otro lado, fantaseando sobre todo lo que haría con Astrid y lo que tenía pensado hacer con ella en Florencia.
Se levantó y caminó hasta Astrid, envolviendo su cintura con ayuda de sus brazos y besando su cuello con ternura.
-¿Quieres ver tu sorpresa?
-Espero que sea una buena, galán.
-No me digas así.
Astrid relamió sus labios y se acercó a besarlo, envolviendo ambas lenguas y mezclando sus alientos. Las manos de Connor acariciaron sus caderas, rozando su trasero y Astrid sonrió entre los besos que eran compartidos entre ellos. Se alejó para recuperar el aliento, pero Connor la detuvo.
-Necesito que veas tu sorpresa, Astrid. Si seguimos así, no seremos capaces de dar un paso fuera de tu departamento. Al contrario, nos acercaremos mucho más a tu departamento, en especial a tu cama.
Astrid golpeó su brazo y se encaminó a salir del departamento.
* * *
Sus dedos se enlazaban y seguían en esa posición desde hace más de cinco minutos, pero ninguno era capaz de separar la perfecta simetría que había en sus manos. Era tan grato sentir la energía del otro acariciando su palma que no existía motivo por cual desplegarlas y arruinar aquel momento.
Connor le comentaba sobre una clase que tuvo hace unos días, en la cual le tocó debatir contra una persona que no presentaba los mismos puntos de vista que él en cuanto a la fotografía. Le rebatió con argumentos que eran clave y que pudo cerrar la boca del chico.
-Te prometo que no sabía qué responderle, sabía cómo contraatacarme a la perfección-confesó asombrado con sólo recordar el momento.
Astrid rio, ocultando el frío entre su bufanda. Sus mejillas estaban teñidas de un adorable color rojo al igual que la cúspide de su nariz. El viento golpeaba sus pestañas, haciendo que tuviese sus ojos ligeramente más cerrados de costumbre. Le gustaba el invierno, pero en París llegaba a ser casi intolerante la manera en la cual el oxígeno congelaba sus pulmones.
Alzó su vista y divisó la manera en la cual Connor clavaba sus ojos sobre los de ella, como si le estuviera sonriendo con ellos. La bufanda aflojada que tenía Connor le sentaba de maravilla, sobre todo con un color de piel tan sabrosa como la de él. Recaía sobre su pecho, sobre su sweater negro y a Astrid le encantaba observar cómo lucía frente a ella. De un impulso alzó sus dedos hasta la bufanda, acomodándola un poco mejor -hay que aclarar que lo hizo únicamente por que no podía resistir a ver la manera en la cual le sentaba la bufanda y no hacer nada-.
-Deberías hacer alguna clase en mi Universidad -sugirió, haciendo un puchero con su labio inferior.
Él sonrió, alcanzando su labio y tocándolo para que lo desplegara. Acarició posteriormente sus mejillas y besó su frente con dulzura. ¿Hacerle clases a Astrid? Era una sorpresa que esperaba no decírsela y era mejor que siguiera de esa manera, estaba esperando ansioso por ver lo que reflejarían sus ojos al verlo frente a ella hablando sobre algo que ambos les apasionaba: la fotografía. Estaba emocionado, pero era mejor disimular.
-Veré si puedo, nada es seguro...
-Espero que sí, sería maravilloso verte hablar sobre la fotografía.
Connor la miró, deleitado con su belleza. Acomodó su cabello con ayuda de su mano libre y sonrió en dirección al suelo.
-¿Te he comentado lo mucho que me encantan tus mejillas en invierno? Le agradezco a esta estación del año por dejar ver una de las cosas más bellas que he podido apreciar: tus maravillosas mejillas y nariz sonrojadas intentando pasar desapercibido con ayuda de tu bufanda -declaró, deteniendo su caminata y acercando a la chica más cerca de su cuerpo.
Las mejillas se Astrid aumentaron su intensidad de color y acomodó su cabello detrás de su oreja para simular lo nerviosa que se encontraba. Soltó una risilla, tan tierna y angelical que Connor no resistió mucho más y la abrazó para luego besarla en los labios, como si sellaran un trato con sus bocas. Jamás se arrepentiría de haber conocido aquella alma tan maravillosa como era la de Astrid. Nunca se había topado con alguien como ella, era única. Sus pensamientos eran tan únicos, al igual que su belleza.
Astrid escondió su rostro entre el cuello de Connor, sonrojada. Alzó la vista y lo abrazó con fuerza, lengüeteando su barbilla con la punta de su lengua.
-¿Por qué dices esas cosas?
Connor limpió su barbilla, frunciendo el ceño e intentando con todas sus fuerzas permanecer serio.
-¿No puedo? ¿Está restringido decir la verdad?
-Está restringido hacerme sonrojar.
-A mí me encantan tus mejillas. Son lo más bello que he visto, sobre todo cuando lucen rojizas -dijo, acariciando la suave piel de Astrid. Relamió sus labios al ver como los ojos de la chica se cerraban y ronroneaba-. En estos momentos sólo quiero que regresemos a tu departamento y quedarme toda la noche abrazándote, viendo la manera cual lo disfrutas.
Astrid se separó de golpe, mirando con picardía. Connor se sorprendió al encontrar aquella mirada en sus ojos.
-Pero... debes enseñarme mi sorpresa -debatió Astrid.
Connor se acercó hasta ella y besó su cuello, dos y tres veces más, haciendo que el corazón de Astrid bombeara con más intensidad.
«Adiós autocontrol»
La joven tragó en seco, sintiendo el corazón en la garganta, dificultándole tragar. Era que los besos en el cuello eran su debilidad, toda su vida lo habían sido. Era una zona tan íntima y perfecta para dejar marcas que le enloquecía con sólo pensar en ello.
-Astrid...
-Connor -balbuceó ella, intentando alejarlo de su anatomía-, quiero ver mi sorpresa -dijo en medio de un berrinche.
-Ay, eres desagradable.
Astrid rodeó los ojos y Connor la besó, tan dulce que la descolocó y deseó más. Estaban en medio de la calle y más de una persona se había volteado en su dirección. Astrid le incomodaba que la observaran, siempre. En cambio Connor estaba más que a gusto que las personas lo viesen con su chica.
-Connor...
-Bien, bien, vamos a ver tu sorpresa, pequeña.
* * *
Astrid mordía su labio, como si eso lograra calmar los nervios que recorrían su torrente sanguíneo. Las manos de Connor estaban en sus ojos y su respiración le hacía cosquillas en su nuca. Le dolían los ojos debido a la presión que Connor ejercía sobre sus párpados. Llevaba más de cinco minutos con los ojos "vendados" y ya quería ver la sorpresa que le esperaba. Se había imaginado cualquier escenario; un parque, una cena, algún lugar de arte, un parque de diversión, entre otras cosas. Claramente no tenía en mente lo que Connor tendría para ella.
Por otro lado, Connor estaba con una gran sonrisa en su rostro. Si bien tuvo que contactar algunas personas para realizar la sorpresa, no hubo tanta complicación al poner frente a todo el asunto que era nada más que el director del comité de fotografía en Londres. Todo tenía sus ventajas, la mayoría del tiempo, pero también existían sus contras en ser reconocido en el mundo profesional y de la fotografía; los insultos, las críticas desagradables e infames hacia su persona y trabajo y por sobre todo los desagradables rumores que corrían sobre él.
-Connor, ¿cuánto falta?
-Poco, amor. Sólo unos pasos más y llegamos.
La voz rasposa de Connor revotaba contra las paredes y Astrid analizó en donde se podía encontrar. No era un parque, ni un parque de diversiones. Era un lugar cerrado, sólo que no sabía dónde. Resopló cansada y los dedos de Connor poco a poco se comenzaron a aflojar.
-Bien, ahora abre tus ojos.
Las manos de Connor se desplegaron de su campo de visión y Astrid fue deleite de lo que sus ojos veían. Cubrió su boca y reprimió un chillido de emoción.
-¿Qué? ¿C-cómo?
Astrid se acercó a su fotografía, la cual era el centro de atención del resto. Estaba en Louvre. Su fotografía estaba en las paredes del famoso museo francés. Las personas que pasaban a su costado se quedaban observando la imagen; era su imagen de exposición. Observó su nombre en la esquina de la fotografía escrita con una tipografía de lo más elegante.
Lo que no podía comprender era cómo había llegado hasta ahí su famosa fotografía, siendo acompaña de otros grandes artistas como Henri Cartier-Bresson su favorito. Sin duda esa era más que una sorpresa y la intensidad que sus lágrimas se acumulaban llegaba a ser fascinante. Más de cincuenta personas estaban siendo deleites de su esforzado trabajo como una fotógrafa novata y la alegría que acariciaba cada parte de su alma estaba más que agradecida.
Connor acarició su hombro, apegándola más a su cuerpo y besando su cabeza con dulzura. La observé de reojo y fue capaz de distinguir las lágrimas que caían silenciosamente por sus mejillas hasta la punta de su barbilla. La volteó para que lo mirara y secó las lágrimas que acariciaban su piel.
-Respondiendo tu pregunta anterior, hable con una cuantas personas... Ser director del comité de fotografía tiene sus ventajas, ¿verdad? -dijo Connor, sonriéndole con tanta sinceridad que emocionó mucho más a Astrid.
La joven saltó a sus brazos, envolviendo sus piernas en su cintura y besando sus mejillas. Estaba más que agradecida, ¿por qué un hombre cómo él estaba con ella? ¿Por qué no estaba con alguna pareja y seguía soltero, deleitándola cada día más con sus sorpresas? No lo entendía, pero quería que se quedara con ella, que no se fuese a Londres y rompiera aquel equilibrio que estaba estableciendo con ella misma y, por sobre todas las cosas, que le hizo creer que el amor podía ser algo tan mágico como inevitable.
-Connor te... -Recordó que la confesión que le había hecho en su departamento no salió correspondida, por lo que no terminó la frase y se limitó a sonreír afligidamente.
-Je t'aime aussi, ma chérie -le respondió, acariciando son suavidad el contorno de su rostro.
La sonrisa de Astrid fue lo que Connor esperaba. Las lágrimas seguían por montones acumuladas en sus ojos, pero la majestuosa sonrisa que seguía sobre sus labios las opacaba. Estaba perdido en sólo un cosa, ella. Lo maravillosa y dulce que era. Una persona de lo más sabrosa para hablar y presenciar, porque con sólo verla las palabras eran incapaces de salir, se podría quedar observándola y escuchándola hablar por horas y jamás sería capaz de aburrirse.
-Te amo tanto, preciosa -reveló nuevamente, tomando su rostro entre sus manos y besando sus labios.
* * *
Las semanas seguían pasando y las clases finales de Astrid se acercaban, al igual que su graduación. Lo único que quería en esos momentos era largarse de la Universidad y ejercer finalmente un trabajo, los exámenes en la Universidad no le eran de su gran agrado, en absoluto, estaba mucho más cansada de lo que estuvo nunca. Con muchos trabajos por parte de Kyler que hacían olvidarse por completo que existía una vida fuera de su departamento. Pinturas, fotografías e información sobre artistas sobre su movimiento favorito. Todo se le estaba haciendo pesado y ya no era divertido. Necesitaba con urgencia unas vacaciones.
Escribió lo último que salía de los labios de Kyler y depositó el lápiz sobre la mesa, exhalando con dramatización. A su lado se encontraba Helen, observándola tan superficialmente que Astrid se cohibió por unos segundos. Odiaba que la miraran así. Tres mesas detrás suyo se encontraba Eùgene, como siempre en todas las clases. No sabía a cuál de los dos odiaba más, Eùgene o Helen, los cuales habían sido un par de idiota con ella.
«Con mayor razón estaban juntos» pensó, rodeando sus ojos.
Kyler se alejó de la pizarra y se cruzó de brazos. Le sonrió a su público -el cual gran porcentaje eran mujeres con las hormonas alborotadas por él- y aplaudió.
-Chicas me han comentado que habrá una presentación en el auditorio. Los interesados en la fotografía se les ofrecen su participación.
Astrid sonrió y salió del aula, acompañada de Kyler y unas cuantas personas más. Kyler la guio descansando su palma en su hombro para así indicarle donde debía seguir.
-¿Quién ha venido?
-A mí me han dicho que un hombre quería hacer una charla para los interesados en la fotografía.
-Me parece bien.
Al entrar al auditorio quedaron todos estupefactos al darse cuenta la cantidad de personas que habían presentes. Eran muchas y el auditorio parecía cada vez más pequeño. Astrid se sentó junto con Kyler en la quinta fila y el resto de los alumnos se vio divididos entre la séptima y décima fila. La joven se cruzó de piernas y escondió su rostro en su bufanda, esperando por la presentación de la persona.
De un momento a otro el auditorio comenzó a llenarse de aplausos y las personas se levantaban de su asiento para aplaudir con más eficacia. Astrid aplaudió extrañada y se levantó de su silla, al igual que todos. Al testigo de lo que sus ojos veían pensó que el corazón saldría de su pecho.
-No puede ser -balbuceó, cubriendo su rostro.
El hombre sonrió, como siempre lo hacía y las personas se fueron sentando uno a uno.
-Buenas tardes, soy Connor Hurst y me alegra ver a tanta gente interesada en la fotografía.
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