29. "Oficial"

29

Los labios de Astrid se alzaron en una chispeante sonrisa y por un instante pensó que lloraría de la felicidad.

En el momento que había estado con Connor se había transformado en una persona mucho más sensible y delicada de lo que ya era, como si estuviese siempre rodeada de miedos e inseguridades. Algo parecido a que sus viejos fantasmas estuvieran haciendo una visita, y no tan agradable.

No sabía si debía reír o llorar, sus emociones estaban a flor de piel; acariciándola y tornando su semblante de un color carmesí, debido a los nervios que seguían susurrándole a su torrente sanguíneo que no se detuviera, que las emociones como tales no pararan por nada.

—Connor... yo... no sé ni qué decir, honestamente —reveló al cabo que sus labios comenzaran a temblar.

El pulgar de Connor se desplazó hacia su labio inferior, deteniendo éste con sólo un toque.

—Quiero que sea oficial.

—Nunca te han gustado las etiquetas —objetó.

—Esa eres tú, y es por eso mismo que temía preguntarte... De hecho espero ansioso ese no como respuesta, Astrid. —Rio, tomando entre sus manos las de la chica y luego comenzó a acariciar sus largos y delgados dedos.

Astrid le sonrió y lo besó, acercándolo desde sus mejillas para profundizar el beso. Connor sonrió entre el beso y ubicó ambas manos alrededor de su cintura, atrayéndola hacia él para escuchar mejor los latidos de su corazón por cada choque que sus labios experimentaban. Al alejarse y observarla por un segundo, besó su frente tan lento y despacio que le dio a Astrid las razones necesarias para creer que quería quedarse en esa posición por unos minutos más.

La joven se apartó de él un momento.

—Sí, Connor.

—¿Disculpa? —preguntó con un hilo bromista en su tono de voz—. ¿Te escuché decir algo? ¿Estás aceptando una etiqueta, Astrid Portinari?

—Oh, cállate. —Golpeó su brazo, avergonzada—. No lo volveré a repetir que quede claro, lindo.

Levantó a Astrid del suelo y la sentó en la encimera. Dejó quietas ambas manos en sus muslos y se limitó a observarla, como si fuese lo único en toda la habitación... Aunque en teoría, lo era para él; Astrid para él significaba todo. Sonrió cuando sintió los dedos de la chica en su cabello, acariciándolo y desenredándolo en algunos lados.

Astrid era la perdición en forma de ángel, con tan delicadas y detallas facciones que la habían irreal. En ese entonces —al observarla con tal detenimiento— se dio cuenta de la capa de maquillaje que cubría bajo sus ojos, tapando las notables ojeras que adquiría por culpa de sus trabajos Universitarios.

—¿Por qué me miras tanto, Connor? —preguntó, apartándose un poco de él.

—Me gusta mirarte y apreciarte. Sobre todo porque tus mejillas se tornan de un color bastante llamativo —aclaró él, deslizando sus manos hasta sus mejillas hasta sentir como aumentaban de temperatura—. Ahí está, eso es lo que me gusta.

Astrid negó con la cabeza agacha, avergonzada de aquel acto involuntario.

—¿Por qué mejor no comemos? Me ha entrado un apetito furioso.

Connor la bajó de la encimera y la guió hasta la silla. Besó fugazmente su mejilla y se dirigió frente a ella, alzando la copa de champán que había servido antes que llegase Astrid.

—Quiero hacer un brindis, por nosotros. Porque te haré feliz, sin importar lo que tenga que hacer, Astrid Portinari —dijo, sonriendo en su dirección con una auténtica sinceridad.

Santé, por nosotros. Querido Connor —dijo ella—, ya lo has logrado.

A continuación ambos bebieron de su copa, emocionado por el presente y aterrados por el futuro.

* * *

Dos semanas después.

Era oficial, el otoño estaba en la ciudad haciendo de las suyas con esas coloridas hojas esparcidas en las calles de París. Allí se encontraban Colin y Olive, sus mejores y más íntimos amigos, compartiendo de un gran día juntos. Hace un largo tempo que los tres no salían a caminar y charlar por París. Y hace también un largo tiempo que Astrid no tenía sus usuales recaídas y ataques de pánico.

«En efecto —le había dicho primeramente su psicólogo— has averiguado organizarte bien. Tus niveles de ansiedad, por lo que me has podido comentar han descendido y te encuentras equilibrada. ¡Sigue así!» Había estado tomando todas las píldoras necesarias sin saltarse ninguna, gracias a que la misma Olive le había programado las alarmas en su celular.

Efectivamente, Astrid comenzaba a alejar sus problemas atrás; la ansiedad, el estrés, entre otras pequeñas cosas. Pero había vuelto alguien a su vida. El calmante de su ansiedad, la que la mantenía equilibrada, el cigarro. Astrid no era una adicta, era bastante madura y responsable como para saber escribir sus propios límites. «Un cigarro por día —le había dicho a Olive—, si es que fumo más de ese cigarro, votas la cajetilla, ¿vale?» Sólo fumaba cuando estaba comenzando a agotarse y cansarse, para nada más. Tampoco quería volver a su viejo y dañino hábito, pero la nicotina conseguía relajarla por su debido tiempo.

Colin tomó una de las hojas que estaban en el suelo y las dejó sobre las cabezas de las chicas.

—Todas unas reines.

—Que adulador —bromeó Olive.

Astrid rio, enseñando sus dientes.

—¿Qué tal te ha ido con Rylie? —decidió preguntar.

—Bien, bien. Llevamos saliendo una semana.

—¿Oficial? Quien lo hubiera dicho, alguien ha sido capaz de dominar a Colin Bouvier.

—Claro, hemos estado saliendo desde que nos conocimos en Louvre, ya era hora de hacerlo oficial. Oh, mon dieu, ¡qué chica más maravillosa! —admitió, soltando un suspiro al final.

Astrid miró con discreción a su amiga, intentando encontrar algún rastro de ira o enfado, pero no existía nada. De hecho sonreía. Descansó su manos sobre el hombro de su amiga y le preguntó alguna qué otra cosa, zanjando por completo el tema anterior que ella misma había sacado a flote.

«Eres tan idiota, Astrid. Te mereces un premio»

—¿Tú cómo vas con Connor? —preguntó de repente Colin.

—Bien, de hecho... creo que teníamos que juntarnos. Mierda, mierda, mierda —declaró, buscando su celular entre su desorden en su bolso y llamando a su novio—. Quedó en que me llevaría a un lugar... que era sorpresa —explicó.

—A su cama —balbuceó Olive. Colin rio sin gracia, molesto.

—Te escuché. —Señaló acusadoramente a su amiga a su vez que apegaba el celular e su oreja, esperando respuesta.

—¿Astrid?

—Hola, eh yo... he olvidado por completo la salida que teníamos —se lamentó apenada.

—Oh, por eso me parecía extraño que tu departamento estuviese vació.

Astrid presintió su sonrisa y sonrió de igual manera con sólo imaginarla. Un hoyuelo risueño se hizo presente en su mejilla derecha.

—¿Dónde quieres que nos juntemos?

—En tu departamento. En quince. ¿Qué te parece?

—Perfecto. Adiós.

Ciao, amore mio.

Cortó la llamada y sonrió complacida por aquella frase en italiano. Sin duda su acento en italiano era mejor que el francés, debía decírselo.

—¿Qué te ha dicho el galán? —indagó su amiga.

—En quince, en mi departamento.

Olive codeó a su amiga. Ella se quejó.

—Buena jugada, Astrid.

Le golpeó de vuelta, a pesar de que ella supuso que no le dolió debido a que no tenía ni fuerza.

—Eres repugnante, Olive —dijo, mirándola sin apartar la vista.

Colin aclaró su garganta para que le prestaran atención. Removió las hojas que seguían en sus cabezas y apoyó sus manos en ambos hombros, impulsándolas para que caminaran.

—¿Qué tal si comemos un helado?

—¡Estás chalado, Bouvier! Hace frío, ¿por qué comeríamos helado? —protestó Olive, cruzándose de brazos.

—Por que ha Astrid le ha gustado la idea.

La morocha se ruborizó y posterior se encogió de hombros.

* * *

No se había retrasado. Llegó justo a los quince minutos. El helado con sus amigos había estado exquisito; fresa por parte de su amiga, un vainilla para Colin y ella un menta. Luego habían intercambiando los helados porque sus ideas eran las más ridículas del mundo. Olive le dio su helado a Astrid, Colin a Olive y Astrid a Colin, quedando todos con sabores que toleraban... pero no disgustaban a menudo. Astrid había extrañados las tardes con sus amigos, mucho para ser francos. Se habían distanciado considerablemente el último mes, pero se alegraba que todo hubiese vuelto a la normalidad.

Abrió la puerta de su departamento, encontrándose con una de las mejores imágenes que había visto en su vida. Connor estaba durmiendo plácidamente sobre el sofá, acurrucado a las mantas como un bebé. Capturó una imagen con su celular y se acercó a él, caminando con suma lentitud. Lo admiró por una fracción de minuto. Se sentó sobre él y besó su rostro, desde su frente hasta su mentón, provocando que Connor abriese sus ojos.

Le sonrió a su chica medio dormido.

—Hola, lindura.

—¿Has dormido bien?

Él se removió un poco para hacer un espacio en el sofá y que Astrid se recostara a su lado.

—Muy bien —respondió con una voz tan rasposa que le hacía cosquillas a sus cuerdas vocales—. Oh, cierto, tu sorpresa.

—Mmm... ¿no prefieres quedarte acá?

—Una tentadora oferta, querida. Pero quiero que veas lo que... quiero enseñarte.

—Dios, que oración más mala has creado, Hurst —reveló Astrid, enseñando su lengua como señal de desagrado.

—Recién desperté, no me pidas que hable como un poeta, preciosa. —Envolvió sus brazos alrededor de su cintura y besó sus labios, para luego refugiarse en su cuello—. ¿Te he dicho lo mucho que me fascina tu aroma? Podría estar así por una eternidad.

Ella rio, mientras acariciaba sus risos.

—Me lo dices seguido. Muuuy seguido —alargó, rozando sus labios con los de él y alejándose juguetonamente.

Connor alzó una ceja y acomodó un mechón detrás de su oreja.

—¿Por qué me haces sufrir de esa manera? Así no se vale, Astrid.

—Oh, sí se vale. Es tu merecido por abusar de mi integridad de entregarte una llave de mi departamento y sólo venir para dormir —acusó Astrid, haciendo un puchero con su labio inferior.

—¡Qué cosas dices! —exclamó con falsa indignación—. Tengo que admitirlo, adoro tu sofá, es tan blandito y cómodo. Es mucho más cómodo que tu cama.

—Entonces no estás invitado a ir a mi cama. Adiós, Hurst —dijo levantándose en dirección a su habitación, recreando que estaba enojada.

Escuchó el sonido de unos pasos detrás de ella y comenzó a correr los últimos pasos que quedaban. Rodeó la cama para que Connor no la atrapase. Este apareció por el umbral, haciendo una entrada bastante sexy; agitando su cabello de lado a lado y posterior relamiendo sus labios en dirección a ella.

—Ven acá, dulzura. —Ella negó alegre—. Astrid, hablo enserio. Te ordeno que me entregues ese beso.

—No, no y no —dijo, negando con la cabeza las tres veces.

Connor cerró la puerta con pestillo detrás de él y por una milésima de segundo Astrid sintió un pánico aterrador correr por sus venas. Apartó la idea de la cabeza y conservó su —ahora inestable— sonrisa. El chico saltó la cama e intentó jalar a Astrid para que no escapara.

Tomó una de sus muñecas, pero un gemido frustrado y asustado salió de sus labios, haciendo que él cayese al suelo de espaldas. Sobó la parte trasera de su nuca y simuló estar desmayado. Astrid acudió enseguida a su lado, soltando una exclamación.

—Connor, Dios. —Palpó sus mejillas—. Por la mierda, juro que no quise que esto pasara. —Levantó la cabeza de su novio y las lágrimas se acumularos detrás de sus párpados—. Si esto es una broma, te mataré —dijo, haciendo que la voz se le rompiera al decir lo último.

El joven abrió sus ojos y aprisionó la cintura de su novia. Comenzó a reír, pero al ser consciente de la intensidad que el agua estaba acumulada detrás de sus ojos se detuvo. Acarició su mejilla, pero ella se zafó.

—Perdóname, amor.

—Me diste un susto, eres un idiota —dijo, mordiendo su labio.

Connor se sentó para estar a la altura de ella y acarició sus cejas.

—Discúlpame, ¿sí? No pensé que reaccionarías así. Ven acá. —Extendió sus brazos para que Astrid se acomodara entre ellos, y así lo hizo. Se acurrucó contra su pecho y dejó que Connor la bañara con sus tantos besos—. Te quiero un montón, no era mi intensión...

—Yo también te quiero —lo calló, observándolo fijamente a sus ojos. «Tan verdes...» pensó—. Sólo... no vuelvas a hacerlo, ¿está bien?

—No lo volveré a hacer... Sólo si me das un beso bien correspondido, dulzura.

Astrid sonrió torcidamente y acercó su rostro a él de Connor. Posterior a ello juntó sus labios, haciendo que sus lenguas se acariciasen entre sí. Todo era tan lento y despacio que sofocaba a la misma Astrid, pero ella lo había iniciado así. Poco a poco el ritmo tomó otro rumbo, los besos eran más sabrosos y sabían a tentación. Connor quedó recostado en el suelo, mientras que Astrid ubicaba sus piernas a cada costado de las caderas de Connor, besándolo con furor y gusto. Le encantaba cuando se encontraban en esa situación, ambos tan alterados y expectantes por más.

Al terminar el beso, Connor contorneó su cintura con ayuda de su dedos.

—Hay que... ir a tu sorpresa —susurró Connor, desplazando sus dedos por su larga melena.

—Lo sé... Lo sé.

Los labios de Connor se alzaron en una sonrisa y una ronca risa salió de ellos.

—Oh, Astrid Portinari, me tienes loco.

—Es algo mutuo.

—No, querida mía —sentenció, relamiendo sus labios—. Te quiero tanto como no tienes idea. Daría todo, absolutamente todo, por ti. Mi bella Portinari, ¿dónde habías estado?

—Aquí, justo aquí.

—De haberlo sabido, habría venido antes.

—Llegaste justo a tiempo.

—¿Cómo es eso? —preguntó él.

—Me has cambiado y has logrado hacerme feliz como nadie pudo hacerlo antes. —Le sonrió, con cierta tristeza en sus ojos—. Te agradezco tanto todo lo que has hecho por mí, que jamás tendré palabras para decírtelo, amor.

Connor buscó nuevamente sus labios para callarla, y enseñarle lo mucho que la adoraba.

—Te quiero —musitó él entre besos.

—Yo no —admitió—. Connor, te amo como no tienes idea.

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