20. "Grosero"
20
Al salir de Louvre, junto a su acompañante, un par de personas se acercaron a la fotógrafa saludándola, felicitándola e inclusive entrevistándola, por parte de algunos periodistas. Saludó amablemente a todas las personas, contestando sus preguntas o diciendo un "gracias"; quería lucir completamente agradable para las personas, sobre todo para algunos críticos y fotógrafos que estaban allí. Cuando terminó todo lo pedido por parte de las personas, caminó unos pasos más hasta escuchar unos fuertes y estruendosos aplausos.
Sabía quién era la persona que aplaudía de la manera más falsa del mundo, era un experto en ser así. Recordaba la primera vez que se encontró con él en las afueras de Louvre; había roto su cámara y algo mucho más preciado, su fe; pero la había recuperado con éxito, dejándolo con la boca abierta y mil palabras atascadas en ésta. Era un hombre malvado, narcisista y un hombre completamente vil. Si pudiese contar las veces en las cuales había tratado de arruinar sus sueños como fotógrafa perdería la cuenta.
Volteó en dirección al hombre y a su sobrino, se limito a sonreír ya que el brazo de Colin se posaba en su cintura, protegiéndola y acercándola más a él.
—Me sorprende que haya ganado, señorita Portinari. Felicidades.
—No es necesario que aparente ser una buena persona cuando ambos sabemos que no es así, y claro, tampoco le queda bien actuar de esa forma. No va con usted.
John Allamand abrió los ojos sorprendido y miró a su sobrino, sonriente.
—Acepte mis palabras. Vienen del corazón. —Señaló su pecho, con descaro.
—¿Usted tiene corazón? No lo creo. Ha tratado de acabar con mis sueños un montón de veces, y eso no lo hace alguien que tiene corazón. ¡No tenía ni la mínima compasión por las personas, señor Allamand! —dijo, molesta—. No entiendo cómo lo aceptaron de juez, es un descaro hacer eso.
—Créame que tampoco sé cómo pudo ganar, pero al parecer John DeGraw y el profesor Hurst quedaron asombrados con sus fotografías... Las encontré completamente sencillas y hasta una basura, pero cuéntenos, ¿cómo es que Connor Hurst, el profesor más estricto y malvado de Londres, le gustó su trabajo de exposición?
El corazón de Astrid se comprimió, pero decidió ignorar sus emociones que atacaban a su cuerpo. Suspiró mientras mordía el interior de su mejilla, sintiendo el leve sabor a sangre dentro de esta.
—Porque sabe lo que es un buen trabajo, señor Allamand. Y al parecer no involucra sus sentimientos, va directamente a la fotografía no a la persona, algo que usted no hace nunca.
—Pero, ¿cómo es que ha ganado? Es mi pregunta. ¿A sido capaz de ganar devolviéndoselo con otros... favores? —dijo, con una sarcástica sonrisa.
Astrid sintió como el bilis subía hasta su garganta. Aquel hombre era asqueroso, le disgustaba solamente su presencia. Negó asqueada y se acercó a él, para abofetearlo con fuerza. En ese momento no le importó nada, ni que los hubiesen visto o fotografiados. Estaba molesta por la falta de régimen que tenía el señor Allamand y como podía desubicarse con solo una oración.
Escuchó como otros pasos se integraban a la escena; Connor Hurst y su acompañante caminaron hasta ellos. El profesor Hurst estaba hecho furia; su mandíbula se encontraba tensa y sus puños apretados. Caminó hasta Astrid apartándola de John Allamand, el cual acariciaba su mejilla.
—¡Eres un imbécil! —gritó, Astrid.
Los brazos de Connor envolvían su cintura, apartándola del juez.
—Como digas, puta. Ve a acostarte con Hurst para que te deje ganar ahora en Florencia.
—¿Disculpa? —Connor abrió los ojos del asombro.
—La señorita Portinari se acostó con usted, ¿verdad? Por algo ha salido primer lugar, o ¿me equivoco?
Connor soltó a Astrid y caminó furiosamente hasta John Allamand, tomándolo por el cuello de su camisa, apegándolo a la pared, furioso. ¿Cómo se atrevía a pesar aquello de Astrid? Era un imbécil y lo golpearía sin importar que su hermana lo estuviese mirando. Claro que John Allamand no le agradaba Astrid, pero ¿pensar que ganaba por favores sexuales? Era algo completamente estúpido. Si Astrid había ganado era por sus dotes como fotógrafa, no por otra cosa.
—Mira imbécil, si vuelves a llamar de esa manera a la señorita Portinari o a otra mujer, no me haré responsable—amenazó—. Si ganó es por el simple hecho de que sus fotografías son todo lo que se puede esperar para este concurso y no es mi maldito problema que tengas algo contra ella, al igual que con Kyler. —Soltó la camisa de John Elgort—. Ya estás advertido, Allamand. A la siguiente te reportaré con el comité.
No pasaron unos minutos cuando John Allamand decidió hablar.
—Claro, ve a acostarte con Astrid y por favor, paren de pretender que no han hecho aquello...
El puño de Harry se estrelló contra la mandíbula de John Allamand y dio media vuelta para caminar hasta su hermana. No debería haberlo golpeado, pero la falta de modales que tenía le hervía la sangre, sobre todo cuando hablaba de esa manera de Astrid Portinari. Agradecía que no habían más personas que presenciaban ese momento o puede haber quedado suspendido de la competencia. Arregló su camisa y su acompañante lo abrazó.
—Connor Hurst, no vuelvas a hacer eso en tu vida. ¡Tu carrera puede correr peligro, por el amor de Dios! —exclamó, Dakota.
—Me importa una mierda, no me gusta que traten de esa manera a las estudiantes que se destacan... No me gusta que hablen de esa manera, Dakota.
Su acompañante volteó a ver a la chica de un largo vestido rojo, la cual hablaba con un chico mientras este negaba y la abrazaba, consolándola. Suspiró profundamente y se volvió a su hermano, el cual miraba con atención los movimientos de John Allamand y su sobrino, August. Posó sus dedos en su barbilla, haciendo que girase para que la mirara.
Negó.
—Es una chiquilla, Connor. Si no me equivoco son casi diez años de diferencia que tienen.
—¿Me debería importar la diferencia?
—Claro que sí. Harry es una niña.
—No, cariño, no lo es. Créeme que es bastante consciente de todo a su alrededor.
* * *
Eran las ocho de la mañana y Astrid ya estaba en su computadora revisando los correos electrónicos acompañada de su taza de té caliente y sus lentes. En uno de los tantos correos, pudo distinguir el de Universidad y el de Connor Hurst. Abrió el primero leyendo con atención las tantas palabras en francés que habían. Dio un sorbo a su té mientras terminaba de leer. Tenía el viernes libre, y agradecía que en la Universidad hubiesen sido considerados con ella, dejándola falta un viernes a causa de la noche anterior —la ceremonia de Louvre—. Luego, abrió el correo enviado por Connor Hurst desde su correo privado.
Querida Astrid:
Lamento lo de la noche anterior, se que fue algo horrible de presenciar y escuchar, y créeme que lo lamento mucho, sobre todo por la actitud tan desgraciada que tiene John Allamand.
Me gustaría que nos juntásemos para hablar y conocernos más.
Se despide.
Connor Hurst
Claro que Astrid aceptaría salir con él, sin utilizar como falso pretexto que la defendió delante de John Allamand.
Se pregunto a sí misma, ¿por qué le había enviado un correo desde su cuenta privada y no de la cuenta de la Universidad? Respondió el mensaje y fue directo a buscar a Olive, la cual dormía en el sillón con la boca semi-abierta. Rió. Tendría que contarle todo lo sucedido la noche anterior, sin duda.
Buscó entre la lista de sus contactos el nombre de Connor Hurst, dudando unos segundos llamó.
—Astrid, que agradable sorpresa.
—Espero—susurró—. Lo que quiero decir es... Eh, maldición... Quería saber cuándo podríamos juntarnos para charlar.
Tragó duramente, suspirando.
—No lo sé, dulzura. Te avisaré. Esta semana estoy un poco complicado, tengo muchas entrevistas y estaba pensando en hacer un seminario para algunos estudiantes franceses, además de poner en prueba cómo está mi francés.
« Demasiado bien, profesor »
—¿Dijiste algo, Astrid? —rió entre dientes.
Las mejillas de Astrid comenzaron a arder de la vergüenza. Negó.
—N-no.
—Astrid te tengo una propuesta, pero quiero saber si la aceptas.
Sus pervertidos pensamientos aparecieron salvajemente en su mente, pero sacudió la cabeza para apartarlos. Estaba muy nerviosa últimamente, y pensar cualquier estupidez era lo que hacía su cabeza esos días.
Carraspeó un poco y habló:
—Claro, ¿qué es?
—Me gustaría fotografiarte.
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