18. "¿Celos?"



18

Olive estaba al lado de Astrid con una rizadora envolviendo el largo cabello que poseía, dando una exagerada vuelta en las puntas de su achocolatado cabello. Sabía perfectamente que haría con el cabello y maquillaje de Astrid, había imaginado todo por sí sola —y alguno que otro video de youtube— y quería que se viera más que perfecta esa noche. Estaba al corriente que Astrid seguía molesta porque habló con Connor Hurst y quería que gracias a cómo la estaba transformando la disculpase.

Al terminar con la rizadora, tomó su cabello con delicadeza girándolo para formar un peinado Low Bun (1),dejando alguno mechones delgados de cabello que cayeran por sus sienes de una manera elegante. Con un par de pasadores acomodó su cabello inclinándolo a su lado derecho, el lado que —según Olive— hacia relucir su precioso rostro y finas facciones que tenía.

Con un delgado pincel comenzó a pintar sus párpados de un color anaranjado, combinándolo a la perfección con un poco de marrón para el exterior de su ojos. Luego de eso, aplico delineador desde el interior de su ojo hasta llegar a la esquina opuesta de éste. Rímel para sus pestañas y aplicó el polvo —en una pequeña cantidad— en sus mejillas, las cuales ya estaban levemente sonrojadas.

Para finalizar, Olive aplicó el labial cereza en sus labios. Había elegido un rojo cereza por el simple hecho de que pensaba que lucía perfecto con su vestido y su piel tan blanca. Cuando terminó de aplicarlo, le dijo a Astrid que podía levantarse de la incómoda silla.

—Oh Dios mío.

Miró su reflejo, tocando sus pómulos y rozando sus labios. Sintió un gran alivio al observarse. Se veía preciosa, demasiado preciosa para que fuese arruinado ese conjunto. Tenía ganas de llorar, de derramar las lágrimas que estaban acumuladas detrás de sus ojos, más no lo hizo. Sonrió en dirección a su amiga y la abrazó con fuerza, agradeciéndole por como lucía.

—No tienes que agradecerme, Astrid. Tenía que hacer algo para que me disculparas—le sonrió dulcemente—. Lamento haber hablado con Connor Hurst, lucía como si lo conociese hace bastante y actué jodidamente mal esta noche...

—Cállate, Olive. No tienes que disculparte, eres libre de hablar con quien quieras. Admito que me invadieron... Los celos, si. Y me desquité de una manera horrible contigo. De verdad lo siento demasiado. Fue mi culpa, no puedo prohibirte hablar Connor ni con nadie. Confío plenamente en ti.

Ambas amigas estaban nerviosas y arrepentidas, por lo que se limitaron a abrazarse mientras Astrid sorbía su nariz. Era verdad, había actuado de la peor manera con su amiga y se sentía responsable de ello más que nada. Al separarse Olive limpió sus propias lágrimas, conmocionada.

—Si lloras te mato, Astrid. Me esforcé demasiado con ese maquillaje—le dijo, medio en broma Olive.

—Tranquila. No lo haré.

—Ahora, ve por tus zapatos y tu bolso—Golpeó ligeramente su espalda para que fuese en busca de las demás cosas—. Tengo que admitir que esas pequeñas perlas se ven bien, pero pensé que querías un par diferente.

—Lo encuentro más cómodo. No entiendo para que decidiste rizar mi cabello si has hecho este peinado.

—Querida, es para que tenga más volumen y no se vea tan aplastado.

Cuando terminó de poner sus zapatos de plataforma —no tan altos; le molestaba demasiado ocupar zapatos excesivamente altos— caminó unos pasos hasta su sillón y se sentó, suspirando. Estaba nerviosa, demasiado nerviosa. Vería a Connor Hurst nuevamente, vestido de aquella manera tan elegante y perfecta que haría que Astrid se pusiese más nerviosa. Olive llegó a su lado con una taza de agua ligeramente verde. Se le entregó mientras ella acomodaba su cabello.

—¿Qué es esto? —preguntó, examinando la taza con la mirada.

Melisa (2) ayudará para que tus nervios disminuyan.

Bebió del agua tomando precaución de no quemar su lengua o botaría la taza. Agradeció que Olive haya traído hojas de su planta para calmar sus nervios; su amiga tenía una variedad de plantas medicinales, desde la menta hasta el poleo y de vez en cuando Astrid le pedía de ellas para cuidarse cuando tenía algún dolor de estómago o un malestar.

Pudo sentir el calor del agua llegando a su estómago, tranquilizándola por la dulce sensación. Pasó cuidadosamente sus manos por sus ojos, para no arruinar el maquillaje. Miró su reloj comprobando la hora. Quedaban treinta minutos para estar en Louvre y Colin todavía no llegaba, lo que preocupaba bastante a Astrid. Cerró sus ojos por un momento hasta escuchar el timbre de su departamento. Rodeó los ojos.

«Tiene las jodidas llaves y no puede abrir él »

Olive abrió la puerta y Astrid vio como los ojos de su amiga salían de su órbita, asombrada. Colin lucía demasiado guapo; un terno negro, una corbata rojo cereza —al igual que el vestido de Astrid— (Habían acordado que su corbata sería del color del vestido de Astrid, ya que se vería impecable y claro que él no se negó, era una buena idea) y sus zapatos negros. Sonrió y fue a saludar a su amigo con una preciosa sonrisa en su angelical rostro.

—Te ves preciosa, Astrid.

—Pienso exactamente lo mismo, Colin—le confesó, mirándolo de pies a cabeza.

Olive seguía estática y muy impresionada, cualquier persona hubiese quedado al igual que ella. Colin parecía otra persona, lucia malditamente sexy con ese terno y se lamentaba por no haber ido a alguna parte con él, vestido de esa manera. Tragó en seco y ordenó su cabello con una liga, tenía demasiado calor y sus mejillas la delataban.

—Prometo que jamás te había visto de esta manera. Incluso la vez que Olive me comentó que saliste con Connor. Es un cretino si no te mira esta noche.

Astrid se ruborizó.

—Gracias, de verdad—dijo, agradecida.

—Bueno, ¿nos vamos, Astrid?

—Oh, claro. Olive puedes quedarte acá, si no te importa. Es lo mínimo que puedo ofrecerte cuando has hecho que luciera de esta manera—sugirió tímidamente, algo no muy propio de ella.

—Claro, Astrid. Cualquier cosa me llamas, ¿vale?

Astrid asintió acercándose una vez más a su amiga para darle un abrazo de despedida y salir por la puerta de su departamento, un poco más relajada.

—Mi pregunta es, ¿saludaste a Olive? —preguntó Astrid.

—Le hice un gesto.

—Si claro. Mi segunda pregunta es, ¿porqué no has abierto tú la puerta con tus llaves?

Su amigo se ruborizó. Eran muy pocas las veces que le sucedía eso y encontraba que lucía malditamente adorable, tocó su hombro para tranquilizarlo, pero lo empeoró al notar que sus mejillas adquirían un color más rojo.

—Las he olvidado...

—¿Y? ¿Algo más?

Rodeó sus ojos avergonzado.

—Quería llevarme una sorpresa, no hubiese sido lo mismo si hubiese abierto.

Esperaron que el ascensor bajara. Esta vez el color carmesí se adueño de ambos semblantes, dejándolos sin habla por un momento.

Sería una noche larga y todavía no empezaba.

* * *

Las luces que estaban fuera de Louvre quedaban preciosas, adquiriendo aquel paisaje romántico que tanto adoraba Astrid. Podía ver a lo lejos las puertas de Louvre abiertas, con el mismo guarda de seguridad que la otra vez. Tragó en seco y siguió admirando el lugar.

No se habían tantas personas en Louvre, como se acostumbraba a ver todos los días. Era algo lógico ya que reservaron una parte de este para la ceremonia y claro, el personal del museo cedió sin objeción ya que ellos organizaban parte de aquel concurso.

Se escuchaba el eco de las personas a la distancia y podía ver perfectamente cada vestido de cada mujer que estaba acompañada de su pareja; la gran parte de ellos eran largos, lo que las hacia lucir bastante elegantes y sutiles para el momento. La otra pequeña parte, vestían con unos vestidos arriba de la rodilla y bastantes apretados, algo que no era para el momento, según Astrid.

Fue hasta el guardia para que los dejasen entrar, pero este frunció el ceño.

—¿La misma chica de la otra vez? Lo siento, no puedes pasar.

Quelles excuses sont-elles ces? (2) Soy parte de esta ceremonia, caballero.

—Lo siento. No tienes permiso...

—¡La otra vez Connor Hurst me permitió entrar! —exclamó molesta.

—No está esta vez para permitirte entrar.

—Hey grandulón, no te metas conmigo.

Los pequeños, pero decididos pasos de Astrid le pusieron ligeramente la piel de gallina. John Allamand le había pagado una gran cantidad para que no dejase pasar a la muchacha. Era dinero, nadie le decía que no al tentador dinero. Sintió lástima por la chica y pensó por un momento dejarla entrar, pero no podía. Había prometido algo.

—Tu tampoco, tengo esposas y no me asustaría usarlas.

—Debería usarlas con su mujer, señor. Seguramente estaría muy agradecida.

Dio media vuelta caminando fuera del la entrada con lágrimas en sus ojos. Estaba segura de que todo eso era obra de John Allamand, más que segura y eso le provocaban unas odiosas ganas de llorar. Se contuvo y respiró, contando hasta diez para no soltar ninguna lágrima de los nervios. Golpeó el piso con la suela de su zapato y luego ahuecó su rostro en sus manos, tratando se soportar la impotencia que tenía en ese momento.

Colin abrazó a su amiga, acariciando su cabello cordialmente, tranquilizándola. Aquel hombre no tenía corazón al parecer de verdad que no lo tenía, Astrid estaba demasiado afligida y él solamente le negaba el acceso, cuando sabía perfectamente quien era. Negó mientras apartaba su rostro de su pecho, agradecía que no estuviese llorando, se veía hermosa como para arruinar su apariencia con unas lágrimas. Acomodó un mechón de cabello detrás de su oreja, y le sonrió lo mejor que pudo.

—Vas a entrar, créeme.

—Ahora no sé en qué creer. Estoy segura que John Allamand está involucrado en eso.

—Si lo veo de verdad que...

—No, Colin.

Alzó las manos y las bajó fuertemente, molesta. Marcó el número de Rylie y a los segundos pudo conseguir respuesta.

—¿Cómo estás, Ma photographe? (3)

—No muy bien, Rylie. Necesito tu ayuda, hay un maldito guardia de seguridad que no nos deja pasar.

¿Nos? Cariño, ¿con quién has venido?

—Con Connor Hurst no.

—Eso lo sé, ya he visto a su acompañante.

Se le hizo un nudo en el estómago. Resopló frustrada y mordió el interior de su mejilla.

—¿Puedes venir por mí y mi amigo? No sé q-que mierda haré...

—Tranquila, iré con Kyler, no te preocupes, précieuse (4)

Cortó la llamada aliviada, un tanto aliviada. Le sonrió ampliamente a su amigo mientas esperaba a la pareja de hermanos que apareciese frente a la puerta. Claramente no tardaron mucho cuando pudo divisar a Kyler vestido un terno gris oscuro y a su hermana vestida con un vestido blanco largo y muy hermoso. Rylie señaló a Astrid con su dedo mientras Kyler sonreía ampliamente hasta llegar a su lado, esquivando al guardia de seguridad. Abrazó a su alumna y saludó cordialmente a su amigo, mientras Rylie los esperaba al otro lado de la puerta.

—Te vez más que magnifica, Astrid.

—Gracias, Kyler.

—No esperemos más y entremos.

Kyler iba un metro delante de ellos, mientras miraba al guardia y le hacia una señal para dejarlos pasar. Él negó y Kyler decidió hablar.

—No me importa si te pagaron, le diré al encargado que te despida si no los dejas entrar—amenazó.

El hombre movió su cuerpo, nervioso y —claramente— asustado de la actitud de Kyler. Ambos pasaron y fueron rápidamente fotografiados por la prensa. Astrid ocultó su rostro mientras seguían caminando, hasta llegar al lado de Rylie, la cual la saludó con entusiasmo, procurando no desordenar su cabello.

—Me alegro que pudiesen entrar—dijo, alegre.

—Créeme que estoy igual, puedo apostar que fue obra del imbécil de John Allamand—resopló, entre dientes.

—Lo importante es que ambos están acá—confesó, dirigiendo su mirada hasta la de su acompañante.

—Oh, Rylie, él es mi amigo, Colin. Colin ella es la chica que te mencioné, Rylie, la hermana de Kyler.

Ambos extendieron su mano saludándose cordialmente, Colin había quedado fascinado con aquella belleza de hermana que tenía Kyler, era sumamente magnifica a simple vista; tenía su cabello rubio recogido en una hermosa trenza cascada, y su maquillaje era natural, un poco de lo que acostumbraban las mujeres, pero nada que sobre pasara eso. Sonrió ampliamente, emocionado por establecer una conversación con la belleza que había conocido hace unos minutos.

Rylie, por otro lado, sentía que aquel chico era alguien con el cual uno pudiese hablar y hablar y no se cansaría, claro todos tienen sus límites. Le había encantado como lucía, se veía demasiado sexy, claramente lo más sexy que había visto en París hasta ese día.

—Mucho gusto—dijeron ambos, sonrientes y levemente sonrojados.

—Bueno, que esperamos las personas están esperando para que entren. —Habló Kyler, acercando el cuerpo de su hermana hacia él y caminando hasta un hermoso salón—. Nos sentaremos juntos, he pedido que fuese así, podríamos hablar y sería mucho más cómodo.

—Me parece magnífico.

La mano de Colin buscó la de Astrid entrelazando sus dedos, para luego acercarse a su oído y susurrarle.

—Tu amiga se ve magnifica, pero nadie te supera. Tranquila, que ni la pareja de Connor no te debe llegar ni a los talones.

Asintió cohibida mientras seguían caminando hasta sus lugares. Astrid se detuvo para saludar al señor DeGraw y a su hermosa esposa Florencia, la cual saludó a la morocha con un abrazo amistoso y un beso en la mejilla, felicitándola por sus fotografías (hay que aclarar que John DeGraw tomaba fotografías de los concursantes y claro sus respectivas obras en exposición) y por su clasificación dentro de los doce mejores. Con las mejillas ruborizadas siguió caminando hasta su mesa siendo ayudada por Colin para tomar asiento.

Los platos llegaron instantáneamente, mientras ellos seguían hablando sobre el esplendido lugar y la majestuosa decoración que debe haber tomado unos días en lucir así. La sopa caliente descansaba frente a cada uno, dejando como anfitrión principal las palabras y risas que salían de los labios de todos. Unos minutos después la presencia de alguien interrumpió la grata charla que llevaban.

El corazón de Astrid se detuvo al ver como lucía Connor Hurst y su preciosa acompañante; con un largo vestido azulado y su cabello suelto con ondas. Se veían bien, malditamente perfectos.

—Astrid. —Los jugosos labios de Connor Hurst pronunciaron tan suave y lentamente su nombre que hizo que el estómago de Astrid se revolviese. Ahogó un gemido y asintió, mordiendo su labio nerviosa.

—Connor.

La mano de Colin buscó rápidamente la de Astrid, tranquilizándola y aliviándola de la presencia de Connor. Este aclaró su garganta exageradamente, al ver lo que estaba haciendo Colin con su amiga; un simple gesto que lo hacia enloquecer y llevarla lejos de aquel "amigo". Sin resistirse más decidió seguir hablando.

—Astrid necesito hablar contigo, es urgente.

—¿Disculpe? Estoy en una charla con mis amigos y usted trae una acompañante, no puede dejarla sola, ¿no lo cree?

Las palabras de Astrid salían rápidamente de su boca, quemando a Connor con ellas y haciéndolo enloquecer aún más. Se veía hermosa, pero aquella actitud no le quedaba nada bien. Con el tiempo que estuvo con ella supo que esa actitud era algo así como una máscara; algo que la protegía de algo, en ese caso el dolor de la otra vez, de hace una semana. Acomodó su camisa y sonrió en dirección a Astrid.

—Mi acompañante no tendrá ningún problema en quedarse en la mesa, la conocen bastantes personas y no quedará sola.

La brusca exhalación de Astrid preocupó a Connor —por un momento—, pero sabía perfectamente lo que estaba haciendo y si quería jugar a aquel viejo juego de los celos, bienvenida era al peor de los juegos. Relamió sus labios, esperando respuesta por Astrid, la cual no llegaba.

Astrid decidió levantarse y esquivarlo con brusquedad.

—Iré al baño —le dijo a sus compañeros de puesto, los cuales la miraba preocupados.

Caminó lo más rápido que pudo hasta al baño, para no encontrarse con aquel hombre que volvía loca a todo su sistema nervioso, en especial a su corazón. Su cuerpo chocó bruscamente con otra anatomía haciéndola tambalear. El hombre le jaló con cuidado de sus muñecas para que no doblara su pie.

—Tú debes ser la magnífica Astrid Portinari de la cual todos hablan esta noche—le dijo aquel hombre.

Tenía unos preciosos ojos azulados, de la misma intensidad que Astrid y una peligrosa mirada que le daba curiosidad a la morocha. Asintió como pudo, mientras trasladaba sus manos hasta su corazón tranquilizándose de su caminata y el susto que se había llevado. El hombre sonrió, haciendo relucir aquella seductora sonrisa que poseía. Su perfume era algo parecido al que llevaba Connor Hurst; fuerte pero no tanto, y bastante tentador para el delicado olfato que tenía Astrid y la profunda debilidad que poseía por el perfume de los hombres.

—Sí, soy yo. ¿Usted es?

—Oh, soy August Allamand, sobrino de John Allamand.

—Oh, claro.

Sintió como su respiración se entre cortaba y el medio se apoderaba de ella. August acercó sus manos a la barbilla de la chica, acariciando con dulzura pero anhelo.

—Solo quería confirmarlo. Espero que nos veamos nuevamente, querida Astrid. —Los dedos de August abandonaron la suave barbilla de Astrid, alejándose sonriente.

Había pasando un jodido susto, un maldito susto en ese momento con aquel hombre. Era apuesto como el infierno y eso la desequilibró hasta lo más profundo de su sistema. Sin embargo, la manera tan íntima en la cual se relacionó con ella puso su piel de gallina con un poco de miedo.

Siguió caminando tranquilamente, hasta sentir aquellos antiguos brazos envolviendo su cintura y adentrándola en un oscuro corredor, exceptuando por un tenue luz presente haciendo que Astrid pudiese ver perfectamente las masculinas facciones que tenía.

—Suéltame, maldición.

—No, necesito hablar contigo, Astrid.

—Connor, ¡suéltame o gritaré! —amenazó la morocha, con los dientes apretados—. Por favor, me quedaré pero saca tus malditas manos de mi cintura, me molesta demasiado.

—Con gusto. —Connor apartó sus manos de la cintura de Astrid y tensó furiosamente su mandíbula—. Ahora hablemos de algo, ¿qué mierda estabas haciendo con el sobrino de John Connor?

—No es tu problema.

—Claro que lo es cuando estaba a punto de besarte, joder.

—¿Y qué importa si estaba a punto de besarme? No somos nada para que te moleste. ¿Acaso estabas celoso?—La sarcástica risa de Astrid, le puso los pelos de punta a Connor Hurst.

—Claro que estoy celoso, Astrid.
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1. Es un tipo de peinado. Es un moño enroscado que se ve bastante elegante.

2. La melisa es una planta medicinal relajante y tonificante a la vez del sistema nervioso, que se usa para tratar la ansiedad, la depresión, la tensión nerviosa y los malestares digestivos que generan.

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